El estrado del juez, elevado y solemne, había sido transformado en una mesa rectangular de caoba donde se estaban sentando tres personalidades importantes, acompañados por sus personas de mayor confianza, que permanecían de pie. Ocupando uno de los laterales de la mesa se sentaba un hombre anciano pero en una forma espectacular y un cuerpo tonificado; se cruzaba de brazos mientras esbozaba una sonrisa jovial, a pesar de que le incomodaba la capa del uniforme blanco debido al calor. A su lado y de pie, dos miembros uniformados de blanco y armados, lanza en mano; los tres tenían en su capa el símbolo de un ojo del que descendían tres líneas. A ambos extremos de la mesa, se sentaban los dos hijos de Alphonse.
- Goran, Dragomir... -. Empezó a hablar el hombre anciano, carraspeando antes -. Hoy puede ser un gran día para la historia de este reino. Podéis acabar con un conflicto que está dañando la estabilidad y el bienestar de la población. Si os unís, el resto de personalidades que se han sublevado también tendrán que echarse atrás; Si os unís, aquellos que dudan sobre unirse a Negan ya no tendrán motivos para hacerlo; Si os unís, volverá la paz a Yrentrid. ¿Estáis listos?
- Gracias, almirante De la Cruz -. Agradeció Goran en primera instancia -. Ojalá se cumpla lo que dices y pueda volver todo a la normalidad. Hermano -. Volvió su mirada hacia el frente, donde Dragomir se la devolvía sobre sus manos entrecruzadas -. Estoy abierto a solucionar la disputa que tenemos. Por nuestro reino; por nuestros hermanos perdidos; por nuestro padre.
La reunión transcurrió lenta pero pacíficamente. Ambos hermanos conversaron en búsqueda de un entendimiento, sin entrar en justificaciones por actos pasados, ya que el almirante De la Cruz creía que eso no ayudaría en nada en estos momentos. No obstante, tanto Goran como el Protector notaron en Dragomir un deje de arrepentimiento en los argumentos que presentaba para intentar solucionar la situación. Aunque curiosos por saber qué se le cruzaba por la mente, ninguno quiso indagar sobre ello. No obstante, surgió del propio Dragomir en los instantes finales de la reunión.
- Goran... Yo... -. Se llevó los dedos a los ojos cansados para frotárselos, antes de girarse para ver a sus acompañantes, que le devolvieron la mirada y asintieron levemente. Entonces se volvió hacia su hermano y continuó -. Te voy a contar la verdad de por qué he hecho todo esto.
- Lo entiendo, Dragomir -. Quiso quitarle peso Goran, a pesar de su curiosidad -. El trono puede ser tentador.
- No era por tentación -. Atajó Dragomir rápidamente -. Aquel que hereda la corona recibe también el Legado de Drovath.
Goran se quedó callado y bajó la mirada a la mesa. El almirante De la Cruz se atusaba la perilla, algo desconcertado por lo que implicaba aquel término y a pesar de que sabía por encima lo que era aquello, nadie en esa sala comprendía en profundidad los entresijos de lo que significaba.
- El Legado, ¿para qué... -. Goran fue a formular aquella pregunta pero al alzar la mirada se encontró con lágrimas en los ojos de Dragomir.
- Yo fui un estúpido, hermano. La desesperación se apoderó de mí... la depresión y la obsesión se convirtieron en mi día a día... -. Dragomir sollozaba, de manera incómoda para los demás, que no sabían si consolarlo o detenerlo para que se recuperase -. El dolor de su muerte aún me atormenta, hermano. La única persona a la que de verdad he amado, cuya pérdida me hizo enloquecer. Solo el Legado de Drovath puede ayudarme... Necesito... Sentía que NECESITABA... la corona.
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Los gritos de auxilio y socorro, en consonancia con los de dolor y agonía, se iban apagando poco a poco. Cada vez eran menos los que podían respirar para vociferar algo y más los que eran cazados y cuyas vidas eran arrebatadas al mismo tiempo que unos graves rugidos envalentonados se jactaban de las víctimas y de la invasión, por supremacía y poder. La invasión orca había llegado a otro poblado más, en islas cada vez más alejadas de su hogar. El capitán de la guardia había intentado convencer al conde en más de una ocasión de que había que buscar aliados para lograr frenar el avance de tal fuerza invasora, porque temía que tarde o temprano llegasen tan lejos como para intentar atacar a una localización que les quedase lejos. Ese día había llegado.
El conde se negó a buscar ayuda en los últimos años en los que se le había intentado persuadir de que ellos tan solo no serían suficientes para frenar a los orcos; en parte por orgullo, ya que no le ataba nada a sus aliados isleños, que actuaban de manera tan independiente como lo hacía él en su isla; y en parte por escasez de recursos, ¿con qué podría haber negociado para que otros se jugasen la vida en defender un lugar que no era suyo? Era el precio a pagar por haber estado siglos controlando un pequeño territorio, como hacían los demás a su alrededor, de manera disgregada, egoísta y en solitario.
