27 ene 2019

Nueva Generación: primeros pasos


El sol se dejaba ver tras haber estado oculto en una gran nube blanca, como tantas otras que había en el amplio paisaje sobre la campiña verde. Allí, en el lateral de un terraplén artificial que continuaba en linea recta atravesando el valle, todo para mantener a salvo la tierra del desborde del canal de agua, se situaba un campo rectangular de césped cortado a un nivel raso del suelo, aunque el resto de elementos no estaban tan bien cuidados como para formar lo que era un campo de fútbol; las porterías, hechas de listones de madera desiguales y unidas por clavos entre sí, no disponían de red alguna; y mucho menos se podía delimitar los campos o el área con nada más que no fuese polvo de tiza, que se difuminaba a la mínima que alguien pisase por encima. Al bañar de nuevo con luz solar de la tarde el campo, uno de los chicos, parado por la pausa en el juego, se quitaba el sudor de la frente.

- ¡Allá va el córner! -. Lejos de aquel chico, un joven que estaba en la esquina a punto de golpear el balón hizo una seña a sus compañeros con el brazo derecho extendido.

- ¡Jugada ensayada! -. Exclamó uno de sus compañeros de equipo, que se preparó para rematar el centro.

- ¿¡Eh!? ¿¡Tenemos de eso!? -. Preguntó otro, vacilando en duda.

- ¡Calla, no lo fastidies! ¡Aquí llega mi segundo gol!

Y entonces, se sacó el córner. El balón recorría el aire, buscando a su rematador. El chaval que había mencionado sobre su segundo gol se preparaba con su pierna diestra para cumplir su palabra. El balón iba perfecto, podría rematar sin ningún problema, estaba seguro de que iba a ser gol. Pero en el punto de remate surgió la pierna ajena de alguien que, interceptando el balón y controlándolo, salió a toda carrera hacia la portería contraria. Era el mismo que previamente se había secado el sudor, pues llevaba más tiempo jugando que el resto de sus compañeros, ya que el partido empezó cuando él ya llevaba un buen rato jugando por su cuenta. Su pelo era un poco largo y alborotado, de un negro con matices de castaño. Sus ojos, de un color anaranjado, se clavaron en el terreno frente a él.


- ¡Maldito Luthor! -. Gritó el delantero del equipo rival -. ¡A por él!

- ¡Intenta atraparme si puedes, Edd! -. Le gritó Luthor con una sonrisa en su rostro.


Dos defensas iban a su encuentro, pero Luthor no vaciló en ningún momento. Continuó recto y dribló a uno, pues el segundo defensa se había detenido a la espera del regate para, en el mejor momento, arrebatarle el esférico. Pero Luthor estiró el pie y con la puntera, pasó el balón.

- ¡Todo tuyo, hermano!

En la banda, recibió la pelota un chico mucho más pequeño, tanto en altura como en envergadura. Al contrario que Luthor, tenía tanto ojos como el pelo totalmente negros, aunque el peinado era igual de alborotado que el de su hermano mayor. Sin embargo, la diferencia de edad no era problema para él, sino al contrario. Gracias a su menor tamaño en comparación a los chavales con los que jugaba, disponía de una mayor agilidad, de manera que podía escurrirse entre ellos con gráciles regates.

- ¡Malditos hermanos Grey, yo os detendré! -. La voz era del chico que estuvo a punto de rematar el centro anterior, que debido a que Varick estaba regateando, le dio tiempo a coger espacio y recular hasta su campo.

Aquel tipo ya de por sí era más alto que Luthor, de manera que le sacaba un buen palmo de corpulencia a Varick. Su pelo era de un castaño claro, casi rubio, y tan largo que lo tenía recogido en una coleta.

- ¡Cuidado con Edd, hermano! -. Le advirtió Luthor.

A pesar del aviso, Varick ya le estaba confrontando, en un punto donde sus opciones de escape eran casi nulas. Pero entonces, sorprendiendo a todos, deslizó el balón entre las piernas de Edd, tirándose él también al suelo.


