- ¡Cogedlo! -. Se
escuchaba gritar a un par de personas que iban apresuradamente,
haciendo bastante ruido por el tintineo de sus armaduras metálicas,
junto con los ladridos de perros de caza.
Unas extrañas y potentes
lámparas de aceite se encendieron en las paredes de la mansión,
iluminando todo el ancho del patio; arbustos recortados con formas de
animales y bestias, el enorme cenador junto a la piscina y el suelo
de cerámica con tumbonas, incluso un pequeño laberinto junto a un
bosque al fondo... Todo aquello fue iluminado y por esas distintas
zonas patrullaban con urgencia los guardias, buscando a alguien que
había hecho saltar la alarma.
- ¿¡Dónde está!? -.
Preguntaban algunos, desesperados.
- ¡Había saltado la
alarma junto al laberinto, debe estar por aquí!
- ¿¡Quizás dentro!?
- ¡No lo se, pero como el
señor Corleone se entere de que estamos tardando nos despide!
- ¡Vamos, vamos!
- Novatos... -. Susurró
alguien que estaba escuchando todo aquel alboroto de los guardias del
patio, todo desde el interior de la mansión -. La distracción ha
sido todo un éxito, Keled.
Aquel sujeto había
aprovechado la alarma mágica que había hecho saltar su socio para
acercarse por la otra parte de la mansión. Fue una tarea complicada,
pues la cara posterior del edificio estaba pegada a un acantilado en
la costa. Escalar tanto la húmeda superficie rocosa como la lisa
pared blanca le llevó bastante tiempo, al fin y al cabo había
estado un tiempo desentrenado de aquel tipo de tareas. Pero una vez
llegó al tejado, se deshizo de un par de guardias que vigilaban
desde allí, con cuidado de que no lo viese alguien del interior a
través de la cristalera de la galería que había en el centro, y se
acercó hasta los conductos de ventilación para adentrarse en las
plantas superiores. Después de ver cómo la distracción había
dividido a los guardias contratados por Corleone, aquel sujeto
desenvainó su daga y la sostuvo con la mano izquierda, al mismo
tiempo que cargaba un virote en una ballesta de mano, que sostuvo en la derecha. Avanzó apuntando al frente por los pasillos de la
mansión, anchos corredores llenos de cuadros del propio señor
Corleone; un tipo bajo y rechoncho con una prominente calva el centro
de su pelo rizado negro.
Se trataba del presidente
de una corporación que ocupaba la mitad de la región de Zelery, en
su mayor parte formada de obreros que vivían en una situación
precaria pero que no tenían otro lugar en el que trabajar debido al
monopolio de Corleone. Pero aquel no era el único delito de su
empresa; a eso también se le sumaban actos despreciables como esclavitud,
mano de obra infantil, extorsión a los pequeños comercios para que
cerrasen o se uniesen a su empresa, y soborno a las fuerzas de la
autoridad de municipios locales para que hiciesen la vista gorda o
incluso se pusiesen de su lado para controlar las directrices de los
ayuntamientos.
Después de varios años
teniendo una gran vida a costa de la de los demás, un asesino
llamado George Smith se colocaba la famosa máscara por la que lo
buscaban en los distintos carteles de las ciudades y poblados del
mundo. Ya en su interior, George había dado con el despacho
principal de Corleone, el cual estaba abarrotado de guardias que iban
y venían para informar de la situación y recibir las reprimendas
furiosas de su jefe por no haber dado todavía con el culpable. De
pronto, esos guardias escucharon un extraño silbido que rápidamente
se transformó en un estruendo que les confundió por completo. Todos
ellos observaron como una piedra porosa rebotaba en los peldaños de
las escaleras que iban hacía abajo, una piedra que había sido la
responsable de aquel ruido.
Antes de que pudiesen
reaccionar y darse cuenta de la distracción, la figura encapuchada y
enmascarada de George Smith se abalanzaba hacia ellos con su daga en
alto. Lo que pudo hacer el primero de ellos, completamente
descolocado por aquella situación, fue gritar antes de que la daga
se le clavase a través del hueco de la armadura del cuello. El
resto, unos cuatro soldados más, intentaron abalanzarse contra el
asesino al mismo tiempo que al fondo del pasillo, un pálido Corleone
cerraba las puertas de su despacho. George alzó su ballesta y
disparó a la pierna del más cercano, desequilibrándole y
provocando que chocara y obstaculizara a sus compañeros cargando
detrás de él. Aprovechó aquello para recoger su daga y apresar al
soldado herido en la pierna. Con él de rehén, sus compañeros
dudaron el tiempo suficiente para que George llevase la ballesta de
mano a su un pequeña caja semiabierta en su cinturón, tensó la
cuerda desplazando el arma hacia abajo y de la caja surgió el
siguiente virote, cargado. Acto seguido, le dio una patada su rehén
para que volviese a tropezar con el otro guardia, disparó a otro
más, esta vez acertando en la visera del yelmo y arrojó su daga al
que quedaba libre. Los dos guardias que habían tropezado eran los
que quedaban. George cogió la espada de uno de los guardias muertos
y tras una pequeña resistencia con las espadas de los otros dos,
ágilmente pasó a través de ellos y los ensartó en un doble ataque
letal.
- Buenas noches, señor
Corleone -. La puerta cerrada no era problema para George, que abrió
con sus ganzúas tranquilamente a pesar de que escuchaba cómo se
acercaban más guardias desde abajo. Una vez abierta, pasó al
despacho y no solamente cerró la puerta sino que cogió el asta de
una bandera con el logo de la empresa de Corleone y lo colocó
atravesando ambos picaportes -. Si querías evitar que entrase,
deberías haber hecho lo que acabo de hacer.
En el interior del
despacho, a simple vista, no había nadie aunque George no tardó en
descubrir dónde se encontraba Corleone. Despavorido, se había
escondido debajo de su mesa y sollozaba implorando por su vida.
- Supongo que el pánico
te ha llevado a no pensar en colocar el asta de tu bandera para
frenarme... Pensé que eras más frío y calculador -. George sacó a
Corleone de su escondrijo y lo estampó contra la superficie de la
mesa.
- Aaaah... ¡Déjame
vivir, te daré todo el oro que quieras! -. Seguía implorando él,
enseñando las joyas incrustadas en los anillos de oro de sus manos.
- ¿Crees que algo así va
a hacer que me deten... -. Sin embargo, George se percató de algo
extraño en los ojos de Corleone. Aunque seguía teniendo la misma
mirada asustada, sus ojos se desviaron por una milésima de segundo
hacia su izquierda.
Aquel pequeño detalle
hizo que George Smith no muriese, esquivando en el último segundo
una estocada que iba directa hacía su cuello. Corleone, con más
gritos y sollozos, huyó por la puerta de su despacho hacia el
balcón. La estocada que esquivó George estuvo acompañada de un
intento de golpe del antebrazo de aquel sujeto para derribarlo. Por
suerte, pudo rodar en el suelo hacia atrás para esquivarlo y tomar
distancia.
- No he sentido su
presencia...
Enfrente de él se hallaba
un tipo enorme, medía casi el doble de estatura que George y, al
menos, el doble de ancho en cuanto a corpulencia y musculatura.
George estaba descolocado mentalmente ¿Cómo no había sentido su
presencia con lo grande que era? Con ese tamaño no habría tenido la
posibilidad de esconderse en ningún lado y tampoco podría caber por
ningún conducto de ventilación. La confusión le duró un instante,
más por obligación que por tranquilidad, pues aquel enorme tipo
volvió a intentar atacarle. George pudo esquivarlo a tiempo,
agachándose y rodando de nuevo, esta vez hacia un lateral. Se fijó
entonces en el arma, por la forma parecía un machete aunque era
varias veces más grande, asemejándose más a una larga espada. Tras
el ataque fallido, el machete había quedado clavado en la madera de
una de las estanterías de la habitación, que quedó reducida a unas
tablas sueltas que se acababan de desplomar por el impacto. Pero
desde aquel ángulo, lo que más le impresionó a George no fue la
fuerza desmedida del tipo, sino su fisiología; tenía cuatro brazos.