El precio a pagar era lo que estaba pasando ahora; los orcos, que sí que habían logrado unir a clanes de alrededores en un poderoso ejército naval invasor, contaban en sus filas no solamente con los propios orcos, sino también con osgos, trolls, gigantes y, por último, bestias que habían logrado domar de la fauna de su ampliado y unido territorio. Eran imparables y lo único que le quedaba a la ciudad era perecer sin opción alguna. Con suerte, quizás algunos de sus aldeanos conseguirían huir y esconderse por alguna parte de la isla, sin ser encontrados.
Una adolescente corría por unos callejones con su hermana menor. Estaba muy asustada pero hizo de tripas corazón para poder proteger a su hermana menor, que sí que estaba completamente sumida en el miedo. No sabía qué había sido de sus padres, pero ahora lo que tenía que hacer era proteger a su hermana. Recorría el estrecho callejón, entre algunos contenedores de basura, palés de madera, lonas rotas, sacos vacíos y algún que otro carromato destartalado, cuando escuchó a aquellas bestias que se aproximaban por una de las calles.
- Escóndete, Olivia -. Le pidió, ayudándola para meterla en el contenedor que estaba hasta arriba de basura. Había espacio suficiente para que se pudiese echar sobre las bolsas negras y poder cerrar la tapa, pero solo para ella al ser pequeña.
- Pero... ¡Pero Ariah! -. Sollozó Olivia. Ariah, haciendo caso omiso a los llantos de su hermana, la cogió para ayudarla a subir al contenedor y poder esconderla.
- Shhh... No te preocupes, que yo me voy a esconder aquí al lado, ¿vale? -. Hizo acopio de las fuerzas que podía para poder sonreírle, acariciando su cabello. Hasta que escuchó los pasos de esos monstruos que se aproximaban al callejón -. Vamos, rápido... y no hagas ruido, ¿vale? Como cuando jugamos al escondite.
Cerró la tapa del contenedor y rápidamente cogió un trozo de lona cercano, que se la echó por encima y se acurrucó al lado del contenedor, con la esperanza de poder camuflarse junto al resto de desechos y basura. Entonces escuchó los pasos de los orcos aproximarse. Ariah contuvo la respiración y rezó a la diosa de los mares para que Olivia no sollozase y así, con suerte, ninguna de las dos sería descubierta.
Los orcos hablaron en un idioma que la chica no comprendía, hasta que de repente sintió como una fuerza la arrastraba fuera de su escondite, arrancándole la lona de las manos. Una de esas bestias la había encontrado y ahora la estaba sosteniendo con una sola mano. Ariah gritó de terror y entonces deseó no haberlo hecho, ya que Olivia sollozó fuerte y también fue descubierta. Entre las desagradables bocas de largos colmillos inferiores de los orcos esbozaron una desagradable sonrisa, hasta que de pronto, eso fue lo último que hicieron en sus vidas.
Ariah y Olivia cayeron al suelo, ya que los orcos que las sostenían ya no estaban vivos. Ambas gatearon por el suelo hasta ponerse una al lado de la otra, abrazadas. El resto de orcos miraron confusos alrededor y sostuvieron sus armas en alto, preparándose para luchar. Y entonces, el asesino que había salvado a las chicas cayó frente a ellas, al mismo tiempo que un sonido imponente, profundo y solemne alimentaba las calles de la ciudad. Era una nota musical de algún tipo de instrumento, que servía como alerta para los orcos, ya que algún tipo de refuerzo había llegado para detener su invasión. Los orcos que estaban en guardia alzaron el rostro por un instante ante aquel ruido, pero se centraron en la amenaza inmediata para ellos.
El asesino, o mejor dicho, la asesina, era una mujer de alta estatura, con unos cuernos curvos que surgían de su frente, justo delante de su cabello blanquecino. En torno a ella llevaba una capa blanca, que hacía juego junto con su indumentaria de combate, también blanca. La capa ondeaba y se dejaba ver una cola negra que surgía del final de su espalda. Esta se agitaba levemente de un lado a otro, inquieta por lo que estaba a punto de hacer el cuerpo al que estaba unida.
Antes de que pudiesen reaccionar los orcos, que eran un total de cuatro, la chica los asaltó. Los dos primeros cayeron muertos en un instante por algún tipo de ataque tan rápido que Ariah no pudo ver. Sí que pudo ver cómo murió el tercero, cuando la mujer le arrojó la capa para obstaculizar su visión y así poder atacar a través de ella, con unas pequeñas cuchillas que arrojó, rasgando la capa e impactando al orco. Ante tal superioridad, el que quedaba se acobardó y empezó a huir, soltando incluso el hacha para poder correr más rápido. La chica empezó a correr detrás de él, pero de inmediato se detuvo, sopesando mejor su elección, girándose hacia las chicas.
