7 abr 2024

Un héroe repentino - Un villano destinado

- ¡Son demasiados! 

El aviso llegó desde algún lado entre la vegetación frondosa de la jungla, en el que junto al sol y la humedad se convertía en un ambiente asfixiante aunque soportable para el grupo que acababan de escuchar a su compañero, pues eran autóctonos del lugar. Con ropajes tribales ligeras y piezas de armadura de cuero endurecido en zonas claves del cuerpo, el resto se dejaba al aire libre para que pudiese transpirar en ese tipo de entorno, dejándose ver una piel ligeramente morena con pinturas simbólicas de su tribu.

Dicho grupo, formado por dos hombres fornidos y dos mujeres atléticas, recogieron sus lanzas y jabalinas. El compañero que había dado el aviso, más joven que ellos, salió entre las grandes hojas de los arbustos y las lianas, sosteniendo tan solo la mitad superior de la lanza y con algunos rasguños en las zonas carentes de ropa, con una desgarro moderado que sí que había destrozado la cobertura reforzada del hombro derecho, que la tenía colgando junto a la sangre que brotaba, aunque intentaba detener en vano con la mano libre.

Tan pronto como llegó su compañero junto al grupo al claro en el que se encontraban, las criaturas de las que advertía hicieron lo mismo. Los cuatro se pusieron en guardia al ver la llegada amenazante de unas criaturas cuadrúpedas, parecidas a depredadores caninos con la piel gruesa y cubierta de vides, espinas y musgo. Con suma agilidad, uno de ellos dio un salto hasta anclarse en la parte superior de uno de los árboles de la jungla, clavando sus garras con tanta facilidad que parecía que la madera era endeble como la mantequilla.

El combate comenzó, entre los cuatro que se encontraban bien y la manada de esas criaturas, mientras cubrían a su joven compañero herido para que se retirase.

- ¡Avisa a los tchanka! -. Pidió uno de ellos bloqueando el mordisco de uno de los monstruos con la asta de la lanza.

- ¡Voy, voy! -. A pesar de decir aquello, el joven herido hizo un gesto de dolor proveniente del hombro. Dudó en ese momento de si podía llegar a cumplir aquello así que fue a coger el cuerno de uno de sus compañeros para hacerlo sonar. No llegaría a los tchanka pero quizás sí a algún tialoc cercano.

- ¿¡Y dónde está el sverik!? 

- ¡No lo sé! 

- Lo sabía, era una trampa. No debimos fiarnos de un maldito sverik... -. Soltó una de las dos chicas tras arrojar una jabalina que se clavó en el lomo de uno de ellos, gruñendo del dolor pero sin llegar a caer aún.

Pronto la superioridad numérica haría que se decantase la balanza en contra de los cuatro combatientes, quienes al principio lucharon con cierta táctica pero en cuantos sus armas arrojadizas se agotaron y su formación se rompió, empezaron a ser sobrepasados, gritando de dolor mientras las criaturas se abalanzaban y los derribaban, dispuestos a devorarlos.

Pero los gritos de aquellas personas tribales fueron eclipsados por el chirrido agudo de las bestias, que cayeron al suelo retorciéndose de dolor, ante la mirada atónita de los cuatro combatientes, quienes se levantaron con alguna que otra ayuda entre ellos y observaron a su alrededor.

- Ya estoy aquí -. La voz provenía de entre la maleza, de la misma dirección de la que llegó la manada, donde surgió un hombre de ropas de aventurero algo desgastadas y rasgadas, tez clara, cabello negro y ojos verdes intensos. Tenía un brazo alzado con la mano extendida apuntando a las criaturas, que seguían retorciéndose. Con la otra sostenía una bolsa de cuero cuyo contenido tenía forma de cubo del tamaño de un pequeño cofre.

- ¡Llegas tarde, sverik!

- Maldito traidor, ¿dónde estabas?

- Acabando la expedición -. Explicó él, que hablaba perfectamente el idioma de la tribu -. Ya avisé de que lo mejor iba a ser que fuese yo solo...

- Jamás iba a dejar que un sverik caminase por nuestro territorio sagrado por su propio pie -. Le espetó una de las mujeres, que acto seguido se lamentó del dolor y se tapó la herida del brazo.

- Pues entonces... -, Les echó en cara este con la mirada, a las numerosas heridas que tenían. Iba a continuar hablando pero comenzó a caminar y se llevó una grata sorpresa al escuchar un sonido de un dispositivo que llevaba consigo y que sacó del interior de la chaqueta de aventurero -. Vuelvo a tener cobertura -. Comprobó los mensajes que recibió de estas últimas semanas y se detuvo en uno en concreto. Los miembros de la tribu fueron detrás de él y le siguieron recriminando sus acciones, acusándole de traidor y preguntándole qué había hecho en concreto, pero este se giró y alzó la mano con el teléfono, sonriendo de manera ácida -. Silencio, por favor, que ha despertado mi hermana y tengo que escribirle.

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- Sucumbiste a la ira y te dejaste llevar por tu naturaleza -. Atajó con contundencia. Sus pasos resonaban en la enorme caverna claramente iluminada por la cercana y gran salida al exterior -. Sé que ocurrió lo de tu padre, pero siempre se puede cambiar. Mi familia lo está haciendo, con mi hermana menor integrándose por completo entre humanos. Nunca es tarde.

