6 nov 2016

Recuerdos del antiguo mundo

¿Quién era? De alguna forma, recordaba su nombre y algunos detalles aislados, como el nombre de Hijos de Hextor, a la propia deidad, el apellido Trenler y las siglas "CDA", entre otras pocas cosas ¿Pero quién era realmente?

Evidentemente alguien relacionado con Hextor, hasta la mujer que tenía ante sus pies adorándole había mencionado a la deidad que lograba recordar y a la que daba nombre la organización a la que una vez perteneció ¿Pero y que más? ¿Quién era Albert Lerker? Muy pronto recibiría la respuesta, cuando los restos de la fuente que tenía detrás aún exhalando magia emitieron una onda que le cegó y le transportó a aquellos sucesos de su vida joven.




La aldea de Bahaus, a pesar de estar en la costa del océano central que se situaba entre los dos continentes más importantes del mundo, no tenía gran fama por ser un enclave comercial marítimo, todo debido a su situación geográfica. Y es que Bahaus estaba situada cerca del polo norte, donde el frío, la ventisca y la nieve predominaban por encima de todo. A pesar de aquellas adversidades de la naturaleza, Bahaus se expandió en gran medida pues era el único "refugio" para acoger a humanos en toda la zona este de la península helada, si a esto le sumamos un fuerte avance en la siderurgia gracias a las numerosas cordilleras aún por explorar y por tanto, por explotar de tantos minerales codiciados, convertía a Bahaus en un sólido emplazamiento donde vivir a base de la exportación de metales y no en una tumba helada donde caerse muerto.

La industria ayudaba también a conseguir la suficiente energía como para mantener iluminadas y calientes las casas de madera reforzada de los aldeanos, que se levantaban las unas con las otras formando anchas calles para impedir que la capa de nieve abultara tanto como para tapar las puertas y ventanas. En el centro había lo que en otras ciudades hubiese sido un alegre parque con su vegetación y estanque, pero debido al clima, lo que había en su lugar era una plaza de piedra con una estatua en forma de prisma rectangular frente al ayuntamiento. No obstante, ni aunque hubiese habido un parque en esa zona habrían niños para jugar, pues estos eran carne de mano de obra barata desde una edad muy temprana para los peces gordos de la siderurgia, afortunadamente no se podían ser considerados esclavos pues estos recibían una suma de dinero lo suficientemente decente como para ser considerado un trabajo digno. El lema de los que dirigían Bahaus era que para vencer a las duras adversidades que rodeaban a sus habitantes, había que ser fuerte desde primera hora y por tanto, trabajar duro desde pequeño para que el frío no les venciera.

Aunque no era el frío lo único que mantenían en jaque permanente a los habitantes de Bahaus, habían más peligros como asegurar los caminos desde las siderurgias hasta las minas de la cordilleras de bestias salvajes, monstruos y tribus orcas. La mayoría de esos peligros se escondían en extraños bosques de madera azul en los que no brotaban hojas sino enormes prismas de hielo. Para asegurar los caminos de forma correcta, Bahaus decidió talar los árboles cercanos a los caminos para crear descampados y así disponer de visibilidad suficiente para evitar caer en emboscadas. Pero al reducir el problema en gran medida, se crearon dos nuevos: Primero, al talar los árboles aumentaban el riesgo de desprendimiento de rocas y avalanchas en las zonas montañosas de manera que la tasa de trabajadores y guardias muertos no se redujo; El segundo, muchos de esos bosques eran el hogar de una raza en principio pacífica y que los humanos ignoraban hasta el momento, los elfos helados.

Elfo helado adulto

Estos elfos con características semejantes a las de un elemental poblaba la zona interior de la península helada y en principio evitaban a los humanos mientras estos tan solo se dedicaran a la minería en las montañas pero debido la destrucción de su hábitat, los elfos helados comenzaron a atacar a las patrullas de humanos de Bahaus que iban y venían de las minas y en pocos meses se convirtió en el problema principal a lidiar, pues a diferencia de las bestias, los monstruos y los orcos, los elfos llevaban a cabo ataques coordinados con gran eficacia. El actual alcalde por aquel entonces, Matt Niro recibió una enorme cantidad de quejas por no tener previsión sobre lo que ocurriría al talar los bosques, de manera que dimitió y su puesto lo ocupó Robert Damon, quien dedicó sus primeros meses de mandato a elaborar una extensa campaña de aniquilación sobre los elfos helados, convirtiendo el conflicto inicial en una intensa guerrilla.

Robert Damon, alcalde de Bahaus

Robert usó parte del capital que generaba su principal y prácticamente única fuente de exportación, los metales, para contratar un gran número de mercenarios que se dedicasen a luchar contra los elfos y a proteger la aldea. Consiguió en poco más de un año asegurar las rutas principales hasta las minas y su economía, resentida inicialmente por la mala gestión del anterior alcalde y por la contratación de los mercenarios, volvió a la normalidad en poco tiempo. Los habitantes consideraron a Robert como un héroe y la vida normal volvió a la aldea pero nadie sabía que el alcalde había cometido un gran error al mantener a los mercenarios aún como ejército provisional hasta asegurar que los ataques de los elfos helados cesaban por completo, pero aún era pronto para saber por qué.

Así que, de nuevo con la rutina restablecida, los niños volvían a tener una gran responsabilidad al incorporarse de nuevo al trabajo. Después de tanto tiempo, para muchos de ellos era incluso la primera vez que iban a trabajar en labores relacionadas con la siderurgia.

- ¿¡Aún no estáis despiertos!? -. Escuchó de fondo durante su largo y cómodo sueño -. ¡Venga para arriba!

La sacudida le despertó y se sorprendió porque apenas veía debido a la oscuridad. Tras bostezar y frotarse los ojos logró discernir el por qué, la única fuente de luz apenas alumbraba la habitación, pues era la que provenía del pasillo. Fuera, el sol ni siquiera daba síntomas de que fuese a salir en breve ni las farolas alumbraban las calles. Era la primera vez que se levantaba tan temprano.

- ¡Vamos que se os va a hacer tarde, Roderick, Albert! -. Alzaba la voz su madre mientras dirigía la mirada primero hacía él y luego hacia su hermano en la cama de al lado.

- Que siiii... -. Roderick habló casi al mismo tiempo que bostezó.

- Vooooy -. Dijo él un poco más despierto que su hermano debido a la oleada de nervios que rápidamente le sacudió al recordar para qué se había levantado.

La familia Lerker era una respetable familia de Bahaus y gran parte del mérito la tenía el padre de familia, Bronn Lerker, quien era uno de los jefes que tenía a su cargo varias fábricas de la aldea. Gracias a esa reputación y el dinero generado, Bronn pudo procurarle a su familia una casa de dos plantas situada en el centro, de cara a la plaza central y por tanto cerca del ayuntamiento. Bronn se casó con Medeline Curie pocos años después de que este la conociese en uno de sus viajes a la ciudad de Cantillaine, la capital de las islas Balarth. Así pues, Bronn y Medeline Lerker dieron a luz a Roderick y Albert, dos niños que nacieron con cierta peculiaridad, sus ojos eran de color carmesí. Roderick, el mayor de los dos, tenía una complexión más alta y esbelta que la de su hermano menor, su pelo negro era lo suficientemente largo como para ser recogido en una pequeña coleta y su rostro estaba salpicado por pecas oscuras y una cicatriz horizontal atravesando su nariz. Albert, en cambio, tenía el pelo más corto y de color rubio pálido al igual que la tez de su piel, y al contrario que su hermano mayor, él era mucho más bajo y delgaducho, incluso para su edad.

Albert Lerker

Cuando se vistieron y bajaron a la planta baja se dieron cuenta de que su padre aún dormía y eso incomodó a Albert, sabiendo lo gratificante que estaría su padre con la calidez de las mantas mientras que él ya experimentaba un ligero temblor por el aire con fuerza que soplaba fuera y que lograba colarse por las rendijas de las ventanas. Su hermano desayunaba con normalidad y su madre iba de un lado a otro asegurándose de que los dos se encontraban completamente listos y no les faltaban de nada, pero Albert apenas pudo probar bocado.

- Buena suerte a ambos -. Dijo Medeline cuando relió una y otra vez las bufandas en torno al cuello de ambos y les dio un beso en la frente. Roderick respondió algo pero su voz fue acallada por el ruido del viento en cuanto su madre abrió la puerta que daba a la plaza central de Bahaus.

Era imposible para ambos hablar entre sí entre las varias capas de bufandas que llevaban y el agudo sonido del viento soplando por las calles. A pesar de que Albert tan solo sentía frío en la parte de la cara que quedaba al descubierto, no podía evitar temblar por los nervios pero gracias a las señas de su hermano indicándole el camino se sintió un poco mejor al saber que tenía alguien en quien contar. Pasó casi una hora cuando, cuesta arriba, se aproximaban hasta el almacén de la siderurgia para la que trabajarían. El sol ya asomaba por sus espaldas y para sorpresa de Albert, este descubrió por el logo de la fábrica que no trabajarían para la de su padre. Sintió entonces una mezcla de decepción e impotencia pero en el fondo tampoco le extrañaba, su padre les había inculcado varias veces el valor de labrarse el futuro uno mismo en lugar de recibirlo como un regalo inmerecido.

- Y llegan más... A ver, por aquí -. Les dijo una voz en cuanto entraron por la puerta principal que estaba entreabierta para recibir a los jóvenes que se pondrían a trabajar por primera vez en casi dos años.

El que les había hablado era un encargado de la fábrica quien monitorizaba y creaba orden entre los chavales para que estos hiciesen cola y fuesen a las zonas designadas según el desempeño que llevarían a cabo. Tras pasar un buen rato esperando, Albert se arrepintió de no haber desayunado pues las tripas le rugían y le creaban una sensación incómoda, al menos era suprimida por los nervios aún presentes.

- A ver, nombre y edad -. Preguntó el mismo encargado de antes cuando ya les tocó a los hermanos, además no pareció que le diera importancia al hecho de que ambos estaban frente a la mesa donde apuntaba los datos de la mano de obra joven.

- Roderick y Albert Lerker. 17 y 14 años. Llevo dos años de experiencia y mi hermano es la primera vez que va a entrar a trabajar en la siderurgia -. Respondió su hermano y el hombre quitó su mirada de su hoja para clavarse en la de los dos.

- Aaaah... Con que la familia Lerker ¿Eh? -. Dijo con un deje de elogio pero también de incertidumbre que dejó aún más tieso a Albert -. Vaya, 14 años y aún sin experiencia ¿Pasó todo esto justo cuando ibas a entrar? -. Preguntó refiriéndose al conflicto contra los elfos helados, que pausó toda la actividad siderúrgica.

- Sí... -. Fue lo único que se le ocurrió decir a Albert.

- Bien, trabajaréis los dos en carga y transporte, tal y como has hecho ya, Roderick... Y tal como quería vuestro padre.