- ¿Estáis bien? -. Preguntó con un tono cercano impropio de lo que acababa de hacer de manera tan fría. Cogió la capa con los agujeros de sus cuchillas y se la echó por encima a las chicas, para así poder coger a las dos fácilmente y cargarlas. Ariah estaba en shock y Olivia no paraba de sollozar, sin poder hablar.
- Tú... tú eres... -. Cuando por fin Ariah pudo hablar ya se encontraba en la calle, fuera del callejón. Los orcos se encontraban siendo avasallados por las fuerzas que habían venido a rescatar la ciudad. Todos llevaban un uniforme muy parecido, todos con capas blancas. Entonces la chica se fijó en la capa que la envolvía -. Una Protectora del Ojo.
- Nos confunden con ellos, pero no, no somos Protectores.
Antes de que pudiese preguntar quiénes eran entonces, la mujer las dejó en el suelo, en un punto de la calle donde estaban levantando empalizadas aquella tropa uniformada. Detrás de aquellos puntos de defensa habían algunos grupos de ciudadanos que estaban siendo reunidos. Y entre ellos...
- ¡ARIAH, OLIVIA! -. Gritaron a la vez un par de voces, una masculina y otra femenina.
- ¡PAPÁ, MAMÁ! -. Respondieron al unísono las dos hermanas.
Las dos hijas fueron reunidas con sus padres, con los cuatro llorando, soltando el miedo y desesperación que habían sufrido en las últimas horas e inundándose de lágrimas de alivio y felicidad. Tras más de un minuto así, con abrazos y preguntándoles a sus hijas si estaban bien, el padre se giró hacia la mujer de cuernos negros y cabello blanco.
- Si no sois Protectores... ¿quiénes...
- Nosotros... -. La mujer, que se encontraba dando órdenes a los de alrededor, se giró, recogió la capa y se la volvió a poner en la espalda, ondeando nuevamente por el viento -. Somos Negan.
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Las sombras de mástiles rotos se alargaban sobre el agua turbia, mientras la marea traía consigo olor a sal y humo de leña. Sobre la bahía, las luces parpadeantes de antorchas y faroles dibujaban una ciudad de madera y cuerda que parecía trepar por los acantilados como una enredadera caótica. El paisaje estaba adornado de forma heterogénea con casas levantadas con tablones de antiguos barcos, pasarelas estrechas que colgaban sobre el vacío y plataformas que crujían con cada paso, componiendo un laberinto imposible que desafiaba al viento y a la gravedad.
Ese lugar, en el corazón de la isla, era conocido como la Cala del Pirata: un puerto sin ley y, a la vez, con más códigos de los que cualquier tierra civilizada podría comprender. En esa ciudad, entre risas roncas y cuchicheos en decenas de lenguas, se firmaban pactos, se trazaban rutas y, de vez en cuando, alguien desaparecía para siempre bajo las aguas oscuras… aunque casi nunca sin motivo. Porque en la Cala, incluso el caos seguía ciertas reglas.
Desde el gigantesco muelle, los caminos ascendían serpenteando entre distintas zonas: las primeras, bulliciosas, llenas de puestos improvisados donde se comerciaban armas, toda clase de alimentos y, especialmente, alcohol; y también se hacían negocios con la información y los secretos. Más arriba habían plataformas repletas de talleres y distintos negocios artesanales y todavía más arriba, cerca de los bordes del acantilado, las pasarelas más tranquilas donde los veteranos jugaban a los dados con la calma de quien ya ha sobrevivido a demasiadas tormentas.
En lo alto, dominando la vista de toda la bahía, se levantaba junto a la parte más residencial y tranquila de la Cala, la Taberna del Ancla Dorada. No era un edificio común, pues en lugar de un solo salón, se extendía desde la planta baja hacia arriba en varios niveles conectados por puentes y escaleras. El centro estaba ocupado por una gran plataforma circular con una mesa inmensa hecha del casco de un navío dado vuelta, alrededor de la cual se reunían mercaderes, capitanes y contrabandistas para cerrar tratos. Sobre esa zona se elevaban balcones irregulares, colgados con redes y hamacas, donde sonaban instrumentos marineros y se bebía en la penumbra.
Todo en aquel lugar parecía a punto de derrumbarse… pero llevaba así más tiempo del que nadie podía recordar, como si la Cala misma supiera hasta dónde estirar su propio desorden sin romperlo.