- ¿¡QUÉ!? -. Gritó Edd al darse cuenta de lo que ocurría.

- ¿¡QUÉ HA HECHO!? -. Acompañaban otros tantos gritos en el ambiente de alrededor.

Varick había  pasado por debajo de su rival, y ahora se levantaba, dispuesto a pasar el balón a su hermano.


- Más te vale... ¡Marcar! -. Gritó en cuanto chutó el balón en su dirección.

Luthor lo recibió, controlándolo en la casi borrosa línea del frontal del área rival. Aún tenía a tres contrincantes por delante, uno de ellos acercándose a toda velocidad. Además, la voz de una chica desde fuera anunciaba:

- ¡Siete, seis, cinco...

No disponía de mucho tiempo, así que armó la pierna para disparar.

- ¡Ganaremos el partido... con mi tiro especial!

- ¡Le bloquearé! -. El defensor más cercano se llamaba Blake y era un chico de cabello castaño corto, ojos azules y piel morena, aunque de complexión delgada, parecida a Varick. Además, Blake era el mejor amigo de Luthor.

- ¡Inténtalo si puedes! -. Le desafió Luthor.

Blake se lanzó en plancha, con la bota por delante, hacia el punto donde el balón se encontraba parado, el mismo donde, de un momento a otro, sería rematado a portería. El choque de pies de ambos en el balón se antojaba inevitable, pero entonces Luthor aceleró el movimiento y convirtió lo que iba a ser un remate en un leve toque hacia el otro lado.

- ¡Un amago! -. Gritaron de nuevo otros tantos alrededor.

Con Blake gritando con amargura mientras pasaba de largo por el suelo, ahora Luthor no disponía de oposición alguna, pues los defensas rivales restantes estaban a varios metros de él. Preparó su pierna izquierda y remató, no con mucha potencia, pero sí con una colocación excelente, imposible de detener para el portero rival.

- ¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOL!

- ¡Tiempo! ¡Se acabó el partido!

- ¡TOMAAA, VICTORIA POR DOS A UNO!


Los chicos, agotados tras el partido, se fueron al lateral del campo cercano al terraplén donde habían muchos más reunidos, entre ellos, un par de chicas, siendo una de ellas la que estaba dando el aviso del tiempo que quedaba de partido. Era alta, un par de años mayor que la edad media de los chicos, de cabello largo y de color lila pálido. Su nombre era Roxanne, aunque todos la llamaban Rox. La otra chica se encontraba sentada, con una libreta en mano en la que escribía o dibujaba algo. Era algo más tímida que su amiga, de manera que cuando se acercaron los equipos se apartó un poco hacia atrás. Su pelo era un poco greñoso y corto, y tenía unas gafas grandes que se le caían a cada momento. Se llamaba Valeria.

- Vaya tela como te has comido el amago, ¿eh, Blake? -. Le dijo ella con divertida sarna al chico que llegaba ofuscado.

- ¡No me tortures, Rox! ¡Arrrghhh! -. Soltó, agitándose el pelo mientras caía de rodillas.

- Es precisamente por el hecho de que te conozco muy bien y tú a mi también por lo que he tenido que hacerlo, Blake -. Dijo con una sonrisa Luthor.

- Ese regate ha sido espectacular -. Admitió Edd, ofreciendo su mano para estrechársela, gesto que respondió Luthor con la misma deportividad. Luego, Edd se volvió en busca del hermano menor de Luthor -. Increíble lo que me has hecho -. Le elogió también ofreciéndole la mano -. Perdón por haberte subestimado por tu edad y tamaño, me has callado la boca.

Varick también respondió al gesto con su propia mano y aunque dijo que no pasaba nada, no le prestaba mucha atención. Su mirada parecía dirigirse hacia otro punto, algo que advirtió Luthor.

Los chicos descansaron sentados en la pendiente del terraplén mientras merendaban. Juntos, comentaron tanto las jugadas del partidos como los deseos que tenían de jugar contra otros chavales, contra otros equipos.