¿Su padre quería que trabajasen en carga y transporte? Sin duda era un puesto de trabajo mucho más peligroso que el de quedarse en el almacén o en la propia fábrica aunque Albert suponía que su padre esperaba que así se formasen mejor. El grupo designado para carga y transporte pasó de nuevo al exterior, a una zona donde ya estaban preparando los caballos y carros que llevarían al personal e instrumental necesario para la minería.

- ¿Ahora tenemos que hacer de niñeras? Qué coñazo -. Aunque esa frase no iba dirigida a ellos, Albert pudo escucharla y se giró para ver de donde provenía. Un grupo de cuatro hombres estaban sentados encima de la valla de madera que delimitaba el cerco donde estaban los caballos. Llevaban unas corazas abolladas y rajadas aunque todas distintas entre sí, al igual que la apariencia de entre sus cuerpos y caras, eran los mercenarios contratados por Robert.

- El dinero es el dinero -. Le dijo el que estaba a su lado, de tez negra.

- Y será más fácil así que cuando luchábamos contra los pieles azules esos -. Comentó otro más, con el pelo largo salvo por uno de los laterales donde estaba rapado y tenía tatuajes en su lugar.

- Bah... -. Volvió a decir el primero de ellos -. No soporto a los críos, su aguda y estridente voz y menos cuando se quejan o lloran.

Ese mismo mercenario se dio cuenta de que el niño que tenían a varios metros delante, entre los carros, se había parado y estaba mirándole. Albert se sobresaltó y devolvió su atención hacia la instrucción sobre su trabajo, cómo cargar la mercancía, escoltar el convoy y los protocolos a seguir en caso de que se den adversidades inesperadas.


En ese momento, Albert agradeció tener a su hermano junto a él pues tenía una sensación de incomodidad en su interior que le impedía pensar y procesar la información con claridad, todo debido a aquellos tipos que iban a estar acompañándoles durante sus jornadas; Con suerte, Roderick le guiaría y le ayudaría a centrarse con todas las dudas que le pudiesen surgir... Con suerte, todo saldría bien incluso en su primer día de trabajo.

Tras cargar los materiales de minería, esperar a que llegasen los mineros y se subiesen a los carros y caballos, el convoy emprendió el viaje hacia las montañas con el sol ya dando de lleno desde el este. Todos agradecían que aún era verano para que así, a pesar de que el frío no se había ido del todo, el cielo estaba completamente despejado ofreciendo una gran visibilidad que amenizó el trayecto cuesta arriba hacia la cordillera. Ese detalle junto con el hecho de que los mercenarios no acompañarían el convoy directamente sino que viajarían alejados, por los flancos, disipó casi por completo los nervios y malestar de Albert. Incluso se estaba bastante bien charlando con los demás jóvenes y mineros, aquello no era tan malo como el menor de los Lerker se imaginaba.

A la hora de almorzar el convoy se detuvo para descansar, alimentarse y reponer fuerzas. Los dos hermanos aprovecharon esa pausa para alejarse del aglomerado de gente y buscar un sitio cercano con algo de altura.

- Por aquí, ya verás -. Le dijo Roderick mientras escalaba un par de rocas nevadas. Este se percató de que su hermano pequeño tenía problemas para subir hasta lo más alto así que se agachó para ofrecerle su mano. Una vez arriba, Albert se quedó sin habla ante aquel paisaje -. Impresionante ¿Verdad?

El paisaje era increíble, un manto blanco se abría ante ellos, lleno de pequeños cristales que eran de los bosques de hielo. Podían ver también la caravana y sus integrantes, que eran como hormigas en torno a una línea fina que sin duda debían de ser los carros. Albert no podía articular palabras, seguía completamente impresionado por lo que tenía ante sí, el paisaje era hermoso y si a eso le sumabas que el joven nunca había salido de la aldea de Bahaus el efecto era doble en él. Se sentía como un gigante ahí arriba, con su hermano; Como si los árboles de hielo y su fauna fuesen insignificantes, como si los mercenarios que tanto temía anteriormente no fueran nada ahora. Se sentía como un rey, invencible. Respiró hondo y exhaló con fuerza, recibiendo contento el viento que le daba de cara.

De pronto, un ruido le devolvió a la realidad.


- ¿Qué ha sido eso? -. Preguntó Roderick, alarmado. El sonido provenía de sus espaldas, entre la aglomeración rocosa que suponía la falda de la montaña donde estaban. Tampoco necesitó la respuesta de Albert para confirmarlo un instante después. Parecía que algo pisaba la nieve y arrastraba una extraña respiración.

Se trataba de un oso polar enorme, aun más grande desde la perspectiva de los dos niños. El animal estaba de caza en esta época del año, recolectando comida para su próxima hibernación, lo que convertía toda aquella zona montañosa en un sitio peligroso para ir descuidadamente, aunque de eso Roderick y Albert no tenían ni idea. El mayor de los dos saltó de la roca donde estaban, cogió una piedra y amenazó con tirársela al oso.

- ¡Ve a la caravana, Albert! -. Gritó Roderick -. ¡Acércate lo suficiente como para pedir ayuda, vamos! -. Pero su hermano estaba tan aterrado que lastró su movimiento y, torpemente, resbaló hasta caer en la nieve.

El oso mostró sus dientes y flexionó sus patas traseras dispuesto a abalanzarse sobre sus presas. La caída dejó totalmente paralizado a Albert, que miraba al oso con ojos llorosos y temblando. Roderick se apresuró a lanzarle la piedra y a llamar su atención para que fuese a por él. El impacto no le hizo nada y parecía que la bestia era lo suficientemente inteligente como para ir a por la comida segura en lugar de perseguir a alguien que podía huir de él, de manera que siguió avanzando lentamente con los ojos clavados en Albert.

¿Voy a morir? ¿Voy... a morir? ¿Ahora? 

Qué débil... En todo he necesitado la ayuda de alguien más para salir adelante... Mis padres, mi hermano.

Y ahora... Que él no es capaz de ayudarme... No puedo hacer nada.

Mírame... -. Se dijo a si mismo mirándose las manos -. Mis brazos son un chiste al lado de esas zarpas... Qué brazos tan débiles...

El oso ya estaba listo, se lanzó a por él. Lo tenía casi encima, lo iba a aplastar para que no se pudiese mover y luego devorarlo con sus enormes dientes.

No... No quiero morir... 

Lo único que pudo hacer Albert fue gritar y gritar. Su hermano corría hacia él para intentar salvarle, pero era en vano pues ni siquiera llegaría tiempo y aunque lo hiciese, no podría parar algo tan grande.

NO QUIERO MORIR

Y todo se volvió negro ¿Se acabó? ¿Era aquello el final? ¿Eso era morir? Al menos el pánico había cesado, ahora todo estaba en calma...

¡Eh, despierta! -. Algo le llamaba desde el fondo -. ¡Vamos, Albert, no te mueras!

Entonces Albert abrió los ojos y tosió de inmediato por la conmoción. El miedo se mezcló con el desconcierto y eso le hizo incorporarse, alarmado. Estaba claro que no había muerto ¿Pero cómo? Se fijó en que su hermano estaba llorando al mismo tiempo que le abrazaba pero eso le dificultaba ver qué había sido del oso, de la bestia que estaba a punto de matarlo. Pasó su cabeza por encima del hombro de su hermano fácilmente porque los dos estaban sentados en la nieve y de pronto, lo vio. El oso había acabado totalmente mutilado en el suelo, con varias partes de su cuerpo desparramadas entre las rocas. La parte más grande, la de la cabeza con algo de su torso, estaba apenas a unos metros de él.

- ¿¡Qué ha sido eso!? -. Escucharon ambos desde lo lejos.

- ¡Aquí, aquí! -. Gritó Roderick pidiendo auxilio, pero Albert no se inmutó sino que, perplejo, observaba aún los restos del oso. El grito de su hermano fue seguido de unas pisadas que se acercaban rápidamente y más voces.

- ¿¡Qué ha sido esa explosión!? ¿¡Qué es... -. Era uno de los mercenarios, en cuanto se asomó de entre las rocas y vio lo mismo que veía Albert se quedó también sin palabras.

- ¡Un oso polar salvaje! ¿Pero qué... -. Dijo otro de ellos, en concreto aquel que clavó los ojos en los de Albert antes de que partiese el convoy -. ¿Qué ha pasado aquí?

- Nos... Nos atacó -. Explicó Roderick separándose de Albert y secándose los ojos -. Queríamos ver el paisaje y nos topamos con... Ese oso.

- ¡Idiota, estamos prácticamente en otoño! -. Replicó el mismo que había identificado al oso -. ¡Es temporada de osos polares, los machos salen a cazar mientras la hembra se queda en la cueva protegiendo a los cachorros! -. Explicó acercándose a ellos, pero se detuvo al instante para preguntar lo que todos querían saber -. ¿¡Pero qué ha pasado!?

- Bueno... -. Los ojos de Roderick fueron a los de su hermano pero este no le devolvió la mirada, aún seguía con los ojos clavados en el oso. Luego miró al suelo nevado, buscando palabras que le pudiesen servir -. Eh... Yo traje por si acaso explosivos por si acaso lo necesitábamos para algo así...

- ¿¡Qué tú qué!? -. Le recriminó el mercenario -. ¡Eh, Boru, avisa al capataz de lo que ha pasado y dile lo que ha hecho este sin vergüenza! Supongo que tú no cobraras durante una buena temporada y eso si tienes suerte de que no te despidan -. Al final, varios de sus compañeros ayudaron a los dos a incorporarse para volver a la caravana -, Aunque bueno... No tenéis que quejaros de suerte después de lo que ha pasado.

Al acabar el día, a Roderick le comentaron que no lo despedirían pero que se olvidase de recibir sueldo durante el próximo mes, al fin y al cabo la infracción no era tan significativa. Albert no tuvo ningún momento para hablar a solas con su hermano y desde luego, lo agradeció. El resto del día de trabajo estuvo absorto y tan solo hablaba lo mínimo cuando se dirigían a él. Una vez procesó aquel shock durante las siguientes horas fue cuando, algo más calmado, le dirigió la palabra a Roderick cuando ya volvían a casa tras la jornada laboral.

- No se que pasó -. Le dijo su hermano incluso antes de que Albert le hiciese la pregunta que tenía en mente -. El oso se tiró encima tuya y gritaste, pensaba que te iba a ver morir así que inconscientemente cerré mis ojos. Lo siguiente fue escuchar un estruendo y ver al oso caer en pedazos...

- Entonces ¿Qué... -. Fue a decir Albert pero su hermano le cortó de nuevo.

- ¿Magia? -. Dijo en voz baja y asegurándose de que no le escuchase nadie, esa palabra le produjo un escalofrío a Albert -. Que sepamos, tan solo los elfos helados son capaces de hacer magia así que, suponiendo que ha sido eso, no le diremos nada a nadie.

- Claro, no... No tiene que saberlo nadie -. Fue lo que dijo Albert, tragando saliva y asustado al imaginarse qué sería de él si de verdad había hecho magia.