Así era para unos ojos novicios que llegaba a la Cala del Pirata y entraba en el Ancla Dorada. Aquel joven había llegado bajo la recomendación de todos para que empezase su aventura allí, pero todos le aconsejaban que tuviese cuidado, ya que las aguas tormentosas no eran el mayor de los peligros para alguien que quería convertirse en pirata. Como era muy temprano por la mañana, el local estaba prácticamente vacío, con los pocos clientes activos reunidos en la barra. Aunque plantas más arriba todavía estaban los restos de la fiesta de la anterior noche; tantos vasos y botellas vacías como alguno que otro borracho totalmente K.O. echados en las sillas.
- Así que carne fresca, ¿eh? -. Preguntaba el tabernero tuerto, sirviéndole un poco de whiskey en el vaso, después de que el joven llegase hasta la barra e iniciase la conversación en búsqueda de una tripulación que le acogiese para poder empezar.
- Sí, así es. Quiero empezar por lo bajo, no tengo altas pretensiones. Quizás siendo un grumete de limpieza de algún Emperador.
Hubieron unas risotadas entre los pocos que habían en la barra, que fue acompañadas por el tabernero, que negaba con la cabeza, incrédulo.
- Ay, chico, chico, chico... ¿A eso llamas empezar por lo bajo?
- ¿Qué ocurre? Yo...
- Mira, ¿por qué te crees que a los Emperadores se les llama así, muchacho? -. Le espetó un hombretón de barriga redonda, seguramente causada por beber tanta cerveza -. Enséñaselo, Ojo Muerto.
El tabernero cogió un bastón que no había usado en toda la mañana y se encontraba apoyado al lado de la salida de la barra. No lo usó para apoyarse en él sino para golpear en algunos puntos lisos de la pared donde estaban los estantes de las bebidas. Esta giró por completo para desvelar una cara oculta, que disponía de tres tablas, dos de ellas de clasificación, pero antes de que el joven pudiese fijar en los detalles, le habló otro de los de la barra.
- Se llaman Emperadores porque están en lo más alto, pero eso significa que es porque hay competencia constante por tener lo que ellos tienen.
- ¿Competencia?
- Ya sabes, chico. El oro, la fama, el poder, todo cuenta para un pirata...
- Y todo por igual -. Continuó Ojo Muerto -. Es tan importante la riqueza que puedas tener para comprar un territorio o un servicio como la reputación que te hayas labrado. Y así con todo.
- Fíjate en eso -. Señaló el barrigón a la tabla del medio, que era la primera de clasificación.
En ella se podía ver los nombres de los principales Emperadores piratas con una puntuación asignada. Además, por detrás del último de ellos habían aún más puestos con nombres de tripulaciones piratas de las cuales no había oído.
- ¿Todo esto es una competición? -. Preguntó algo decepcionado al ver el sistema de puntos y los puestos de cada uno de ellos.
- No, para nada. Esto es una forma que tengo yo para estar al tanto de lo que han ido haciendo -. Explicó Ojo Muerto -. Ni es oficial ni sirve para nada realmente. Pero aquí a todos nos gusta manejar la información de lo que nos rodea y ellos son un eje importante. Saber qué han conseguido lograr, cuánto poder tiene cada uno e incluso si son peligrosos supone una gran diferencia entre encontrar un gran tesoro y acabar en el fondo del mar. Es por eso que...
Ojo Muerto dio un par de pasos para acercarse a la única de las tablas que no era de clasificación, a la izquierda de las otras dos. En su lugar, se trataba de un tablero en el que habían diferentes trozos de pergamino irregulares, con anotaciones de diferente letra.
- Aquí pongo los pedidos de la gente. Tanto de Cala del Pirata, que es el nexo de comercio en negro, no solo de la región sino de mucho más allá. Mucha gente de alta cuna jamás admitirá que han enviado hombres aquí a poner sus peticiones. A cambio de una cantidad de oro que me llevo las pongo y ya entonces quedan visibles para que ellos -. Señaló de nuevo la tabla del medio -. Decidan cumplirlos o no. Sí, sé lo que estás pensando... "¿Entonces son mercenarios?" Bueno, cada uno se gana la vida como puede. No todos tienen tanto poder como los de arriba de la tabla para tener su independencia, así que aceptar estos encargos son el pan de cada día para ellos. Completar estos encargos y que se hagan de oír les hace subir puntos, pero no es la única forma de variar su clasificación. Encontrar tesoros, acabar con poderosos monstruos, descubrir fascinantes lugares misteriosos y, también, asaltar localizaciones, saquear, hurto, asesinato; todo suma para ganar puntos. Claro que... -. Señaló ahora a la tabla de la derecha, la segunda de clasificación que había. En ella, estaban las mismas tripulaciones piratas, pero ordenadas de forma diferente, en las que incluso los Emperadores no estaban en las primeras posiciones -. Hacer ese tipo de actos, que muchos consideran de 'ruin', te hace ganar puntos en esta clasificación. De esa forma, haciendo una comparación directa, puedes ver cuáles están arriba habiendo optado por la 'vía rápida' y cuáles son más amistosos, así te evitas un posible contacto directo con ellos en caso de que te los encuentres.
