14 jul 2017

La enésima y definitiva oportunidad, parte 4

- Por fin te encuentro -. Anunciaba una potente voz proveniente del sujeto que acababa de aterrizar  con un gran  estruendo en mitad de la calle. Las personas que paseaban por allí se apartaron asustadas y se quedaron mirando a aquel tipo, que estaba encarando a alguien que andaba por allí y que ahora se había detenido.

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- Sí, por fin me encuentras...

- No volverás a escapar, Lerker.

- Siempre tienes que ser tan pesado y molesto... ¿Te enfrentarás a mi aquí, en mitad de esta ciudad?

- He manchado mis manos con sangre inocente al no ser consciente de quien era durante todos estos miles de años... Pero se acabó -. Sentenció y conjuró.

Un círculo brillante y formado por runas apareció en el suelo rodeando sus pies y se empezó a ensanchar elípticamente hasta rodear también a Albert. De pronto, no se encontraban en ninguna ciudad sino en un valle carente de todo signo de vida civilizada; Un entorno cien por cien natural donde podrían combatir sin que nadie más resultase herido. Al principio el paisaje estaba soleado, pero pronto empezó a nublarse a una velocidad vertiginosa, ensombreciendo la silueta de los dos que empezaban a caminar hacía el frente, acercándose.


- Tarde o temprano iba a pasar esto ¿Verdad? -. Preguntó Albert

- Lo sabías desde el principio... -. Respondió él.

- Sí, pero pensé que mis palabras llegarían a convencerte -. Albert se llevó la mano a la cara para quitarse el pelo que le molestaba a causa del viento que empezaba a levantarse. Se preguntó si aquel viento era natural o estaba causado por el aura involuntaria que liberaban ambos -. Deberíamos enfocarnos en los Protectores... Lo único que conseguirá nuestro duelo será benef...

- Silencio... -. Cortó él -. Tú mismo has comprobado que nada de lo que me digas va a hacerme cambiar de opinión. Llegó la hora de acabar con esto.

- Si eso es lo que quieres... -. Albert cerró los ojos, suspiró y se encogió de hombros. Tenía razón, no había otra forma.

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Habían pasado tres años desde que renació en el mundo actual; tres años desde que confrontó a Kpim y su voluntad aparentemente inquebrantable por Hextor, intentando hacer que recapacitase en cuanto a su devoción; tres años desde que se enfrentó tanto a él como a Trenler en la ciudad de Rostov, capital de Gran Hiullal. Albert Lerker se fue lejos de allí, lamentándose por los estragos del combate cuyos efectos colaterales afectaron a su población. Intentó viajar de un lado a otro, buscando una solución para el problema que tenía en su interior. Una solución que pareció antojarse inalcanzable debido a la estructura de aquel mundo. Al contrario que el mundo donde vivió, tanto cuando fue un niño en Bahaus como cuando fue un Hijo de Hextor, siendo El Gusano que Camina, Albert descubrió que el mundo actual era mucho más frágil mágicamente que su predecesor. La respuesta del por qué era bastante sencilla: mientras que en la antigüedad vivieron cuatro Trenler la mayor parte del tiempo, en el actual tan solo existía uno, de manera que siendo un único pilar el que sostenía el poder mágico del plano material, esta estaba más diluida y con mucho menos presencia. La muerte de los Trenler hace desaparecer la magia de manera gradual, así que cuando su maestro asesinó a dos de sus hermanos, todavía tuvo que pasar un gran lapso de tiempo para que su ausencia se notase en cuanto al nivel de magia presente.

De la misma forma ocurría al revés, la presencia de nuevos individuos de apellido Trenler provocaba un resurgimiento mágico de la misma forma, gradual. Al Trenler actual que vivía en aquel mundo, el actual líder de los Protectores, debía sumarse también la aparición renovada de Zailev Trenler, uno de los archienemigos de Albert Lerker a lo largo de su historia. Zailev, con su poder restaurado, estaba provocando un crecimiento exponencial de la magia que aquel nuevo mundo jamás había experimentado antes. Pero Zailev no era el único culpable; aunque Albert Lerker no fuese un miembro puro como tal, llevaba también sangre de los Trenler en su cuerpo, así que su presencia también inclinaba la balanza un poco más hacía el lado mágico. Albert, con su gran conocimiento de los poderes arcanos, comprobó de primera mano como aquel crecimiento estaba provocando cambios en el mundo, pero ciertamente no lo hizo como él se lo esperaba.