Seguramente, aterrados por lo desconocido, le acusarían de tener algún tipo de relación con los elfos helados y como mínimo, le encerrarían para que no fuese un peligro para el resto de habitantes de Bahaus. Pero aunque pensar eso le causaba un enorme miedo, también le producía una extraña sensación de incomodidad. Al fin y al cabo, sabía que él no tenía nada que ver con los elfos helados y que gracias a esa magia aún seguía vivo. Si no, ahora su madre y su padre no lo habrían recibido al llegar a casa como lo habían hecho, sino que habría llegado Roderick solo y acompañado de algun miembro de la guardia para dar la terrible noticia. Sus padres llorarían de la tristeza y desesperación en lugar de alegría al saber que ambos están sanos y salvos. A la hora de dormir, Albert estuvo sin pegar ojo durante horas, dando vueltas en la cama, repasando todo lo que había pasado hoy; Desde lo bien que se sintió al ver aquel paisaje y viendo a todo el mundo más pequeño que él hasta el miedo y desconcierto de lo ocurrido con la salvaje bestia que les atacó. Aunque no quería pasar por aquello de nuevo, llegó a la conclusión de que si para compensar su frágil cuerpo debía usar ese poder, lo haría y nadie se lo impediría ni le llamaría traidor por ello. Aunque claro, ni siquiera estaba seguro de que pudiese saber cómo hacer de nuevo lo que hizo.

Al menos deseó que los demás días de trabajo no fuesen como el de hoy, como el de su primer día.

Y no lo fueron, al menos durante unos meses.

Con el paso de las semanas, todo volvió a la normalidad. Albert y Roderick se aseguraron de hacer solo lo mínimo para lo que eran requeridos, el trabajo junto a la caravana, cargar y descargar. No se separaron ni una sola vez y aunque Roderick confesó que hace años él mismo se separaba en ocasiones de los demás para contemplar el paisaje, lo hacía en días despejados de invierno, de manera que nunca tuvo problemas con osos polares. De todas formas, con el paso del otoño y la llegada del invierno, los dos hermanos ni siquiera pudieron haber sacado provecho de haber repetido la escalada para ver algún paisaje, pues ese invierno llegó con mucha fuerza en forma de ventiscas nevadas. A pesar del tiempo, Albert se sentía muy cómodo al comprobar que ya podía ejercer el trabajo por si solo, sin ayuda de su hermano. Ni siquiera le molestaban los mercenarios que, como siempre, les escoltaban cada día.

- Estarán por lo menos hasta que pase el invierno -. Escuchó decir al capataz de la caravana mientras este hablaba con el dueño del almacén de la siderurgia para la que trabajaban.

Las escaladas por las cordilleras se hacían más complicadas con el clima que debían afrontar durante el invierno y a menudo tenían que detenerse en lindes de bosques de hielo para descansar, coger calor de las hogueras que hacían y reponer fuerzas. Pero eso no salpicó el buen humor general de Albert, quien ya prácticamente se había olvidado de aquel incidente con el oso y de lo que supuestamente hizo, ni siquiera volvió a intentar hacer algo parecido por voluntad propia. Ahora, junto con su hermano y los nuevos amigos que había hecho tenía de sobra para convertir un duro día de viaje en algo de lo que se podía disfrutar. Actualmente, se encontraba junto con su hermano y sus dos amigos en la linde de un bosque de hielo, descansando en torno a una hoguera que habían hecho con algo de leña del que portaban los carros. Los mercenarios, mientras tanto, aprovechaban el descanso para adentrarse bosque adentro e investigar al mismo tiempo que servían como escudos para la caravana.

- Bueno, qué... ¿Comemos? -. Sugirió Gared, un chaval regordete y que a pesar de que tenía la edad de Roderick, era tan bajo como lo era Albert. Su cara estaba salpicada de pecas oscuras en torno a su nariz gruesa, bajo un manto recto del flequillo de su pelo, cuyo peinado era parecido al de un cuenco.

- No se, luego la idea de tener que andar con algo en el estómago y aguantando el frío no me agrada del todo -. Dijo su hermano, acercándose más al fuego.

- Venga, hombre -. Animó Gared y abrió un saco de cuero que cargaba desde el principio del día -. Esto es una sorpresa de parte de mi padre, ya sabéis, él es...

- Comerciante -. Cortó Roderick -. Sí, lo sabemos ¿Qué es? -. Se extrañó al ver la fruta roja que había sacado Gared de la bolsa.

- Se llaman manzanas. Mi padre las ha traído del sur ¿Sabías que crecen de árboles que tienen hojas verdes en vez de bloques de hielo como estos?

- Están muy ricas -. Agradeció Janfri cuando probó bocado, sin hacer caso a la explicación de Gared. Janfri era, junto con Albert, de los más jóvenes entre los chavales que trabajaban en el convoy. Pero, para su desgracia, él no contó con ayuda de un hermano mayor que le guiara y los nervios le jugaron una muy mala pasada los primeros días de trabajo al no cargar del todo bien los explosivos, explotandoles un par de ellos. Al menos si que tuvo suerte en que la caja que guardaban los explosivos era de las últimas y contenían los que sobraban de las otras cajas de madera, de manera que fueron unos pocos y gracias a eso no murió, pero de todas formas las quemaduras de su cara y superior del torso le dejaron aquellas terribles marcas con las que ahora porta en todo momento.

- Bueno, va, las probaré pero dejemos algunas para cuando estemos en el refugio.-. Rectificó Roderick cogiendo una del saco. Albert fue a morder una de ellas cuando algo llamó la atención de todos.

- ¡Eh, eh! -. Exclamaba uno de los mercenarios que llegaba del interior del bosque de hielo -. ¡Vosotros, venid conmigo! -. Pidió refiriéndose a los grupos de mercenarios que descansaban también en la linde.

- ¿Qué ocurre? -. No solo los mercenarios hicieron esas preguntas, también el capataz del convoy.


- Elfos, elfos helados -. Respondió -. ¡Vamos, deprisa! -. Apremió a los demás mercenarios, que rápidamente tomaron su armas y se fueron corriendo junto con el hombre que acababa de llegar.

- ¡Rápido, recogedlo todo y volved a los carros! -. Ordenó el capataz como medida urgente por si acaso había que partir de inmediato.

Los cuatro obedecieron, apagando la hoguera y guardando el resto de cosas.

- Los caballos no han descansado lo suficiente -. Dijo en voz baja Roderick, casi para él mismo aunque Albert si que llegó a escucharle.

Todos volvieron a los carros pero hubo alguien que no, aquella era su oportunidad. Jamás había estado tan cerca como ahora, tan cerca de ver a los elfos helados. Aunque sabía que era peligroso, Albert tenía mucha curiosidad por saber cómo eran físicamente, por ver cómo luchaban contra los mercenarios, por ver los poderes mágicos de los elfos... Aprovechándose de su pequeño tamaño, se escabulló y escondió entre los árboles engañando incluso a su hermano y cuando ya nadie miraba, fue corriendo hacía el interior del bosque. Ni siquiera necesitaba acercarse, verlo desde lejos sería suficiente, además de que ahora estarían los mercenarios luchando, de manera que la situación no era tan peligrosa para él como lo era cuando el oso le atacó, o eso pensaba.

No pasaron ni diez minutos cuando se detuvo y se escondió tras un árbol, allí estaban los mercenarios dándose órdenes entre ellos silenciosamente para ponerse en formación. Más allá de ellos había un terraplén así que Albert decidió escalar a un árbol alto hasta colocarse sobre un prisma de hielo y así poder tener ángulo de visión, entonces los vio; Los elfos helados atravesaban el bosque por un angosto sendero en la base del terraplén, Albert se maravilló de sus apariencias, con ropas largas y cristalinas sobre su piel que parecía estar congelada. No obstante, aunque maravillado, Albert se encogió con cuidado sobre el bloque de hielo por el enorme temor que le producían aquellos seres, por las historias que había escuchado.

Pero había algo extraño.

Los elfos helados no solamente no se habían percatado de la presencia de los mercenarios, sino que caminaban cabizbajos y cargados con bolsas de cuero, habían también mujeres y niños. No se trataba de una fuerza atacante sino que parecía más bien un numeroso grupo que estaba de viaje, probablemente hacía un nuevo hogar. Albert suspiró aliviado, es verdad que quería ver una batalla pero tan solo si era necesario. Si los elfos estaban pasando de largo podrían volver sanos y salvos para continuar con el convoy hasta las montañas. Así que decidió que lo mejor era descender por el árbol rápidamente para volver antes al convoy que los mercenarios, pero apenas empezó a moverse cuando...

- ¡Ahora, atacad! -. Dio la orden uno de ellos. Los mercenarios dispararon con arcos y ballestas a los elfos helados, acribillando a la mayoría de ellos gracias a la emboscada.

Albert se quedó totalmente paralizado ¿Qué estaba ocurriendo? Tras las primeras andanadas a distancias, la mitad de los mercenarios se armaron con espadas y hachas y descendieron para acabar el trabajo. Tan solo unos pocos elfos intentaban defenderse, los que eran capaces; Las mujeres, niños y resto de adultos no soldados imploraban piedad mediante sus gestos desesperados, pero no servía para nada. Aquello no era la batalla que él quería ver, sino una carnicería.

- Me temía algo así -. Escuchó Albert a su lado y del susto casi se cae de donde estaba escondido. Cuando se giró, allí estaba su hermano, en otro bloque de hielo cercano al que estaba él -. Te he seguido, obviamente -. Le dijo anticipándose a la reacción de Albert.

- Roderick... ¿Qué está pasando? -. A Albert le temblaba la voz. No sabía por qué le preguntaba aquello a su hermano pero era lo que sentía en aquel momento, una extraña impotencia. Sabía que los elfos no eran benévolos pero tampoco eran monstruos. Y aquí... ¿Quiénes eran los monstruos?

- Supongo que es el pensamiento de los mercenarios -. Roderick se encogió de hombros. Él también estaba sorprendido por la acción de los mercenarios pero ni mucho menos se sentía de la misma forma que Albert.

Una vez más no podía hacer nada para paliar aquella sensación que le producía incomodidad. Lo único que pudo hacer fue desviar la mirada y taparse los oídos, aunque todavía podía escuchar los gritos desgarradores de los elfos al ser ejecutados. Afortunadamente para Albert, todo acabó pronto y aunque gran parte de sí mismo no quería ver el paisaje resultante, tragó saliva y miró. La nieve se había teñido de rojo y salpicado de cuerpos, incluso de niños. Albert pudo ver algo que nadie más pareció haber visto pero antes de que pudiese incluso decirle nada a su hermano, los gritos de los mercenarios volvieron a retumbar en el ambiente.

- ¡Buen trabajo! ¿¡Alguna baja de nuestra parte!? -. Albert reconoció la voz de aquel grito, era el de aquel tipo que clavó su mirada en él en el primer día de trabajo.

- ¡Ninguna! -. Le respondió otro -. ¡Hora de la paga extra! -. Terminó diciendo con satisfacción en su tono -. ¡Coged todo lo que pueda ser valioso, nos lo llevamos!

- Tenemos que irnos -. Le dijo su hermano cuando algunos de los mercenarios ya volvían a subir por el terraplén y comenzaban a caminar de vuelta hasta la caravana, acercándose por tanto a donde estaban los dos Lerker.