- ¿Ves, chaval? -. Le comentó el barrigón con una sonrisa de autosuficiencia -. La mayoría empiezan por lo bajo. Captar la atención de uno de los grandes es complicado si no has hecho nada destacable. Te recomiendo que más bien vengas por las noches aquí y, con suerte, acabarás en una en torno al puesto veinte.
- Vaya... Siento que mi ilusión se ha hecho pedazos, como una lámina de cristal que cae al suelo...
- No te desanimes, muchacho. Los cinco Emperadores también empezaron siendo grumetes un día -. Comentó Ojo Muerto mientras miraba de nuevo las tablas, examinándolas -. Marshall inició su aventura tras la muerte de su padre, un pirata muy conocido en este lugar; lo hizo casi sin nada y hoy día tiene una flota de más de veinte capitanes a su cargo.
- Marshall es un pirata muy moderno. No suele llevar a cabo asaltos ni buscarse problemas con ningún reino, aunque tampoco es que sea una 'hermana de la caridad'; hay que tener cuidado con no tocarle los cojones. Pero igualmente es fácil de tratar con él, al contrario que con Helgar y Kraven, ¿verdad, Ojo Muerto?
- Así es. Ambos son de la vieja escuela y es por eso que están bastante altos en la tabla negra -. Ojo Muerto dio un par de toques a la segunda tabla de clasificación, la de la derecha del todo -. Muchos cuando ven sus banderas en alta mar prefieren dar media vuelta, antes que siquiera parlamentar. Eso lo dejan para cuando están en la Cala, que hasta ellos respetan que es un lugar santuario.
- Helgar es un pirata de un solo barco, ni flota ni nada. Además, uno bastante bueno. Dicen las malas lenguas que está embrujado y es inigualable en cuanto a velocidad, resistencia y maniobrabilidad.
- Kraven, en cambio, tiene su flota de tres barcos. Uno para los asaltos navales, otro provisto con lo necesario para las incursiones por tierra, incluso celdas para prisioneros.
- Y el tercero para los tesoros. El que va en medio. O eso dicen...
- Luego vienen los dos más peculiares de los Emperadores, ¿verdad, Ojo Muerto?
- Eso es -. Ojo Muerto se dejó de fijar en la tabla para servir otra cerveza a uno de los clientes -. Seraphine, la Emperatriz de oro. Su barco es como un palacio lujoso móvil. Muchos la detestan porque creen que más que una pirata es una coleccionista de baratijas. Helgar y Kraven la odian, de hecho.
- Yo la he visto -. Afirmó el barrigón, que había pasado de la sonrisa burlona de antes a una mirada suspendida, como queriendo ver algo que estaba más allá de la barra, mientras sus ojos brillaban -. Es la persona más hermosa que he visto nunca.
- Cuidado, a ver si vas a caer en su hechizo.
- ¿Qué hechizo?
- ¿No lo sabes? Dicen que desciende de medusas y gorgonas. Que con solo mirarla acabas petrificado para siempre.
- Pero es tan guapa...
- A mí no me importaría quedarme así si con eso logro verla de cerca...
- Y luego está el Emperador novicio, Kaelion -. Siguió explicando Ojo Muerto, indiferente a cómo fantaseaban los demás -. Sustituyendo a uno de los Emperadores más longevos de la lista, el legendario Rogran, que al parecer se retiró. Kaelion llegó con su buque para establecerse como el pirata más avanzado tecnológicamente.
- Ese aasimar es bastante excéntrico, incluso para un lugar como este.
- A mí me cae bien, no es que sea un ángel de la caridad pero suele ser buena gente.
- Bueno, 'buena gente' según el día que le pilles. Porque el cabroncete hizo negocio de un saqueo a una ciudad de la isla de Tersari. Recuperó lo robado y en vez de devolverlo, le puso precio a cada elemento robado para que la población pagase por ello.
- Bueno, yo lo que escuché fue que el conde quería atribuirse el mérito de haber recuperado la mercancía y que culpó tanto a los ladrones como a Kaelion, así que este se vengó así.
- Como siempre pasa por aquí, nunca sabremos la verdadera historia.
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La magia ha sido siempre un recurso importante para la vida de los lynenses. Desde su nacimiento hasta su muerte, siempre están rodeados de ella; en su día a día, desde sus tareas rutinarias en casas hasta en sus trabajos, pasando por todos los ámbitos de ocio de las emocionantes actividades que alguien podía llevar a cabo en la ciudad. Desde luego, para alguien nuevo allí sería todo un cóctel de nuevos estímulos y para muchos que la visitan, una forma de vivir difícil de dejar de lado.