El nuevo mundo jamás había experimentado un crecimiento mágico tan rápido como estaba sufriendo en estos últimos tres años. En lugar de tener una progresión adaptable y natural, el tejido que conformaba la realidad del plano había estado sometido a una gran radiación sobrenatural que provocaron fisuras en este y, por tanto, una desestabilización del mundo. Las consecuencias no tardaron en notarse: comenzaron a surgir fallas dimensionales hacía otros planos, extrañas mutaciones en las criaturas que poblaban el mundo e incluso la aparición de especies completamente nuevas, nunca antes vistas en otro lado. Y por supuesto, aquella debilitación del plano fue aprovechada por distintos entes para crear ellos mismos sus propios portales y agostar a las razas civilizadas del mundo. Albert se sentía culpable por ello, pero no podía hacer mucho para remediarlo, no al menos hasta que solucionase él sus propios problemas.

Incluso con todas esas inconveniencias, intentó buscar durante todo ese tiempo alguna solución para la mentalidad de su pasado yo. Su mentalidad humana volvió debido a la degradación hacia el estado más natural de su alma por haberla mantenido encerrada en el amuleto desde antes del cataclismo de la Doncella Suprema hasta hace tres años, pasando siglos, milenios de por medio. Incluso con ese periodo de tiempo donde pudo incluso recuperar su antiguo cuerpo, todavía quedaban restos del antiguo ser que fue y que trataba de volver a dominarlo.

Así pues, lo primero que hizo cuando dejó Rostov fue tener un conocimiento amplio sobre los distintos reinos que conformaban el mundo, la historia de cada uno de ellos e incluso sobre la formación de los Protectores. Eso le ayudaría a establecer una lista de lugares donde el conocimiento acumulado en bibliotecas y templos tuviese una alta posibilidad de que le fuese de ayuda. Lógicamente el lugar más conveniente sería la base de los Protectores, pero la descartó pues para entrar en un lugar así primero debía recuperar todo su poder. Así pues, fue viajando de reino en reino, con preferencia sobre las capitales de estos, intentando hallar algo parecido al problema que él tenia; recorrió el resto de Gran Hiullal y luego fue a Ciudad Pétrea, en Bargskan; continuó por Aldmet, Taneir, Rimbrey, Sverit; y luego por Occidente, por Happak, Magnarys, reinos menores como Degrant, Malgot y Dracossa. Preguntó a maestres, a reyes, a consejeros, incluso a cazatesoros y grandes exploradores en las tabernas donde se reunían; a medida que iba dejando su huella por aquellos lugares, en aquellas personas, más notoria hacía su presencia en el mundo; y eso le conllevó problemas.

Empezó a ser perseguido por escuadrones "santos" de distintas ideologías que  protegían al pueblo del mal. Era cuestión de tiempo que alguno de aquellos clérigos detectase el lado maligno que residía en Albert Lerker y que avisase a los ejércitos del peligro que suponía dejarle libre. Lidiar con ellos no era problema, podía burlarlos fácil y rápidamente pero el problema se multiplicaba cuando perdía el control de sus acciones. Cuando su consciencia volvía después de eso, todos aquellos que osaban ponerse en su camino acababan muertos, o aún peor, con sus familias o poblados de alrededores completamente maldecidos. Intentaba por todos los medios controlarse pero cada vez era más complicado; al hecho de que su ser interior ganaba mayor control con el paso del tiempo se le sumaba el hecho de que el propio Albert era de temperamento frágil; le incomodaba aquel tipo de juzgamiento de seres que lo único que provocaban con su presencia era empeorarlo todo aún más, en lugar de dejarle vía libre para encontrar una solución lo antes posible. Pero ya era demasiado tarde, había llamado demasiado la atención; ahora tenía a alguien problemático tras sus pasos.

