8 dic 2017

Una responsabilidad obligada

- ¡Cogedlo! -. Se escuchaba gritar a un par de personas que iban apresuradamente, haciendo bastante ruido por el tintineo de sus armaduras metálicas, junto con los ladridos de perros de caza.



Unas extrañas y potentes lámparas de aceite se encendieron en las paredes de la mansión, iluminando todo el ancho del patio; arbustos recortados con formas de animales y bestias, el enorme cenador junto a la piscina y el suelo de cerámica con tumbonas, incluso un pequeño laberinto junto a un bosque al fondo... Todo aquello fue iluminado y por esas distintas zonas patrullaban con urgencia los guardias, buscando a alguien que había hecho saltar la alarma. 

- ¿¡Dónde está!? -. Preguntaban algunos, desesperados.

- ¡Había saltado la alarma junto al laberinto, debe estar por aquí!

- ¿¡Quizás dentro!?

- ¡No lo se, pero como el señor Corleone se entere de que estamos tardando nos despide!

- ¡Vamos, vamos!

- Novatos... -. Susurró alguien que estaba escuchando todo aquel alboroto de los guardias del patio, todo desde el interior de la mansión -. La distracción ha sido todo un éxito, Keled.

Aquel sujeto había aprovechado la alarma mágica que había hecho saltar su socio para acercarse por la otra parte de la mansión. Fue una tarea complicada, pues la cara posterior del edificio estaba pegada a un acantilado en la costa. Escalar tanto la húmeda superficie rocosa como la lisa pared blanca le llevó bastante tiempo, al fin y al cabo había estado un tiempo desentrenado de aquel tipo de tareas. Pero una vez llegó al tejado, se deshizo de un par de guardias que vigilaban desde allí, con cuidado de que no lo viese alguien del interior a través de la cristalera de la galería que había en el centro, y se acercó hasta los conductos de ventilación para adentrarse en las plantas superiores. Después de ver cómo la distracción había dividido a los guardias contratados por Corleone, aquel sujeto desenvainó su daga y la sostuvo con la mano izquierda, al mismo tiempo que cargaba un virote en una ballesta de mano, que sostuvo en la derecha. Avanzó apuntando al frente por los pasillos de la mansión, anchos corredores llenos de cuadros del propio señor Corleone; un tipo bajo y rechoncho con una prominente calva el centro de su pelo rizado negro.

Se trataba del presidente de una corporación que ocupaba la mitad de la región de Zelery, en su mayor parte formada de obreros que vivían en una situación precaria pero que no tenían otro lugar en el que trabajar debido al monopolio de Corleone. Pero aquel no era el único delito de su empresa; a eso también se le sumaban actos despreciables como esclavitud, mano de obra infantil, extorsión a los pequeños comercios para que cerrasen o se uniesen a su empresa, y soborno a las fuerzas de la autoridad de municipios locales para que hiciesen la vista gorda o incluso se pusiesen de su lado para controlar las directrices de los ayuntamientos.

Después de varios años teniendo una gran vida a costa de la de los demás, un asesino llamado George Smith se colocaba la famosa máscara por la que lo buscaban en los distintos carteles de las ciudades y poblados del mundo. Ya en su interior, George había dado con el despacho principal de Corleone, el cual estaba abarrotado de guardias que iban y venían para informar de la situación y recibir las reprimendas furiosas de su jefe por no haber dado todavía con el culpable. De pronto, esos guardias escucharon un extraño silbido que rápidamente se transformó en un estruendo que les confundió por completo. Todos ellos observaron como una piedra porosa rebotaba en los peldaños de las escaleras que iban hacía abajo, una piedra que había sido la responsable de aquel ruido.
Antes de que pudiesen reaccionar y darse cuenta de la distracción, la figura encapuchada y enmascarada de George Smith se abalanzaba hacia ellos con su daga en alto. Lo que pudo hacer el primero de ellos, completamente descolocado por aquella situación, fue gritar antes de que la daga se le clavase a través del hueco de la armadura del cuello. El resto, unos cuatro soldados más, intentaron abalanzarse contra el asesino al mismo tiempo que al fondo del pasillo, un pálido Corleone cerraba las puertas de su despacho. George alzó su ballesta y disparó a la pierna del más cercano, desequilibrándole y provocando que chocara y obstaculizara a sus compañeros cargando detrás de él. Aprovechó aquello para recoger su daga y apresar al soldado herido en la pierna. Con él de rehén, sus compañeros dudaron el tiempo suficiente para que George llevase la ballesta de mano a su un pequeña caja semiabierta en su cinturón, tensó la cuerda desplazando el arma hacia abajo y de la caja surgió el siguiente virote, cargado. Acto seguido, le dio una patada su rehén para que volviese a tropezar con el otro guardia, disparó a otro más, esta vez acertando en la visera del yelmo y arrojó su daga al que quedaba libre. Los dos guardias que habían tropezado eran los que quedaban. George cogió la espada de uno de los guardias muertos y tras una pequeña resistencia con las espadas de los otros dos, ágilmente pasó a través de ellos y los ensartó en un doble ataque letal.

- Buenas noches, señor Corleone -. La puerta cerrada no era problema para George, que abrió con sus ganzúas tranquilamente a pesar de que escuchaba cómo se acercaban más guardias desde abajo. Una vez abierta, pasó al despacho y no solamente cerró la puerta sino que cogió el asta de una bandera con el logo de la empresa de Corleone y lo colocó atravesando ambos picaportes -. Si querías evitar que entrase, deberías haber hecho lo que acabo de hacer.

En el interior del despacho, a simple vista, no había nadie aunque George no tardó en descubrir dónde se encontraba Corleone. Despavorido, se había escondido debajo de su mesa y sollozaba implorando por su vida.

- Supongo que el pánico te ha llevado a no pensar en colocar el asta de tu bandera para frenarme... Pensé que eras más frío y calculador -. George sacó a Corleone de su escondrijo y lo estampó contra la superficie de la mesa.

- Aaaah... ¡Déjame vivir, te daré todo el oro que quieras! -. Seguía implorando él, enseñando las joyas incrustadas en los anillos de oro de sus manos.

- ¿Crees que algo así va a hacer que me deten... -. Sin embargo, George se percató de algo extraño en los ojos de Corleone. Aunque seguía teniendo la misma mirada asustada, sus ojos se desviaron por una milésima de segundo hacia su izquierda.

Aquel pequeño detalle hizo que George Smith no muriese, esquivando en el último segundo una estocada que iba directa hacía su cuello. Corleone, con más gritos y sollozos, huyó por la puerta de su despacho hacia el balcón. La estocada que esquivó George estuvo acompañada de un intento de golpe del antebrazo de aquel sujeto para derribarlo. Por suerte, pudo rodar en el suelo hacia atrás para esquivarlo y tomar distancia.

- No he sentido su presencia...