- ¿Os imagináis que es así? -. Preguntó Blake, mientras estaba echado en el suelo mirando a las nubes -. ¿Os imagináis que podemos enfrentarnos a otro equipo de otra isla y que para ello cogemos a los mejores jugadores de los de aquí para formar un súper equipo invencible?

- Blake, que ya hemos jugado mucho juntos, no hace falta que digas eso para tapar las ganas que tienes de tenerme de compañero en vez de contrincante -. Le dijo Luthor con cierta burla, a la que saltaron unos cuantos riéndose.

- Sin duda, con Luthor y conmigo de delanteros, con Varick, Blake, Mycah y Cody, entre otros tantos... seriamos invencibles -. Se vanaglorió Edd.

- ¿Y quién ha dicho que tú vayas a estar en el equipo? Lo mismo hasta yo te quito el puesto -. Comentó Rox, bajándole de las nubes. De nuevo, hubieron muchas risas.

- ¿Quitarme el puesto, tú? ¡Eso habrá que verlo!

- Venga, haced un uno contra uno, a ver qué tal -. Sugirió Luthor.

- ¡Claro, venga! -. Se animó ella, levantándose. Edd dudó un momento, pero en cuanto empezaron las burlas sobre su aparente acobardamiento, se armó de valor y se levantó.

- A ver qué sabe hacer... -. Aquel comentario fue de Varick y se lo dijo a sí mismo, mientras apoyaba su cara en sus propias rodillas estando sentado.

Pero el encuentro nunca llegó a producirse. Cuando Rox cogió el balón y se dispuso a empezar, una voz adulta le llamó.

- ¿¡Roxanne!? ¡Roxanne! -. Era la voz de su tía, la señora Lindsey, que aparecía por el camino entre los árboles, en busca de su sobrina.

- ¡Estoy aquí, tía! ¿¡Ocurre algo!?

- ¡Algo bueno, desde luego! ¡Vamos, ven, chiquilla!

Rox echó una mirada sonriente a los chicos como gesto de disculpa, se acercó hasta Valeria y la agarró de la mano para que se fueran juntas. Aunque antes de eso, Valeria hizo una pequeña inclinación para despedirse, junto con un aislado "hasta luego".

- ¡Je, claramente ha huido! -. Se jactó Edd.

- Anda, no te flipes... ¿Pero qué será eso bueno que se refiere la señora Lindsey?

- ¿¡Será que sus padres han vuelto!?

En el grupo creció una expectación brutal, pues todos trataban a Rox como una hermana mayor a la que tenían mucho cariño, de manera que una noticia así para ella les haría muy feliz; y es que los padres de la chica eran exploradores de la isla, que viajaban por los alrededores con el fin de mantener a raya cualquier imprevisto, y de esa forma, mantener a salvo a la población. Llevaban ya casi un año fuera y no habían noticias de ambos, ni siquiera mensaje alguno.

- Oye, ¿vamos a espiar? -. Para sorpresa de los de allí, quien sugirió eso fue el propio Luthor, aunque para Varick y Blake no era nada nuevo.

- Qué cotilla eres, de verdad -. Le espetó Blake con una mirada severa.

- Jejeje... no puedo evitarlo.

- Me apunto, hermano -. Le dijo Varick.

- ¿Tú también, Varick? Sois un caso perdido -. Le reprimió Blake también al menor de los dos.

- ¡Cotillas, cotillas! -. Se escuchaba decir en general mientras se alejaban, pero a Luthor no pareció importarle. Sin tercer su radiante sonrisa, se alejó junto a su hermano del campo.

- Bueno, ¿qué? -. Le dijo Luthor cuando ya se alejaron lo suficiente e iban ambos por el sendero.

- ¿Qué de qué?

- Venga ya... que soy tu hermano mayor. A mi no puedes engañarme.

- No te estoy engañando si no sé a qué te refieres.

- Lo sabes muy bien -. Le soltó con una sonrisa y golpeándolo suavemente en el hombro.

- ¿Qué se supone que tengo que saber?

- ¡La mirada, la mirada que le echas! -. Empezó a especificar Luthor.