Albert Lerker intentó dejar atrás todo lo que pudo a Zailev Trenler: tratando de ocultar su aura, de alterar sus conjuros con varias capas de Nystul para dificultar su detectabilidad, de borrar los residuos mágicos de sus teletransportaciones e incluso variar su aspecto a pesar de que no le gustase nada. Todos esos detalles ralentizaron su encuentro con él pero no al final no logró evitarlo. Albert iba camino de ver a un poderoso hechicero que había conocido en la reunión que él mismo organizó en la vigilia, con los máximos representantes de las organizaciones más notorias del mundo por aquel entonces. Curiosamente y al igual que el líder de Evolution, ese hechicero compartía nombre de un antepasado suyo que perteneció al grupo que enfrentó Lerker cuando perteneció a los Hijos de Hextor. Se llamaba Isador Akios, vivió en Aldmet y tuvo dos hermanas; con apenas veinte años entró en la organización mundial, los Protectores del Ojo, pero acabó abandonándola por algún motivo y creando su propio séquito para confrontarlos. Albert no sabía si sería tan terco y ególatra como el Isador Akios que él conoció, pero hablar con él era el siguiente paso en su aventura por averiguar algo. Le costó bastante dar con su guarida, tuvo que recorrer todo el sur del reino de Rimbrey e incluso algunas islas del Archipiélago de Cristal. Pero después de semanas, cuando estuvo a punto de conseguirlo y dar con él, no sirvió para nada. Fue interceptado antes por Zailev y forzado a luchar, siendo teletransportado mediante una de sus runas de génesis para alejar a ambos de toda civilización, pues un combate entre ellos dos alteraría la geografía de varios kilómetros a la redonda.

El valle donde ahora estaban se había nublado tanto que casi parecía que estaba atardeciendo, cuando realmente aún era mediodía. Albert sabía por qué: sus auras provocaban aquellos cambios en la climatología, como también con el fuerte viento que se alzó.

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- Déjame preguntarte una cosa, Zailev ¿Para qué servía la armadura con la que te vi hace tres años? -. Preguntó Albert con cierta curiosidad, pues realmente no logró identificar a Zailev Trenler durante la reunión en la vigilia hasta que este lo desveló. Hasta entonces se hacía llamar Viejo Oso.

- Se trataba de un método de contención para que mi cuerpo no se fragmentase debido al poco poder que disponía.

- Trenler tenías que ser... -. Sonrió con cierta elocuencia al mismo tiempo que se frotaba los ojos debido a la molestia que le producía el viento -. Que necesites una gran cantidad de fuente mágica para poder mantener tu cuerpo en este mundo solo podía tener esa explicación. Pero... por lo que veo, estás muy cambiado ¿El Vitalis ha provocado eso en ti?

- Así que sabes del Vitalis...

- Los humanos de esta época son aún más codiciosos que los de nuestro mundo, Zailev. Al ser más débiles es como si estuviesen obsesionados, sedientos de poder . En cuanto descubrieron la sangre de los Trenler y sus increíbles propiedades no tardaron mucho en elaborar algo como el Vitalis, pero es una estupidez. El Vitalis no les pertenece a ellos, solo a vosotros; lo usaste ese recurso para volver a recuperar tu forma humanoide y, por lo que veo, con un aspecto más rejuvenecido que cuando te conocí aquella vez...

- Que tú estés aquí es algo que sale de mis planes. Yo he vuelto con esta apariencia para salvar el mundo de que alguien con mi mismo apellido vuelva a ponerlo en peligro...

- ¿Ah, sí? ¿Eso crees? -. Albert trasladó su amplia sonrisa a una mirada de cierto desdén -. Por lo que a mi respecta hace tiempo que vosotros, los Trenler, debisteis desaparecer por completo. Jugáis con las razas de este mundo como si fuesen simple peones, sean para los motivos que sean. Tú también eres de esos, Zailev, aunque tus motivos sean distintos... Voy a terminar con vuestro "don divino" para decidir lo que está mal y lo que está bien, para que dejéis a las personas actuar bajo su libre albedrío...

- Eso también deberías aplicártelo a ti ¿No crees?

- Quizás... Pero yo no tengo intención de guiar a la humanidad. La idea de crear los Protectores fue buena, pero tuvo una muy mala ejecución, a saber la de mierda que habrá oculta en los edificios más profundos de su base: Trenler como líder, los experimentos... tod. Realmente no tengo los mismos objetivos que tú, Zailev. Pero que sigas viéndome como el Hijo de Hextor que fui es lo que me pone enfermo de vosotros, los hijos de La Doncella Suprema ¿Quién te crees que eres para juzgar mis actos?