Al principio no se había dado cuenta porque vestía una larga
gabardina negras con tan solo dos mangas, pero debajo de esta ahora
estaban los otros dos brazos que había sacado para terminar de
reventar la estantería y así poder seguir usando su machete.
Girándose hacia George, emitió un leve rugido mientras alzaba la
cabeza para mostrar algo de frustración y rabia. Gracias a la
iluminación de la lámpara del despacho de Corleone y a que aquel
tipo había alzado el rostro, este ahora se podía ver mejor debajo
del sombrero negro que llevaba. Por encima de una abundante y negra
barba había una cara un tanto salpicada por las arrugas, pero sobre
todo, por una cicatriz vertical en su ojo derecho que iba desde la
barba hasta la frente. En dicho ojo tenía un parche pero este estaba
acompañado de algo parecido a un sistema de lentes con distintos
aumentos. Su otro ojo, sano y de color verde levemente brillante, le
miraba con sumo desprecio y odio.
- ¿Qué cojones eres tú?
-. Le preguntó George, asombrado aún por el número excedente de
extremidades.
No recibió respuesta
alguna, al menos no en forma de diálogo, pues lo que sí recibió fue
otro intento de ataque por parte de su enemigo. George tenía detrás
suya la mesa del despacho de Corleone, que la usó para rodar por
encima y esquivar nuevamente la acometida. Al mismo tiempo, escuchó
desde el balcón gritar a Corleone, estaba dando indicaciones a su
guardia para que volviesen a la mansión cuanto antes.
- Tsche... no tengo mucho
tiempo más que perder -. Mencionó George mirando de reojo la salida
hacia el balcón. Pensó que quizás si aquel tipo le impactaba una
vez sería su fin, pero al mismo tiempo parecía bastante lento y
torpe, como podía observar en ese momento cuando su fallido golpe
había provocado que su machete se clavase en la mesa, destrozándola,
y ahora le costase sacarlo.
Usó ese
instante para ser él quien fuese esta vez al ataque. Haciendo uso de
su agilidad, se apoyó en el machete clavado para saltar y propinarle
una patada en su cara. George había aprovechado que aquel tipo
estaba tirando de su arma hacia atrás, la inercia de su cuerpo por
la fuerza que él mismo estaba ejerciendo se convirtió en un
obstáculo cuando recibió esa patada, llevándole a caer torpemente
en el suelo. Ahora era su oportunidad, empuñando con firmeza ambas
dagas, George continuó hacia el frente para alcanzar el cuello de su
enemigo y poner fin a aquello. Pero en lugar de poder acercarse, algo
“de la nada” golpeó con una desmedida contundencia en la parte
derecha de George, mandándole a volar por detrás de la mesa del
despacho de Corleone, estrellándose con el segundo asta de bandera y
con la estantería, que acabó hecha añicos y cayendo encima de él.
Entre los pedazos de madera de la mesa, de la estantería y la montaña de
libros, toda aquella zona cerca de la salida al balcón se había
convertido en un amasijo de restos. George se recompuso como pudo,
aunque notó cuando fue a mover su brazo derecho un latigazo de
dolor; lo tenía fracturado en varios puntos de este. Pudo ver desde
debajo de las tablas y los libros como aquel sujeto se levantaba.
- Así que cuando quieres
sí que puedes ser rápido, hijo de puta... -. Susurró George,
lamentándose con una falsa sonrisa.
- Hora de acabar el
trabajo -. Por primera vez, aquel tipo habló y lo hizo con una voz
áspera y monótona, como si todo aquello fuese lo normal para él.
Aunque la zona afectada de
George era principalmente el brazo, le costaba moverse en
general debido al aturdimiento después de haber salido volando
varios metros y haberse dado con la espalda y la cabeza en la
estantería.
- ¡Venid y apoyad a
Masacre, malditos ineptos! ¡¡RÁPIDO JODER!! -. Se escuchaba gritar
a Corleone, aún sumido en el pánico. George sonrió aún más,
preguntándose como un tipo de tanto poder adquisitivo podía ser tan cobarde.
Desde luego, si Corleone viese en el estado en el que se encontraba
él ahora mismo no estaría tan aterrado.
Se escucharon los firmes
pasos de aquel tipo que ahora sabía que se llamaba Masacre, se
acercaba hasta la montaña de madera y libros para acabar el trabajo.
Aunque antes, quizás por desconfianza o quizás por todo lo
contrario, se molestó en coger su machete que seguía clavado en los
restos de la mesa, entre George y él. Entonces, una daga salió
arrojada desde entre los libros, clavándose en el abdomen de
Masacre. Este llevó varios de sus brazos tanto a la cabeza como al
pecho, para cubrirse los puntos vitales, pero las apartó con un
gesto de desdén, mirando la daga clavada apenas de manera
superficial.
- ¿Esto es todo lo que
puede hacer un asesino tan famoso?
- Tener que
arrojar una daga... con la zurda, desde aquí dentro y después de
todo este impacto... No es fácil ¿sabes? -.
Pensó George, sonriendo.
- Y
pensar que los Cuatro Astros te consideran una amenaza... Patético
-. Diciendo esto, se quitó la daga del abdomen y comenzó a caminar
para terminar el trabajo. Pero en cuanto subió su pierna izquierda
para pasar por encima de los restos de la mesa de Corleone...
- ¿¡Y
qué te parece esto!? -. Gritó George al mismo tiempo que salía y
se tiraba al suelo, deslizándose por este con su pierna por delante.
Con su
pie golpeó parte de la mesa, desequilibrando a Masacre y haciéndole
caer hacia delante... hacía él. Pero entonces el enorme tipo pudo
ver lo que le esperaba, George sonreía mostrando que lo que llevaba
en su mano izquierda no era su daga o espada alguna, sino el asta de
la bandera de los Corleone. Apuntó con el extremo al único sitio
con el que podía infligir un impacto crítico, ya que aquello no era
una lanza afilada, pero por eso mismo había arrojado su daga
anteriormente. Clavó el asta en la herida anterior y toda la vara de
metal atravesó el enorme torso, empalándole y, esta vez sí,
haciéndole sangrar de verdad, tanto por el abdomen como por su boca.
Aunque George también se llevó lo suyo, pues el enorme cuerpo
terminó de caerle encima, aplastando sobre todo su pierna derecha.
-
Quita... cabrón... -. Se sacudió él para zafarse y ponerse en pie
aunque con gran dificultad.
Masacre
aún seguía retorciéndose del dolor, acompañando sus desesperados
movimientos con la tos mientras intentaba respirar. George recuperó
su daga y se preparó para terminar el trabajo. Pero entonces,
escuchó la voz de Corleone una vez más.
-
¡Rápido, tiradme la cuerda, quiero bajar!
-
Mierda... -. En su estado, George no podría hacer frente a lo que
quedaba de guardia en la mansión si Corleone conseguía escapar. No
tuvo más remedio que salir al exterior y arrojar su daga a la cuerda
que Corleone acababa de coger, cortándola y haciendo que volviese a
caer. George avanzó hacia delante al mismo tiempo que desenfundaba
su espada larga. No decía palabra alguna, en contraste a los gritos
desesperados de Corleone, que habían vuelto a su extremo más
aterrado tras ver al asesino avanzar hacía él de nuevo.