- ¿A quién?

- ¡Oh, vamos! Me dijiste hace unos días que tu intención era hacer que Edd te reconociese como jugador, y en cuanto lo hace ni siquiera parece importarte... Tu regate fue increíble y lo que buscabas no era su reconocimiento en ese momento... sino el de Rox.

- ¿De qué me estás hablando? -. Preguntó, aunque lo hizo con un tono más elevado y no pudo evitar sonrojarse.

- Claramente, te gusta.

- ¡Calla!

- Je... acerté.

- ¡Que te calles!

- No te preocupes, no se lo contaré a nadie -. De nuevo, Luthor alzó el puño, pero esta vez para que su hermano se lo chocase -. Soy de los que mejor la conocen, así que te ayudaré en lo que necesites, como siempre en cualquier cosa, ¿vale?

- Cla... claro -. La rabieta de Varick se evaporó al instante y le chocó el puño, sonriendo al saber que podía contar con el apoyo de su hermano mayor -. Eh, ¿qué haces?

- N... nada -. Por un momento, Luthor se había quedado mirando a un lado del camino, absorto porque creía haber visto algo -. ¡Vamos, anda!

Continuaron andando de vuelta al pueblo, en un punto del camino donde cada vez empezaban a surgir mayor cantidad de granjas y casas a ambos lados del sendero de tierra que serpenteaba por la campiña verde del paisaje. Llegaron a un punto donde tuvieron que empezar a caminar con cuidado, pues vieron a Rox caminar junto a su tía, y evidentemente no querían ser descubiertos. Se metieron en el papel de lleno, diciéndose mutuamente que eran agentes secretos que debían investigar el caso secreto de Roxanne. Hasta que llegaron frente a su casa y allí vieron como la chica estaba en lagrima viva de felicidad, pues se abrazaba a sus padres. Luthor y Varick, asomados desde una esquina de otra casa cercana, esbozaron una sincera sonrisa al ver que por fin había acabado la larga espera de la chica.

- Me alegro mucho -. Admitió Luthor.

- Sí, y yo..

- ¿Cuándo nos tocará a nosotros? -. Preguntó Luthor con cierto sarcasmo aunque con un tono de melancolía en sus palabras.

- Sí... No le debe quedar demasiado, ¿no?

- No lo sabemos.

- A vosotros sí que no os queda demasiado tiempo sin castigo... -. Dijo una tercera y femenina voz. Los chicos se sobresaltaron y se giraron rápidamente. Una mujer adulta, de largo pelo castaño ondulado y ojos castaños, portando con un vestido sencillo blanco y azul, estaba frente a ellos con los brazos cruzados.

- ¡Mamá! -. Dijeron los dos al unísono.

- ¡Os dije que a las siete de vuelta, tontérrimos! -. Les decía con una tono refunfuñoso mientras les cogía de las mejillas a ambos y tiraba de vuelta -. ¡Encima, espiando a los Lindsey! ¡No sé que haré con vosotros!

- ¡Ay, ay! ¡Mamá! ¡Era una misión secreta! -. Se defendió Luthor como pudo.

Su madre les soltó de las mejillas y de nuevo les miró.

- Anda, anda... Mis pequeños dos héroes, ya tendréis tiempo para misiones secretas y para salvar el mundo... ¡O para marcar muchos goles! -. Entre tanto enfado, se notaba cierta felicidad en sus palabras -. Quería que vinieseis a las siete no para preparar la cena ni nada, sino para esto.

Les dio un sobre a ambos, que abrieron rápidamente para leer la carta juntos. Se quedaron boquiabiertos en cuanto confirmaron de qué trataban las primeras líneas, escritas por el capataz de la guardia.

- ¿Papá... vuelve? -. Preguntó Luthor con el rostro desencajado. Al menos él pudo vocalizar, pues su hermano había empezado a sollozar de alegría.

- Sí, vuelve... Después de tanto -. Respondió su madre, acercándose a Varick y abrazándolo, para posteriormente abrazar a ambos. Los dos chicos respondieron al abrazo con ganas, tantas que incluso a Luthor se le cayó la carta.