- Puede que tengas razón y que hayas cambiado... Pero también puede ser que estés mintiéndome, como mentiste a tu antiguo maestro y tus compañeros en el pasado; que estés encubriendo tus verdaderas intenciones para, una vez más, sumir el mundo bajo tu oscuro poder.

- Tsche... -. Albert frunció el entrecejo mientras maldecía en voz baja. El comportamiento actual de Zailev le recordaba al del mercenario Terry, que aunque estuviese bajo la influencia de Hiun, se creía que tenía el derecho para decidirlo todo. Sintió como los latidos del corazón se le aceleraban inexorablemente, los podía escuchar incluso en su cabeza -. Nada de lo que diga o haga va a hacer que cambies de opinión, muy bien... Acabemos con esto.

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Las auras de ambos se amplificaron y el terreno a su alrededor empezó a temblar como si estuviesen recibiendo las más fuertes de las sacudidas sísmicas. Incluso, a lo lejos, Albert pudo apreciar como se abrían profundas grietas en la roca y habían desprendimientos de tierra y vegetación de las montañas. El viento aumentó su fuerza y arremolinó las nubes negras del cielo en las bases superiores de pequeños tornados que comenzaron a surgir. Incluso se podía discernir la visibilidad de ambas auras como ondas de energía que surgían del cuerpo de ambos, hasta que por fin...

- Génesis del fuego: mareas volcánicas -. Conjuró Zailev y apenas un segundo más tarde surgió una gigante oleada de magma de las grietas del fondo del paisaje. Como si de un tsunami destructivo se tratase, esta lo arrasó todo, desintegrando de inmediato toda la vegetación del valle.

- Siempre con los conjuros de génesis... -. Comentó Albert -. Que seáis los responsables de la creación de la magia en el mundo no os da derecho a tener el control exclusivo de los conjuros más poderosos... -. Y así se lo demostró a Zailev, cuando Albert alzó la mano y creó un hechizo protector que desvió y dividió la marea de lava en dos, dejándole a él en medio, intacto.

- Génesis de sombra: Ecos del vacío -. Escuchó Albert desde detrás suya, pero para cuando se giró ya había sido atravesado por una púa que empezó a absorber su cuerpo como si este se estuviese volviendo una masa líquida y moldeable. Zailev había surgido desde detrás para volver a conjurar. En apenas cuatro segundos había podido lanzar dos conjuros de génesis, un conjuro de teletransporte y otro de camuflaje mágico para que Albert no le detectase al hacerlo -. Tú y tu maldito conjuro espacio-temporal...

- Exacto -. Se escuchó decir a Albert, que surgió de la nada, justo después de que el Albert que acababa de ser afectado por la púa de sombras fuese absorbido del todo -. ¿Te trae recuerdos, eh? Mi conjuro, Instante de Presencia, me salvó de ti una vez. Fue entonces cuando implanté uno de mis gusanos en tu interior, que me sirvió como trampa cuando la CDA creyó que me derrotó. He de admitir que controlar tu cuerpo fue divertido, al menos el tiempo necesario para volver a ser autosuficiente. Pensé que en aquel momento habías muerto, pero por lo que se ve ambos somos bastante reticentes en dejar de vivir.