Halueth extendió la mano, dispuesto a aceptar la de un Gamenroth malherido y derrotado, arrastrándose bocaarriba para intentar ganar espacio, aunque lo hacía tan lenta y lastimosamente que no podía conseguirlo. El dragón verde pensó en sus opciones, con ira y frustración recorriendo su cuerpo. Estaba herido por culpa de los cazadores de dragones, había luchado contra el dragón obsidiana, había recibido ataque de aquellas dos humanas y había vuelto a luchar, bajo un ataque sorpresa, de nuevo contra el dragón obsidiana. Buscó exasperado con la vista a su hermano, aliviándose al ver que se encontraba a un lado de la cueva, sin heridas aunque preocupado por la situación en la que se encontraba. Al menos no se había inmiscuido en el combate, tal y como le dijo, ya que no hubiese tenido oportunidad.

- ¿Qué... qué es lo que pretendes?

- Mencionaste la bendición de Baham, lamentándote por no haber podido pertenecer a ella. Si crees en esa superstición también creerás en la maldición que atañe a los vuestros; la Tiamática. Mis hermanos mayores y yo estamos intentando salvar a los nuestros, sea de donde fuese que proviniesen, siempre que quisiesen ser ayudados.

- ¿Nos estás... ofreciendo tu... -. Paró para toser y gruñir por el dolor -. ...ayuda? 

- Así es, pero solo a ti, ya que eres lo suficientemente mayor como para que si te pones rebelde, podamos reducirte. No me malinterpretes, no es que no quiera que tus hermanos reciban ayuda, pero me he reencontrado con mi hermana después de años y en lo poco que he he hablado con ella y lo menos aún que he hablado con la gente que la acompaña he podido comprobar que son gente fascinante, así que una vez le enseñe, será ella y los suyos quienes se ocupen de tus hermanos. Te tendrás que separar de ellos, al menos durante una temporada, ¿estás dispuesto a ello?

Gamenroth se quedó pensativo, mirando a su hermano, que le devolvía la mirada, preocupado. Resopló y miró al suelo, apretando al puño. Era lo que le quedaba de su familia, junto a Nylathria.

- Será duro el cambio. No es un simple milagro en el que te tomas una pócima y ya cambias. Dependerá mayormente de vuestra actitud, así qu...

- Mi hermana... -. Atajó el dragón verde, interrumpiéndole.

- ¿Qué ocurre con ella?

- Se la llevaron... La capturaron.

- Los mismos cazadores que te atacaron -. Afirmó Halueth, con un semblante serio. Insistió en que Gamenroth aceptase su mano y para ello acompañó el gesto con las siguientes palabras -. La ayudaré, la traeré de vuelta.

- Hermano... -. El hermano menor de Gamenroth soltó aquellas palabras, siendo casi una suplica.

- Está bien... -. Rugió de dolor este al aceptar la mano de Halueth y ser reincorporado, inclinándose hacia delante y apoyándose en una roca cercana.

- El que te hizo esa herida fue un dragón, ¿verdad? 

- Se llevaron a mi hermana y me atacó uno de los nuestros, sí. Pensaba que había sido obra del grupo que trató de convencerla de que siguiese los pasos humanos que quería ella tener.

- ¿Por qué pensaste eso?

- He dicho que el que me atacó era uno de los 'nuestros', pero... -. De nuevo, tosió y se aclaró la garganta. Ya casi había recuperado el aliento -. Lo más correcto sería decir que es uno de los 'vuestros'. 

- ¿Te refieres a...

- Un dragón metálico, o gema como lo sois tu hermana y tú. No lo sé, no lo vi bien, pero estoy seguro de que... -. La mirada de ojos de Gamenroth, con un color entre verdosos y amarillentos, se clavó de lleno en los refulgentes rojizos de Halueth, que no se esperaba aquel tipo de dato revelador -. Tenía la bendición de Baham.

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El sonido del traqueteo constante se había adueñado del vagón, que en ese momento atravesaba un hermoso paisaje en el cual la copa de los árboles se alzaba por encima, creando un túnel natural de hojas por las que se filtraba el sol de manera tenue. Los viajeros habían enmudecido; la época en la que estaba siendo aquel trayecto, en plena primavera, endulzaba el sendero con una heterogénea mezcla de colores florales. 

- Al final has ido sola -. Aquella voz, que interrumpía el silencio en el vagón, tan solo lo escuchó la persona que portaba el teléfono por el que se encontraba hablando.

- No quería molestaros -. Respondió ella en voz baja.

Las puertas del vagón frente a ella se abrieron y por ella pasaron dos soldados de armadura completa, escudo y lanza en espalda y con la mano derecha apoyada sobre la espada enfundada. Sobre el pecho llevaban el blasón rojizo y representativo de Aldmet. Nada fuera de lo común debido a los últimos tiempos, ya que el tren provenía de Tilos y la vigilancia se había reforzado en los últimos tiempos debido a las acciones de los delincuentes. Pero lo que sí llamaba la atención era que tras aquellos dos soldados iban dos individuos bastante extravagantes, con indumentarias de Happak. El primero de ellos, además, tenía la piel oscura, pelo afro pero al mismo tiempo recortado en forma de estrella y llevaba unas grandes gafas de sol; quien lo acompañaba era una chica, algo bajita, de pelo oscuro largo y suelto, con un tocado en forma de mariposa. Sus ojos, de tonalidad entre un rosado pálido y lila, se paseó por todo el vagón mirando a cada uno de los que ocupaban sus asientos, también a la chica que estaba hablando por teléfono. Tanto el hombre como la chica llevaban en sus cinturas una katana y wakizashi enfundados.