- No... -. Albert quería quedarse, quería hacer lo que creía que era lo correcto tras ver aquello. Su hermano insistió acercándose a él y agarrándole del brazo para que descendiese pero él se resistió y del pequeño forcejó crujió el hielo.

- ¿¡Qué ha sido eso!? - Preguntó uno de los mercenarios, alarmado. De pronto Roderick y Albert se quedaron de piedra.

- ¿El qué?

- ¡He escuchado algo crujir, por ahí!

- ¿Un espía elfo? ¡Eh, vamos a comprobarlo!

La impotencia aumentó enormemente, si ahora era descubierto por los mercenarios le forzarían a regresar a la caravana y eso era lo que menos quería ahora. Maldijo en silencio a su hermano por lo que había provocado su insistencia y ya, resentido, se dispuso a salir de su escondite.

- ¡Eh, eh, soy yo, no hagáis nada! -. Gritó su hermano, bajando del árbol de un salto.

- ¿¡¡Qué haces aquí!!? -. Le gritaron varios al mismo tiempo y luego le soltaban cosas como "es peligroso" "tenías que quedarte en la caravana".

- Solo quería ver cómo era un elfo helado -. Mintió con un tono de falsa elocuencia.

- ¡Pues ya lo has visto, en marcha, volvamos! -. Ordenó y todos se pusieron en marcha para volver al linde del bosque, incluido su hermano.

Al final se tuvo que arrepentir de haber pensado mal de su hermano pues gracias a su "sacrificio" ahora se encontraba solo. Cuando el bullicio se disipó con los últimos sonidos de pisadas en la nieve de los mercenarios alejándose, se dio cuenta de que el corazón le latía muy rápidamente por la tensión previa. Decidió esperar un par de minutos más para asegurarse de que no había nadie que pudiese llevárselo a la fuerza y para relajar la tensión que le invadía y le impedía pensar con claridad. Bajó del árbol con las ideas más claras y pasó de largo por la zona de batalla intentando no prestar atención a lo que había en el suelo. Siguió de largo y se fue al lado contrario del terraplén, con paso ligero pero ahora sí, fijándose en la nieve ante sí. Habían huellas que se podían discernir claramente, algunas de ellas acababan en algunos elfos muertos que intentaron huir en vano, pero solo las huellas de un par de pisadas consiguieron alejarse sin ser alcanzado.

- Subiste por uno de los árboles para esconderte -. Se dijo a si mismo al examinar el árbol donde las huellas desaparecían. Miró hacia arriba y luego continuó su rastreo por el suelo, intentando reanudar el sendero de las huellas, hasta que las encontró -. Luego saltaste cuando los mercenarios dejaron de atacar, cuando bajaron la guardia...

Desde luego no era nada bueno a la hora de hacer lo que estaba haciendo pero lo que estaba claro es que era fácil de rastrear a alguien que huía sumido en el pánico, corriendo sobre una gruesa capa de nieve. Al final, no solo su vista le guió sino también su oído cuando escuchó un continuo sollozo tras recorrer el bosque durante otros cinco minutos. Tras discernir de donde provenía aquel llanto casi silencioso, la vio; Se trataba de una niña elfa helada que se había escondido bajo un montículo donde crecía un árbol, en un hueco entre sus raíces más gruesas. La niña se encontraba en su interior, agazapada y con la cara hundida entre sus brazos y piernas.



 Albert pudo comprobar como su pelo largo parecía estar hecho de nieve, aunque si piel no era azulada y congelada como la de los elfos más adultos sino de un tono pálido, más parecida a la piel humana. Dio un par de pasos hacia delante para acercarse pero la elfa se percató como pudo comprobar Albert por el grito desconsolado que soltó, tras lo cual se agazapó aún más. Al menos, pudo ver cómo era su rostro, sus ojos azules y fue cuando Albert quedó maravillado, la elfa era hermosa y se preguntó como algo tan bello podía ser tratado de manera tan cruel por aquellos hombres que masacraron, probablemente, a su familia y amigos.

El menor de los Lerker intentó dejar claras sus intenciones desde primer momento, no quería hacerle daño, quería ayudarla, salvarla, sacarla de aquel pozo de dolor donde estaba hundida. La escena que había presenciado anteriormente sirvió para concienciar a Albert sobre cómo eran realmente los elfos y cómo eran realmente los mercenarios. Y, curiosamente, aquel suceso también sirvió para que su mentalidad madurase: Creía fuertemente que ni los elfos eran tan malos como decían ni los mercenarios eran los salvadores que el alcalde Robert anunciaba, todo dependía del punto de vista y bajo el suyo, aquella niña no merecía ser asesinada sino ser tratada como una persona más.

- Tranquila, no quiero hacerte daño -. Le dijo y aunque la elfa no respondió, siguió sollozando pero ahora con sus ojos azules clavados en él -. ¿Me... Me entiendes? -. Ella no contestó pero al menos Albert pudo comprobar aliviado como, al dar un par de pasos más lentamente no reaccionó negativamente -. Mira... -. Le dijo llevando su mano al bolsillo de su abrigo, la elfa se asustó al principio pero después pudo comprobar, curiosa, como Albert sacaba lo que para ella debía de ser una extraña fruta roja -. Es una manzana, está rica. Mira... -. Albert le dio un bocado y la verdad es que allí fue donde pudo probar por primera vez aquel fruto del sur que trajo Gared. Tras mostrarle aquello a la niña, se la lanzó lentamente por la nieve, haciendo que rodase hasta ella.

Albert lo consiguió, había logrado convencer a la elfa de que él no quería hacerle daño y vio satisfecho como ella cogía la manzana y la probaba, aunque sus lagrimas aún se resbalaban por sus mejillas.

- Yo... -. Albert se sentía triste y de nuevo, impotente, por lo que había pasado anteriormente. Sabía que una manzana no calmaría el sufrimiento que tendría ella ahora en su interior pero aún así necesitaba soltar aquello -. Siento eso que ha pasado, no... No sabía que esos hombres iban a... Hacer eso -. De todas formas se preguntó por qué estaba diciendo aquello si de todas formas la elfa no comprendería su idioma, pero eso también le ayudó a que confesase su sentimiento de ira -. Les odio... Odio que hayan hecho eso... Odio que se crean superiores sin ser realmente nadie... Les odio y ojalá...

- Sí... -. Le dijo ella y Albert se sorprendió, quedándose mudo -. Sí... Te... Entiendo... -. Tenía la voz tomada y por ello le costaba articular una frase seguidamente pero sí, la elfa podía hablar su idioma de manera clara.

- Eh... Yo... -. Eso le había pillado desprevenido, se arrepintió incluso de que ella escuchase las palabras que acababa de soltar pues seguro que no era lo que más necesitaba en ese momento -. Yo... Yo... -. Balbuceó una y otra vez sin saber qué decir, así que al final se dejó guiar por sus sentimientos, por lo que quería hacer en ese momento -. No quiero que estés aquí sufriendo, te llevaré a un sitio seguro, confía en mi.

Ella no dijo nada, pero su respuesta pareció haber sido afirmativa cuando salió del hueco bajo el árbol aún con la manzana en la mano. Albert quedó fascinado al ver cómo los elfos helados no necesitaban ningún tipo de abrigo para resistir el frío, es más, aquella niña iba totalmente descalza y no parecía importarle lo más mínimo. Se fijó tanto en aquellos detalles que tardó en darse cuenta de que incluso a pesar de que él fuese bastante bajo, ella lo era aún más, por lo que aparentaba tener el equivalente a unos 10-12 años humanos.

- ¿Confías en mi entonces? -. Albert quería escucharlo antes de volver.

- Ya... No tengo a nadie... Tú no pareces ser mala persona... Así que... Sí -. A pesar de sus sollozos, se mostraba bastante más madura que una niña humana de su edad.

- Bien, por aquí -. Le dijo con mucho respeto, pues aún dudaba si confiaba tanto en él como para que le dejase que se acercarse a ella y le diese un pañuelo para las lagrimas.

No volverían a la caravana, a Albert le daba totalmente igual que el capataz notase su ausencia y que por ello le cesasen el sueldo, al fin y al cabo qué era el dinero al lado de salvar una vida. Ya que no tuvo la capacidad de salvarlos a todos de una muerte cruel, al menos estaba decidido a no fallar en salvarla a ella. A medio camino de vuelta a Bahaus, Albert se percató de un pequeño detalle, de salvarla a ella, sí, pero ¿A quién?

- ¿Cómo te llamas? -. La pareció más apropiado decir que lo primero que se le vino a la mente "¿Tienes un nombre?", como si fuese un extraño animal que no sabe que significa tener nombre.

- Anassiel Lossvien -. Dijo al instante.

- Yo soy Albert, Albert Lerker.

- ¿Puedes decirme una cosa, Albert Lerker? -. Preguntó y Albert se giró para mirarle a los ojos, aunque ambos seguían caminando. Aunque ya no tenía la voz tomada, sus ojos seguían vidriosos y su tono aún era apagado y distante.

- Claro -. Respondió educádamente -. Y puedes llamarme Albert a secas... Si quieres.

- Dime, Albert ¿Por qué nos hicisteis esto? -. A Albert se le encogió el corazón, a pesar de que sabía todo a lo que se refería prefirió no cortarla -. ¿Por qué destrozasteis nuestros hogares, por qué nos matáis y saqueáis?

¿Por qué? Era una buena pregunta y desde luego no dio tan solo una respuesta inmediata y obvia como "Yo no he tenido nada que ver". Hace años un gran grupo de leñadores y zapadores destrozaron los bosques para esclarecer el camino hacia las montañas e impedir las emboscadas de bestias y orcos. Bajo el punto de vista que había tenido siempre Albert, aquello lo hicieron por el bien de Bahaus, "por nuestro bien". Pero de nuevo, todo dependía de perspectiva y lo que era bueno para algunos, era malo para otros. Anassiel seguramente sintió como unos monstruos llamados humanos arrasaban con su hábitat natural y como los soldados de sus aldeas emprendían acciones en consecuencia para defenderse. Esos mismos elfos fueron los causantes de la muerte de muchos guardias que por aquel entonces se dedicaban a escoltar las caravanas hacia las montañas y viceversa, de manera que Albert recibió aquellas noticias como si los elfos helados fuesen los monstruos, arrasando con personas que tenían familias y demás seres queridos. Todo se reducía a lo mismo, no había ni bien ni mal, tan solo distintos puntos de vista e intereses, distinta perspectiva. Pero Albert estaba seguro de que había algo en común desde cualquier perspectiva y fue lo que usó para alargar su respuesta obvia.

- Yo no tuve nada que ver con todo eso... Pero puedo decirte algo, hay personas que son monstruos y se creen por encima de los demás a pesar de que no tengan nada de especial.