El combate continuó sin previo aviso por parte de Zailev que, harto de seguir escuchando cómo se regocijaba Albert Lerker, volvió a conjurar uno de sus poderosos sortilegios. Esta vez llevó a cabo una lluvia de proyectiles arcanos que cayeron desde el cielo. Al contrario que un sortilegio estándar como la lluvia de meteoritos, los proyectiles arcanos, esferas tan brillantes como el propio sol, que caían desde el cielo, perseguían en todo momento a Albert. Este conjuró distintos sortilegios de teletransportación y de vuelo para poder esquivarlos pero eran demasiados y cada vez se encontraba más acorralado, sin poder escapar de todos ellos. Era todo por los ojos especiales de Zailev, capaces de aplicar una visión verdadera de aquello que observa de manera inmediata. De esa forma, para Zailev era algo muy sencillo anticipar el teletransporte que iba a llevar a cabo su rival antes de que lo hiciese y así podía redirigir sus proyectiles para volver a atraparle fácilmente. A causa de la presión de que se estuviese enfrentando a alguien con mayor soltura en la magia bruta que él, Albert intentó contraatacar con con varios hechizos de evocación que apuntó hacía los proyectiles, lo cual fue un error; las bolas de fuego, desintegrares y rayos polares impactaron de lleno en ellas, pero lo que provocaron fue que estas se fragmentasen y se dividiesen en otros proyectiles que, aunque fuesen más pequeños y menos poderosos, consiguieron cerrar aún más los ángulos de escape de Albert. A la extensa concentración que debía llevar a cabo Zailev para controlar aquellos proyectiles, le sumó también uno muy poderoso aunque muy sencillo de efectuar: un sortilegio de fuerza que mantuvo a Albert el tiempo suficiente apresado como para terminar de acertarle con su hechizo. Los proyectiles impactaron en él y estallaron en una sucesión de explosiones cuya onda expansiva destrozaron las montañas restantes, despejaron las nubes del cielo; y la luz generada a causa de ello brilló durante unos segundos con mayor intensidad que la del sol.

- Esta vez... -. Dijo Zailev, limpiándose el polvo de ceniza de las rocas incandescentes por el conjuro del principio de la lava-.  No he dejado que conjurases tu querido conjuro de instante de pre...

- No lo he necesitado -. Se escuchó decir a Albert, que surgió del centro del humo de la explosión sin ningún rasguño.

- ¿Cómo es posible...

- Oh, parece que tus ojos han empeorado ¿O quizás es que no has absorbido suficiente Vitalis como para ser tan agudizo como en el pasado? -. Se burlaba, haciendo perder la compostura de Zailev con bastante éxito.

Pero lo cierto era que su propia personalidad era mucho más quebradiza que hace tres años. Tan solo necesitó ser atrapado durante un instante para perder el control; el conjuro de fuerza había provocado la salida de su monstruo interno y él se las arregló para protegerse de la explosión usando como escudo parte del poder latente de la Mente del Enjambre que poseía por si mismo.

Debía calmarse.

Si quería encontrar una solución tendría que dejar de perder la paciencia o si no, aceleraría con ello el proceso de posesión de él sobre su cuerpo. Lo que estaba seguro era de que había forzado a volver a controlar su cuerpo por las malas, pues quería luchar contra Zailev sin que este tuviese razón en lo que decía. Quería derrotarle con su propio poder, como ya quiso hacer la primera vez que se enfrentaron.

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- Me han llegado noticias... Están muertos, los dos -. Balbuceaba un nervioso Zailev Trenler, frente a la entrada del templo de Hextor donde se encontraba su maestro, Hiun y él como su aprendiz.

Habían pasado más de diez años desde que abandonó la aldea de Bahaus y desde entonces había conseguido grandes progresos en cuanto al dominio de la magia. Su maestro le enseñaba con una gran prestreza y él lo comprendía todo a la primera, teniendo que invertir muy pocos intentos en dominar sobre lo que estaba aprendiendo en cada instante. Ahora, un Albert Lerker de casi veintiséis años dominaba la magia arcana del plano material casi con tanta soltura como lo hacía un hechicero del doble de su edad.

- Exactamente, hermano, lo que has escuchado es cierto. Yo los maté.

- No... No... Detén esta locura, Hiun. Se supone que nosotros debíamos apoyar los grandes reinos de este mundo, no a destruirlos.

- ¿Y eso por qué? ¿Nuestro destino está escrito y tenemos nuestra vida programada sin voluntad propia?

- ¿Voluntad propia? ¿Tú te oyes? Las cruzadas... si todo está dirigido por ti... Joder, Hiun ¡Estás matando cientos de inocentes!

Observaba con molestia como aquel tipo seguía insistiendo sobre el cometido que supuestamente tenía que llevar su hermano Trenler y aquello le sacó de quicio.

Le desafió, en nombre de su maestro.

Pero era como enfrentar a un cadete contra el más experimentado jefe de la guardia.

Fue derrotado fácilmente, a pesar que se esforzó al máximo, sin que apenas pudiese presentar una batalla decente.