Los dos soldados y aquellos dos individuos pasaron de largo por el vagón hasta abrir la puerta contraria y atravesarla para continuar buscando lo que estuviesen que buscaban.

- Pero eres una de los nuestros y habían muchos que te queríamos acompañar.

- Lo sé, pero teníais que quedaros y cuidar los unos de los otros.

- Igualmente quer... 

- Delegada, agradezco infinito el gesto, pero ya estoy volviendo.

- Vale, vale... Pero no hace falta que me digas 'delegada'. Después de todo lo que hemos pasado tú y yo, se me hace raro.

- Eran chiquilladas. Ahora nos llevamos bien, amiga Alexandra.

- Eso está mejor -. Entre el tono de Alexandra, se notó que estaba contenta de llevarse bien con Elanil -. ¿Cuándo llega el tren entonces?

- Hemos entrado hace poco en los terrenos del Bosque de los Inquietos -. Comentó, al mismo tiempo que observó cómo la gente ya volvía a hablar entre ellos, tras haber observado por tiempo suficiente el paisaje -. Calculo que en una hora y algo.

- Avisa y vamos a recibirte a la estación.

- Claro, ahora nos vemos. 

Después de que ambas se despidiesen, tras colgar, Elanil escuchó que la puerta del vagón volvía a abrirse y los dos soldados, esta vez solos, volvían sobre sus pasos, no sin antes hacer unas comprobaciones rápidas a los del vagón, tal y como hizo la chica de Happak anteriormente. 

Y en un suspiro, sin que nadie se lo esperase, un par de ventanas se rompieron y por ellas entraron un señor mayor de pelo corto canoso en un traje ligero de colores suaves con una camisa de botones; y una joven de trenzas castañas y pecas, con un vestido fluido con estampados florales. Ambos parecían estar sufriendo, con un rostro enrojecido y con los ojos llorosos y su nariz rezumando sangre. Los civiles del vagón gritaron y se gacharon, Elanil se levantó para ayudar, pero para cuando lo hizo ya fue demasiado tarde, los soldados habían actuado antes. Ambos sacaron el escudo y cargaron con él para reducir al señor y la chica, con uno de ellos haciendo un gesto parecido al de agarrar algo del aire. Al hacerlo, como si hubiesen sido invisibles todo este tiempo, se desveló que en realidad estaba agarrando unos hilos hechos de magia, de los que tiró hacia él, forzando a que por el extremo de los hilos, que salían de la ventana, tirase hacia dentro al causante de aquello. Un tipo de larga túnica raída y una máscara de hueso, cuyas manos eran enormes, grisáceas y raquíticas. El individuo quedó derribado junto al señor y la chica, que ya no se movían porque cayeron inconscientes.

- Vosotros... no sois soldados normales -. Mencionó con voz rasposa el tipo enmascarado.

- Llévatelos al otro vagón... ¡Y que vengan los héroes! -. Le dijo uno de los soldados a su compañero, que obedeció y empezó a guiar a la gente aterrada hacia la puerta del vagón contraria a donde se encontraba el enemigo. 

El soldado que se quedó para confrontar al enemigo desenfundó la espada y la blandió para efectuar un tajo descendente contra el aún derribado enemigo. Este se defendió con una mano, agarrando la hoja aunque sin evitar que el corte se hendiese sobre esta, provocando que sangrase y exhalase un rugido de dolor. Con la mano libre, apuntó a un par de civiles detrás del soldado y de sus dedos surgieron unos hilos que iban a impactar en sus cuerpos, pero los hilos se detuvieron como si hubiesen chocado contra una fuerza invisible. Elanil había alzado las manos y usado su poder para evitar que aquel tipo volviese a controlar a la gente a su antojo. 

- ¡Ven ya! -. Soltó el de la máscara de hueso, aún rugiendo por el dolor.

De nuevo ocurrió una sucesión de hechos muy rápidamente. Lo primero fue que consiguieron llegar los tipos de Happak de antes, katanas en mano, para poder confrontar al enemigo, pasando junto a Elanil. Pero entonces el ruido estridente de cortar el acero ensordeció el ambiente y el soldado que luchaba contra el tipo derribado de la máscara de hueso hubiese quedado aplastado al caer sobre la posición en la que se encontraba una parte del techo del vagón, recortado de forma circular. Sobre aquel pedazo de metal se hallaba un hombre alto, musculoso y con un peinado suntuoso rubio, junto a una estrella que adornaba su descubierto cuello.

- Gra... gracias -. Agradeció el soldado a la elfa. Elanil había usado una vez más su poder, esta vez para transportarlo fuera del peligro, a su lado.

- No me puedo mover -. Se quejó el de la máscara de hueso, viendo su herida -. Veneno... 

- ¿Quién iba a decir que iban a camuflar a miembros de élite de los escuadrones militares como soldados rasos? Muy inteligente -. Elogió el rubio, aplaudiendo con las manos -. Y ahora lo que debía ser un mero trámite se convierte en una molestia -. Echó una mirada de desprecio a los dos tipos que llevaban katanas en mano.

- Así que dimos en el clavo -. Mencionó el hombre de piel oscura -. Pero me preguntó para qué querrían asaltar este tren.

- Hoy dos miembros de Requiem serán detenidos -. La chica habló con determinación, apuntando con su katana al rubio.

- Re... quiem -. Soltó Elanil, aturdida al ver de quiénes se trataban.