Enfrente de él se hallaba un tipo enorme, medía casi el doble de estatura que George y, al menos, el doble de ancho en cuanto a corpulencia y musculatura. George estaba descolocado mentalmente ¿Cómo no había sentido su presencia con lo grande que era? Con ese tamaño no habría tenido la posibilidad de esconderse en ningún lado y tampoco podría caber por ningún conducto de ventilación. La confusión le duró un instante, más por obligación que por tranquilidad, pues aquel enorme tipo volvió a intentar atacarle. George pudo esquivarlo a tiempo, agachándose y rodando de nuevo, esta vez hacia un lateral. Se fijó entonces en el arma, por la forma parecía un machete aunque era varias veces más grande, asemejándose más a una larga espada. Tras el ataque fallido, el machete había quedado clavado en la madera de una de las estanterías de la habitación, que quedó reducida a unas tablas sueltas que se acababan de desplomar por el impacto. Pero desde aquel ángulo, lo que más le impresionó a George no fue la fuerza desmedida del tipo, sino su fisiología; tenía cuatro brazos. Al principio no se había dado cuenta porque vestía una larga gabardina negras con tan solo dos mangas, pero debajo de esta ahora estaban los otros dos brazos que había sacado para terminar de reventar la estantería y así poder seguir usando su machete. Girándose hacia George, emitió un leve rugido mientras alzaba la cabeza para mostrar algo de frustración y rabia. Gracias a la iluminación de la lámpara del despacho de Corleone y a que aquel tipo había alzado el rostro, este ahora se podía ver mejor debajo del sombrero negro que llevaba. Por encima de una abundante y negra barba había una cara un tanto salpicada por las arrugas, pero sobre todo, por una cicatriz vertical en su ojo derecho que iba desde la barba hasta la frente. En dicho ojo tenía un parche pero este estaba acompañado de algo parecido a un sistema de lentes con distintos aumentos. Su otro ojo, sano y de color verde levemente brillante, le miraba con sumo desprecio y odio.

- ¿Qué cojones eres tú? -. Le preguntó George, asombrado aún por el número excedente de extremidades.

No recibió respuesta alguna, al menos no en forma de diálogo, pues lo que sí recibió fue otro intento de ataque por parte de su enemigo. George tenía detrás suya la mesa del despacho de Corleone, que la usó para rodar por encima y esquivar nuevamente la acometida. Al mismo tiempo, escuchó desde el balcón gritar a Corleone, estaba dando indicaciones a su guardia para que volviesen a la mansión cuanto antes.

- Tsche... no tengo mucho tiempo más que perder -. Mencionó George mirando de reojo la salida hacia el balcón. Pensó que quizás si aquel tipo le impactaba una vez sería su fin, pero al mismo tiempo parecía bastante lento y torpe, como podía observar en ese momento cuando su fallido golpe había provocado que su machete se clavase en la mesa, destrozándola, y ahora le costase sacarlo.

Usó ese instante para ser él quien fuese esta vez al ataque. Haciendo uso de su agilidad, se apoyó en el machete clavado para saltar y propinarle una patada en su cara. George había aprovechado que aquel tipo estaba tirando de su arma hacia atrás, la inercia de su cuerpo por la fuerza que él mismo estaba ejerciendo se convirtió en un obstáculo cuando recibió esa patada, llevándole a caer torpemente en el suelo. Ahora era su oportunidad, empuñando con firmeza ambas dagas, George continuó hacia el frente para alcanzar el cuello de su enemigo y poner fin a aquello. Pero en lugar de poder acercarse, algo “de la nada” golpeó con una desmedida contundencia en la parte derecha de George, mandándole a volar por detrás de la mesa del despacho de Corleone, estrellándose con el segundo asta de bandera y con la estantería, que acabó hecha añicos y cayendo encima de él. Entre los pedazos de madera de la mesa, de la estantería y la montaña de libros, toda aquella zona cerca de la salida al balcón se había convertido en un amasijo de restos. George se recompuso como pudo, aunque notó cuando fue a mover su brazo derecho un latigazo de dolor; lo tenía fracturado en varios puntos de este. Pudo ver desde debajo de las tablas y los libros como aquel sujeto se levantaba.

- Así que cuando quieres sí que puedes ser rápido, hijo de puta... -. Susurró George, lamentándose con una falsa sonrisa.

- Hora de acabar el trabajo -. Por primera vez, aquel tipo habló y lo hizo con una voz áspera y monótona, como si todo aquello fuese lo normal para él.

Aunque la zona afectada de George era principalmente el brazo, le costaba moverse en general debido al aturdimiento después de haber salido volando varios metros y haberse dado con la espalda y la cabeza en la estantería.

- ¡Venid y apoyad a Masacre, malditos ineptos! ¡¡RÁPIDO JODER!! -. Se escuchaba gritar a Corleone, aún sumido en el pánico. George sonrió aún más, preguntándose como un tipo de tanto poder adquisitivo podía ser tan cobarde. Desde luego, si Corleone viese en el estado en el que se encontraba él ahora mismo no estaría tan aterrado.

Se escucharon los firmes pasos de aquel tipo que ahora sabía que se llamaba Masacre, se acercaba hasta la montaña de madera y libros para acabar el trabajo. Aunque antes, quizás por desconfianza o quizás por todo lo contrario, se molestó en coger su machete que seguía clavado en los restos de la mesa, entre George y él. Entonces, una daga salió arrojada desde entre los libros, clavándose en el abdomen de Masacre. Este llevó varios de sus brazos tanto a la cabeza como al pecho, para cubrirse los puntos vitales, pero las apartó con un gesto de desdén, mirando la daga clavada apenas de manera superficial.

- ¿Esto es todo lo que puede hacer un asesino tan famoso?

- Tener que arrojar una daga... con la zurda, desde aquí dentro y después de todo este impacto... No es fácil ¿sabes? -. Pensó George, sonriendo.

- Y pensar que los Cuatro Astros te consideran una amenaza... Patético -. Diciendo esto, se quitó la daga del abdomen y comenzó a caminar para terminar el trabajo. Pero en cuanto subió su pierna izquierda para pasar por encima de los restos de la mesa de Corleone...


- ¿¡Y qué te parece esto!? -. Gritó George al mismo tiempo que salía y se tiraba al suelo, deslizándose por este con su pierna por delante.

Con su pie golpeó parte de la mesa, desequilibrando a Masacre y haciéndole caer hacia delante... hacía él. Pero entonces el enorme tipo pudo ver lo que le esperaba, George sonreía mostrando que lo que llevaba en su mano izquierda no era su daga o espada alguna, sino el asta de la bandera de los Corleone. Apuntó con el extremo al único sitio con el que podía infligir un impacto crítico, ya que aquello no era una lanza afilada, pero por eso mismo había arrojado su daga anteriormente. Clavó el asta en la herida anterior y toda la vara de metal atravesó el enorme torso, empalándole y, esta vez sí, haciéndole sangrar de verdad, tanto por el abdomen como por su boca. Aunque George también se llevó lo suyo, pues el enorme cuerpo terminó de caerle encima, aplastando sobre todo su pierna derecha.

- Quita... cabrón... -. Se sacudió él para zafarse y ponerse en pie aunque con gran dificultad.

Masacre aún seguía retorciéndose del dolor, acompañando sus desesperados movimientos con la tos mientras intentaba respirar. George recuperó su daga y se preparó para terminar el trabajo. Pero entonces, escuchó la voz de Corleone una vez más.



- ¡Rápido, tiradme la cuerda, quiero bajar!

- Mierda... -. En su estado, George no podría hacer frente a lo que quedaba de guardia en la mansión si Corleone conseguía escapar. No tuvo más remedio que salir al exterior y arrojar su daga a la cuerda que Corleone acababa de coger, cortándola y haciendo que volviese a caer. George avanzó hacia delante al mismo tiempo que desenfundaba su espada larga. No decía palabra alguna, en contraste a los gritos desesperados de Corleone, que habían vuelto a su extremo más aterrado tras ver al asesino avanzar hacía él de nuevo.