Era verdad, los mercenarios se creían los dueños de las caravanas aunque no lo reflejasen como tal. Albert y su hermano, entre otros, estaban atados en sus libertades y quedó claro cuando se pusieron como se pusieron en ambas ocasiones en la que los dos se habían separado de sus labores cotidianas. Y Albert, que pudo sentirse como un gigante cuando los vio de lejos, desde lo alto de aquella roca de la falda de la montaña antes de ser atacados, sabía que realmente los mercenarios no eran nadie, que parecían incluso pequeñas hormigas al ser vistos desde lo lejos. Y menos aún tenían nada de especial, no como él o como Anassiel, los cuales podían hacer magia.

Magia... Es cierto, los elfos helados pueden usar la magia pero no vi que hiciesen nada extraño durante el ataque de los mercenarios ¿Les pillaría tan de sorpresa que no tuvieron tiempo ni para prepararse? Entonces... ¿Solo yo puedo hacer algo como lo que hice con el oso en un instante?

No se atrevió a preguntarle sobre aquello relacionado con la magia en su especie o si ella ya era capaz de hacer algún hechizo sorprendente, por mucho que quería hacerlo decidió esperarse a que pasase el tiempo y fuese capaz de asentar lo que le había ocurrido a su familia. No obstante, debió de aceptar la respuesta que Albert le había dado porque no volvió a decirle nada más sobre aquel tema.

- Espera -. Le dijo Anassiel horas después de la última vez que hablaron, cuando Albert se giró observó como jadeaba y apenas podía andar -. Necesito descansar.


- Mmm... -. A él no le gustaba esa idea, a pesar de que podía entender por qué la elfa estaba cansada ya que seguramente, al contrario que él que para atravesar la ventisca invernal iba montado en el carro, ella habría viajado junto con el resto de su pueblo durante bastante más tiempo y si a eso le sumabas la conmoción de la masacre, la fatiga debía ser aún mayor. Pero seguía sin querer parar debido a que era invierno y una fuerte ventisca podía dejar completamente helado a Albert a pesar de que estuviese en pleno bosque, y eso sin contar un posible ataque de algo desconocido -. Podrás descansar pero no pararemos.

- ¿Eh... -. Fue a preguntar ella pero se quedó atónita cuando Albert la cogió y se la echó a la espalda para continuar caminando.

- De todas formas no queda mucho.

 Aquello se sentía bien, volvía a ser de ayuda en una necesidad que tenía alguien. Pasaron varias horas y el cielo se aclaró cuando consiguieron salir del bosque por la parte este, que daba a un pequeño monte donde se podía ver la ciudad de Bahaus. Albert estaba agotado pero ocultó ese detalle ante Anassiel, que sin embargo era la primera vez que veía la aldea humana y la contemplaba asombrada. Sin embargo aquel no sería su destino, sino que se desviarían hacia el norte poco más de un kilómetro, hasta una iglesia abandonada que Gared, Janfri, su hermano y él bautizaron como "El refugio": Un lugar donde iban los días libres para pasar el rato, convertirlo en su guarida personal y pudiendo jugar sin que nadie se quejase por los ruidos. La iglesia era bastante grande y tenía, incluso, un pequeño edificio anexo lleno de habitaciones y una escalera que el grupo de amigos selló por el momento bloqueándola con numerosos muebles hasta que fuesen lo suficientemente valientes, pues esta llevaba a una oscura planta subterránea.

Tras entrar por la puerta principal estaban en la capilla adaptada por el grupo para que fuese el salón de su refugio. Albert dejó a Anassiel sobre uno de los bancos de madera llenos de cojines y mantas que ellos mismos llevaron en el pasado y le explicó sobre aquel lugar y lo seguro que era para que ella estuviese oculta, pues tan solo con la primera planta ya sumaban más de una decena de habitaciones llenos de lugares donde ellos jugaban al escondite, de manera que jamás la encontrarían allí. Aún no sabía muy bien qué iba a hacer con Gared y Janfri, porque al menos estaba seguro de que su hermano entendería lo que había hecho pero no estaba del todo seguro cuál sería la reacción de aquellos dos si se la encontraban sin explicación alguna. Pero para eso aún quedaba unas cuantas horas y ahora debía asegurarse de conseguir alimentos para ella y de avisar a sus padres de que había dejado el trabajo por aquel día, por si acaso le daban por perdido cuando los de la caravana llegasen. Apenas una hora más tarde estaba de nuevo allí, con agua y alimento en abundancia que había traído en el interior de una caja del a que tiraba con una cuerda, de manera que estaba aún más agotado.

- ¿Voy a quedarme aquí para siempre? -. Fue lo que preguntó, sin probar bocado alguno aunque si que aceptó el trago de agua.

- No -. No sabía muy bien por qué le respondía negativamente pero estaba seguro de que de alguna forma, podía solucionar aquello más adelante -. Pero por ahora es mejor que te quedes aquí, el bosque es muy peligroso si vas sola. Aquí me tendrás a mi.

- Eres muy amable, Albert. Te lo agradezco -. Dijo y Albert sintió una profunda satisfacción y gratitud al escuchar esas palabras.

- Bah, no es nada -. Sonrió -. Me alegra haber sido de ayuda.

Pasaron las semanas y tal y como pensó, su hermano no tuvo problema al conocer a Anassiel y en que esta se quedase escondida en el refugio. El siguiente paso fue explicárselo a sus dos amigos y aunque Gared se lo tomó con bastante nerviosismo llenando el ambiente de chistes malos, y Janfri se quedó al principio enmudecido y luego bastante tímido y reservado, ambos parecieron haberla aceptado. Pero lo que más le gustó a Albert fue conocer a la elfa más a fondo; Ella, a medida que pasó el tiempo ya pareció estar, muy poco a poco, más animada y dejó de hablar con aquel tono monótono y vacío con el que le habló a Albert cuando fue rescatada, e incluso y a pesar de su reticencia inicial, se unió a los juegos que proponía el grupo.

- ¡Te encontré! -. Anunció ella al descubrir el escondite de Roderick, el último de los que quedaban por ser descubiertos.

- Argh, me vengaréeee -. Dijo agitando el puño y emitiendo deje exagerado -. Bueno, hora de irse, que mañana a currar nuevamente.

Aquella era la peor parte para Anassiel, que debía quedarse sola por la noche y por la mañana, hasta que los chicos volviesen a primera hora de la tarde. Para Albert también era duro, quería pasar más tiempo con ella pero no lo mostraba abiertamente, sin duda el menor de los Lerker le había cogido tanto cariño a la elfa que se había enamorado sin aún saberlo. Aunque se fue junto con sus amigos y su hermano, tenía un plan para esta noche: En cuanto sus padres le mandasen a dormir, iba a escapar por la ventana para darle una grata sorpresa a Anassiel y así acompañarla toda noche. Estaba impaciente de ver su reacción cuando se presentase en el refugio.

Tuvo el respaldo de su hermano en cuanto le habló de sus intenciones y este se aseguraría de informar a sus padres a la mañana siguiente de que Albert había salido de casa más temprano para ir a trabajar aunque quizás tampoco sería necesario porque su madre ya no les despertaba como al principio. A pesar de que fue duro atravesar Bahaus y el camino norte en plena noche de invierno, el fuego interno que ardía en su interior le mantuvo firme para resistir el fuerte viento. Al llegar intentó entrar lo más sigiloso que pudo aunque el sobresalto se lo llevó de todas formas debido a que los agudos sentidos de Anassiel le permitieron escuchar el mínimo ruido de las oxidadas bisagras del portón de la iglesia y estar en guardia por si acaso era una visita no deseada.

- ¿¡Qué haces aquí!? -. Le preguntó con la respiración agitada cuando ya ambos se habían calmado un poco, justo después de que Albert cerrara la puerta.

- ¡Tacháaan! -. Le dijo él aunque se le había chafado la sorpresa como tal -. Estaré toda la noche aquí, contigo.

- Eh... -. La elfa se quedó sin habla, miró de un lado a otro, nerviosa hasta que por fin reaccionó -. ¿De... De verdad?

- ¡Claro! -. Albert pasó de largo por el salón y soltó sus cosas, había traído también algunos pastelitos para que comiesen juntos -. Aunque con este doble susto dudo que podamos seguir durmiendo.

Y así fue, ni siquiera lo intentaron, se dedicaron a comer, hablar y reír, pasándoselo bien el uno con el otro. Normalmente en aquel tipo de charlas hablaban del pasado de cada uno de ellos, así que con todas las horas que tenían por delante libres, el tema fue a parar al final con lo que ocurrió con el oso. Albert pensó que aquel era el mejor momento para contarle su secreto.

- ...Y bueno, pensé que iba morir, hasta que... Emmm... En realidad no se cómo lo hice pero el oso acabó hecho trizas por algo que yo hice -. Albert miró sus manos y luego a los ojos de la elfa, quien estaba boquiabierta ante aquella revelación, como le incomodaba el silencio decidió continuar -. ¿Es magia, verdad? ¿Tú... Tú también sabes hacerlo?

- Eh... Sí, claro -. Admitió la elfa absorta por el hecho de que un humano había logrado hacer magia. En su pueblo, realizar la magia era una bendición tan solo al alcance de la propia raza, o eso le habían inculcado desde pequeña.

- ¿Puedes enseñarme lo que eres capaz de hacer?

- Cl... Claro. Bueno, tampoco puedo hacer gran cosa... -. Anassiel juntó sus manos y el aire se tornó blanquecino y se condensó hasta formar unas figuras alargadas y cristalinas. Albert no lo podía creer, era la primera vez que veía magia, la elfa había logrado crear hielo de la nada -. Puedo hacerlo un poco más grande y lanzarlo como si fuese un arma, pero esto es todo -. Dijo ella decepcionada por no poder hacer algo más impresionante.

- Es maravilloso... -. Puede que ella no se sintiese conforme pero Albert estaba encandilado.

Aquella noche se convirtió en la mejor para Albert y Anassiel. Hablaron sobre la magia y lo que podía llegar a hacer un elfo helado adulto, capaz de congelar todo lo que hubiese a su alrededor; Intentaron probar el poder de Albert bajo la poca ayuda que podía ofrecerle la elfa y este observó entusiasmado como podía hacer que restos de madera de la iglesia prendiesen o se quebrasen sin esfuerzo alguno. No se sentía cohibido cono cuando la usó por primera vez y temía que toda la aldea se volviese en su contra si descubrían su secreto. No, no sentía ningún tipo de discriminación por muy raro que fuese el hecho de que un humano pudiese tener dichos poderes, al contrario, Anassiel se mostraba interesada por la idea de que ambos podrían progresar juntos y ser capaces de tener grandes poderes en el futuro.

Aquella no fue la única noche en la que Albert se escapó de casa para reunirse con Anassiel y pasar la noche juntos, ya fuese practicando sus poderes, hablando o durmiendo. Incluso, su hermano Roderick, que ya se había percatado de que su hermano estaba enamorado antes de que se diese cuenta él mismo, soltaba excusas a Gared y Janfri para que no fuesen al refugio y en su lugar, los tres dedicasen la tarde en hacer otras cosas dejando a su hermano a solas con la elfa.

Y en una noche de tantas en las que Albert se escapaba de su casa para reunirse con Anassiel, su corazón se detuvo por un instante cuando discernió varias motas naranjas de luces a las puertas de la iglesia. Apresuró el paso, notando los latidos de su corazón presionándole continuamente en su cabeza y esperando que sus peores predicciones no se cumpliesen.