Ambos cargaron contra él y empezaron una ofensiva en la que el rubio alzaba la mano para detener cada acometida con katana, creándose un círculo rúnico que actuaba como escudo y bloqueaba el golpe. La sucesión de intercambio de golpes ocurrió de nuevo a gran velocidad, con ambos héroes llevando a cabo varias combinaciones de ataques junto a técnicas marciales, a la vez que el rubio contraatacaba con conjuraciones rúnicas y algunos hechizos destructivos.

- Hay que irse -. Mencionó el soldado, quien a pesar de ser de algún escuadrón también estaba atónito ante tal despliegue de poder -. Señorita, debe ir al vagón junto al resto de civiles.

Elanil no escuchó, sino que trataba de encontrar un hueco para ayudar con sus poderes a los héroes contra Requiem. Entonces vio que, poco a poco, el de la máscara de hueso empezaba a moverse de nuevo. Alzó sus manos para conjurar y atacarle, pero antes de que sucediese aquello, el rubio habló.

- Te dije que no eras el más adecuado para este tipo de misión.

- Jean... 

- Largo de aquí -. Jean cogió al de la máscara de hueso y lo arrojó hacia los héroes como si fuese un proyectil. 

En mitad del recorrido por el aire, conjuró con los dedos creando un círculo rúnico en el aire. Entonces, el miembro de Requiem de la túnica negra desapareció y en su lugar apareció un árbol, de manera horizontal, que arrasó la mayoría de asientos del vagón, hasta que ambos héroes de Happak lo consiguieron cortar en pedazos y hacer que los restos cayesen por la ventanas. Con el escenario más despejado, la lucha se reanudó pero en seguida ocurrió 

- ¡Vámonos! -. Insistió el soldado a la elfa.

- ¡No, quiero ayudar! -. Elanil quería detener a Requiem, por el daño que había hecho el 28M en Reposo de Taliyah.

- ¡Demasiado tarde, tomad esto! -. Fue ahora Jean el que gritó, saltando. Por un momento, su mirada se cruzó con el de Elanil.

Una marabunta de dagas surgieron de la nada, convirtiéndose el escenario en una tormenta de acero con tanta fuerza cinética y mágica que terminó reventando el techo del vagón, que aún seguía anclado al resto del tren. 

- ¿Hanif...? ¡HANIF! -. Exhaló la chica, sosteniendo sobre sus brazos a su compañero de piel oscura, quien se había puesto delante para proteger a su compañera.

Su cuerpo estaba apuñalado por decenas de dichas dagas, al igual que el suelo, la pared de la puerta del vagón contraria a donde se situaba Jean. Elanil se quejó del dolor por la daga que se había clavado en su hombro, pero se encontraba bien. El soldado se había puesto delante de la chica también para protegerla. Esta abrió los ojos del asombro y el terror al contemplar que podría haber evitado aquello si le hubiese hecho caso.

- No te preocupes, estoy bien... -. Tosió algo de sangre pero por las heridas que tenía parecía que ciertamente estaba fuera de peligro crítico, a pesar de que le habían alcanzado numerosas dagas.

- Hanif... Responde.

- Uno menos -. Se jactó Jean, quien se apoyó en la puerta del vagón que tenía tras sí y se cruzó de brazos -. Vaya héroes de pacotilla han venido a Aldmet para intentar aplacarnos... ja.

- Tú... -. Con ojos llorosos, la chica se incorporó, no sin antes dejar con sumo respeto a su compañero en el suelo. Volvió a empuñar la katana -. ¡SHINEEEE! ¡HIEN NO TSUBASAAAAA! -. Pronunció con una voz desgarradora, lanzándose hacia delante con una estela de energía blanca cubriendo su arma.

- ¿Otra vez un ataque así? -. Jean sonrió y volvió a alzar las manos, dispuesto a bloquear como ya había hecho anteriormente -. Sabes que no serv...

Pero entonces, un acto totalmente inesperado ocurrió. La puerta sobre la que se había apoyado Jean se abrió. No se trataba de un soldado ni otro héroe. En apariencia no era más que un hombre civil más, de mediana edad, con una barba de tres días en torno a una perilla mejor formada, con algo de canas ya sobresaliendo tanto en esta como en su repeinado cabello corto y negro.

- ¡CABRONES DE REQUIEM! -. Mencionó aquel hombre.

- Qu... -. Fue a decir Jean, que quedó totalmente desequilibrado, sin poder conjurar la barrera para detener a la chica.

- ¡AAAAAAH! -. Gritó ella, alcanzando al miembro de Requiem con su hoja.

La katana se clavó en el cuello, unos centímetros desviados del centro, cercenando la mitad izquierda de este. Jean vio sus palabras ahogadas por el dolor y la sangre, que expulsó rápidamente por la boca junto al chorro que surgió disparado de su propio cuello, que fue a agarrar con ojos temerosos. Su reacción no fue contraatacar sino al pisar con el pie de apoyo, saltó fuera del tren, con una expresión de terror que demostraba que temía por su vida. La chica no dudó en ningún momento y también saltó fuera del tren para seguirlo. 

De pronto el silencio, tan solo interrumpido por el traqueteo del tren y los dejes de dolor del soldado, volvió a inundar el ambiente en el vagón, ahora destrozado por los signos de batalla. Los ventanales arrasados, junto al techo y la mayoría de asientos, así como la presencia de decenas de dagas clavadas, el cuerpo de Hanif y la sangre tanto de este, como del soldado y el propio Jean, eran el nuevo paisaje que Elanil tenía ante ella.