-
¡DÉJAME EN PAZ! -. Corleone intentó ir hasta un extremo del
balcón, quizás buscando sortear a George y entrar de nuevo en el
despacho.
Pero
incluso con la movilidad reducida del asesino, este no tuvo más que
andar para seguir alcanzándole, pues Corleone estaba tan sumido en
el miedo que apenas podía dar dos pasos sin tropezar con una maceta
o con las sillas de exterior que habían en el balcón. Intentó
levantarse pero nuevamente le fallaron las fuerzas, así que no tuvo
más remedio que arrastrarse bocaarriba, hacía atrás, alejándose
del que iba a ser su nemesis inexorable.
- ¡POR
FAVOR! ¡POR FAVOOOOR! -. Sollozaba él. Impotente al ver que ningún
ruego servía, fue disminuyendo su tono al de poco más de un llanto
agudo -. Por favor... yo... tengo familia.
Con
esas últimas palabras, George si que se paró y Corleone, con cierta
sorpresa en su rostro, alzó la mirada para mirarle directamente a
los ojos. Llevó su mano izquierda al interior de su chaqueta
mientras que la otra la alzaba, indicando que sus intenciones no eran
rastreras sino que quería mostrar algo.
-
¿V... ves? -. Lo que sacó Corleone fue una fotografía en la que
salía él junto a una mujer y dos hijas, una en edad adulta, la otra
aún adolescente.
-
Familia... -. Susurró George, estirando la mano para coger la
fotografía y verla mejor. Lo hizo bajando la mirada, quedando sus
ojos en penumbra -. Tienes una familia...
- A...
así es... mi mujer... mis queridas hijas... por favor...
Tener
una familia, George entendía muy bien ese sentimiento, o quizás lo
correcto sería decir que hubo un tiempo en el que lo entendía muy
bien. Al sostener esa foto se acordó de cierta persona que amó y
sigue amando, y eso le entristeció. Comprendía muy bien lo que era
ser apartado del lado de la persona que uno quiere, quizás por eso
sentía lástima por la mujer de aquella foto. Seguramente ella no
tenía culpa de nada y si George continuaba por aquella senda oscura,
se quedaría como él estaba ahora mismo. No, quizás incluso peor,
porque al menos él tenía la certeza de que la persona con la que
había compartido casi media vida seguía, muy probablemente, viva.
Alzó de nuevo la mirada y bajó levemente la mano izquierda que
sostenía la espada larga. Quizás con solo despojarle del poder
sería suficiente, quizás tan solo con obtener también cierta
información le sobraba.
- Está
bien... -. Dijo al final. Corleone, sin creerselo, dibujó una
sonrisa en su rostro salpicado por las lagrimas.
-
¡Gracias, muchísimas gracias, te compensaré, de verdad!
Pero
cuando George estuvo a punto de devolverle la foto, un recuerdo
acudió a su mente. Un recuerdo que creía bloqueado por un trauma
infantil pero que afloró en aquel momento.
- ¿Qué está pasando
aquí? ¿¡QUÉ ESTÁS HACIENDO!?
- ¡Baleny, huye,
rápido!
- ¡TÚ, MALDITO
MOCOSO! ¿¡CÓMO SE TE OCURRIÓ HACERLE ESO A TU PADRE!? ¿¡A TU
PROPIO PADRE!?
- ¡BALENY, VETE!
- ¡LO HICE PORQUE ERES
UN MALDITO PSICÓPATA!
- ¡NOOOOOOO!
El
recuerdo, dividido en diversas escenas de aquella noche fatídica,
terminó con aquel inquietante sonido que tuvo a George sin dormir
durante muchas noches; aquellos huesos crujiendo que produjo el
silencio tras aquel grito de desesperación, junto con el desplome
del cuerpo inerte en el suelo. George, que había cerrado los ojos al
acordarse de todo aquello, los volvió a abrir, respirando
agitadamente.
-
Avisaré a los guardias de que no entren. Supongo que me tendrás
como rehén hasta que disuelva toda la corporación, lo entiendo, lo
entiendo. Valoro mucho más mi vida que unas monedas de...
Corleone,
que se estaba levantando, no pudo seguir hablando. Ahora hacía unos
leves ruidos con su boca, desesperado por intentar coger aire pero
tan solo podía catar el sabor de su propia sangre, pues la espada
larga de George le había atravesado el cuello. Cayó al suelo
desplomado y se movió tan solo unos pocos segundos hasta que perdió
todas las fuerzas y se quedó inmóvil.
- ¿Qué
garantía hay... -. Susurró George, dirigiéndose al cadáver de
Corleone -. ¿Qué garantía hay de que si te dejo vivo no volverás
a hacer de nuevo todo el mal que ya has hecho ¡EH!? -. Terminó
gritando -. ¿¡”Tengo familia” dices!? ¿¡Y qué hay de todas
esas familias a las que has hecho sufrir!? ¿¡Esas no cuentan!?
Agachándose,
rebuscó entre el ropaje de Corleone hasta dar con unos cuantos
documentos, como cartas plegadas y pequeños papeles, junto con su
identificación, unas llaves y un medallón. Tras eso, se levantó y
preparó una cuerda para salir de allí antes de que terminasen de
entrar en el despacho los guardias, que seguían intentando derribar
la puerta atascada. La arrojó a la azotea y antes de empezar a
trepar volvió a mirar su cadáver.
- No
volveré a cometer el mismo error que cometí una vez. Ya que no pude
ser salvado de mi propio sufrimiento, al menos salvaré a todos los
demás de los suyos propios.
Le
costó bastante debido a su estado pero al final consiguió subir,
recoger la cuerda y volver a bajar la mansión, esta vez por la cara
que daba al acantilado. Le llevó incluso el triple de tiempo pero no
frenó en ningún momento, todavía tenía en vilo aquellos recuerdos
que su mente había bloqueado por el trauma causado siendo apenas un
niño. Eso le mantuvo concentrado y enfocado en escapar de allí, a
pesar de los sudores fríos por el dolor de su brazo derecho cuando
estaba obligado a hacer uso de él, como para agarrarse de una
cornisa de la casa o de una roca del acantilado. Al final, empezaba a
amanecer cuando George vislumbraba la mansión a lo lejos, desde el
tronco de un pequeño árbol sobre el que se había apoyado hasta
sentarse y relajarse.
- ¿Lo
has conseguido? -. Escuchó de un chaval que se acercaba -. Pero...
¡si estás hecho un desastre!
- Lo
siento... me ha surgido un gran imprevisto -. George hizo énfasis a
la palabra “gran” debido a lo problemático que fue ese tal
Masacre.
Delante
suya se encontraba un chaval bajo, delgado, de tez oscura y de pelo
corto y rizado. Aquel joven, llamado Keled, había sido su ayuda para
la infiltración de la mansión. No era más que un chaval de un
poblado cercano de la mansión de Corleone al que George había
conocido y descubierto que quería cambiar todo aquello. Keled
insistió en varias cosas antes del asalto; primero en que podrían
organizar un grupo entre él, varios amigos y demás personas
inconformes con la empresa para realizar una revuelta; también,
bastante optimista al ver que George era bastante hábil con la
espada, fue ideando una especie de festival para celebrar que tanto
su pueblo como muchas localizaciones más iban a quedar libres de la
influencia de aquel tipo; pero George se negó en rotundo a ambas
propuestas. No quería involucrar a nadie más por si acaso no salía
del todo bien y mucho menos quería un festival, pues desde hace
bastante tiempo no tenía motivo alguno para festejar algo.
- Y
sí, lo he conseguido. Supongo que una vez entrada la mañana se
correrá la voz de que, en general, sois libres -. Sonrió él.