Pero lo hicieron, se cumplieron.

A las puertas de la iglesia se hallaba un pequeño grupo de mercenarios, entre ellos estaba aquel hombre... Aquel mercenario cuyo rostro jamás se le olvidaría a Albert.

- Eh, Terry -. Dijo uno de sus compañeros refiriéndose a él. Albert por fin pudo saber cómo se llamaba aunque de poco le importaba eso ahora -. Cómo me hayas despertado para mierda...

- Cállate de una vez -. Le espetó él -. Te digo que a este tonto se le escapó algo relacionado con una elfa poco antes de que se fuese a su casa a dormir. No estarás mintiendo ¿Verdad, mocoso?

Albert, que aprovechó que se hallaba en la oscuridad, se escondió detrás de una roca al mismo tiempo que a su corazón le daba otro vuelco. En cuanto escuchó el lamento asustadizo de su amigo Janfri una sensación de terror se mezcló con la de una extraña ira hacia él. A Albert le dio igual en ese momento que a él se le hubiese escapado o que estuviese en medio de ese grupo de matones, simplemente le entraron ganas de destrozarle la cara quemada a su amigo tanto como fuese necesario hasta que se compensase el fallo que había tenido; Sobre todo si le pasaba algo a Anassiel...

Intentó calmarse.

Todavía no la han encontrado. Ella ya se habrá enterado del ruido y se habrá escondido o habrá huido...

Cierto. Si cuando Albert la intentó sorprender por primera vez, la elfa pudo darse cuenta, ahora estaría seguro de que se habría escondido bien de esos idiotas. Tan solo necesitaba confirmar que no encontraban nada y que tampoco le encontrasen a él o le harían muchas preguntas. Se agazapó mejor detrás de la roca para cubrirse y observar la situación deseando que saliese tal y como esperaba.

- Bueno, registrad el lugar a ver qué pasa -. Ordenó Terry y todos menos él y Janfri entraron a la iglesia. Albert podía sentir como se le hacía una eternidad aquellos pocos minutos que duró el registro. Cada movimiento de luz de las antorchas que se reflejaba en las ventanas le daba un pequeño sobresalto en su interior.

- ¡Terry, no hay nadie! -. Anunció uno de los mercenarios y el suspiro que soltó Albert se mezcló con el viento que soplaba aquella noche -. Pero mira lo que hay aquí...

Al parecer uno de los mercenarios le enseñó algo a ese tal Terry que Albert no pudo llegar a ver del todo.

- ¡Vaya! ¿Qué coño es esto? Hielo y más hielo... Y esto parece una fiesta sorpresa para alguien ¿No será una broma tuya, verdad mocoso?

Una sorpresa... -. Los ojos de Albert se volvieron vidriosos de las lágrimas en menos de un segundo -. Estaba preparándome eso como sorpresa para mi... 

Aquel fue el momento donde Albert Lerker a sus 14 años de edad se dio cuenta de que se había enamorado de Anassiel Lossvien. La desvelación de aquella sorpresa junto con el miedo a perderla hizo que le entrasen ganas de estar junto a ella, para siempre, los dos.

- Aquí hay algo... -. Dijo otro de ellos desde uno de los laterales de la iglesia -. Huellas.

- Vayaaa... Parece que este mocoso tampoco andaba tan desencaminado, entre el hielo y las huellas... -. Le dijo Terry a Janfri y este sollozó aún más fuerte -. ¿Ha huido? La seguiremos.

- Espera... -. Le dijo el mismo mercenario que había descubierto las huellas -. Su amplitud de zancada no es muy amplio, parece que... Sí, estaba andando.

- ¿Andaba? -. Meditó Terry -. Así que salió mucho antes de que llegásemos. Entonces tan solo tenemos que esperarla. Apagad las antorchas y tomad posiciones.

De nuevo, Albert pudo sentir un miedo horrible que recorría cada célula de su piel dejándole paralizado. Si aquello era cierto, entonces en cuanto Anassiel volviera sería su fin. Tenía que hacer algo, no podía arriesgarse a esperar hasta que los mercenarios se cansasen, este era su momento. Ahora o nunca. Se levantó desde detrás de la roca y se limpió la nieve de la ropa mientras daba un rodeo a toda la zona de la iglesia. Se colocó en la misma dirección con respecto al edificio del que creyó escuchar al mercenario que detectó las huellas y apretando los puños e intentando adoptar una postura normal, empezó a andar "de vuelta" hacia allí. Al llegar, aunque se esperaba aquella violenta bienvenida, no necesitó fingir asombro pues de verdad no se esperaba que los mercenarios actuasen como si estuviesen cazando una terrible bestia. Le derribaron, le tiraron al suelo y le apuntaron con el afilado acero de varias armas.

- ¿Eh? Espera, este es uno de los niños de Bahaus... -. Dijo uno de los mercenarios cuando por fin se percataron a quien habían cazado.

- ¡Soltadmeee, aaaaah! -. Gritaba Albert, haciendo todo el ruido que podía para alertar a Anassiel si andaba cerca de la zona.

- ¿Qué coño... -. Soltó Terry -. ¿¡Entonces nos has mentido, mocoso!? -.De nuevo, Janfri no dijo nada, el pánico le impedía hablar.

- A ver ¿Qué coño haces tú aquí? -. Le preguntó uno de ellos en cuanto le levantó del suelo.

- ¡Soltadmeeee aaaah! -. Siguió vociferando Albert.

- Bah, es inútil. Aquí no hay nada, Terry -. Le dijo uno de ellos y varioas asintieron mientras bostezaba. Albert sentía que lo conseguía, aunque tendría que ocuparse de buscarle otro sitio a Anassiel, lo peor ya iba a pasar -. Vayámonos a dormir, anda.

- Estoy hasta la polla de los gritos y tonterias de los niñatos estos -. Soltó Terry, de malhumor -. Nadie nos diría nada si los despedazamos por aquí... -. De pronto, el poco color de la piel de la cara de Albert desapareció.

- ¡Déjame en paz, se lo diré al alcalde! -. Dijo asustado en cuanto vio como aún le apuntaba con su arma.

- ¡Eh, tú al alcalde no le vas a decir nada, idiota! -. A pesar de que varios de los mercenarios se habían sorprendido para mal ante la amenaza de Terry hacía Albert, en cuanto el niño mencionó al alcalde a la mayoría de ellos le cambiaron el gesto y parecían, al igual que su líder, amenazantes.

- ¿Véis? Me tiene harto. Al menos le voy a enseñar a no mirarme con esos ojos rojos del demonio -. Amenazó y la nariz de Albert fue totalmente destrozada del puñetazo que le dio, hasta la mano de Terry fue salpicada por su sangre. Pero recibió más y no solo en su cara, también en el abdomen. Ni siquiera supo cuantos, había perdido la cuenta, tan solo sentía que iba a morir del dolor -. Y si le cuentas esto a alguien, la próxima vez te haré algo similar pero con mi espada ¿De acuerd...

Ni siquiera pudo terminar la pregunta cuando el grito de Janfri ahogó el ambiente. Un brillo azul cegó a un aturdido Albert, que por un momento no vio nada salvo la nieve en la que goteaba la sangre de su rostro. El dolor era apabullante pero del grito de Janfri pasó al desgarrador grito de dolor de Terry y eso le obligó a alzar la mirada. Unas esquirlas de hielo se le habían clavado en el costado y brazo izquierdo, al igual que recibieron varios de sus hombres.

- ¡Atrapadla! -. Gritó Terry, señalando a la dirección de donde provenía el ataque mágico. Albert también miró. Allí estaba Anassiel, con los brazos extendidos y creando esquirlas de hielo que salían a toda velocidad para atacar a los mercenarios.

La elfa era escurridiza y atacaba sin cesar, sumida en la furia. En cuanto los mercenarios llegaron hasta donde estaba, se agachó para esquivar sus acometidas y conjurar más esquirlas que se clavaron en sus piernas, dejándolos inmóviles en el suelo mientras gritaban de dolor. Era increíble que la misma niña que lloraba de miedo después de la masacre de su pueblo estuviese ahora en pie haciendo las cosas que hacía y por lo que lo hacía... Albert lo sabía muy bien después de darse cuenta momentos antes de cuan importante era para él. Dos más fueron a por ella pero de nuevo no pudieron alcanzarla después de que Anassiel conjurase en el suelo una placa de hielo que usó para saltar por encima y de nuevo, aprovechar sus espaldas para atacarles a discreción. Pero ahí fue cuando fue sorprendida y golpeada en la parte anterior de la rodilla para que cayese al suelo y fuese reducida entre varios mercenarios que llegaron para apoyar a sus compañeros.

Albert gritó como nunca había gritado, de nuevo se sentía débil; De nuevo, sentía tener un cuerpo tan menudo e inútil comparado con el de aquellos hombres; De nuevo... Se sintió acorralado, como aquella vez contra la bestia que iba a devorarlo sin dilación. Aquellos tipos eran mucho peores que la bestia, eran crueles y desalmados. Lerker quería matarlos, a todos... Si tan solo tuviese el poder.

- Hija de puta - .Se quejó Terry mientras se arrancaba las esquirlas de su cuerpo -. Así que una elfa ¿Eh? Estos idiotas no saben lo que han hecho -. Dijo mirando a Albert y a Janfri -. En fin, después vemos qué hacemos con ellos, matadla.


Aquella palabra resonó en la mente de Albert como si se hubiese detenido el tiempo. La mirada de Anassiel se cruzaba con la suya en lo que pareció una eternidad, una agradable eternidad. Aquella mirada significaba más que todas las palabras que ambos se habían intercambiado en todo el tiempo que habían estado juntos, aquella mirada significaba una confesión que los dos tenían reprimido en su interior. Aquellos ojos azules que, de un segundo para otro, se volvieron inertes, sin vida. Se desplazaron hacia abajo, junto con el resto de su cuerpo, cayendo desplomada a la nieve y siendo rodeado de un charco de sangre que cada vez se ensanchaba más.

Albert no vio nada.

No vio absolutamente nada.

No necesitaba ver nada más.

Pues ya no le importaba ver nada más en este mundo.

Lo siguiente que pudo discernir fueron restos de un ser humano descuartizado por sus propias manos. Estaba encima de él, como una bestia hambrienta, le había aniquilado sin piedad. La sangre de sus heridas anteriores, también la de su víctima y las lágrimas le impedían ver con claridad, pero pudo ver que no era el único despedazado a su alrededor. Escuchaba gritos pero ¿Eran los suyos propios por el dolor interno que sentía o quizás, los de los mercenarios que aun estaban vivos y agonizaban lentamente? Qué más daba... Iba a seguir igualmente.

Algo le impidió moverse después de ¿Cuánto tiempo pasó? No mucho al parecer, aún habían mercenarios vivos, que le apresaron e iban a acabar con él como si fuese una peligrosa bestia que se iba a alimentar de su carne. Pero aunque Albert no se podía percatar de lo que sucedía a su alrededor...