- ¡DÉJAME EN PAZ! -. Corleone intentó ir hasta un extremo del balcón, quizás buscando sortear a George y entrar de nuevo en el despacho.

Pero incluso con la movilidad reducida del asesino, este no tuvo más que andar para seguir alcanzándole, pues Corleone estaba tan sumido en el miedo que apenas podía dar dos pasos sin tropezar con una maceta o con las sillas de exterior que habían en el balcón. Intentó levantarse pero nuevamente le fallaron las fuerzas, así que no tuvo más remedio que arrastrarse bocaarriba, hacía atrás, alejándose del que iba a ser su nemesis inexorable.

- ¡POR FAVOR! ¡POR FAVOOOOR! -. Sollozaba él. Impotente al ver que ningún ruego servía, fue disminuyendo su tono al de poco más de un llanto agudo -. Por favor... yo... tengo familia.

Con esas últimas palabras, George si que se paró y Corleone, con cierta sorpresa en su rostro, alzó la mirada para mirarle directamente a los ojos. Llevó su mano izquierda al interior de su chaqueta mientras que la otra la alzaba, indicando que sus intenciones no eran rastreras sino que quería mostrar algo.

- ¿V... ves? -. Lo que sacó Corleone fue una fotografía en la que salía él junto a una mujer y dos hijas, una en edad adulta, la otra aún adolescente.

- Familia... -. Susurró George, estirando la mano para coger la fotografía y verla mejor. Lo hizo bajando la mirada, quedando sus ojos en penumbra -. Tienes una familia...

- A... así es... mi mujer... mis queridas hijas... por favor...

Tener una familia, George entendía muy bien ese sentimiento, o quizás lo correcto sería decir que hubo un tiempo en el que lo entendía muy bien. Al sostener esa foto se acordó de cierta persona que amó y sigue amando, y eso le entristeció. Comprendía muy bien lo que era ser apartado del lado de la persona que uno quiere, quizás por eso sentía lástima por la mujer de aquella foto. Seguramente ella no tenía culpa de nada y si George continuaba por aquella senda oscura, se quedaría como él estaba ahora mismo. No, quizás incluso peor, porque al menos él tenía la certeza de que la persona con la que había compartido casi media vida seguía, muy probablemente, viva. Alzó de nuevo la mirada y bajó levemente la mano izquierda que sostenía la espada larga. Quizás con solo despojarle del poder sería suficiente, quizás tan solo con obtener también cierta información le sobraba.

- Está bien... -. Dijo al final. Corleone, sin creerselo, dibujó una sonrisa en su rostro salpicado por las lagrimas.

- ¡Gracias, muchísimas gracias, te compensaré, de verdad!

Pero cuando George estuvo a punto de devolverle la foto, un recuerdo acudió a su mente. Un recuerdo que creía bloqueado por un trauma infantil pero que afloró en aquel momento.

- ¿Qué está pasando aquí? ¿¡QUÉ ESTÁS HACIENDO!?

- ¡Baleny, huye, rápido!

- ¡TÚ, MALDITO MOCOSO! ¿¡CÓMO SE TE OCURRIÓ HACERLE ESO A TU PADRE!? ¿¡A TU PROPIO PADRE!?

- ¡BALENY, VETE!

- ¡LO HICE PORQUE ERES UN MALDITO PSICÓPATA!

- ¡NOOOOOOO!

El recuerdo, dividido en diversas escenas de aquella noche fatídica, terminó con aquel inquietante sonido que tuvo a George sin dormir durante muchas noches; aquellos huesos crujiendo que produjo el silencio tras aquel grito de desesperación, junto con el desplome del cuerpo inerte en el suelo. George, que había cerrado los ojos al acordarse de todo aquello, los volvió a abrir, respirando agitadamente.

- Avisaré a los guardias de que no entren. Supongo que me tendrás como rehén hasta que disuelva toda la corporación, lo entiendo, lo entiendo. Valoro mucho más mi vida que unas monedas de...

Corleone, que se estaba levantando, no pudo seguir hablando. Ahora hacía unos leves ruidos con su boca, desesperado por intentar coger aire pero tan solo podía catar el sabor de su propia sangre, pues la espada larga de George le había atravesado el cuello. Cayó al suelo desplomado y se movió tan solo unos pocos segundos hasta que perdió todas las fuerzas y se quedó inmóvil.

- ¿Qué garantía hay... -. Susurró George, dirigiéndose al cadáver de Corleone -. ¿Qué garantía hay de que si te dejo vivo no volverás a hacer de nuevo todo el mal que ya has hecho ¡EH!? -. Terminó gritando -. ¿¡”Tengo familia” dices!? ¿¡Y qué hay de todas esas familias a las que has hecho sufrir!? ¿¡Esas no cuentan!?

Agachándose, rebuscó entre el ropaje de Corleone hasta dar con unos cuantos documentos, como cartas plegadas y pequeños papeles, junto con su identificación, unas llaves y un medallón. Tras eso, se levantó y preparó una cuerda para salir de allí antes de que terminasen de entrar en el despacho los guardias, que seguían intentando derribar la puerta atascada. La arrojó a la azotea y antes de empezar a trepar volvió a mirar su cadáver.

- No volveré a cometer el mismo error que cometí una vez. Ya que no pude ser salvado de mi propio sufrimiento, al menos salvaré a todos los demás de los suyos propios.

Le costó bastante debido a su estado pero al final consiguió subir, recoger la cuerda y volver a bajar la mansión, esta vez por la cara que daba al acantilado. Le llevó incluso el triple de tiempo pero no frenó en ningún momento, todavía tenía en vilo aquellos recuerdos que su mente había bloqueado por el trauma causado siendo apenas un niño. Eso le mantuvo concentrado y enfocado en escapar de allí, a pesar de los sudores fríos por el dolor de su brazo derecho cuando estaba obligado a hacer uso de él, como para agarrarse de una cornisa de la casa o de una roca del acantilado. Al final, empezaba a amanecer cuando George vislumbraba la mansión a lo lejos, desde el tronco de un pequeño árbol sobre el que se había apoyado hasta sentarse y relajarse.

- ¿Lo has conseguido? -. Escuchó de un chaval que se acercaba -. Pero... ¡si estás hecho un desastre!

- Lo siento... me ha surgido un gran imprevisto -. George hizo énfasis a la palabra “gran” debido a lo problemático que fue ese tal Masacre.

Delante suya se encontraba un chaval bajo, delgado, de tez oscura y de pelo corto y rizado. Aquel joven, llamado Keled, había sido su ayuda para la infiltración de la mansión. No era más que un chaval de un poblado cercano de la mansión de Corleone al que George había conocido y descubierto que quería cambiar todo aquello. Keled insistió en varias cosas antes del asalto; primero en que podrían organizar un grupo entre él, varios amigos y demás personas inconformes con la empresa para realizar una revuelta; también, bastante optimista al ver que George era bastante hábil con la espada, fue ideando una especie de festival para celebrar que tanto su pueblo como muchas localizaciones más iban a quedar libres de la influencia de aquel tipo; pero George se negó en rotundo a ambas propuestas. No quería involucrar a nadie más por si acaso no salía del todo bien y mucho menos quería un festival, pues desde hace bastante tiempo no tenía motivo alguno para festejar algo. 