No
quería festejar nada pues no veía motivo de felicidad alguno en él
para hacerlo, toda la carga de sus heridas, de sus actos, las llevaba
gustosamente por la felicidad de los demás. Por eso, aquella
sonrisa, se esbozó en el rostro de George cuando vio la reacción
que sus palabras habían tenido en el rostro de Keled.
-
¡SÍIIIII, JODER, SÍIIIIIII! ¡LO CONSEGUISTE!
- Lo
conseguimos -. Corrigió él -. Sin tu distracción no habría sido
posible -. Elogió finalmente al chaval, que se sintió muy
satisfecho consigo mismo.
-
¡Vamos, tienes que venir a mi casa! Mis padres tratarán tus heridas
y además podrás descansar tranquilamente.
-
Agradezco tu ayuda, pero he de negarme -. Con bastante esfuerzo,
George arrastró su espalda por el tronco del árbol, esta vez para
levantarse -. Me voy ya.
- ¿Qué? ¿Por qué? -.
Preguntó sin entender nada -. Estás herido, estás cansado...
¡estamos de celebración! Quédate, va, eres nuestro héroe.
- Para nada y esto es muy
importante, Keled, no me conoces, no me has visto ni sabes nada de
mí. No quiero que quedes envuelto en lo que pueda pasar.
- ¿En lo que pueda pasar?
- La guardia investigará
el asesinato, por supuesto -. Dijo rápidamente George, pero
realmente no se refería a eso. Había algo que le inquietaba a raíz
de lo que había dicho aquel tipo llamado Masacre, algo que de
confirmarse era peor que una simple guardia llevando a cabo una
simple investigación -. Tan solo asegúrate de que tu familia, tus
amigos y todos tus conocidos seáis felices ¿vale?
- De... de acuerdo -.
Keled intentó reprimir al máximo las lágrimas.
- Venga, joder, que me
conoces de hace dos días tan solo.
- Ya lo se, pero...
llevábamos tanto tiempo en esta situación y ahora... -. Se llevó
el brazo a los ojos, frotándoselos para limpiar cualquier lágrima
que se hubiese escapado -. ¿Puedes decirme al menos si te volveremos
a ver?
- Es posible... anda,
cuidaos -. George dijo esas palabras sin girarse para ver la
despedida de Keled, alejándose de él para iniciar un nuevo viaje.
Le había salvado, a él,
a su familia, a sus amigos, a sus compañeros, a sus vecinos... así
hasta mencionar a la mitad de la región de Zelery. Pero entonces
¿por qué George sentía ese vacío en su interior? Estaba feliz de
haberles ayudado, pero no era una felicidad propia ¿era aquel el
sacrificio que una persona debía soportar para ayudar a todas las
demás? Si era así, estaría dispuesto a repetir aquella noche
tantas veces como fuesen necesarias.
Qué equivocado estaba.
La misma noche de aquel
día, descansando en una posada en mitad de la nada, en un sendero
que llevaba al sur, se dio cuenta del por qué del vacío. No era por
haber tenido que llevar a cabo tal acto deleznable ni por el
remordimiento de imaginar a la familia de Corleone recibiendo la
noticia de que había sido asesinado. El vacío que sentía el hombre
de nombre falso George Smith era porque, a pesar de que hubiese
salvado a mucha gente, nadie le salvaba a él de lo que sentía. Su
pasado había sido trágico hasta tal punto que pensó en quitarse la
vida, pero entonces recibió la ayuda de las dos personas más
importantes en su vida. La primera, su maestra, le salvó del
suicidio y le enseñó no solo cómo se manejaba un arma sino que le
dio un motivo de por qué blandirla; La segunda y más importante
aún, su mujer. Una persona que había pasado por hechos similares a
los suyos que, al igual que él, la llevaron hasta el extremo que una
persona podía aguantar pero también, al igual que él, sirvieron
para fortalecerla y darle un objetivo. Amaba todo de ella, sobre todo
su carácter, incluso después de que dicho carácter le llevase a
estar solo.
“No es más que un
malentendido” se decía siempre que se acordaba de lo sucedido. Así
era, un malentendido había llevado a que su mujer le abandonase y
ahora, totalmente solitario, recorría una senda en la que no
conseguía dar con ella y debía cargar él solo con el peso de sus
actos. Era doloroso, sí, pero al menos era eficaz en su trabajo y
podía hacerlo sin depender demasiado de otras personas, salvo para
tareas menores como la que le encomendó a Keled cuando le dijo que
quería ayudar.
Pero a partir de aquel
momento debía andarse aún con más cuidado, esta vez no estaría
contra el dueño asustadizo de una empresa que domina la mitad de una
pequeña región, sino contra algo de mucho mayor peso.
- Cuatro Astros... -. Se
acordó de lo que dijo Masacre.
Durante aquella noche,
después de entablillarse el brazo, se echó en la cama y empezó a
investigar los documentos de Corleone. Dichos documentos eran,
mayormente, cartas de esos tales “Astros”, donde le exigían
mayor eficacia a Corleone por la inversión que había conllevado
crear aquella empresa en Zelery.
- Corleone no era más que
una marioneta. No... no puede ser -. De pronto, George se sintió
como si se sumiera en un enorme abismo, él solo contra el peligro.
Si Corleone, alguien que había cambiado la vida de miles de
personas, era parte de algo mayor, aquellos tipos llamados Astros
debían de ser algo de talla más imponente, quizás a nivel mundial.
Conforme pasó aquella
noche confirmó toda su teoría, los Cuatro Astros se podían
calificar como los cuatro empresarios más importantes del mundo, que
tienen un poder adquisitivo colosal y, por tanto, la capacidad para
cambiar la vida de millones de personas. Encima, con aquel comentario
de Masacre se confirmaba prácticamente que tenían a George en el
punto de mira. Si tan peligrosos eran como para contratar a tipos
como aquel mastodonte hecho persona, debía asegurarse de trabajar
completamente solo, esta vez no podría alguien como Keled que le
ayudase, o quizás podría acabar secuestrado o muerto.
- Cuatro Astros... su
poder adquisitivo, sus dominios, mercenarios y quizás hasta
monstruos... todo eso, contra mi. Acepto el reto, os ajusticiaré de
la misma forma que a vuestra marioneta, por el bien de todos.
.
.
.
.
.
Semanas más tarde ya
había salido de la región de Zelery. En aquel momento, se encontraba
viajando hacia el sur, buscando algo de información de lugares donde
fuesen puntos de interés a nivel global, como las capitales de
algunos reinos. El medallón de Corleone no tenía nada de especial,
tan solo era una pequeña brújula que el hombre usaba para guardar
fotos individuales de sus hijas y mujer; sin embargo, entre las
llaves había una un tanto misteriosa, una llave que George creyó en
un principio que debía pertenecer a una cámara acorazada o algo
parecido en su casa. Pero al examinarla mejor pudo percatarse de que
bajo al capa dorada que recubría la llave habían una serie de
muescas grabadas en el metal, una combinación de números y letras que no
sabía a qué se podía referir.
Dejaría lo de la llave
para más adelante, ahora la prioridad se encontraba en recolectar
información sobre los Cuatro Astros, pero debía hacerlo con
sutileza, pues no era un termino que no todo el mundo conociese. En
varios pueblos tiró de unas cuantas monedas para entrar en contacto
con algunos rateros de baja calaña, que siempre solían ser los que
más rumores sabían detrás de lo “normal y corriente”. Incluso
para ellos el termino de Cuatro Astros era algo totalmente
desconocido para ellos. Sin duda, el camino se presentaba angosto y
lleno de espinas: no sabía la identidad de los Cuatro Astros, ni
dónde estaban, ni siquiera qué empresas estaban bajo su posesión.