Al contrario que los padres de Rox, su padre pertenecía a la guardia central de la isla, de forma que fue enviado junto a compañeros soldados como refuerzos para ayudar en el mundo. Y no durante un año como los de su amiga, sino que habían pasado más de tres. Varick apenas tenía muchos recuerdos de él, pero igualmente ardía en deseos de que estuviese allí.

Regresaría en breve, durante esa semana.

Sin duda alguna, era una grandísima noticia.

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La sirena acababa de sonar, indicando el final de la clase. Muchos alumnos suspiraron aliviados, porque a pesar de que cursaban cursos de primaria, la época de exámenes en un centro privado rozaba la extenuación. De esa forma, muchos sacaron sus almuerzos y salieron al patio para poder descansar, mientras que otros desayunaban rápidamente y abrían los libros de matemáticas o lengua, entre otras asignaturas, para poder repasar temario mientras podían. 

El patio no era muy grande, pero el aspecto botánico era muy agradable, incluso a pesar de que todavía se encontraba húmedo por las lluvias recientes. Las zonas de césped perfectamente cuidadas se distribuían como cuadrados entre zonas pavimentadas donde, además, también se situaban las hileras de banco, cada vez más ocupados por los chicos y chicas que disfrutaban de su media hora libre. 

Entre los alumnos destacaba un grupo de chicas que se acaban de sentar y comentaban alegremente el día, en contraste con la presión general por los exámenes que salpicaba el resto del patio. Esas chicas eran tres; la más alta tenía la cara llena de pecas y gafas de montura fina que remarcaban el azul de sus ojos, en contraste con el cabello anaranjado y rizado; las otras dos eran más o menos de la misma altura, aunque una era más regordeta y de mofletes amplios, junto con su cabello corto y negro, mientras que la otra era muy delgada, de tez pálida, ojos azules y cabello verdoso. Esta última tosía levemente a cada rato que hablaba. 

- Fua... qué bien haber acabado ya los exámenes, ¿no? -. Preguntó metafóricamente la más alta.

- Ya ves, ya ves... podemos incluso adelantar el viaje a Cabo de Rostmere -. Sugirió la chica más esbelta.

- Bueno, adelantarlo será si a Kelly se le pasa el resfriado.

- Podéis ir yendo sin mi, ¿eh, Marjorie, Sylvie? -. Comentó refiriéndose a su amiga alta y esbelta respectivamente -. Yo os alcanzo en cuanto... -. Pero Kelly tuvo que parar para toser -. ...en cuanto me recupere.

- ¿Y dejarte atrás? ¡Jamás! -. Replicó Sylvie con cierta exageración. Marjorie rió, aunque Kelly se quedó tal y como estaba. No obstante, la risa de la chica alta se detuvo en cuanto vio lo se que se acercaba.

- Eh, vámonos a otro lado. Ahí viene...

- ¿Otra vez? 

- Qué pesada...

- Vamos a tener que decírselo al tutor, tía... 


Las tres se fueron a levantar, pero de aquella persona a la que se referían aceleró el paso y llegó junto a ellas. Como de costumbre, no se encontraba sola sino que venía acompañada de otras tantas en un grupo de chicas, siendo ella la líder. 

- ¡Hola, Kelly! ¿Qué tal tu resfriado? -. Preguntó la chica que encabezaba el escuadrón con una falsa melosidad. 

- Hola, Jessica... Tenemos prisa, ¿vale? -. Le dijo Marjorie, agarrando Kelly del brazo, dispuesta a ir de nuevo al recinto escolar.

- Claro, claro, pero verás, necesito un favor -. Jessica jugaba con su alargado pelo rubio, envolviendo su largo mechón en su dedo índice -. Se me ha olvidado el desayuno y... pfff... se siente muy mal estudiar y hacer exámenes sin nada en el estómago, ¿sabes?

- Lárgate -. Le espetó Sylvie.