- Y sí, lo he conseguido. Supongo que una vez entrada la mañana se correrá la voz de que, en general, sois libres -. Sonrió él.

No quería festejar nada pues no veía motivo de felicidad alguno en él para hacerlo, toda la carga de sus heridas, de sus actos, las llevaba gustosamente por la felicidad de los demás. Por eso, aquella sonrisa, se esbozó en el rostro de George cuando vio la reacción que sus palabras habían tenido en el rostro de Keled.

- ¡SÍIIIII, JODER, SÍIIIIIII! ¡LO CONSEGUISTE!

- Lo conseguimos -. Corrigió él -. Sin tu distracción no habría sido posible -. Elogió finalmente al chaval, que se sintió muy satisfecho consigo mismo.

- ¡Vamos, tienes que venir a mi casa! Mis padres tratarán tus heridas y además podrás descansar tranquilamente.

- Agradezco tu ayuda, pero he de negarme -. Con bastante esfuerzo, George arrastró su espalda por el tronco del árbol, esta vez para levantarse -. Me voy ya.

- ¿Qué? ¿Por qué? -. Preguntó sin entender nada -. Estás herido, estás cansado... ¡estamos de celebración! Quédate, va, eres nuestro héroe.

- Para nada y esto es muy importante, Keled, no me conoces, no me has visto ni sabes nada de mí. No quiero que quedes envuelto en lo que pueda pasar.

- ¿En lo que pueda pasar?

- La guardia investigará el asesinato, por supuesto -. Dijo rápidamente George, pero realmente no se refería a eso. Había algo que le inquietaba a raíz de lo que había dicho aquel tipo llamado Masacre, algo que de confirmarse era peor que una simple guardia llevando a cabo una simple investigación -. Tan solo asegúrate de que tu familia, tus amigos y todos tus conocidos seáis felices ¿vale?

- De... de acuerdo -. Keled intentó reprimir al máximo las lágrimas.

- Venga, joder, que me conoces de hace dos días tan solo.

- Ya lo se, pero... llevábamos tanto tiempo en esta situación y ahora... -. Se llevó el brazo a los ojos, frotándoselos para limpiar cualquier lágrima que se hubiese escapado -. ¿Puedes decirme al menos si te volveremos a ver?

- Es posible... anda, cuidaos -. George dijo esas palabras sin girarse para ver la despedida de Keled, alejándose de él para iniciar un nuevo viaje.

Le había salvado, a él, a su familia, a sus amigos, a sus compañeros, a sus vecinos... así hasta mencionar a la mitad de la región de Zelery. Pero entonces ¿por qué George sentía ese vacío en su interior? Estaba feliz de haberles ayudado, pero no era una felicidad propia ¿era aquel el sacrificio que una persona debía soportar para ayudar a todas las demás? Si era así, estaría dispuesto a repetir aquella noche tantas veces como fuesen necesarias.

Qué equivocado estaba.

La misma noche de aquel día, descansando en una posada en mitad de la nada, en un sendero que llevaba al sur, se dio cuenta del por qué del vacío. No era por haber tenido que llevar a cabo tal acto deleznable ni por el remordimiento de imaginar a la familia de Corleone recibiendo la noticia de que había sido asesinado. El vacío que sentía el hombre de nombre falso George Smith era porque, a pesar de que hubiese salvado a mucha gente, nadie le salvaba a él de lo que sentía. Su pasado había sido trágico hasta tal punto que pensó en quitarse la vida, pero entonces recibió la ayuda de las dos personas más importantes en su vida. La primera, su maestra, le salvó del suicidio y le enseñó no solo cómo se manejaba un arma sino que le dio un motivo de por qué blandirla; La segunda y más importante aún, su mujer. Una persona que había pasado por hechos similares a los suyos que, al igual que él, la llevaron hasta el extremo que una persona podía aguantar pero también, al igual que él, sirvieron para fortalecerla y darle un objetivo. Amaba todo de ella, sobre todo su carácter, incluso después de que dicho carácter le llevase a estar solo.

No es más que un malentendido” se decía siempre que se acordaba de lo sucedido. Así era, un malentendido había llevado a que su mujer le abandonase y ahora, totalmente solitario, recorría una senda en la que no conseguía dar con ella y debía cargar él solo con el peso de sus actos. Era doloroso, sí, pero al menos era eficaz en su trabajo y podía hacerlo sin depender demasiado de otras personas, salvo para tareas menores como la que le encomendó a Keled cuando le dijo que quería ayudar.

Pero a partir de aquel momento debía andarse aún con más cuidado, esta vez no estaría contra el dueño asustadizo de una empresa que domina la mitad de una pequeña región, sino contra algo de mucho mayor peso. 


- Cuatro Astros... -. Se acordó de lo que dijo Masacre.

Durante aquella noche, después de entablillarse el brazo, se echó en la cama y empezó a investigar los documentos de Corleone. Dichos documentos eran, mayormente, cartas de esos tales “Astros”, donde le exigían mayor eficacia a Corleone por la inversión que había conllevado crear aquella empresa en Zelery.

- Corleone no era más que una marioneta. No... no puede ser -. De pronto, George se sintió como si se sumiera en un enorme abismo, él solo contra el peligro. Si Corleone, alguien que había cambiado la vida de miles de personas, era parte de algo mayor, aquellos tipos llamados Astros debían de ser algo de talla más imponente, quizás a nivel mundial.

Conforme pasó aquella noche confirmó toda su teoría, los Cuatro Astros se podían calificar como los cuatro empresarios más importantes del mundo, que tienen un poder adquisitivo colosal y, por tanto, la capacidad para cambiar la vida de millones de personas. Encima, con aquel comentario de Masacre se confirmaba prácticamente que tenían a George en el punto de mira. Si tan peligrosos eran como para contratar a tipos como aquel mastodonte hecho persona, debía asegurarse de trabajar completamente solo, esta vez no podría alguien como Keled que le ayudase, o quizás podría acabar secuestrado o muerto.

- Cuatro Astros... su poder adquisitivo, sus dominios, mercenarios y quizás hasta monstruos... todo eso, contra mi. Acepto el reto, os ajusticiaré de la misma forma que a vuestra marioneta, por el bien de todos.

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Semanas más tarde ya había salido de la región de Zelery. En aquel momento, se encontraba viajando hacia el sur, buscando algo de información de lugares donde fuesen puntos de interés a nivel global, como las capitales de algunos reinos. El medallón de Corleone no tenía nada de especial, tan solo era una pequeña brújula que el hombre usaba para guardar fotos individuales de sus hijas y mujer; sin embargo, entre las llaves había una un tanto misteriosa, una llave que George creyó en un principio que debía pertenecer a una cámara acorazada o algo parecido en su casa. Pero al examinarla mejor pudo percatarse de que bajo al capa dorada que recubría la llave habían una serie de muescas grabadas en el metal, una combinación de números y letras que no sabía a qué se podía referir.

Dejaría lo de la llave para más adelante, ahora la prioridad se encontraba en recolectar información sobre los Cuatro Astros, pero debía hacerlo con sutileza, pues no era un termino que no todo el mundo conociese. En varios pueblos tiró de unas cuantas monedas para entrar en contacto con algunos rateros de baja calaña, que siempre solían ser los que más rumores sabían detrás de lo “normal y corriente”. Incluso para ellos el termino de Cuatro Astros era algo totalmente desconocido para ellos. Sin duda, el camino se presentaba angosto y lleno de espinas: no sabía la identidad de los Cuatro Astros, ni dónde estaban, ni siquiera qué empresas estaban bajo su posesión. Sin embargo, ellos sí que sabían quién era George Smith, sabían lo que intentaba aquel hombre y, aparentemente, también sabían qué movimientos llevaría a cabo, pues por algo dejaron a Masacre cuidando de Corleone.