- Maldito hijo de puta, ¡sufre! -. Espetó aquel hombre, que siguió con la mirada a Jean y la chica de la katana, hasta que por el movimiento del tren ya los perdió de vista.

- ¿Quién... eres? -. Preguntó el soldado haciendo un esfuerzo para incorporarse. El hombre fue a responder pero Elanil se despejó de su obnubilación y se dirigió a él.

- Ahora debo yo darte las gracias. Me has protegido.

- No es nada -. Sonrió este tras quitarse el casco, resultaba que era un hombre bastante joven, de cabello revuelto y castaño -. Has hecho bien en quitarte la daga, por si acaso estaba la hoja envenenada -. Mencionó mirando el hombro de Elanil, antes de pasar a mirar su propio cuerpo para hacer lo mismo.

- ¿Eh?

Elanil, confusa, miró su hombro. Era cierto, la daga no estaba, pero ella no se la había sacado en ningún momento. Miró a su alrededor de nuevo. Era imposible saber con exactitud si todas seguían en su posición pero a simple vista parecía que era la única que había desaparecido.

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La noche envolvía la ciudad de Maridel, con un gran calle que serpenteaba en el límite costero, cuyo paseo marítimo abarcaba tanto playa como puerto, donde tan solo se salvaba el sector más industrial de esta, dedicada a la fabricación de navíos. Maridel se alzaba como un manto ascendente a medida que se adentraba en tierra, con una subida en cuesta que acompañaba el alzamiento del monte que conformaba la casi totalidad de la isla.

Una figura solitaria emergía de entre las sombras del puerto. Su silueta apenas perceptible se deslizaba con gracia por las calles adoquinadas. Con el contraste de la oscuridad, sus cabellos dorados ondeaban al ritmo de los saltos que daba con agilidad, para sortear los obstáculos y edificios pequeños. Seguía las voces y recorrido de algunos guardias, que corrían hacia un lugar cercano a la playa, pidiendo ayuda de sus compañeros armados para formar un escuadrón para abarcar el problema que acababa de acontecer la atención de Maridel.

Resultaba que unos minutos antes, en la taberna de la Anguila Lila, el bullicio y el jolgorio se había transformado en un silencio tenso cuando la puerta se abrió de golpe. Un grupo de maleantes, enmascarados y armados hasta los dientes tanto con armas afiladas como con algunas de fuego, irrumpieron en el lugar y en cuestión de minutos consiguieron el oro del tabernero y de los aventureros que usaban aquel sitio como lugar de paso, tras completar alguna misión, aprovechándose los delincuentes de los frutos que ellos consiguieron. Al ser sorprendidos en mitad de borracheras, no pudieron hacer nada contra los delincuentes, pero sí que ofrecieron la resistencia justa para que el lugar quedase rodeado de guardias y tuviesen que usar a la gente de la taberna como rehenes.

Pero de pronto, la iluminación eléctrica del lugar se apagó y los delincuentes apuntaron con sus armas, nerviosos, en detrimento de los rehenes, que aterrados ante aquel gesto de tensión de los malhechores se encogieron aún más en el suelo.

- No os preocupéis -. Uno de ellos, que no iba vestido como los demás sino con una larga túnica y capucha, conjuró y varias partículas brillantes recorrieron el lugar para iluminar tenuemente el entorno. 

Fue entonces cuando vieron una sombra moverse por la zona superior de la taberna, por las vigas de madera que mantenían el techo de vertiente doble. Vieron que se trataba de una joven de cabello dorado, recogido en dos coletas, que avanzaba rápidamente, con su lanza reluciendo bajo la luz de las partículas brillantes que había invocado el que parecía el líder del grupo.

- ¿Quién es esa? -. Espetaron algunos de los secuestradores, disparando hacia arriba y desatando algunos gritos de la gente.

- ¿¡Quién osa interrumpir nuestros planes!? -. Gritó el mago, que sí pudo seguir a la chica con la mirada y la apuntó con una mano temblorosa cargada de energía oscura.

La joven se detuvo frente al mago, sus ojos azules brillando con una intensidad que desafiaba la oscuridad que los rodeaba. Con una sonrisa firme se lanzó hacia él en primer lugar, esquivando el haz de energía oscura con una agilidad sobrehumana. El mago, sorprendido por la velocidad, levantó la otra mano para conjurar un hechizo adicional, pero la chica ya estaba sobre él. Con un certero movimiento, le derribó, con sus ropajes cayendo sobre él, dejándolo indefenso. Los secuestradores, desconcertados por la valentía de la misteriosa intrusa, retrocedieron estupefactos, sin darse cuenta de que al hacerlo se alejaban de los rehenes que usaban como escudos humanos.

- ¿¡Qué demonios está pasando aquí!? -. Gritó uno de los secuestradores, mirando a su líder caído. 

Este intentó resarcirse y levantarse, pero la chica alzó su pierna hasta dejarla en una posición vertical hacia arriba, para acto seguido desencadenar una patada descendente cuya parte anterior de la bota fue a parar a la cabeza del mago, provocando que exhalase un quejido de dolor y quedándose completamente aturdido.

- ¡Disparad! -. Gritó uno de los que estaban armados con pistolas. Los demás que llevaban armas de fuego se prepararon para acompañar a su compañero y disparar a la vez.

- Ah, no. Se acabó el atormentar a esta pobre gente -. La chica tocó su brazalete y de este surgió una runa brillante de color azulado -. ¡Disrupt! 