Sin embargo, ellos sí que sabían quién era George Smith, sabían
lo que intentaba aquel hombre y, aparentemente, también sabían qué
movimientos llevaría a cabo, pues por algo dejaron a Masacre
cuidando de Corleone.
Pero los mercenarios no
serían tan solo el único peligro al que se enfrentaría. Los Cuatro
Astros hicieron su movimiento para intentar acorralar al asesino que
iba detrás de ellos.
- ¿”Se busca”, eh?
Semanas más tarde, se
encontraba en la región de los dominios de Burmecia. En un poblado
por el que andaba de paso se detuvo enfrente de la posada, que tenía
un mural para fijar carteles al lado de la puerta. En ella vio un
cartel donde ponían precio a su cabeza, una suma generosa para
acabar con el asesino en serie George Smith, que aparecía en el
cartel con su habitual máscara. Hasta ese momento había estado
acostumbrado a ser un hombre buscado, siempre considerado un criminal
peligroso y con una recompensa aceptable; pero con la suma actual que
habían considerado los Cuatro Astros, estos se aseguraban de que no
solo tendrían que enviar a sus propios hombres detrás de George
sino que muchos cazarrecompensas podrían hacerles el trabajo sucio
sin entrar en contacto con ellos.
- Pero... ¿sabíais,
Cuatro Astros, que cualquier movimiento que hicieseis ya sería
suficiente para tirar del hilo? -. Dijo para si mismo George,
recogiendo el cartel con una sonrisa de satisfacción. Había llegado
la hora de ponerse en marcha.
Pueblo de Cindris, una
pequeña localización en la bahía norte del Mar Argenteo, con
bastante turismo por dos razones: la primera, sus aguas limpias
convertían a Cindris en un gran punto para pasar unas tranquilas
vacaciones; la segunda, era un punto intermedio para viajar hacia
Burmecia, que quedaba al este. Los edificios se presentaban en una
temática casi homogénea, con fachada blanca con tejas marrones, todo en pendiente hasta el mar, donde los pequeños barcos
pesqueros salpicaban los muelles. Muelles que se extendían por todo
lo largo y ancho del poblado, salvo por un peñasco sobre el que se
alzaba el ayuntamiento del pueblo, conectado al pueblo mediante una
sinuosa escalinata blanca.
Durante cierta noche el
acalde, que acababa su jornada de trabajo, guardaba tranquilamente
sus documentos más importantes en el maletín, dispuesto a volver a
casa. Antes de irse, se giró para abrir la ventana que daba al mar y
poder fumar un puro tranquilo, pues a su mujer no le agradaba la idea
de que fumase en casa. Se lo puso en la boca y rebuscó en en su
traje de chaqueta en busca de un encendedor, hasta que una mano
apareció ante él con uno, dispuesto a encenderle el puro.
- Gracias -. Dijo él por
inercia y fue a acercarse para encenderlo, pero entonces se dio
cuenta de que lo que aquella mano no podía ser de nadie de su
personal; una mano en un guante de cuero seguido de una indumentaria
ceñida y oscura, con una larga capa -. ¿¡Qué... -. Fue lo único
que pudo decir y tampoco demasiado alto antes de que se diese cuenta
que de repente tenía una daga apuntándole directamente al cuello.
- Buenas noches, alcalde
-. Saludó George Smith al viejo alcalde. Este echó su cabeza hacia
atrás, temblando por la daga que tenía en su cuello, pero también
miró directamente a George, o mejor dicho, a la máscara que llevaba
puesta.
- Tú... yo... yo no sabía
que era contrabando ilegal ¡lo juro! -. Soltó con rapidez,
excusándose -. Si las tengo aquí resguardadas es por qué no sabía
qué hacer con ellas ¡pensé que se morirían!
- ¿De qué estás
hablando? -. Se extrañó George al ver lo que decía el alcalde. Le
visitó aquella noche con la intención de averiguar sobre el cartel
que había cogido en aquel pueblo y acababa de descubrir que el
alcalde tenía algo que ocultar -. Muy bien, siéntese, por favor.
Apartaré la daga de su cuello pero le advierto, tengo buena
puntería. Cualquier tontería y acabará clavada en su frente.
- De acuerdo... tranquilo
-. El alcalde hizo caso sin oponer resistencia alguna y sin intentar
nada extraño. Acabó sentándose en su silla del despacho con
bastante esfuerzo, quizás porque le temblaban las piernas.
- Gracias, alcalde... -.
George buscó la placa con el grabado del nombre del hombre -.
alcalde Drey Hyustang. Verás, había venido aquí por un motivo muy
distinto -. Diciendo aquello, puso enfrente del alcalde el cartel de
búsqueda de George -. Pero... tengo la manía de preocuparme por los
demás antes de que de mi mismo, así que me va a decir a qué se
refería con todo eso que me había dicho.
El rostro de Drey se
torció, mostrando una terrible angustia, descubriendo que se si
hubiese quedado callado quizás podría haber seguido en secreto
aquello que guardaba. Pero en aquel momento, suspirando
nerviosamente, se levantó y fue a una de sus estanterias.
- Por aquí...
Moviendo uno de sus libros
la estantería se movió en arco, dejando un hueco para entrar por la
parte trasera, que daba a una escalera que descendía en caracol.
- Usted primero -. Indicó
George.
Ambos bajaron lo que
debían de ser varios pisos en el ayuntamiento, quizás incluso se
encontrasen bajo tierra. A medida que se adentraban más en aquel
lugar, un murmullo lejano empezaba a llegar a los oídos de George,
como si al final de aquella escalera hubiese una reunión de muchas
personas o algo parecido.
- Como sea una trampa le
advierto de que soy más rápido que sus hombres, antes de que puedan
ayudarle ya estaría muerto -. Amenazó con desconfianza, una virtud
quizás un tanto excesiva en George.
- No se preocupe, del
pueblo nadie sabe que existe un lugar así.
Cuando por fin terminó la
escalera, George se quedó sin habla. Estaban en una habitación
rectangular, como un pasillo gigante, y a ambos lados de este habían
una serie de jaulas empotradas en la pared, unas encimas de otras,
con todo tipo de criaturas internadas en ella. Algunas eran
variedades exóticas de animales, que a lo sumo tenían un cuenco
para la comida y otro para el agua; pero a George le dio un vuelco al
corazón por la rabia cuando vio también a ciertas razas humanoides
en jaulas más grandes, como duendes, dríadas o ninfas. En general,
todas las criaturas estaban casi sin energías, cabizbajas,
deterioradas por la falta de movimiento o de luz del sol.
- ¿Qué... es... esto? -.
Preguntó George con un tono que avisaba que estaba a punto de
estallar de ira.
- Yo... ¡ya le he dicho!
No sabía qué hacer con ellas así que las tengo aquí, para que no
mueran las cuido -. Su voz temblaba a la vez que su frente se
empapaba de sudor.
- O quizás... es usted un
enfermo que disfruta coleccionando toda clase de razas extravagantes
de todo el mundo...
- Yo... yo no...
George pudo percatarse de
que al fondo había algo parecido a un archivador, cogió del cuello
a Drey, que emitió un pequeño grito agudo, y lo llevó hasta el
archivo. Sacó el cajón con tanta fuerza que lo tiró al suelo y
empezó a rebuscar en él. Desde luego, para no darse cuenta de que
era contrabando ilegal, el alcalde tenía archivados no uno, sino
muchos resguardos de compra a lo que probablemente serían
contrabandistas extranjeros. Pero la gota que colmó el vaso fue
cuando leyó una carta que le envió un cazador a Drey en la que
decía que le debía una por lo costoso que había sido capturar a la
cría de centauro después de que la manada se le echase encima,
habiendo tenido por tanto que acabar con todos ellos.