Si no hubiese sido por su maestro, habría muerto en ese instante.

¿De que servía seguir progresando de esa forma? Necesitaría varias vidas humanas de tiempo en llegar al nivel de aquel tipo, en llegar al nivel de aquel Trenler...

Fue entonces cuando cambió su mentalidad. Aquel combate fue el primer detonante para que Albert dejase de ser como era y se convirtiese en Lerker, un monstruo de gran poder que renunció a su humanidad por tal de no volver a ser derrotado nunca más.

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- En aquel momento... -. Susurró Albert, cerrando los ojos mientras empezaba su conjuración -. Me deslumbraste con tu poder, me cegaste. Creaste en mi una visión errónea de lo que significaba ser fuerte... Sucumbí a aquello por tal de no volver a perder contra ti, contra nadie más -. Volvió a abrir sus ojos, allí estaba Zailev. Su némesis, su sombra eterna... Aquello que jamás pudo vencer por si mismo -. No... No volveré a perder. Con mi propio poder, yo... ¡Yo te venceré!

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- Esta sensación ¿Acaso tú has logrado...

- Anassiel -. Susurró Albert, que no escuchaba a Zailev sino que indagó en sus recuerdos aún más. Por culpa de su propia debilidad no pudo salvarla en aquel momento. Albert jamás ganó una sola batalla sino que todas las victorias las poseía Lerker, el Gusano que Camina; todas las ganó por él. Pero aquello se acabaría pronto...

Aquella sería su primera victoria.

Terminó de conjurar y apuntó con su su mano a Zailev Trenler.

- ¡GÉNESIS DE LA VIDA...!

- ¡No, no es posible que tú puedas controlar algo como eso!

- ¡... NOVA MÁXIMA!

El valle desapareció.

Ahora no estaban en el plano material, sino en una realidad creada por el propio Albert Lerker. En un espacio entre planos, donde cada uno podía ser visualizado como un planeta gigante, como si cada estrella a lo lejos fuese un sol a miles de millones de kilómetros a distancia. Entre todos aquellos cuerpos astros estaban ellos dos, flotando, en mitad de la nada. De pronto, uno de los planetas cercanos estalló en una gigantesca nova que desprendió millones de fragmentos de la estructura de su planeta por alrededor. Entre esos millones, una pequeña parte iban a pasar por donde estaban ambos. Sin embargo, Albert no fue afectado por su propio conjuro. Allá por donde pasaban los fragmentos estos le atravesaban, intangibles, pero Zailev Trenler no disponía de ese privilegio. Trató de llevar a cabo varios sortilegios para destruir cada asteroide que fuese a interceptarle. Lo consiguió con bastante soltura, creando una cadena de explosiones donde los cuerpos flotantes por el espacio acababan desintegrados, pero eran tantos que para ello tenía que invertir todo su poder, toda su concentración; un solo fallo... y se acabaría todo.

Albert, totalmente libre, le miró fijamente.

¿Cómo era posible que alguien como él, que siempre había visto el bien en las personas, tratase de invertir todo su esfuerzo en tratar de matarle?

¿Acaso llevaba razón?

¿Acaso la maldad que residía en Albert Lerker nunca desaparecería?

Con la adrelanina en el campo de batalla, Albert no se dio cuenta de que había conjurado en torno a una pequeña empuñadura uno de su conjuros preferidos: Hoja Negra de la Calamidad. Una espada creada por una brecha del tejido de la realidad, capaz de cortarlo todo... Capaz de destruirlo todo.

No sabía la respuesta a aquellas preguntas, pero...

Si Zailev llevaba razón, tan solo debía apresurarse a encontrar una solución antes de que fuese demasiado tarde.

Ningún Trenler mandaría sobre su destino.

No... Nadie decidiría sobre él.

Con el hechizo preparado, sostuvo la espada oscura al mismo tiempo que transcurría la Nova Máxima. Camuflándose entre las gigantescas rocas, avanzó esquivando los sortilegios que Zailev invertía en ellas para que no le impactase ninguna. Por primera vez, Albert consiguió eludir la visión perfecta de Zailev en el intento de atacarle.