Las armas de fuego que la apuntaban explotaron y la mayoría se llevó las manos a la cara, que quedó afectada por quemaduras severas por dicha explosión. Los que llevaban armas cuerpo a cuerpo quedaron abrumados por el poder de la chica, que había reducido a su líder y a la mayoría de sus compañeros. Asustados, corrieron hacia las ventanas y salidas auxiliares para intentar huir.

La chica fue a seguirles, recogiendo la lanza para poder llevarla consigo, pero entonces los rehenes empezaron a alzar la mirada ante el fin de aquella pesadilla.

- ¿Esa no es...? -. Murmuró uno de los aventureros que alzó la mirada, reconociendo a la figura encapuchada.

- ¡Es la heroína Incógnita! -. Exclamó un adolescente, con un brillo en sus ojos por la ilusión y la alegría.

Incógnita se detuvo, pensando que ya se encargarían los guardias de los que huían, así que se giró hacia los liberados y con un movimiento de su mano libre, hizo que su capa ondease tras ella.

- ¡Estáis a salvo ahora! -. Les aseguró con una sonrisa radiante y el pulgar alzado.

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- ¡El ganador del combate y AUUÚN... -. Ante esa palabra, el sonoro abucheo que ya acontecía en la arena se acentuó aún más -. campeón de Advanced Extreme Warfare, Barnet... Deeeeer Grobeeeeee... GUNTHEEEEEEER*!

*Del rimbrés, 'Der Grobe Gunther' significa 'El Gran Invicto'

El árbitro acompañó las palabras del anunciador acercándose a Barnet para agarrar con su mano izquierda a la muñeca derecha del luchador y alzarlo ante el público, mientras que este a su vez alzaba también el cinturón que había conseguido retener con la mano izquierda. Estaba agotado, sangrando y al borde de la inconsciencia, pero lo había vuelto a conseguir. 

En la arena subterránea, en el enorme habitáculo sobre el que se alzaban un par de gradas, la gente abucheaba y arrojaba incluso objetos hacia la arena de combate. Barnet se fijó con una sonrisa ácida en el público que estaba descontento por su victoria, pero el motivo de su sonrisa cambió a una sincera cuando vio algunos pocos que celebraban con él su victoria, entre aplausos y vitoreo. Entre ellos vio a su mujer, quien no sabía que vendría, siendo toda una sorpresa. 

Tras celebrar junto con sus compañeros de facción, bajó de la plataforma de combate y se acercó a ella.

- ¡Esto está siendo increíble! ¡Barnet ya lleva gobernando ese cinturón por más de dos mil días, un hito histórico de la disciplina de CUALQUIER competencia marcial! Miren eso, se está acercando a su mujer. Le ha indicado con un gesto, con el que ha señalado al cinturón sobre su hombro y luego a ella, lo que parecer ser una dedicatoria muy bonita, sí señor. Y a continuación se funden en un tierno beso, ¡niños, no vean esto, ja, ja, ja! 

Tras aquella celebración, Barnet se retiró a vestuarios por una de las salidas desde la arena. Se quedó en el túnel del que todavía tenía vistas al escenario y se quedó viendo cómo la gente seguía descontenta, con algunos preguntándose si aquel era ya el final del evento.

- Lo hiciste, acabaste con él de la forma en la que dijiste.

- Por supuesto, ya no existe rival en este reino que pueda intentar acercarse a este oro.

Pero entonces, una música de entrada opacó al de El Invicto, con una marea de ovación y sorpresa en el público. Barnet y los suyos miraron con asombro hacia la otra salida de la arena, de la que entraba un hombre de presencia atlética y elegante, con barba recortada y cabello corto. Su ya algo avanzaba edad no enturbiaba su apariencia pulcra, en traje de chaqueta. Con una sonrisa, agradecía la increíble reacción que estaba teniendo el público.

- ¡Señoras y señores, por primera vez en la historia de AEW, demos la bienvenida a el presidente de las Artes de Sangre... Hunter Hearst Helmsley... TRIPLEEEEE H!

La ovación se reforzó aún más con su nombre, seguido de un sonoro aplauso. Triple H fue a buscar un micrófono.

- ¿Qué cojones hace alguien como él aquí? -. Escuchó decir Barnet de su amigo Thunder.

- Es un placer estar en la cuna de la lucha del combate, en la casa de... ¡Advanced Extreme Warfare! -. De nuevo, otra increíble ovación, seguida de algunos cánticos como 'Triple H' o 'Welcome legend' -. Gracias, muchas gracias por abrirme vuestras puertas. Les seré sincero; llevo un tiempo viendo este espectáculo, con combates tan increíbles como... -. Pasó a mencionar numerosos combates de la compañía, entre los cuales el público reaccionó con más ovaciones por ser encuentros históricos en la corta vida de AEW.

- No menciona ninguno tuyo... -. Escuchó decir de otro de sus amigos que le acompañaban.

- Ya sé por dónde van los tiros -. Barnet volvió a esbozar una sonrisa -. Así que eso pretendes, ¿eh, Triple H? 

- ... Y me gustaría escribir un nuevo capítulo de esta compañía; de formar parte de más grandes hazañas; de seguir creando historia. Por eso mismo, señoras y señores, quiero informarles de que... ¡por primera vez... Las Artes de Sangre... y AEW... COLABORARÁN EN UNA SERIE DE INCREÍBLES EVENTOS! 

Si hubiese un medidor de ruido en aquel subterráneo, sin duda se hubiese roto. La mayoría de fans de las gradas conocían bien la historia de las Artes de Sangre y el prestigio que habían conseguido con sus eventos legendarios. La noticia de una colaboración les maravilló.

