La mañana llegó tal y como se fue la luz el día antes, con frío, lluvia, tormenta y viento. El aspecto que presentaba Tydoras en ese momento, aún opacada por la capa de de agua que impedía ver demasiado a lo lejos, era aún así de una ciudad marcada por los grandes hitos de la historia que acontece a Taneir. El castillo de cinco torreones se alzaba sobre el acantilado de la zona suroeste de la ciudad, separada por un canal artificial del resto de las zonas, se veía como siempre, majestuoso y impresionante ante la mirada de cualquier persona, sobretodo para los extranjeros que nunca habían observado el castillo de la capital. Hacia el sur estaban los muelles cuyos barcos atracados se mecían bajo el agitado oleaje del mar. Eso no impedía ver ya a personas allí preparándose para zarpar en sus labores de pesca o, también, a trabajar en los edificios cercanos en temas relacionados con las embarcaciones. Al norte del castillo se encontraba la larga y ancha playa de la ciudad, sin un alma presente en ella, era tan solo una capa que lucía gris por el temporal que hacía. Y al norte, el monte donde se encontraba el Altar de los Milagros, prácticamente el único lugar de la ciudad donde que no solo mantenía su belleza a pesar del mal día, sino que incluso, el contraste con el resto de lugares de Tydoras hacía que brillase y resaltase aún más.
El día, a pesar de la agitada y torrencial precipitación, se presentaba como tranquilo y calmado. Un día más de rutina después de los oscuros acontecimientos que habían sucedido en el reino. Un día más donde se intentaría recuperar la normalidad y avanzar hacia un futuro mejor. Campesinos, mercaderes, pescadores, taberneros, burgueses, soldados, capitanes, consejeros, nobles... Todos pensaban iniciar el día esperando que fuese normal y corriente, sin más días de lutos, sin más entierros de miembros de la realeza, sin más problemas... Qué equivocados estaban.
En una de las torreones del castillo de Tydoras, despertaba una joven paladina perteneciente a los instructores de la guardia y también miembro del Consejo real del reino. Tras días oscuros en los que perdió la voluntad de vivir y también las ganas de dormir, Luriel Fiert había conseguido dormir bastante bien y por tanto, descansar y despejarse la mente para lo que tenía planeado. Había dormido tanto desde que despertó por aquella pesadilla, que tenía su pelo pelirrojo desordenado cubriendo también su cara. No tuvo tiempo para espabilarse cuando ya llamaron a la puerta.