- Con que usted no sabía
¿eh? Con que usted tan solo quería cuidarlas para que no se
muriesen...
- Yo... yo no... ¿Qué
está haciendo? Por favor... ¡Por favooor!
.
.
.
.
.
Al final, no había
descubierto nada sobre los Cuatro Astros, aunque tampoco parecía
importarle demasiado en ese momento. Abandonó el poblado de Cindris,
continuando el sendero hacia el este, todo con una sensación de asco
encima. Sentía que, fuese adonde fuese, tan solo había corrupción
en los altos cargos de poder; gente que hacía sufrir a otros solo
para su beneficio propio. La intención de George era la de presionar
al alcalde para que le diese información sobre de dónde provenía la
orden de colocar los carteles en el poblado para poder tirar del
hilo poco a poco. Pero acabó convirtiéndose en un acto de destapar
algo despreciable y que, de no ser por él, quizás nunca se hubiese
sabido ¿Cuántos más habrían así, con secretos tan sucios ocultos? George se sentía como algo minúsculo, impotente por no
poder dar a basto con todo él solo.
De repente, un leve ruido
obligó a George a abandonar sus pensamientos y volver a la realidad.
Se encontraba caminando por el sendero hacia la siguiente ciudad,
Cañón Meteoro. Estaba rodeado de árboles, pues el sendero
atravesaba un pequeño bosque, pero aquel sonido parecía venir de
justo atrás ¿se habrían dado cuenta de lo sucedido en Cindris y le
estaban siguiendo? Imposible con el poco tiempo que había pasado,
pero entonces ¿qué era aquello?
- ¿Quién anda ahí? -.
Incapaz de ver bien debido a la oscuridad de la noche, George no tuvo
más remedio que preguntar y esperar a ver si obtenía respuesta
alguna. Pero lo que vio casi le deja sin palabras; de la nada,
enfrente suya, surgió una figura humanoide diminuta y levemente
brillante, que volaba gracias a unas translucidas alas.
- ¡Hola! -. Saludó lo
que parecía ser una chica por su voz y apariencia, aunque George no
había visto nada igual en su vida. De entre todas las cosas, también
le sorprendía la capacidad de aquel ser para no estar preocupado o
asustado de que un tipo sospechoso estuviese con las armas
desenvainadas y alerta.
- ¿Qué eres tú?
- Querrás decir QUIÉN
soy yo, jum -. Pareció ofenderse, cerrando los ojos y desviando la
cabeza ligeramente hacia un lado. A pesar de que parecía una
criatura sin malas intenciones, George seguía desconfiando y miró
hacía ambos lados -. ¡Oye, que sigo aquí!
- Per... perdón, es
que... nunca había visto a nadie de tu especie.
- Ainsss... ¡soy un hada!
Haaa... daaaa... -. Pronunció lentamente, tomando a George por
tonto.
- ¿Y qué hace aquí,
señorita hada?
- ¡De señorita hada
nada! Soy Lulu, encantada.
- Bien ¿qué haces aquí,
Lulu?
- Seguir a mi salvador -.
Lulu se llevó las manos cerradas a la boca y sus ojos se pusieron
vidriosos, todo como gesto de alegría.
- ¿Eh? -. Pocas veces
había estado George tan confuso en su vida como aquella vez. No
entendía qué sucedía y mucho menos era consciente de que había
una raza conocida como las hadas.
- ¡Mi salvador, o sea,
túuuu! -. Lulu le señaló con el dedo y revoloteó por alrededor de
George con aquel gesto, al ver que este seguía descolocado, siguió
explicando -. En la habitación con muchas criaturas, tú nos
liberaste a todos.
- Pero... -. Ya sabía a
qué se refería el hada, pero George estaba seguro de algo -. Tú no
estaba entre esas criaturas, estoy seguro de ello.
- ¡Ja! Eso es porque...
-. Lulu chasqueó los dedos y de repente desapareció en la nada. Al
desaparecer también el leve brillo que la acompañaba, a George le
costó acostumbrarse de nuevo a la oscuridad del entorno, de manera
que parpadeó varias veces. Tal y como desapareció, Lulu volvió a
aparecer de la nada -. Escuchaba mucho jaleo así que me oculté,
pero en cuanto vi como abrías todas la celdas... ¿no te preguntaste
por qué el mecanismo abría también aquella cajita pequeña?
- Simplemente pensé que
estaba vacía, era lo más lógico de pensar de hecho. Bueno, me
alegro de haberte ayudado, señorita Lulu, ahora debo proseguir mi
camino -. George se dio media vuelta y continuó por el camino, pero
seguía escuchando el revoloteo de las alas cerca suya -. ¿Me estás
siguiendo?
- No tengo adonde ir y tú
me has salvado ¡déjame acompañarte en tu viaje! -. Exclamó ella
con emoción.
- Me niego -. Soltó
George de repente y tal y como vino la motivación de Lulu, se esfumó
de la misma forma -. El viaje que hago yo no es precisamente seguro.
Además, prefiero ir solo.
- ¿¡Por quéeeee... -.
Se fue a quejar ella.
- Lo siento, es lo mejor
para ti -. Aseguró George.
.
.
.
.
.
En Cañón Meteoro, George
descubrió algo bastante interesante: un tipo excéntrico estaba
dispuesto a edificar una ciudad de la nada. Por lo que se decía por
allí, el tipo tenía una fortuna inmensa y quería crear un reino
desde la nada. Con todo el foco puesto sobre él, George tenía que
encontrar la forma de acercarse a un tipo tan importante sin levantar
sospechas. Entonces, entre toda la información que obtuvo, estaba el
hecho de que aquel tipo buscaba arquitectos para la edificación de
la ciudad. Aquella era su oportunidad, George se haría pasar por
arquitecto e incluso podría diseñar el sistema de ventilación a su
favor para facilitarle luego el trabajo. Lo único que no podría
presentarse con su nombre falso de siempre, debido a los carteles,
así que se inventó uno nuevo: Rezjorvaiyan. Pagó a unos cuantos
tipos para que corriesen la voz hacia el sur de que un arquitecto muy
famoso llamado así andaba cerca, así podría conseguir llamar la
atención de aquel hombre. Si sus sospechas eran ciertas, aquel tipo
no era más que otra marioneta de los Cuatro Astros para controlar
otra región más. Pensó incluso que podría ser una trampa de ellos
para que picase el anzuelo y pudiesen capturarle, pero si quería
avanzar debía arriesgarse un mínimo.
Pospuso, por tanto, su
viaje a Burmecia, pues ahora viajaría hacia el sur. La ciudad que
emergería de la nada se llamaba Ciudad de la Luz, un nombre que
George encontraba ridículo, hasta que se enteró del nombre de aquel
supuesto rey ricachón que le contrataría: Rey Humildad. Después de
tantos preparativos organizados en Cañón Meteoro, sentía aún con
mayor firmeza que aquello debía de ser una trampa y no una muy buena
de hecho, pues aquel nombre seguía rechinando en su mente conformen
pasaban los días.
Al final, se aferró a lo
que ocurrió, consiguió el trabajo. El arquitecto Rezjorvaiyan sería
el encargado de dibujar los planos de la Ciudad de la Luz. En cuanto
recibió la noticia, se preparó para partir aquel mismo día. Pero
de camino al mercado para comprar algunas provisiones en su travesía
al sur...
- Qué pereza de
raciones... a la mierda, voy a comprar algo de carne para los
primeros días de viaje -. Se dijo a si mismo -. Y algo dulce
también, quizás un past...