- ¡Nunca debiste haberme desafiado! -. Gritó cuando ya era demasiado tarde para Zailev. Empuñando el hechizo con ambas manos, apuntando al corazón de este, exclamó -. ¡Este es tu final!

La hoja se clavó de lleno, atravesando el torso, saliendo por la espalda.

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La realidad de la Nova Máxima se deshizo de inmediato. Zailev Trenler cayó inmóvil al suelo destrozado donde antes había hierba en un plácido valle. Escupió sangre y trató de incorporarse clavando su codo derecho en el suelo, pero era en vano. Albert sacó la hoja negra y eso provocó una oleada más de dolor en el hechicero.

- Esto no debió de ser así nunca -. Dijo Albert sin regocijo en sus palabras. De alguna forma, se sentía mal, además del hecho de que aquel combate había sido una perdida de tiempo, algo que no beneficiaba a nadie salvo a los Protectores -. Si tan solo hubieses confiado en mi, podríamos haber solventado los errores del pasado y haber perfeccionado este mundo.

Albert se dio media vuelta y empezó a caminar, dándole la espalda. No iba a rematarlo, no podía. Al fin y al cabo era tan solo un vejestorio que se quedó anclado en el pasado, creyendo que aquel que le había derrotado aún seguía siendo el mismo monstruo.

- ¿Perfeccionado... este mundo? -. Preguntó con un tono débil Zailev -. ¿De qué estás... hablando?

- Yo traeré la verdadera paz, algo que los Protectores jamás serán capaces de crear -. Respondió Albert sin girarse, siguiendo su camino.

- No... ¿No te... das cuenta? Yo... al final... lo he descubierto. Albert... Lerker... este mundo... no nos pertenece a nosotros... Tan solo somos... viejas reliquias del pasado... Nosotros ya tuvimos nuestra oportunidad...

- No, ESTA es mi oportunidad -. Albert se detuvo y miró de reojo a Zailev -. La última ocasión para remendar mis errores, para traer la salvación a las razas de este mundo.

- ¿Eso... crees?

- ¿Incluso al final de tu vida no eres capaz de creerme? El Lerker contra el que luchaste en el pasado no es el mismo que tienes frente a ti ahora mismo.

- Puede que sea... cierto... Pero... te equivocas en una cosa... Este mundo... Nosotros.... No tenemos el derecho a... decidir... nada aquí. Ese derecho les pertenece... a ellos... A los que... de verdad pertenecen a... aquí... Ni tú ni... yo deberíamos meternos... es su decisión... no la nuestra...

Albert Lerker se terminó de girar del todo, mirando directamente a los ojos de Zailev Trenler. Luego bajó la mirada, con cierta melaconlía, pero al final conjuró unas bolas brillantes del tamaño de canicas encima del maltrecho cuerpo de Zailev, que cayeron a este y explotaron para terminar de rematarle. Justo en ese momento, Albert soltó unas pocas palabras, pero quedaron enmudecidas por el ruido de la explosión. Finalmente, se alejó lo suficiente como para que pudiese conjurar una teletransportación, lejos de allí.

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Su determinación jamás había estado tan fortalecida. Después de meses de frustración donde no era capaz de encontrar nada para tratar su problema, pareció haber hallado la solución perfecta.

- ¿Dónde está? -. Preguntó amablemente al encargado de aquella tienda de reliquias.

- No lo se, señor. Hacia el sur, creo.

- ¿No era justamente en el sur donde había surgido aquella niebla?

- Sí, señor. Una catástrofe terrible, todo aquel que se aventura no vuelve jamás. Llevamos seis años ya así.

- Una catástrofe ¿eh? Parece más una maldición.

- Ni idea, señor. Solo se que las leyendas hablan de que los dragones crearon su guarida allí, y que ayudan a quien se lo merece.

- Muy bien, muchas gracias. Iré de inmediato.

Ese sería su siguiente objetivo y esperaba que el definitivo. Otros tres años habían pasado desde entonces y el tiempo se le agotaba. Podía observar cómo cada vez perdía el control con mayor frecuencia e incluso, también cómo su personalidad de por sí se volvía volátil e irascible. Tenía que ser allí, definitivamente debía de ser allí.

- Veamos si me podéis ayudar, dragones. Voy a vuestro templo.

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