Pero los mercenarios no serían tan solo el único peligro al que se enfrentaría. Los Cuatro Astros hicieron su movimiento para intentar acorralar al asesino que iba detrás de ellos.

- ¿”Se busca”, eh?

Semanas más tarde, se encontraba en la región de los dominios de Burmecia. En un poblado por el que andaba de paso se detuvo enfrente de la posada, que tenía un mural para fijar carteles al lado de la puerta. En ella vio un cartel donde ponían precio a su cabeza, una suma generosa para acabar con el asesino en serie George Smith, que aparecía en el cartel con su habitual máscara. Hasta ese momento había estado acostumbrado a ser un hombre buscado, siempre considerado un criminal peligroso y con una recompensa aceptable; pero con la suma actual que habían considerado los Cuatro Astros, estos se aseguraban de que no solo tendrían que enviar a sus propios hombres detrás de George sino que muchos cazarrecompensas podrían hacerles el trabajo sucio sin entrar en contacto con ellos.

- Pero... ¿sabíais, Cuatro Astros, que cualquier movimiento que hicieseis ya sería suficiente para tirar del hilo? -. Dijo para si mismo George, recogiendo el cartel con una sonrisa de satisfacción. Había llegado la hora de ponerse en marcha.



Pueblo de Cindris, una pequeña localización en la bahía norte del Mar Argenteo, con bastante turismo por dos razones: la primera, sus aguas limpias convertían a Cindris en un gran punto para pasar unas tranquilas vacaciones; la segunda, era un punto intermedio para viajar hacia Burmecia, que quedaba al este. Los edificios se presentaban en una temática casi homogénea, con fachada blanca con tejas marrones, todo en pendiente hasta el mar, donde los pequeños barcos pesqueros salpicaban los muelles. Muelles que se extendían por todo lo largo y ancho del poblado, salvo por un peñasco sobre el que se alzaba el ayuntamiento del pueblo, conectado al pueblo mediante una sinuosa escalinata blanca.

Durante cierta noche el acalde, que acababa su jornada de trabajo, guardaba tranquilamente sus documentos más importantes en el maletín, dispuesto a volver a casa. Antes de irse, se giró para abrir la ventana que daba al mar y poder fumar un puro tranquilo, pues a su mujer no le agradaba la idea de que fumase en casa. Se lo puso en la boca y rebuscó en en su traje de chaqueta en busca de un encendedor, hasta que una mano apareció ante él con uno, dispuesto a encenderle el puro.

- Gracias -. Dijo él por inercia y fue a acercarse para encenderlo, pero entonces se dio cuenta de que lo que aquella mano no podía ser de nadie de su personal; una mano en un guante de cuero seguido de una indumentaria ceñida y oscura, con una larga capa -. ¿¡Qué... -. Fue lo único que pudo decir y tampoco demasiado alto antes de que se diese cuenta que de repente tenía una daga apuntándole directamente al cuello.

- Buenas noches, alcalde -. Saludó George Smith al viejo alcalde. Este echó su cabeza hacia atrás, temblando por la daga que tenía en su cuello, pero también miró directamente a George, o mejor dicho, a la máscara que llevaba puesta.

- Tú... yo... yo no sabía que era contrabando ilegal ¡lo juro! -. Soltó con rapidez, excusándose -. Si las tengo aquí resguardadas es por qué no sabía qué hacer con ellas ¡pensé que se morirían!

- ¿De qué estás hablando? -. Se extrañó George al ver lo que decía el alcalde. Le visitó aquella noche con la intención de averiguar sobre el cartel que había cogido en aquel pueblo y acababa de descubrir que el alcalde tenía algo que ocultar -. Muy bien, siéntese, por favor. Apartaré la daga de su cuello pero le advierto, tengo buena puntería. Cualquier tontería y acabará clavada en su frente.

- De acuerdo... tranquilo -. El alcalde hizo caso sin oponer resistencia alguna y sin intentar nada extraño. Acabó sentándose en su silla del despacho con bastante esfuerzo, quizás porque le temblaban las piernas.

- Gracias, alcalde... -. George buscó la placa con el grabado del nombre del hombre -. alcalde Drey Hyustang. Verás, había venido aquí por un motivo muy distinto -. Diciendo aquello, puso enfrente del alcalde el cartel de búsqueda de George -. Pero... tengo la manía de preocuparme por los demás antes de que de mi mismo, así que me va a decir a qué se refería con todo eso que me había dicho.

El rostro de Drey se torció, mostrando una terrible angustia, descubriendo que se si hubiese quedado callado quizás podría haber seguido en secreto aquello que guardaba. Pero en aquel momento, suspirando nerviosamente, se levantó y fue a una de sus estanterias.

- Por aquí...

Moviendo uno de sus libros la estantería se movió en arco, dejando un hueco para entrar por la parte trasera, que daba a una escalera que descendía en caracol.

- Usted primero -. Indicó George.

Ambos bajaron lo que debían de ser varios pisos en el ayuntamiento, quizás incluso se encontrasen bajo tierra. A medida que se adentraban más en aquel lugar, un murmullo lejano empezaba a llegar a los oídos de George, como si al final de aquella escalera hubiese una reunión de muchas personas o algo parecido.

- Como sea una trampa le advierto de que soy más rápido que sus hombres, antes de que puedan ayudarle ya estaría muerto -. Amenazó con desconfianza, una virtud quizás un tanto excesiva en George.

- No se preocupe, del pueblo nadie sabe que existe un lugar así.


Cuando por fin terminó la escalera, George se quedó sin habla. Estaban en una habitación rectangular, como un pasillo gigante, y a ambos lados de este habían una serie de jaulas empotradas en la pared, unas encimas de otras, con todo tipo de criaturas internadas en ella. Algunas eran variedades exóticas de animales, que a lo sumo tenían un cuenco para la comida y otro para el agua; pero a George le dio un vuelco al corazón por la rabia cuando vio también a ciertas razas humanoides en jaulas más grandes, como duendes, dríadas o ninfas. En general, todas las criaturas estaban casi sin energías, cabizbajas, deterioradas por la falta de movimiento o de luz del sol.

- ¿Qué... es... esto? -. Preguntó George con un tono que avisaba que estaba a punto de estallar de ira.

- Yo... ¡ya le he dicho! No sabía qué hacer con ellas así que las tengo aquí, para que no mueran las cuido -. Su voz temblaba a la vez que su frente se empapaba de sudor.

- O quizás... es usted un enfermo que disfruta coleccionando toda clase de razas extravagantes de todo el mundo...

- Yo... yo no...

George pudo percatarse de que al fondo había algo parecido a un archivador, cogió del cuello a Drey, que emitió un pequeño grito agudo, y lo llevó hasta el archivo. Sacó el cajón con tanta fuerza que lo tiró al suelo y empezó a rebuscar en él. Desde luego, para no darse cuenta de que era contrabando ilegal, el alcalde tenía archivados no uno, sino muchos resguardos de compra a lo que probablemente serían contrabandistas extranjeros. Pero la gota que colmó el vaso fue cuando leyó una carta que le envió un cazador a Drey en la que decía que le debía una por lo costoso que había sido capturar a la cría de centauro después de que la manada se le echase encima, habiendo tenido por tanto que acabar con todos ellos.