- ¡Y ESO VA TAMBIÉN POR TI, DER GUNTHER! ¡TÚ TAMBIÉN FORMAS PARTE DE LA HISTORIA DE AEW! ¡TÚ TAMBIÉN LUCHARÁS! ¡TU CINTURÓN SERÁ DEFENDIDO CONTRA... RETH... FUCKING... BRANS!

De nuevo otro estallido, la gente aclamaba por tal combate de ensueño, en el que algunos se querían agarrar a que fuese el final de la imbatibilidad de El Invicto.

- Muy bien, te seguiré el juego -. Soltó en voz baja Barnet, aceptando el reto.

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- ¡Preparad las velas! ¡Levad anclas! ¡Izad la bandera! Ah... que se me olvidaba... ¡Cargad las cajas de pasteles! 

- ¡Sí, capitana! -. Gritaron al unísono acatando la autoridad de su superior.

La aventura había comenzado unos meses atrás y se estaba convirtiendo en el gran sueño de lo que siempre quiso ser. Desde que partió, apenas con un bote, un barril y unos pocos compañeros, hasta tener su actual galeón y tripulación de casi cuarenta miembros. Se habían estado uniendo algunos amigos del pasado que consideraron seguir sus pasos; el primero de ellos de los que más le sorprendieron. De la propia cúpula del alto gobierno de su padre, uno de sus capitanes y miembros más fuertes, no solo del reino sino del mar de islas. Su nombre era Edward y cargó una de las cajas más grandes de pasteles, esbozando una sonrisa porque bromeaba con otro de los amigos más acérrimos de la tripulación, en esta ocasión, que hizo durante el trayecto. Mientras que Edward era alto, musculoso, iba con el torso al aire debido al clima agradable que hacía y tenía su largo cabello negro recogido en un moño. Jack era más delgaducho, aún estando también en genial forma. Siguiendo el contraste, tenía el pelo blanco y corto, piel algo bronceada y con alguna que otra cicatriz. Jack le dio un pequeño golpe en el hombro a Edward y sonriendo ambos, subieron hasta el barco, para acompañar los preparativos que estaban a punto de completarse para poder zarpar del muelle de aquel poblado, en aquella isla solitaria. 

- ¡Muchas gracias por la ayuda! 

- ¿¡Nos volveremos a ver!? 

- ¡Te echaremos de menos, Saranova!

A pesar de lo temprano que era, algunos aldeanos se acercaron al puerto para despedirse 

- Para estar lejos de Yrentrid, nos han cogido mucho cariño -. Escuchó Saranova decir a Jack, que estaba cerca preparando los cabos de escota de la vela principal.

- ¡AHOOOOY! -. Saranova se acercó hasta la barandilla del barco y se subió a ella parcialmente -. ¡VOLVEREMOS, POR SUPUESTO QUE SÍ! ¡EY, ELARN, NO SE ME OLVIDA QUE ME DEBES LA REVANCHAAA!

- ¡Claro que sí, cuando quieras! 

- ¡Buen viaje!

- ¡Adióoooooos!

- ¡ADIÓOOOS! -. Se despidió ella, antes de darse media vuelta y dirigirse de nuevo a su tripulación -. ¡Novagantes, poned el barco en marcha! 

Y así lo hicieron, alejándose de la isla con cada vez más aldeanos en el puerto, que se acercaron hasta el extremo del muelle, especialmente los niños, para acentuar la despedida con exagerados movimientos con las manos. Saranova y los suyos se quedaron observándolos con una mezcla de felicidad y un pequeño toque amargo, ya que para volver a verlos tendría que pasar mucho tiempo y que coincida la ruta del barco de vuelta hacia allí. 

- Hay que hablar, capitana -. La que se refirió a ella era otra de sus amigas, que había hecho por el camino. De cabello largo pelirrojo, como lo tenía la propia Saranova; y llevando un falso parche y ropas cómodas y ligeras, Isabella se acercó con un par de carteles de pergamino antiguo en lo que, junto a una foto de Saranova, se detallaba una recompensa de cuarenta mil piezas de oro por su captura viva y devuelta al gobierno de Yrentrid.

- El alto senescal, en nombre de tu padre, capitana, no lo va a dejar estar, ¿verdad? -. La que habló se acercó desde atrás, otra de sus amigas cercanas. Arabella era una criatura que aparentaría ser una humana normal salvo por las dos largas orejas de conejo que, junto con la cola pomposa, denotaba la verdad de su raza híbrida -. Vaya, es una recompensa altísima.

- Y no solo tiene una recompensa alta ella -. Explicó Isabella, mostrando el siguiente cartel -. Sino que parece que quieren de vuelta al que fuese tan valioso miembro militar 

- ¡Halaaa! ¡Si casi tiene la misma recompensa Edward que usted, capitana!

- ¿Capitana?

Isabella y Arabella, que estaban charlando entre ellas explicando lo de los carteles, se giraron para buscar el origen del silencio de su capitana. Esta estaba con los ojos cerrados, tratando de contener las lágrimas. Durante ese instante, se preocuparon por ella, pero resultaba que no es que le pasase nada malo a Saranova, sino al contrario.

- ¡MI PRIMERA RECOMPENSA! ¡QUÉ ILUSIÓN! -. A Saranova se le saltaron las lágrimas y dio varios saltos de alegría, zarandeando los brazos como loca -. ¡Mis queridas 'Bella'! ¡Soy famosaaa!