La noticia de que la magia se extinguía preocupó a los lynenses, pero se instó a la calma ya que a ellos no les afectaría ¿Por qué? bueno, es sin duda una pregunta interesante pero solo las autoridades competentes estaban al tanto de los detalles. Para el lynense medio tan solo le tenía que preocupar su trabajo, su familia y sus amigos, como le pasaba a cualquiera en otras partes del mundo. Y es que Emberlyn era una ciudad con una naturaleza mística, pero unas costumbres mundanas.
Desde el primer respiro, la magia marcaba la existencia de los lynenses: al nacer, los bebés eran envueltos en una cúpula de claridad que purificaba su cuerpo y su espíritu, marcándolos además con un glifo protector y singular como ciudadano de Emberlyn. Al crecer, la infancia se llenaba de maravillas: los parques se transformaban al caer la tarde en pequeños escenarios vivos donde las luces jugaban solas sobre los muros, creando cuentos animados para los niños, y las fuentes de las plazas lanzaban agua que sabía distinto para cada persona, evocando siempre recuerdos felices.
Las calles estaban iluminadas por luces danzantes que flotaban en armonía con la música de los bardos, los mercados estaban impregnados de aromas potenciados por encantamientos que hacían imposible resistirse a una fruta o a un pan recién horneado, y los edificios parecían respirar, expandiendo y contrayendo sus paredes según el número de visitantes que recibían. En la vejez, los ancianos podían descansar en bancos de memoria, donde al sentarse escuchaban sus propios recuerdos más queridos que habían tenido recorriendo las calles de la ciudad.
Por esas calles iba ahora una pareja que estaba teniendo su primera cita. O para ser más exactos, la noche estaba llegando a su fin y el joven esperaba que el colofón final llegase cuando ella le invitase a tomar algo en su piso.
- Ha sido una noche maravillosa. Eres muy gracioso -. Comentó ella, que estaba algo sonrojada, en parte por el efecto de la sabrosa bebida alcohólica producto de los mejores alquimistas de la ciudad y, en parte, por estar junto a una persona que le gustaba mucho.
- No lo soy tanto, pero lo que pasa es que tú me haces brillar tanto como esas luces -. Señaló el chico a las farolas en las que justo se metían unas luces danzantes para iluminar en la oscura noche.
- ¿¡Por qué no me respetas!? -. Se escuchó de repente delante de la pareja. Un grito de un hombre que había bebido más de la cuenta y había salido con gran escándalo de un local frente a ellos.
Dicho hombre llevaba un turbante blanco sujeto con una cuerda negra, y una túnica larga de color arena que le cubría hasta los pies. Un ligero vistazo dejaba claro que aquel sujeto era un extranjero que estaba ocasionando problemas y teniendo una discusión con alguien que iba vestido como él, a pesar de que varios compañeros suyos de la misma procedencia intentaban calmarle, junto a otros lynenses que también intentaban paliar la situación. Pero aquel hombre desenvainó una cimitarra y con ello mantuvo lejos a las personas que intentaban ayudarle.
- ¡Te he dicho que es mía! -. Exclamó el que había empezado el escándalo.
- ¡Me he cansado de tu egoísmo, Amari! -. Replicó la persona con la que discutía, empuñando también una cimitarra.
- Por favor, señores -. Intentaba calmar la situación un miembro de la guardia lynense -. En esta ciudad no se permite ningún tipo de disputa, bajo riesgo de expulsión.
- ¿¡Eh!? Venid y echadme si podéis -. Les retó Amari.
Los miembros de la autoridad lynense que rodeaban a ambos se intentaron abalanzar sobre ellos. Pero ambos dejaron de lado sus diferencias para zafarse de la guardia con suma presteza. Los dos combinaban un estilo marcial peculiar de movimientos de combate con cimitarra junto con ondas de vientos cortantes que podían moldear a su alrededor.
- ¡No sabéis quién soy! Yo, la duodécima Duna Plateada, Amari Harb, me gané el derecho a vivir aquí como yo quiera.
Pero los lynenses ya no miraban a Amari ni con el que discutía antes, sino encima de él. Sobre el tejado de una casa se hallaba una criatura animaloide de aspecto vulpino, bípeda y de pelaje dorado, con una penetrante mirada azul. Vestía un atuendo refinado de tonos oscuros y resplandecientes, que servía para presentar un porte elegante pero también eran lo suficientemente cómodas para luchar con ello. Tras ella se abrían en abanico múltiples colas, completando la imagen de un ser majestuoso y, de alguna forma, sumamente intimidante.
- Es... es la señora Aeloria.
- La familiar mágica de La Rectora...