- Con que usted no sabía ¿eh? Con que usted tan solo quería cuidarlas para que no se muriesen...

- Yo... yo no... ¿Qué está haciendo? Por favor... ¡Por favooor!

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Al final, no había descubierto nada sobre los Cuatro Astros, aunque tampoco parecía importarle demasiado en ese momento. Abandonó el poblado de Cindris, continuando el sendero hacia el este, todo con una sensación de asco encima. Sentía que, fuese adonde fuese, tan solo había corrupción en los altos cargos de poder; gente que hacía sufrir a otros solo para su beneficio propio. La intención de George era la de presionar al alcalde para que le diese información sobre de dónde provenía la orden de colocar los carteles en el poblado para poder tirar del hilo poco a poco. Pero acabó convirtiéndose en un acto de destapar algo despreciable y que, de no ser por él, quizás nunca se hubiese sabido ¿Cuántos más habrían así, con secretos tan sucios ocultos? George se sentía como algo minúsculo, impotente por no poder dar a basto con todo él solo.

De repente, un leve ruido obligó a George a abandonar sus pensamientos y volver a la realidad. Se encontraba caminando por el sendero hacia la siguiente ciudad, Cañón Meteoro. Estaba rodeado de árboles, pues el sendero atravesaba un pequeño bosque, pero aquel sonido parecía venir de justo atrás ¿se habrían dado cuenta de lo sucedido en Cindris y le estaban siguiendo? Imposible con el poco tiempo que había pasado, pero entonces ¿qué era aquello?

- ¿Quién anda ahí? -. Incapaz de ver bien debido a la oscuridad de la noche, George no tuvo más remedio que preguntar y esperar a ver si obtenía respuesta alguna. Pero lo que vio casi le deja sin palabras; de la nada, enfrente suya, surgió una figura humanoide diminuta y levemente brillante, que volaba gracias a unas translucidas alas.


- ¡Hola! -. Saludó lo que parecía ser una chica por su voz y apariencia, aunque George no había visto nada igual en su vida. De entre todas las cosas, también le sorprendía la capacidad de aquel ser para no estar preocupado o asustado de que un tipo sospechoso estuviese con las armas desenvainadas y alerta.

- ¿Qué eres tú?

- Querrás decir QUIÉN soy yo, jum -. Pareció ofenderse, cerrando los ojos y desviando la cabeza ligeramente hacia un lado. A pesar de que parecía una criatura sin malas intenciones, George seguía desconfiando y miró hacía ambos lados -. ¡Oye, que sigo aquí!

- Per... perdón, es que... nunca había visto a nadie de tu especie.

- Ainsss... ¡soy un hada! Haaa... daaaa... -. Pronunció lentamente, tomando a George por tonto.

- ¿Y qué hace aquí, señorita hada?

- ¡De señorita hada nada! Soy Lulu, encantada.

- Bien ¿qué haces aquí, Lulu?

- Seguir a mi salvador -. Lulu se llevó las manos cerradas a la boca y sus ojos se pusieron vidriosos, todo como gesto de alegría.

- ¿Eh? -. Pocas veces había estado George tan confuso en su vida como aquella vez. No entendía qué sucedía y mucho menos era consciente de que había una raza conocida como las hadas.

- ¡Mi salvador, o sea, túuuu! -. Lulu le señaló con el dedo y revoloteó por alrededor de George con aquel gesto, al ver que este seguía descolocado, siguió explicando -. En la habitación con muchas criaturas, tú nos liberaste a todos.

- Pero... -. Ya sabía a qué se refería el hada, pero George estaba seguro de algo -. Tú no estaba entre esas criaturas, estoy seguro de ello.

- ¡Ja! Eso es porque... -. Lulu chasqueó los dedos y de repente desapareció en la nada. Al desaparecer también el leve brillo que la acompañaba, a George le costó acostumbrarse de nuevo a la oscuridad del entorno, de manera que parpadeó varias veces. Tal y como desapareció, Lulu volvió a aparecer de la nada -. Escuchaba mucho jaleo así que me oculté, pero en cuanto vi como abrías todas la celdas... ¿no te preguntaste por qué el mecanismo abría también aquella cajita pequeña?

- Simplemente pensé que estaba vacía, era lo más lógico de pensar de hecho. Bueno, me alegro de haberte ayudado, señorita Lulu, ahora debo proseguir mi camino -. George se dio media vuelta y continuó por el camino, pero seguía escuchando el revoloteo de las alas cerca suya -. ¿Me estás siguiendo?

- No tengo adonde ir y tú me has salvado ¡déjame acompañarte en tu viaje! -. Exclamó ella con emoción.

- Me niego -. Soltó George de repente y tal y como vino la motivación de Lulu, se esfumó de la misma forma -. El viaje que hago yo no es precisamente seguro. Además, prefiero ir solo.

- ¿¡Por quéeeee... -. Se fue a quejar ella.

- Lo siento, es lo mejor para ti -. Aseguró George.



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En Cañón Meteoro, George descubrió algo bastante interesante: un tipo excéntrico estaba dispuesto a edificar una ciudad de la nada. Por lo que se decía por allí, el tipo tenía una fortuna inmensa y quería crear un reino desde la nada. Con todo el foco puesto sobre él, George tenía que encontrar la forma de acercarse a un tipo tan importante sin levantar sospechas. Entonces, entre toda la información que obtuvo, estaba el hecho de que aquel tipo buscaba arquitectos para la edificación de la ciudad. Aquella era su oportunidad, George se haría pasar por arquitecto e incluso podría diseñar el sistema de ventilación a su favor para facilitarle luego el trabajo. Lo único que no podría presentarse con su nombre falso de siempre, debido a los carteles, así que se inventó uno nuevo: Rezjorvaiyan. Pagó a unos cuantos tipos para que corriesen la voz hacia el sur de que un arquitecto muy famoso llamado así andaba cerca, así podría conseguir llamar la atención de aquel hombre. Si sus sospechas eran ciertas, aquel tipo no era más que otra marioneta de los Cuatro Astros para controlar otra región más. Pensó incluso que podría ser una trampa de ellos para que picase el anzuelo y pudiesen capturarle, pero si quería avanzar debía arriesgarse un mínimo.

Pospuso, por tanto, su viaje a Burmecia, pues ahora viajaría hacia el sur. La ciudad que emergería de la nada se llamaba Ciudad de la Luz, un nombre que George encontraba ridículo, hasta que se enteró del nombre de aquel supuesto rey ricachón que le contrataría: Rey Humildad. Después de tantos preparativos organizados en Cañón Meteoro, sentía aún con mayor firmeza que aquello debía de ser una trampa y no una muy buena de hecho, pues aquel nombre seguía rechinando en su mente conformen pasaban los días.

Al final, se aferró a lo que ocurrió, consiguió el trabajo. El arquitecto Rezjorvaiyan sería el encargado de dibujar los planos de la Ciudad de la Luz. En cuanto recibió la noticia, se preparó para partir aquel mismo día. Pero de camino al mercado para comprar algunas provisiones en su travesía al sur...

- Qué pereza de raciones... a la mierda, voy a comprar algo de carne para los primeros días de viaje -. Se dijo a si mismo -. Y algo dulce también, quizás un past...