- Y yo preocupada por ella... -. Soltó Arabella, aliviada de que no le pasase nada malo a Saranova, que se fue dando saltos por todo el barco.

- No tiene remedio -. Suspiró Isabella, llevándose una mano al rostro.

- ¡Eh, Edward, que tienes una recompensa también puesta! ¡Somos los más temidos del inmenso mar de islas! 

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Sus pasos resonaba en el absoluto silencio, como martillazos sobre una plancha de acero, de manera resonante e incesante. A medida que caminaba, las antorchas se encendían por sí solas, con un resplandor azulado, para de nuevo volverse a apagar una vez la figura continuaba su recorrido por el pasillo. Dejaba atrás algunas puertas de madera negra con refuerzos de metal y continuó hasta llegar a unas escaleras que ascendían en caracol. En su ascenso un nuevo tipo de sonido se sumó al de sus pasos, el de las olas del mar chocando contra las rocas del acantilado, que se situaba al otro lado de aquel refuerzo de mampostería que conformaba la estructura.

Entonces llegó a una puerta doble de madera, que al contrario que las que había en el pasillo anterior, esta no presentaba un aspecto tosco y poco cuidado sino que tenía ornamentos y detalles de una gran hidra tallada desde la base hasta lo más alto, donde las cabezas miraban hacia arriba con fauces amenazantes.

Al abrirlas, la mampostería gris que rodeaba el habitáculo de escaleras de caracol daba paso a un elegante salón con un toque más cálido y oscuro, las paredes estaban revestidas con grandes losas de piedra arenisca en tonos ocres y oscuros. Habían sofisticados sillones tapizados en cuero de color burdeos, complementados con grandes cojines de terciopelo esmeralda. En el centro de la habitación se alzaba majestuosa una imponente columna con chimenea de mármol negro, emanando un cálido resplandor del fuego tenue. Por las amplias ventanas vidriadas, enmarcadas en madera oscura o hierro forjado, entraba la grisácea luz natural del día nublado que había en el exterior. 

La sala no estaba vacía, sino que en su interior habían varios individuos que estaban llevando diferentes actividades, desde descansar tranquilamente en los sofás hasta revisar las estanterías provistas de diferentes tipos de libros, estar asomados por la ventana o incluso había uno que estaba jugando a una consola portátil.

- ¿Qué haces aquí? -. Preguntó uno de los integrantes, una chica que estaba frente a la ventana.

- Ten modales  -. La reprendió pero no el que acababa de entrar en la sala sino un chico que estaba sentado en el sofá, de manera formal, leyendo tranquilamente un libro.

- Supongo que ya sabéis lo que ocurrió en Aldmet -. Mencionó el tipo que había entrado. Al soltar aquello, los que aún no le habían dirigido la mirada lo acabaron haciendo.

- Para eso vienes, ¿Colmillo-kun? -. El chico que estaba echado perezosamente entre los cojines del suelo miró a quien tenía a su lado -. ¿Lo he dicho bien, One-chan? 

- Eso es, muy bien -. Aprobó ella, colocándose en posición más cómoda tras acabar su ejercicio de meditación.

- Ya sabemos lo de la muerte de nuestro padre, Colmillo -. Volvió a hablar el que reprendió a la chica que habló en primer lugar, siguiendo su tono serio y de suma educación -. Nos dimos cuenta el mismo momento que murió.

- ¿Cómo es posible eso? 

- Él nos vinculó a su reliquia, a través de la Esencia de la Ruina -. Explicó la chica que estaba meditando y que ahora se había levantado para colocar el cojín de meditación en su sitio -. Cuando cayó, los siete lo vimos; las caras de aquellos jóvenes tendidos en el suelo y al frente a aquella chica de cabello negro y ojos violetas, junto con el chico de cabello rubio y ojos ambar...

- Así que conocéis sus caras -. Nadie pudo verlo, pero El Colmillo sonrió debajo de su máscara -. Muy bien, os contaré sobre ellos. Pero antes, ¿qué pensáis hacer?

- Ya hemos empezado a entrenar.

- Somos al menos dos veces más fuertes en comparación al día en el que nos enteramos de su muerte.

- Vaya, increíble -. Valoró El Colmillo -. Pero con vuestro nivel actual no podréis hacer nada. Esos chicos son ciertamente fuertes, mataron a vuestro padre, recordad. Y seguro que el día que los veáis serán aún más fuertes.

- ¿Todo lo que estamos haciendo es para nada? ¡Vete!

- ¿Nos estás llamando débiles, cabrón?

- Buaaaaaaaa, yo quiero ser más fuerteeeeeee...

- Silencio -. Volvió a atajar el mayor de todos -. Guardad las formas, hermanos.

- No os preocupéis -. El Colmillo alzó las manos, mediando la situación -. Conozco a una persona que os puede ayudar. Se convertirá en vuestro profesor; además yo mismo os enseñaré lo que pueda.

- ¿Qué pasará con Victus? -. Preguntó el mayor, curioso por el devenir de la organización.

- Eso es algo que hablaremos el Incandescente y yo, entre otros. Lo que os tenéis que preocupar es de vengar a vuestro padre, que tan cruelmente fue asesinado. Cuando estéis preparados saldréis en su búsqueda.

- Un año -. Se levantó el mayor de todos, cerrando el libro -. En un año iremos a por ellos. Es lo que tenéis para volveros lo suficientemente fuertes, hermanos míos, como para honrar su nombre.

Y con un sonora exclamación afirmativa, los siete hermanos entraron en una nueva etapa de su vida.

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