George se quedó en
silencio al mismo tiempo que muchas personas de allí entonaban
sonoros gritos de asombro. Un tipo enorme apartaba a toda la
concurrencia de personas que paseaban por el mercado al mismo tiempo que
desenvainaba un enorme machete que George reconoció muy bien. Con un
movimiento horizontal, Masacre estuvo dispuesto partir a George en
dos, pero este no solo se tiró al suelo para esquivar la acometida,
sino que lo hizo empujando a un hombre inocente que tenía a su lado
y que iba a ser víctima colateral del ataque de Masacre. Tan pronto
como eso ocurrió, el grito general se hizo más latente, las
personas se alejaban corriendo y llamando a la guardia.
- Sabía que nos
volveríamos a ver... -. Sonrió George, pero de pronto su sonrisa se
detuvo. Si Masacre estaba confrontándole allí sin problemas,
significaba que conocían su verdadero rostro. No podría luchar
contra él así o quizás se arriesgaba a exponerse más aún a todos
aquellos que le buscaban -. Lo siento, pero no tengo tiempo para ti
en este momento.
Como era obvio, Masacre no
iba a dejar que se fuese así como así. Empezó a acometer con su
machete en movimientos bastantes rápidos para el tamaño que tenía.
George retrocedió rodando hacía atrás para esquivarlos, pues no
había margen en la forma de atacar de Masacre en poder esquivarle
rodando hacia un lado.
- Eres más rápido que la
otra vez...
George se acercó a un
callejón para poder huir por ahí, pero una vez más fue
sorprendido por la velocidad inhumana de Masacre, quien apareció en
su lado. George, totalmente descolocado, se temía lo peor, pero lo
que recibió fue tan solo un golpe con la palma de la mano del enorme
tipo. Fue doloroso, sí, pero pudo aguantarlo sin problemas y debido
a dicho ataque, el hueco que había dejado libre Masacre en su
defensa era la oportunidad perfecta para escapar. George por fin pudo
rodar a su lado y acabó frente a la fachada de un puesto de venta de
frutas. Escuchó la risotada de Masacre, pensando que se encontraba
acorralado, pero su acometida impactó en la entrada del local, pues
George había escalado con una agilidad pasmosa hasta acabar en el
techo del edificio.
- Hasta otra.
Corriendo como nunca había corrido antes en su vida, fue de tejado en tejado, bajó ayudándose
de las escaleras exteriores traseras de uno de los edificios hasta
acabar en un callejón, recorrió al menos cinco calles más hasta
camuflarse entre las personas que, por aquella parte de la ciudad,
estaban tranquilas. Ahora George se encontraba casi en las afueras,
entre un vecindario de casas y un enorme parque. Se recompuso y
relajó su respiración, agitada por todo lo que había recorrido en
tan poco tiempo, dispuesto a abandonar la ciudad de una vez por
todas.
- ¡Mira, mamá, qué
persona tan grande! -. El asombro de aquel niño fue el detonante
para que un George que no daba crédito pudiese esquivar aquel
ataque.
De nuevo se extendió un
grito general de terror entre los habitantes que caminaban por allí.
Ahora, Masacre no cesó en ningún momento su ataque hasta que George
trepó el pequeño muro de ladrillos que delimitaba el parque. De un
poderoso golpe, el muro acabó hecho añicos por la misma parte por
la que había aparecido Masacre para seguirle.
- ¿Cómo cojones has
aparecido tan rápido? -. George sentía incluso miedo; un miedo que
se apoderaba poco a poco de él y le hacía sentirse completamente
indefenso. Todo por estar frente a un enemigo de gran poder físico,
que conocía su cara y sabía dónde se encontraba en todo momento.
- Este es tu final -.
Masacre llevó su mano libre al interior de la gabardina. Al mismo
tiempo que se quitaba dicha indumentaria, quedándose tan solo con
una armadura de piel gruesa junto con unos pantalones y unas grandes
botas, sacaba y empuñaba tres armas más junto con su machete: una
larga cadena de hierro, una espada y un hacha doble, todo adaptado a
la par que su tamaño -. Tus patéticas dagas no podrán hacer
nada...
¿Y yo pensaba luchar
contra los Cuatro Astros? -. Pensó
George con un mar de dudas aflorando en su piel -. No tengo
nada que hacer contra uno solo de sus hombres ¿qué pasará cuando
vengan numerosos cazarrecompensas? No puedo hacerlo... no puedo yo
solo contra ellos...
Una
vez en rango de ataque, Masacre alzó tanto su espada como su
machete, ambos en los brazos superiores, dispuesto a acabar con un
paralizado George.
- ¡No
puedes rendirte! -. De la nada, George vio como enfrente de él
aparecía Lulu. Se quedó mirándola sin comprender de nuevo qué
estaba ocurriendo ¿le había seguido hasta aquella ciudad? -.
¡Enfréntate a él!
Alzando
el rostro, vio a cámara lenta como las armas descendían para acabar
el trabajo de Mascre. La fuerza del doble golpe fue tan alta que
hasta reventó el cesped del parque y levantó una nube de polvo.
Masacre se quedó observando el lugar del impacto, esperando ver como
sus armas estaban manchadas de sangre, pero lo único que vio cuando
el polvo se despejó fue como estas habían impactado tan solo en el
suelo.
- ¿Se
puede saber qué intentabas poniéndote al lado mía en un momento
así? -. Metros más allá se encontraba George, que había agarrado
a Lulu para salvarla de todo aquello. Sin embargo, aquella pregunta
que realizó no fue a modo de reprimenda, sino que por su entonación
parecía un agradecimiento hacia el hada por haberle despejado las
dudas -. Quédate aquí, por favor -. Le pidió, soltándola de la
mano.
George
se giró para encarar a Masacre, odiándose a si mismo por haber
tenido aquellos momentos de duda por todo lo que no parecía
comprender ¿rendirse solo porque es superado en conceptos que no
entiende? No, no podía permitirse algo así. Se había marcado como
meta un objetivo de bastante importancia para muchas personas que
debía salvar, no podía permitir que el miedo le paralizase a la
primera de cambio. Si aquel tipo usaba algún tipo de magia extraña
para dar con él, descubriría cómo funcionaba y, por tanto, cómo
contrarrestarla. Pero eso vendría después porque ahora, George
Smith debía poner en practica sus dominios de combate para derribar
a aquella bestia.
- Será
mejor que te prepares, esta vez no tienes enfrente tuya a alguien que
tiene prisa por salir a un balcón o a alguien que quiere huir de ti.
Esta vez, tú eres... -. George sacó una única daga, que tenía
enfundada en la parte trasera de su cinturón y la lanzó al aire;
todo para tener libres las manos y así poder colocarse una bola
envuelta en papel negro en la mano derecha y una piedra porosa en la
izquierda -. ¡Mi presa! -. Terminó diciendo, justo antes de recoger
con la boca la daga que había lanzado.
-
Interesante... muy interesante, asesino de nombre encubierto George
Smith. No esperaba menos de alguien que es temido por los Cuatro
Astros -. Masacre volvió a alzar los brazos superiores, colocándose
en guardia con sus cuatro enormes armas -. ¡Adelante, muéstrame de
qué eres capaz, asesino en serie!
Tanto
George como Masacre cargaron el uno contra el otro. En cuanto el
grandullón estuvo a rango para poder alcanzar a su enemigo, George
saltó, pasando con una voltereta cerca del hombro de Masacre, y
esquivó casi sin problemas el ataque.
-
¡Alaaa, qué rápido! -. Se asombró Lulu al ver la agilidad de
George.