George se quedó en silencio al mismo tiempo que muchas personas de allí entonaban sonoros gritos de asombro. Un tipo enorme apartaba a toda la concurrencia de personas que paseaban por el mercado al mismo tiempo que desenvainaba un enorme machete que George reconoció muy bien. Con un movimiento horizontal, Masacre estuvo dispuesto partir a George en dos, pero este no solo se tiró al suelo para esquivar la acometida, sino que lo hizo empujando a un hombre inocente que tenía a su lado y que iba a ser víctima colateral del ataque de Masacre. Tan pronto como eso ocurrió, el grito general se hizo más latente, las personas se alejaban corriendo y llamando a la guardia.

- Sabía que nos volveríamos a ver... -. Sonrió George, pero de pronto su sonrisa se detuvo. Si Masacre estaba confrontándole allí sin problemas, significaba que conocían su verdadero rostro. No podría luchar contra él así o quizás se arriesgaba a exponerse más aún a todos aquellos que le buscaban -. Lo siento, pero no tengo tiempo para ti en este momento.

Como era obvio, Masacre no iba a dejar que se fuese así como así. Empezó a acometer con su machete en movimientos bastantes rápidos para el tamaño que tenía. George retrocedió rodando hacía atrás para esquivarlos, pues no había margen en la forma de atacar de Masacre en poder esquivarle rodando hacia un lado.

- Eres más rápido que la otra vez...

George se acercó a un callejón para poder huir por ahí, pero una vez más fue sorprendido por la velocidad inhumana de Masacre, quien apareció en su lado. George, totalmente descolocado, se temía lo peor, pero lo que recibió fue tan solo un golpe con la palma de la mano del enorme tipo. Fue doloroso, sí, pero pudo aguantarlo sin problemas y debido a dicho ataque, el hueco que había dejado libre Masacre en su defensa era la oportunidad perfecta para escapar. George por fin pudo rodar a su lado y acabó frente a la fachada de un puesto de venta de frutas. Escuchó la risotada de Masacre, pensando que se encontraba acorralado, pero su acometida impactó en la entrada del local, pues George había escalado con una agilidad pasmosa hasta acabar en el techo del edificio.

- Hasta otra.

Corriendo como nunca había corrido antes en su vida, fue de tejado en tejado, bajó ayudándose de las escaleras exteriores traseras de uno de los edificios hasta acabar en un callejón, recorrió al menos cinco calles más hasta camuflarse entre las personas que, por aquella parte de la ciudad, estaban tranquilas. Ahora George se encontraba casi en las afueras, entre un vecindario de casas y un enorme parque. Se recompuso y relajó su respiración, agitada por todo lo que había recorrido en tan poco tiempo, dispuesto a abandonar la ciudad de una vez por todas.

- ¡Mira, mamá, qué persona tan grande! -. El asombro de aquel niño fue el detonante para que un George que no daba crédito pudiese esquivar aquel ataque.

De nuevo se extendió un grito general de terror entre los habitantes que caminaban por allí. Ahora, Masacre no cesó en ningún momento su ataque hasta que George trepó el pequeño muro de ladrillos que delimitaba el parque. De un poderoso golpe, el muro acabó hecho añicos por la misma parte por la que había aparecido Masacre para seguirle.

- ¿Cómo cojones has aparecido tan rápido? -. George sentía incluso miedo; un miedo que se apoderaba poco a poco de él y le hacía sentirse completamente indefenso. Todo por estar frente a un enemigo de gran poder físico, que conocía su cara y sabía dónde se encontraba en todo momento.



- Este es tu final -. Masacre llevó su mano libre al interior de la gabardina. Al mismo tiempo que se quitaba dicha indumentaria, quedándose tan solo con una armadura de piel gruesa junto con unos pantalones y unas grandes botas, sacaba y empuñaba tres armas más junto con su machete: una larga cadena de hierro, una espada y un hacha doble, todo adaptado a la par que su tamaño -. Tus patéticas dagas no podrán hacer nada...

¿Y yo pensaba luchar contra los Cuatro Astros? -. Pensó George con un mar de dudas aflorando en su piel -. No tengo nada que hacer contra uno solo de sus hombres ¿qué pasará cuando vengan numerosos cazarrecompensas? No puedo hacerlo... no puedo yo solo contra ellos...

Una vez en rango de ataque, Masacre alzó tanto su espada como su machete, ambos en los brazos superiores, dispuesto a acabar con un paralizado George.

- ¡No puedes rendirte! -. De la nada, George vio como enfrente de él aparecía Lulu. Se quedó mirándola sin comprender de nuevo qué estaba ocurriendo ¿le había seguido hasta aquella ciudad? -. ¡Enfréntate a él!

Alzando el rostro, vio a cámara lenta como las armas descendían para acabar el trabajo de Mascre. La fuerza del doble golpe fue tan alta que hasta reventó el cesped del parque y levantó una nube de polvo. Masacre se quedó observando el lugar del impacto, esperando ver como sus armas estaban manchadas de sangre, pero lo único que vio cuando el polvo se despejó fue como estas habían impactado tan solo en el suelo.


- ¿Se puede saber qué intentabas poniéndote al lado mía en un momento así? -. Metros más allá se encontraba George, que había agarrado a Lulu para salvarla de todo aquello. Sin embargo, aquella pregunta que realizó no fue a modo de reprimenda, sino que por su entonación parecía un agradecimiento hacia el hada por haberle despejado las dudas -. Quédate aquí, por favor -. Le pidió, soltándola de la mano.

George se giró para encarar a Masacre, odiándose a si mismo por haber tenido aquellos momentos de duda por todo lo que no parecía comprender ¿rendirse solo porque es superado en conceptos que no entiende? No, no podía permitirse algo así. Se había marcado como meta un objetivo de bastante importancia para muchas personas que debía salvar, no podía permitir que el miedo le paralizase a la primera de cambio. Si aquel tipo usaba algún tipo de magia extraña para dar con él, descubriría cómo funcionaba y, por tanto, cómo contrarrestarla. Pero eso vendría después porque ahora, George Smith debía poner en practica sus dominios de combate para derribar a aquella bestia.


- Será mejor que te prepares, esta vez no tienes enfrente tuya a alguien que tiene prisa por salir a un balcón o a alguien que quiere huir de ti. Esta vez, tú eres... -. George sacó una única daga, que tenía enfundada en la parte trasera de su cinturón y la lanzó al aire; todo para tener libres las manos y así poder colocarse una bola envuelta en papel negro en la mano derecha y una piedra porosa en la izquierda -. ¡Mi presa! -. Terminó diciendo, justo antes de recoger con la boca la daga que había lanzado.

- Interesante... muy interesante, asesino de nombre encubierto George Smith. No esperaba menos de alguien que es temido por los Cuatro Astros -. Masacre volvió a alzar los brazos superiores, colocándose en guardia con sus cuatro enormes armas -. ¡Adelante, muéstrame de qué eres capaz, asesino en serie!

Tanto George como Masacre cargaron el uno contra el otro. En cuanto el grandullón estuvo a rango para poder alcanzar a su enemigo, George saltó, pasando con una voltereta cerca del hombro de Masacre, y esquivó casi sin problemas el ataque.

- ¡Alaaa, qué rápido! -. Se asombró Lulu al ver la agilidad de George.