- ¡VALIENTE HIJO DE PUTA! -.Gritaba Terry, haciendo aplomo de una inexistente ira para eclipsar su terror -. ¡NO SE QUÉ COÑO HA PASADO PERO VAS A MORIR AHORA MISMO!

-. ¿¡QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ!? -. Se escuchó decir con potencia a una voz. Los mercenarios no se habían dado cuenta con todo lo que había ocurrido pero desde la aldea de Bahaus había llegado el alcalde acompañado de su guardia, junto con los padres de Janfri y de Albert, además de Roderick -. ¿¡Qué significa esto!? ¡Estáis haciendo daño a ese niño! ¡Guardias, apresadles!

- ¡Y una mierda! -. Se negó Terry escupiendo a la nieve -. Estoy hasta los huevos de esta basura.... Jajajaja... ¡Jajajajaja! -. Se rió aumentando el tono, pasando de estar nervioso a recapacitar y controlar la situación -. ¡Se acabó, alcalde! ¡La mierda que cobrábamos no era suficiente para cubrir esto... ESTO! ¡Un puto frío del carajo día sí y día también, peleas, peleas, emboscadas, más peleas y ahora, encima... ENCIMA... Un puto criajo se vuelve un puto demonio! ¿Sabéis que os digo? A tomar por culo -. Terry sacó de su mochila un cuerno y lo tocó, resonando tan fuerte que incluso podría escucharse desde Bahaus -. ¡Has sido muy descuidado, Alcalde Robert! Crees que nos has tenido como ganado a tu antojo, pero sin darte cuenta de que cada vez eramos más. Un día de estos... Un día como hoy... Todo... ¡Absolutamente todo te iba a explotar y volverse en tu contra!

En cuanto Terry tocó el cuerno, sus hombres actuaron como si supiesen lo que significaba. Se abalanzaron contra los guardias para acabar con ellos. A pesar de que el número era parejo, la experiencia en combate decantó la balanza a favor de los mercenarios. Y apenas, unos instantes después, varios destellos naranjas iluminaron la zona. Se trataban de explosiones, provenientes de Bahaus.

- ¡Mis hombres ya tenían la orden dada, mediante este cuerno! Se acabó tu puto mandato, alcalde de mierda.

A pesar de que Albert pudo distinguir más o menos qué pasaba desde la nieve, incapaz de moverse, la presión le sobrepasó. No pudo ser capaz de mantener la conciencia. Vio todo a ráfagas, pasar rápidamente ante sus ojos: La aldea de Bahaus ardiendo, los guardias siendo masacrados por las hordas de mercenarios, las familias siendo sacadas de sus casas por la fuerza para ser esclavizadas y aquellas que se negaban unían sus destinos a la de los guardias muertos. Habían cientos de muertos, entre el fuego y la sangre todo era un caos y Albert, aún destrozado tanto física como emocionalmente, se preguntó si aquello era realmente el infierno.

Lo era.

Para cuando su percepción volvió en sí, había perdido de vista a su familia: Su padre Bronn, su madre Medeline y su hermano, Roderick. Estaba en la plaza central, junto con varias decenas de aldeanos que habían sido acumulados en aquella zona para que los mercenarios les tuviesen controlados mientras se hacían con el poder. Algunos, como Terry, iban directamente hasta el ayuntamiento para hacerse con todo el oro; Otros, al cuartel para el armamento; Y otros, violaban a mujeres y niñas incluso en frente de todos. Albert se tapó los oídos, no quería escuchar nada, ni el fuego expandirse por las casas, ni los gritos de terror, ni el sonido de las espadas al ser clavadas en la carne. Quería que se detuviese, quería que todo fuese una pesadilla y despertarse, yendo a la iglesia junto con Anassiel. Pero por mucho que se concentraba, no se despertaba, no iba a volver nunca. Sentía como si fuese a explotar.

- ¡Eh, tú... Hijo de puta! -. Le llamó Terry pero no quería mirar -. ¡Mírame o mato a tu puta madre!

No tuvo más remedio que mirarle. Terry tenía a su madre retenida, con una daga a escasos centímetros de su cuello.

- No me he olvidado de ti... ¡De lo que me has hecho! -. Terry se señaló donde antes estaba su ojo izquierdo y ahora había un aparatoso vendaje con manchas rojas y negras. Ante el gemido de auxilio de su madre, Albert intentó levantarse y hacer lo que fuese por rescatarla -. ¡Retenedle! -. El cuerpo del niño se estampaba contra la dura piedra de la plaza cuando varios de los compañeros de Terry le derribaron y mantuvieron totalmente inmóvil -. Voy a encargarme de joder bien tu vida antes de que te mate, monstruo.

Albert no tenía fuerzas para moverse aunque por ganas no sería, intentaba incluso liberar su poder como fuera aunque no ocurría nada. Su cara estaba contra el suelo, con una mano presionándole desde arriba. Sabía lo que le iba a pasar a su madre y por ello, las palabras de Terry, los gritos de alrededor, el caos, todo enmudeció para un Albert que intentó sacar fuerzas de donde fuese necesario, pero una vez más no pudo evitar algo que no deseaba. El cuello de su madre fue rajado profundamente, como lo fue el de Anassiel anteriormente. Gritaba de terror, gritaba pidiendo auxilio, a quien fuera, a quien pudiese ayudarle.

Nadie acudió.

Terry disfrutaba del nivel de sufrimiento que le estaba produciendo a aquel niño que anteriormente había desatado una masacre sobre algunos de sus hombres y también, sobre algunas partes de su cuerpo. A Albert ya no le quedaban fuerzas ni para gritar pero su martirio no había acabado, sabía lo que iba a ocurrir a continuación. Le tocó el turno a su padre, pero este no fue llevado como rehén ante Terry sino que se había abalanzado sobre él después de ver como su esposa había sido asesinada fríamente. Él sabía que con las manos desnudas no lograría nada pero al menos moriría luchando en lugar de aceptar la muerte. Su cuerpo fue acuchillado casi una veintena de veces, aún cuando ya estaba inmóvil en el suelo, muerto desde hacía rato. El siguiente y último, antes de que le tocase a él, sería su hermano. Roderick intentaba resistirse pero su captor era mucho más fuerte que él, le tenía reducido por completo.

Y con su hermano sobrepasaron de nuevo el límite de crueldad de aquellos asesinos. Jugaron a desmembrar a Roderick empezando por sus piernas y luego brazos, uno a uno y lentamente para que sufriese. Cuando todo terminó, los mercenarios notaron que Albert no opuso resistencia cuando lo levantaron del suelo. Su mirada estaba vacía por el estado de shock, el trauma había provocado que reaccionase ante nada. Y aunque él no se fijase, a su derecha había una familia que intentaba pasar desapercibida ante la atención de los mercenarios, rezando para que ellos no fuesen los siguientes; A su izquierda, un solitario anciano que por su túnica debía ser un sacerdote observaba la escena, impasible.

- ¿Ya estás satisfecho? A pesar de que tú has acabado con más de mis hombres de lo que he matado yo ante ti...

- Déjalo, ha enloquecido -. Se burlaba uno de los que sujetaban a Albert.

- Bah, entonces qué aburrido... Ni siquiera se dará cuenta de que lo voy a matar.

- ¡Eh, tú! ¿¡Qué miras!? -. Le preguntó uno de los mercenarios al anciano cuando se percató de que este les miraba fijamente a todos ellos.

- Miro a un grupo de personas que se creen que tienen el derecho a hacer lo que quieran.

- Vayaaa, vayaaa -. Comentó Terry, sonriendo y desviando su atención hacia este, olvidándose de Albert -. El abuelo tiene agallas. Dime ¿Tan poco aprecio le tienes a tu vida?

- Al menos sé en qué posición estoy...

- Eso está bien, que lo admitas -. Dijo Terry torciendo los labios, como signo de aprobación sarcástico ante lo que había dicho el anciano.

- ¿Sabéis en qué posición os encontráis vosotros?


Hubo un estallido y los gritos cambiaron. Ya no eran los aldeanos quienes gritaban asustados en la aldea de Bahaus, sino los propios mercenarios al ver lo que ocurrió a su alrededor. De la absoluta nada surgieron decenas y decenas de figuras encapuchadas, provistas de largas túnicas negras y armadas con mazas de armas y manguales que comenzaron a atacar a los mercenarios. Estos no tuvieron nada que hacer contra aquellos desconocidos, pues no solamente eran superados en conocimiento marcial y armamento, sino también estos aniquilaban a sus presas mediante el uso de conjuros que convertían rápidamente a sus enemigos en cenizas. Terry y sus hombres de la plaza, que aún estaban "a salvo" pues la batalla no había llegado a ellos, miraba a su alrededor confuso y aterrado, pero de repente dirigió una mirada de ojos amplios al anciano, dándose cuenta de que de alguna forma todo aquello lo había provocado él; Intentó atacarle pero una onda invisible lo repulsó y derribó. El anciano, a priori arrodillado como el resto de rehenes en la plaza, se levantó y se dirigió hacia el lugar donde había caído Terry, al lado de un arrodillado y traumatizado Albert Lerker.

- Los que se creen que tienen el control sobre los demás aun sin ser nadie son los que más merecen morir ante mis ojos -. Comentó el anciano, plantándose ante un asustadizo Terry.

- ¿Quién eres... -. Preguntó Terry con la voz entrecortada.

- ¿Qué sentido tiene darle mi nombre a alguien cuya existencia está a punto de desaparecer?

- Ma... ¡Matadlo!

El resto de los hombres de Terry intentaron acabar con él abalanzándose todos a la vez, pero una vez más, al igual que el resto de la resistencia contra aquellos encapuchados, fue inútil. El viejo no necesitó ni moverse para que de él surgiesen rayos de color rojo que fulminasen a todos y cada uno de los que le intentaron alcanzar con sus hojas. Luego, apuntó con el índice a Terry y fue a hacer algo pero el ruego de este le interrumpió.

- ¡Por favor... Por favor! No me mates... Por favor... -. Sollozó.

- ¿Matarte? -. Preguntó dudando el anciano -. No... No me corresponde a mi arrebatarte la vida -. Su mirada se dirigió ahora a la del niño que tenía a su lado -. Sino a ti, Albert Lerker.

Albert Lerker sentía un vacío, sus sentidos no le enviaban ningún tipo de información y su mente estaba completamente en blanco y bloqueada. Sin embargo y después de un mundo, vio una imagen ante él, la de Terry tumbado en el suelo con un brillante círculo de extraños símbolos envolviéndole e impidiendo que de alguna forma pudiese moverse. Completamente paralizado, miraba con terror hacia alguien que se encontraba a su izquierda ¿Por qué se encontraba así? ¿Qué le había pasado? Su mente poco a poco comenzaba a arrancar nuevamente, aunque la presión que le oprimía el pecho le bloqueaba casi por completo el habla. Y, por fin pudo escuchar cuando alguien había mencionado su nombre: "Sino a ti, Albert Lerker". Albert giró su cabeza lentamente hasta el origen de aquella voz, un anciano se había dirigido a él... Estaba de pie, frente a un vencido Terry ¿Le había derrotado él?