- ¡No
es suficiente! -. Aunque no tan rápido, Masacre también demostró
poseer una gran agilidad, girándose y reaccionando perfectamente al
movimiento de su enemigo. Lo hizo agitando su cadena, efectuando un
arco horizontal con ella, pero cuando se dio cuenta no pudo ver a
George -. ¿¡Qué!?
El
lugar por el que había pasado la cadena se había llenado de humo
negro y Masacre era incapaz de ver dónde estaba su enemigo. Cogió
algo de distancia con respecto al humo y se quedó esperando para ver
por dónde aparecía George esta vez. Lo que el enorme tipo no se
esperaba era escuchar un ruido agudo desde arriba, justo detrás
suya. Parecía como un grito desmedido y en aumento.
-
¡Otra vez en mi espalda! ¿¡Pero cuándo!? -. Masacre hizo ademán
para volver a girarse, pero lo que su machete alcanzó fue una piedra
-. ¿¡Qué es esto!?
- La
lanzó cuando dio la voltereta -. Se dio cuenta Lulu desde lo lejos.
Con su
rival completamente descolocado, George dejó caer la daga de su boca
y la recogió con ambas manos. Salió del humo con una acometida
decidida, sorprendiendo una vez más a Masacre, que se intentaba
recomponer una vez más para encarar a su enemigo.
- ¡No
podrás hacerme nada con esa daga! -. Los cuatro brazos agitaron sus
armas, dispuestas a atrapar a George, pero este llegaba mucho antes
para acertar su ataque.
-
Je... esto no es una daga -. El cruce entre ambos se produjo y George
acabó en la espalda de Masacre, mirando al lado opuesto de donde
estaba mirando el grandullón. Se quedó con una rodilla clavada
después de la voltereta que dio justo después del ataque, pero no
llevaba daga alguna, sino un espadón de tamaño descomunal para lo
que era el tamaño del cuerpo de George.
Un enorme chorro de sangre
salpicó el césped. El tajo que había efectuado George con aquella
espada había alcanzado parte del torso de Masacre, y lo que era peor
aún, le había cercenado por completo uno de sus brazos inferiores.
El miembro amputado cayó al suelo haciendo un gran ruido debido a su
peso, pero no fue nada en comparación con el ruido del grito de
dolor de Masacre.
- Se acabó, no podrás
moverte tan bien como antes con esa herida en tu torso... además de
que te estás desangrando por haber perdido tu brazo -. Explicó
George, girándose para encarar a Masacre mientras se apoyaba su
enorme espadón en el hombro.
- ¡Increíble! -. Metros
más allá, se escuchaban los leves sonidos de aplauso de Lulu, que
había quedado maravillada por el plan que había elaborado George
para realizar un impacto crítico a aquel tipo.
- ¡Túuuu... ¡¡TÚUUUU!!
-. El grito aún no cesaba, Masacre parecía fuera de sí debido al
dolor y a la rabia -. ¡ESTO... ESTO NO HA ACABADO AÚN!
George no podía
creerlo... con tan solo un gesto en las manos de Masacre, que había
soltado tanto su machete como su espada, la herida dejó de sangrar.
De alguna forma, su silueta se empezó a bañar con un aura
sobrenatural de color roja.
- ¡Pensar que tengo que
ponerme medianamente serio! ¡En fin, te lo has ganado, toma esto! -.
Llevando hasta el extremo aquella concentración de aura, su piel
parecía tornarse también de un color rojizo oscuro, hasta que
colocó una mano en el suelo y pronunció -. ¡Masacre tectónica!
El suelo, los árboles,
las casas cercanas al parque... todo tembló de manera exagerada,
como si algo peor que un terremoto estuviese sucediendo allí. Era
demasiado para quedarse a la altura del suelo, pues George veía como
el terreno se agrietaba con oscuros y profundos surcos, al mismo
tiempo que gran parte de este se hundía; así que no tuvo más
remedio que trepar los árboles y saltar entre las copas de estos, el
muro del parque y lo que quedaba de los edificios que se habían
hundido o derrumbado. Pero en el aire, notó un enorme latigazo
reventarle el brazo izquierdo, cuyo dolor fue tal que cayó malamente
al suelo. Masacre había aprovechado que George no podía maniobrar
en el aire para impactar con su cadena en él. Este se levantó,
agarrando el espadón con sumo esfuerzo con su mano derecha, pues no
estaba pensado para ser empuñado con la fuerza de un solo brazo. Por
arte de magia, la hoja redujo su tamaño hasta casi la mitad para así
poder usarla como una espada con su mano derecha. A pesar de que el
dolor del brazo resonaba en su cabeza en oleadas intermitentes que
casi le llevaban a desmayarse, no se rindió. Se aprovechó de los
escombros para acercarse a Masacre sin que este lo viese y clavó su
espada en su cuello, o al menos esa fue su intención.
- He notado un leve
pinchazo... -. Se quejó él, sonriendo y dándose la vuelta ante un
jadeante George.
Parecía que el color que
había adquirido su piel no era tan solo adorno, sino que le sirvió
como una dura capa protectora que evitó que George pudiese herirle
una vez más. Con su enorme puño, Masacre impactó esta vez en el
abdomen de George, mandándolo a volar varios metros por el aire a la
par que soltaba una gran flema de sangre por su boca.
- Este es el fin -.
Masacre se aproximó hasta estar al lado de un indefenso George, que
ni siquiera podía levantarse. El terreno seguía temblando y
generando grietas, pero al grandullón no parecía importarle ya.
Tenía frente a sí al objetivo de su encargo y estaba dispuesto a
terminar el trabajo.
Parecía que sí, que era
el fin. George cerró los ojos, esperando el golpe con el que iba a
ser ejecutado.
Pero nunca llegó.
Abrió los ojos,
desconcertado. Masacre estaba tambaleándose levemente, hasta que
cerró sus ojos y cayó de espaldas al suelo, que debido a la
fracturación tectónica de antes, no pudo soportar el impacto de
algo así cayendo de repente, desplomándose aquella parte de roca
hasta que todo cayó por una de las grietas cercanas.
- ¿Qué ha... -. George
no terminó la frase, pues ya tenía respuesta aunque no podía
creerlo. Al lado de Masacre se encontraba Lulu, que había sacado un
arco de su tamaño que apuntaba hasta donde hace unos segundos estaba
Masacre -. Tú... ¿has hecho... esto?
- S... sí... no estaba
segura pero... ¡ay, qué miedo he pasado!
- Me has salvado... por
segunda vez -. George intentó reincorporarse como pudo, pues debía
tener varias costillas rotas.
- ¿Segunda? Tú me
salvaste una vez, así que... ¡me debes tú una ahora! -. Dijo
despreocupadamente, como si todo lo que acabase de ocurrir fuese algo
nimio para ella.
- Tienes razón... ¿qué
te parece...
- ¡Me dejarás ir
contigo! -. Interrumpió ella.
- Es lo que iba a decir.
- ¡BIEEEEN!
George había quedado
totalmente convencido. Puede que no tuviese que soportar él solo el
peso de lidiar con una carga tan complicada, sino que podría
compartirlo con Lulu. Era irónico pensar cómo alguien tan pequeña había demostrado y significado tanto para la personalidad de George
Smith recientemente.
- Vámonos, George -. Dijo
Lulu cuando vio que se acercaban guardias a todo el estropicio que
Masacre había hecho. George se levantó y, andando como podía,
caminó hacia el exterior de la ciudad.
- No me llamo George Smith
-. Había pasado mucho tiempo desde que pronunciaría su nombre
verdadero a alguien, pero por todo lo que había hecho Lulu, se
merecía la completa sinceridad -. Me llamo Baleny Trenler.
Un aplauso.
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