- ¡No es suficiente! -. Aunque no tan rápido, Masacre también demostró poseer una gran agilidad, girándose y reaccionando perfectamente al movimiento de su enemigo. Lo hizo agitando su cadena, efectuando un arco horizontal con ella, pero cuando se dio cuenta no pudo ver a George -. ¿¡Qué!?

El lugar por el que había pasado la cadena se había llenado de humo negro y Masacre era incapaz de ver dónde estaba su enemigo. Cogió algo de distancia con respecto al humo y se quedó esperando para ver por dónde aparecía George esta vez. Lo que el enorme tipo no se esperaba era escuchar un ruido agudo desde arriba, justo detrás suya. Parecía como un grito desmedido y en aumento.

- ¡Otra vez en mi espalda! ¿¡Pero cuándo!? -. Masacre hizo ademán para volver a girarse, pero lo que su machete alcanzó fue una piedra -. ¿¡Qué es esto!?

- La lanzó cuando dio la voltereta -. Se dio cuenta Lulu desde lo lejos.

Con su rival completamente descolocado, George dejó caer la daga de su boca y la recogió con ambas manos. Salió del humo con una acometida decidida, sorprendiendo una vez más a Masacre, que se intentaba recomponer una vez más para encarar a su enemigo.

- ¡No podrás hacerme nada con esa daga! -. Los cuatro brazos agitaron sus armas, dispuestas a atrapar a George, pero este llegaba mucho antes para acertar su ataque.

- Je... esto no es una daga -. El cruce entre ambos se produjo y George acabó en la espalda de Masacre, mirando al lado opuesto de donde estaba mirando el grandullón. Se quedó con una rodilla clavada después de la voltereta que dio justo después del ataque, pero no llevaba daga alguna, sino un espadón de tamaño descomunal para lo que era el tamaño del cuerpo de George.

Un enorme chorro de sangre salpicó el césped. El tajo que había efectuado George con aquella espada había alcanzado parte del torso de Masacre, y lo que era peor aún, le había cercenado por completo uno de sus brazos inferiores. El miembro amputado cayó al suelo haciendo un gran ruido debido a su peso, pero no fue nada en comparación con el ruido del grito de dolor de Masacre.

- Se acabó, no podrás moverte tan bien como antes con esa herida en tu torso... además de que te estás desangrando por haber perdido tu brazo -. Explicó George, girándose para encarar a Masacre mientras se apoyaba su enorme espadón en el hombro.

- ¡Increíble! -. Metros más allá, se escuchaban los leves sonidos de aplauso de Lulu, que había quedado maravillada por el plan que había elaborado George para realizar un impacto crítico a aquel tipo.



- ¡Túuuu... ¡¡TÚUUUU!! -. El grito aún no cesaba, Masacre parecía fuera de sí debido al dolor y a la rabia -. ¡ESTO... ESTO NO HA ACABADO AÚN!

George no podía creerlo... con tan solo un gesto en las manos de Masacre, que había soltado tanto su machete como su espada, la herida dejó de sangrar. De alguna forma, su silueta se empezó a bañar con un aura sobrenatural de color roja.

- ¡Pensar que tengo que ponerme medianamente serio! ¡En fin, te lo has ganado, toma esto! -. Llevando hasta el extremo aquella concentración de aura, su piel parecía tornarse también de un color rojizo oscuro, hasta que colocó una mano en el suelo y pronunció -. ¡Masacre tectónica!

El suelo, los árboles, las casas cercanas al parque... todo tembló de manera exagerada, como si algo peor que un terremoto estuviese sucediendo allí. Era demasiado para quedarse a la altura del suelo, pues George veía como el terreno se agrietaba con oscuros y profundos surcos, al mismo tiempo que gran parte de este se hundía; así que no tuvo más remedio que trepar los árboles y saltar entre las copas de estos, el muro del parque y lo que quedaba de los edificios que se habían hundido o derrumbado. Pero en el aire, notó un enorme latigazo reventarle el brazo izquierdo, cuyo dolor fue tal que cayó malamente al suelo. Masacre había aprovechado que George no podía maniobrar en el aire para impactar con su cadena en él. Este se levantó, agarrando el espadón con sumo esfuerzo con su mano derecha, pues no estaba pensado para ser empuñado con la fuerza de un solo brazo. Por arte de magia, la hoja redujo su tamaño hasta casi la mitad para así poder usarla como una espada con su mano derecha. A pesar de que el dolor del brazo resonaba en su cabeza en oleadas intermitentes que casi le llevaban a desmayarse, no se rindió. Se aprovechó de los escombros para acercarse a Masacre sin que este lo viese y clavó su espada en su cuello, o al menos esa fue su intención.

- He notado un leve pinchazo... -. Se quejó él, sonriendo y dándose la vuelta ante un jadeante George.

Parecía que el color que había adquirido su piel no era tan solo adorno, sino que le sirvió como una dura capa protectora que evitó que George pudiese herirle una vez más. Con su enorme puño, Masacre impactó esta vez en el abdomen de George, mandándolo a volar varios metros por el aire a la par que soltaba una gran flema de sangre por su boca.

- Este es el fin -. Masacre se aproximó hasta estar al lado de un indefenso George, que ni siquiera podía levantarse. El terreno seguía temblando y generando grietas, pero al grandullón no parecía importarle ya. Tenía frente a sí al objetivo de su encargo y estaba dispuesto a terminar el trabajo.


Parecía que sí, que era el fin. George cerró los ojos, esperando el golpe con el que iba a ser ejecutado.

Pero nunca llegó.

Abrió los ojos, desconcertado. Masacre estaba tambaleándose levemente, hasta que cerró sus ojos y cayó de espaldas al suelo, que debido a la fracturación tectónica de antes, no pudo soportar el impacto de algo así cayendo de repente, desplomándose aquella parte de roca hasta que todo cayó por una de las grietas cercanas.

- ¿Qué ha... -. George no terminó la frase, pues ya tenía respuesta aunque no podía creerlo. Al lado de Masacre se encontraba Lulu, que había sacado un arco de su tamaño que apuntaba hasta donde hace unos segundos estaba Masacre -. Tú... ¿has hecho... esto?

- S... sí... no estaba segura pero... ¡ay, qué miedo he pasado!

- Me has salvado... por segunda vez -. George intentó reincorporarse como pudo, pues debía tener varias costillas rotas.

- ¿Segunda? Tú me salvaste una vez, así que... ¡me debes tú una ahora! -. Dijo despreocupadamente, como si todo lo que acabase de ocurrir fuese algo nimio para ella.

- Tienes razón... ¿qué te parece...

- ¡Me dejarás ir contigo! -. Interrumpió ella.

- Es lo que iba a decir.

- ¡BIEEEEN!

George había quedado totalmente convencido. Puede que no tuviese que soportar él solo el peso de lidiar con una carga tan complicada, sino que podría compartirlo con Lulu. Era irónico pensar cómo alguien tan pequeña había demostrado y significado tanto para la personalidad de George Smith recientemente.

- Vámonos, George -. Dijo Lulu cuando vio que se acercaban guardias a todo el estropicio que Masacre había hecho. George se levantó y, andando como podía, caminó hacia el exterior de la ciudad.

- No me llamo George Smith -. Había pasado mucho tiempo desde que pronunciaría su nombre verdadero a alguien, pero por todo lo que había hecho Lulu, se merecía la completa sinceridad -. Me llamo Baleny Trenler.


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