- ¿Quién... eres? -. Fue lo que preguntó con una débil voz.

- Me llamo Hiun Trenler -. Se presentó él y volvió al tema principal como si nada hubiese pasado -. ¿Y ahora qué? ¿No lo vas a matar, Albert Lerker?

Albert no hizo nada y no fue porque no tenía motivos para matar a Terry, hacerle pagar por convertir su vida en un absoluto infierno. Albert no hizo nada porque pensó que no merecía la pena ¿De qué servía la venganza si ya había perdido todo lo que amaba? ¿De qué servía esforzarse por algo si no era lo suficiente fuerte como para hacerlo por si solo? E incluso ¿Para qué intentar vivir un día más si aunque lograse algo, en algún momento podría acabar como su familia y Anassiel?

- Entiendo cómo te sientes ahora mismo, Albert Lerker -. El comentario de Hiun le devolvió a la realidad y prestó atención a sus palabras -. Puedo ver como este hombre ha borrado cualquier razón para que puedas vivir... Es duro sentir eso aun cuando eres tan joven. Pero esta es la realidad de este mundo, se trata de matar o morir. Aquellos que tienen el control lo tienen desmerecidamente y hacen lo que les da la gana a costa del sufrimiento de los demás ¿Vas a permitir que suceda esto, Albert Lerker? ¿No crees que al tener el poder que tienes deberías de ser tú uno de los que pueden cambiar el mundo? Cambiar el mundo para que este infierno no se vuelva a repetir...

Aquellos hombres con túnicas negras ya habían acabado el trabajo contra los mercenarios y se reunieron formando un círculo en torno a Hiun Trenler, Albert Lerker y el mercenario inmovilizado Terry. Albert siguió creyendo que no merecía la pena hacer nada hasta que escuchó las últimas palabras de Trenler. Era cierto, él se sintió como un gigante capaz de solucionarlo todo cuando estuvo subido a aquella roca, él tenía un poder que otros no tenían y una voluntad férrea para ayudar a quien lo necesitase. Intentó construir algo, por mínimo que fuera, lo intentó; Y el hombre que estaba ante él había sido el culpable de destruirlo. En cuanto los ojos de Albert cambiaron, Hiun había entendido las intenciones del niño y pidió a uno de los encapuchados una daga, que arrojó ante los pies del niño.. Él la cogió casi sin darse cuenta y se levantó para acercarse a aquel patético hombre que sollozaba del miedo. Su vida había sido destruida pero se encargaría de construir un mundo mejor para aquellos que tuviesen su voluntad, aquel sería su nuevo sueño. Y ese sueño comenzó cuando acuchilló una y otra y otra y otra vez a Terry. Ninguno le dijo nada, tan solo se detuvo cuando ya estuvo lo suficientemente saciado.

Albert Lerker aceptó marcharse con Hiun Trenler y sus hombres, lejos de allí. No quiso mirar atrás, a la aldea de Bahaus y los supervivientes de aquella masacre. Mirar atrás suponía ver, de alguna forma, los rostros de Anassiel, de su hermano y de sus padres. El dolor emocional que sentía no se disipó al día siguiente de viaje, ni al cabo de varias semanas. Las lagrimas estaban presentes en su rostro día y noche hasta que pareció que no podía derramar ni una gota más. El anciano dejó que se desahogase todo lo que quisiese antes de continuar con el siguiente paso. En cuanto estuvo listo, Lerker recibió toda la información necesaria para el nuevo cometido por el que había sido reclutado. Resultaba que Hiun Trenler lideraba una organización del dios Hextor, conocida como los Hijos de Hextor. Su cometido era luchar contra las imperfecciones del mundo, para arreglarlo y gobernar bajo un sistema donde los más fuertes en cuanto a poder y voluntad formasen los cimientos del futuro, dejando de lado a aquellos que merecen ser extirpados de la sociedad, como aquellos mercenarios. A pesar del sufrimiento  Albert, le agradó comprobar que Hiun conocía los profundos campos de la magia y se había comprometido a enseñarle cuanto pudiese para que él también la controlase. Fue entonces cuando realmente sintió que debía estar allí, con gente que tenían la voluntad de cambiar el mundo, como él que tuvo la voluntad de ir un paso más allá al ignorar lo que todos los aldeanos de Bahaus opinaban sobre los elfos helados y ayudó a uno de ellos cuando identificó a los verdaderos monstruos. Incluso en eso, Hiun parecía comprenderle también, pues le habló de los conceptos de mal y bien y la difusa línea que las separan, libre de interpretación para cada uno.

Durante los siguientes años, la nueva casa de Lerker fue una antigua iglesia de Hextor, en mitad de un paisaje aún nevado. Este había aprendido sobre la magia lo suficiente como para poder desatarla a su voluntad y lograr que las cosas de a su alrededor estuviesen como él quería. Pero aún tenía un gran dilema en su interior. Durante una de las refriegas junto con los sacerdotes de Hextor, tuvo que luchar contra el hermano de Hiun Trenler, Zailev. Este le venció después de usar una poderosa magia que sobrepasaba la suya en todos los conceptos. Malherido y a punto de morir, volvió a no salir de las catacumbas de la iglesia, estudiando nuevamente para volverse más y más poderoso, pero seguía existiendo un gran pero. Había estado a punto de perder su vida en varias ocasiones y eso le recordó a la pregunta que se hizo a sí mismo ¿De qué servía esforzarse por conocer la magia, por volverse poderoso, por intentar acabar arreglando el mundo, si luego moriría y todo ese esfuerzo sería en vano? Su mente y magia eran poderosas sí, pero su cuerpo seguía siendo débil física y emocionalmente. No tenía sentido.


Necesitaba, no sólo ser inmortal a la vejez como pudo averiguar sobre ciertos rituales, como el que existía para convertirse en un lich, sino ser inmortal ante cualquier tipo de daño. Dedicó día y noche a encontrarlo por si mismo, pues hasta el propio Hiun desconocía si existía algo así. De nuevo, pasaron años y cuando ya superó la veintena, Lerker halló la solución. Fraccionaría su alma en miles de partes y cada una estaría en el interior de un gusano. Todos estos gusanos conformarían su nuevo cuerpo y en caso de que recibiese heridas mortales, tan solo necesitaría que uno de ellos sobreviviese para que Lerker no muriese y pudiese volver, tarde o temprano.

Lerker en su nuevo cuerpo, compuesto de miles de gusanos

No solo tuvo la inmortalidad que necesitaba, sino también se desprendió de toda clase de sentimientos que aún estaban presos en él. El nuevo Lerker era incapaz de sentir, por ejemplo, empatía o piedad; Se había convertido en un ser que tenía un solo cometido y nada podía detenerle. 

Pero no fue suficiente.

En su guerrillas como Hijo de Hextor, Lerker conoció a rivales que, siendo totalmente conformistas con el imperfecto mundo que les rodeaban, luchaban por protegerlo. Así pues, se enfrentó a los Hijos de Heironeous y de nuevo, junto a sus demás compañeros Hijos de Hextor, Lerker fue derrotado. Necesitaba más poder, necesitaba un poder que no pudiese ser detenido, un poder supremo, que le equiparase al de un dios. 

Derrotados, pero no vencidos, los Hijos de Hextor volvieron a la acción siglos más tarde. En esa ocasión, sus nuevos enemigos, la CDA, fueron testigos de la solución que había hallado Lerker para ser totalmente imparable: La Mente del Enjambre. Mediante aquel ritual, su alma y poder no solamente residiría en los gusanos que conformaban su cuerpo, sino que esta se extendería como si fuese un virus por cada agrupación de insectos, cada colmena, cada especie... El mundo estaba a los pies de un Lerker que podía verlo todo y actuar en consecuencia; De un Lerker que no podía morir a menos que sus enemigos exterminasen a todos los insectos del mundo. 

Pero aún quería más poder.

Entonces descubrió el valor del apellido Trenler. Eran seres divinos con forma de humanos y descendientes de la Doncella Suprema, el ente que existía y gobernaba por encima de los propios dioses. Lerker quería ese poder para si mismo, entones podría cumplir el cometido de los Hijos de Hextor. Agradeció enormemente a la CDA que hiciesen el trabajo sucio y venciesen a Hiun Trenler, su maestro. Aunque su cuerpo fue destruido, su alma fue recluida en un artefacto del que Lerker fue extrayendo su poder a cuentagotas. A pesar de los intentos de Hiun de razonar con Lerker, este estaba totalmente obcecado en sus ansías de poder. Asumiendo su muerte, Hiun desveló uno de sus mayores secretos con respecto a Lerker, cuyas palabras le hirieron incluso a pesar de su nueva forma.

- Antes de extinguirme, quiero que mis palabras te marquen para la eternidad, sabandija asquerosa. Es cierto que perdí el control sobre ti cuando te transformaste en eso, pero desde un principio... Desde el principio, fuiste una herramienta para mi. Me percaté de tu poder latente años antes de que tú mismo lo descubrieses. Estuve esperando el momento perfecto para que tu mente se rompiese en mil pedazos y así poder formarte a mi antojo. Y ese momento llegó, fui yo el que manipuló las mentes de los mercenarios para que actuasen como iban a actuar. Fui yo quien metí en sus mentes el deseo de apoderarse de Bahaus y de hacer todo lo que hicieron. Todo lo hice para usarte como un peón más.

Todo era mentira. Por primera vez en siglos, Lerker sentía una profunda nostalgia que le desvió del que hasta entonces había sido su cometido principal. Él había luchado y se había sacrificado en nombre de los Hijos de Hextor, del propio Hextor y de su maestro. Pero después de aquello, abandonó su meta y tras acabar del todo con Hiun Trenler, seguiría ejerciendo el papel de Hijo de Hextor sólo para poder usar a los demás de la misma forma que él había sido manipulado por Hiun. Pero el propósito que iba a llevar a cabo no tenía nada que ver con ningún dios, sino el suyo propio.

Usaría El Arca, un artefacto que almacenaba energía mágica con el tiempo, para abrir un portal hasta Sigil, la ciudad de los caminos, el centro del universo, el lugar donde residía La Doncella Suprema. Una vez allí acabaría con ella y ocuparía su puesto. Se encargaría de crear un universo perfecto, sin que hubiese nadie por encima de él que le pudiese usar. Con el poder de los Trenler bajo su control más el suyo propio, podía hacerlo. Incluso con la CDA viajando a Sigil para detenerle, no iba a ser suficiente para que le parasen. Él sería el nuevo dios.

Pero por alguna razón que no pudo entender, todo falló. Todo se redujo a la nada, creyó haber muerto.

Y ahora, una eternidad después, volvía a tener una oportunidad. Había perdido todos los recursos para derrotar a la Doncella Suprema pero podía volver a intentar crear aquel lugar perfecto en aquel mundo que tenía ahora ante él.

Sí... Volvía a ser un mortal con sentimientos.

Era cierto... Ahora tampoco tenía el poder de los Trenler bajo su control.

Pero volvía a recordar quien era. Volvía a tener un propósito.


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