La pareja, que estaba abrazada por la delicada situación, no pudieron seguir con la mirada lo que pasó a continuación. Ni siquiera la guardia pudo ver del todo los movimientos de los malgoníes y, sobre todo, de Aeloria, pero para cuando terminó, ambos hombres se encontraban inconscientes en el suelo, con la vulpina ajustando su indumentaria mientras echaba una mirada de desdén hacia el resto de los compañeros de los dos alborotadores. Estos se echaron hacia atrás, alzando las manos, indicando que no tenían nada que ver con el escándalo que se había formado. Aquellos gestos le parecieron suficiente a Aeloria, ya que volvió su mirada de nuevo hacia los inconscientes.
- En nombre de mi maestra, La Rectora... -. Empezó a hablar de manera muy formal, dictando sentencia -. Os condeno a la expulsión de Emberlyn.
Tras formular la frase, sacó de un bolsillo de su indumentaria dos tiras alargadas de papel con inscripciones rúnicas. Llevó a cabo una serie de gestos con los brazos y manos para formular la conjuración y sostuvo ambas tiras con los dedos índice y corazón de una sola mano. Estas empezaron a quemarse con un fuego violeta. En cuanto se consumieron, en la frente de ambos malgoníes surgió una runa mágica, también violeta, que quedó grabada en su piel durante un instante, antes de desvanecerse y, con ello, provocar que ambos desapareciesen.
- No toleramos ningún acto disruptivo en Emberlyn -. Explicó Aeloria con severidad volviendo a mirar al resto de malgoníes -. Al entrar en la ciudad os dejaron claras las normas. Abrimos nuestras puertas encantados para brindaros nuestras comodidades y servicios, pero si alteráis el orden, incluso aunque sea en una disputa entre vosotros, vuestra visita dejará de ser grata en este lugar, ¿lo entendéis?
- S.. sí.
- Muy bien. Disfrutad de la noche.
Emberlyn era una ciudad tan magnífica como segura. Estricta con las normas y sumamente protegida con métodos mágicos y vigilancia continua. Cualquier signo de alteración del orden o transgresión de las normas era castigado sin pudor.
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La caza se estaba complicando, aunque nada fuera de lo normal. De vez en cuando surgían presas que eran complicadas de vencer, pero eso le añadía interés y diversión a la actividad. Desde lo alto de un peñasco que sobresalía apenas unos metros del mar, en una costa pedregrosa, se encontraba sentada una mujer sumamente fornida y enorme. Sus musculados brazos eran tan grandes y anchos como el tronco de un recio roble. Pero lo más imponente era su altura, midiendo más que varias personas subidas la una a la otra. Se había sentado para quitarse las botas, pues era difícil encontrar calzado de su talla. Para el combate que iba a tener, que se rompiera la ropa le daba igual: su ayudante podía improvisar con telas. Encontrar botas tan buenas era otro tema.
Tras descalzarse se tiró de cabeza al agua y buceó a una velocidad sobrenatural, puesto que apenas necesitaba bracear ni mover los pies para salir disparada bajo el agua como un torpedo. A pesar de que la visibilidad era reducida, puesto que estaba atardeciendo y estaba nublado, lo cual bajo el agua dificultaba ver cualquier cosa, ella no tenía problema alguno para rastrear su presa. La localizó a unas decenas de metros más adelante, alejada de la costa y a mayor profundidad. Al acercarse lo suficiente, con la casi nula luz que podía filtrarse desde el cielo en el agua se vislumbraba la sombra de una criatura marina serpenteante, tan ancha como un barco y tan larga que podía rodear un islote sin problemas. Su tamaño era tan intimidante que allí, bajo el agua, aterraría a cualquiera que tuviese talasofobia, pero aquella mujer ensanchó sus labios para dibujar una divertida sonrisa.
Se lanzó con los puños hacia delante, golpeando con tanta fuerza que un bramido sobrenatural surgió de la boca de la criatura, inundando con un grave sonido las profundidades. No obstante, esta contraatacó y, moviéndose también a una velocidad inimaginable para lo grande que era, se situó de tal manera que su cola de aleta dentada se quedó a pocos metros de la mujer, de manera que al agitarla la golpeó como un enorme látigo que la envió hacia aún más abajo, hacia la oscuridad del fondo marino. A pesar de que no podía verlo, sí que sintió que la sangre que surgía de la nariz se diluía con el agua. Aprovechó el suelo del fondo para flexionar las piernas y salir disparada a gran velocidad, de nuevo hacia la presa que tanto ansiaba cazar. La volvió a encontrar tras pocos minutos, más alejada aún de la costa, tratando de huir. Aunque no la dejaría escapar.
Una vez más cargó contra ella para propinarle unos puñetazos tan fuertes que retumbaban en el mar. De nuevo un bramido de dolor de la criatura y una vez más un contraataque que lograba acertar en la mujer, esta vez en forma de placaje con su cabeza que le dio de lleno en el torso y le partió varias costillas. Pero su sonrisa no lograba quebrarse. La secuencia se repitió durante un largo rato, casi una hora entera. Finalmente, con mucha insistencia y poder, la mujer volvió a la costa de la isla, con sus botas en una mano y con la otra tirando de la cola de la alargada criatura, con gran parte del inerte cuerpo aún en el agua, de lo grande que era.
- ¡Ah, aquí estás! -. Escuchó decir a una voz humana que surgió de entre unas rocas de costa dentro -. ¡Santa Umberlee, mira cómo estás!
- Luzco increíble, ¿eh? -. Comentó ella al ver a su ayudante, un humano que apreciaba mucho -. ¡Mira qué presa! -. Se jactó, alzando la cola que mantenía agarrada -. ¡Un Soberano del Mar!
- ¡Pero si luces casi muerta! -. Replicó él al ver las heridas que tenía. Múltiples contusiones con algunas hemorragias, costillas y una pierna rota, además de un hombro dislocado y un ojo morado. Para más inri, esta movía su lengua hurgando en búsqueda de algo hasta que dio con ello y lo escupió, siendo un par de muelas ensangrentadas.
- ¿Qué dices de casi muerta? Si ha sido súper divertido. Por cierto, ¿quiénes son ellos? -. Le preguntó fijándose en que detrás de su ayudante, cerca de las rocas, había personas que no reconocía.
- Aaaah, sí. Perdonad, chicos. Os presento a la Hija del Cielo y la Mar -. Con unos movimientos de orgullo, señaló a la enorme mujer.
Aquellos tipos, a pesar de verse como feroces combatientes, jamás habían visto nada igual y eso se denotaba en su expresión. Miraban desconcertados de abajo a arriba, teniendo que inclinar más la cabeza conforme se acercaban. La Hija del Cielo y la Mar pudo ver que se trataban de piratas, aunque no vestían como tales porque no llevaban los típicos harapos de estos, sino chaquetas de cuero gastado, camisas abiertas con destellos metálicos y pañuelos oscuros anudados. Pudo darse cuenta de su verdadera identidad por el emblema de las bandanas que tenían amarradas a la manga.
- ¿Con que de Rogran, eh? No esperaba volver a ver a su tripulación.
- Eso es... ¿un Soberano del Mar? -. Preguntó uno de ellos, completamente asombrado.
- ¡Sí que es! -. Ante aquel asombro, la Hija del Cielo y la Mar arqueó su espalda hacia atrás para erguirse orgullosa de lo que había hecho -. Uno de rango A ni más ni menos, aunque empiezo a pensar que los de rango S no existen, maldita sea.
- ¿Lo has matado tú sola?
- ¡Seeeeh!
- ¿Sin armas?
- ¡Exactooo!
- Ejem, ejem -. Carraspeó su ayudante -. Siento interrumpir pero tenemos asuntos que resolver. Verás, ellos han venido porque Rogran quiere que...
Ahora fue él quien tuvo que callar porque un sonoro ruido de un poderoso cuerno había resonado en toda la isla. Los piratas de Rogran se quedaron perplejos sin saber qué significaba aquello pero el ayudante se quedó pálido y la Hija del Cielo y la Mar abandonó su gesto de orgullo y con el ceño fruncido se dispuso a recolocarse el brazo lo más rápido que pudo y a ponerse las botas.
- Busca a May, quiero que me cure la pierna lo más rápido que pueda -. Comentó con un semblante sumamente serio.
- La pierna y todo lo demás, necesitaremos que estés completamente sana -. Sugirió su ayudante, intimidado por la situación.
- No, no hay tiempo que perder. Con que pueda caminar bien ya me es suficiente -. Empezó a caminar, cojeando, costa adentro.
- ¿Qué ocurre? -. Preguntaron los hombres de Rogran, que aunque no supiesen el motivo, se estaban preocupando al ver la reacción del ayudante y de la Hija del Cielo y la Mar.
- Eso que ha sonado es un pequeño artefacto que llamamos Eco de Umberlee -. Empezó a explicar ella, sonriendo levemente para calmar el ambiente y no asustar a los humanos más de lo necesario -. Usamos cuernos normales para dar la alarma de diversas amenazas: ataques de bandidos, de monstruos... Pero ese suena en una ocasión especial.
- ¿Qué puede haber peor que algo de eso?
- Hombres de Rogran, estáis a punto de ver un espectáculo sin igual. Los Caídos atacan desde el sur.
- ¿Los Caídos? ¿Quiénes son esos? Espera, ¿has dicho desde el sur? ¿Desde la falla primigenia?
- Efectivamente, hombres de Rogran -. Tras confirmarle lo peor, se volvió de nuevo hacia su ayudante, que había empezado a correr junto a ella, ya que incluso cojeando, las zancadas que daba cubrían mucho terreno debido a su tamaño -. Después de que avises a May convoca a todos, se avecina una dura batalla.
- Sí, señora.
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