- ¿Ves? ¡Te lo dije! -. Saltó una de las chicas que acompañaba a Jessica -. Si le mencionas algo que esté relacionado con que comas menos, ¡Sylvie se enfada! 

- ¡JA, JA, JA, JA, JA! -. Rió todo el grupo cruelmente, a lo que Sylvie estuvo a punto de encararse con ellas, pero Marjorie la agarró y la alejó todavía más. Las tres se fueron mientras que el grupo de chicas seguían con el abuso.

- ¿¡Además, de dónde has sacado tú la comida, Kelly!? -. Preguntó otra de las amigas de Jessica con acidez -. ¿¡A quién se la has robado!? ¡Si tus padres no tienen dinero ni para comprarte un jarabe!

- ¡JA, JA, JA, JA, JA, JA, JA!

Una vez se alejaron, ambas amigas pudieron comprobar como Kelly reprimía una cara roja de enfado mezclada con unas lágrimas que surcaban sus mejillas desde sus ojos llorosos.

- Pero no le hagas caso, Kelly -. Intentó tranquilizarla Marjorie -. Ya sabes como es Jessica, es una payasa.

- Claro, tía, si dejase que me afectase cada vez que me llaman gorda, ya me habrían expulsado por agresión.

- La odio... -. Soltó Kelly con un hilo de voz tomada -. La odio con todas mis fuerzas.

- Las tres la odiamos -. Añadió Sylvie.

- Claro, que somos un equipo, no te preocupes por nada, ¿vale?

- Vale.

Pero no valía.


Los siguientes días se convirtieron en un infierno para Kelly. Las noticias no paraban de dar vueltas y la población donde residía estaba viviendo una época de revuelta por varios sucesos próximos. Pero internamente en su familia como a nivel social general, la vida de Kelly era una constante pesadilla... y el constante abuso de Jessica durante años embarró  el único lugar donde se podía refugiar, la escuela.

Su padre quedó inválido tras un accidente durante su trabajo de obrero, mientras que su madre dirige una tienda sencilla de mercería, pero los beneficios no eran suficientes como para cubrir todas las necesidades o imprevistos. Además, Kelly tuvo un hermano mayor que estuvo a punto de quebrar a la familia de no ser porque antes de que su afán por las drogas se llevase por delante la unidad familiar, se llevó su vida por sobredosis.

La mente de Kelly era un remolino, que encima no paraba de atormentarla cada día, pues ya había acabado los exámenes, así que ni siquiera en estudiar podía aislarse, ya que sus notas eran lo suficientemente buenas como para disponer de una beca para cursar en esa escuela privada. Paseaba con sus dos amigas por la tarde en la ciudad, pero mientras estas hablaban del viaje que harían a ese cabo, Kelly no solo trataba de evitar el tema, pues no disponía de los recursos económicos para acompañarlas ni quería que se tomasen la molestia de que le invitasen a todo. Su pensamiento era tan solo uno, lo único en lo que se convirtió todo ese vórtice de dolor y tragedia durante tanto tiempo: vengarse. Quería ver a Jessica llorar, quería que sufriese una centésima parte de lo que sufre ella.

- ¿Tu crees que se merece la ejecución? -. De entre toda la oscuridad, Kelly volvió a la realidad. Sus dos amigas comentaban sobre la noticia del pueblo de que un hombre había sido acusado de magia negra e iba a ser ejecutado por ello.

- No lo sé -. Respondió Sylvie a su amiga -. Pero parece mentira que en la misma ciudad donde estudiamos en un lugar de calidad privada, tengamos este tipo de juicios y sentencias, ¿no?

- Bueno, es verdad que es muy extremista, pero tú piensa que fue la magia negra lo que trajo a los trasgos y orcos a la zona, ¿tú qué piensas, Kelly?

- Que hagan con él lo que quieran -. No le pudo importar menos a la chica, que miró al grupo de guardias que llevaban en el centro, esposado, a un hombre adulto con barba recortada y repeinado cabello largo hacia atrás.

- Venga, anda, vamos a tomar algo -. Propuso Sylvie.

- No me apetece -. Mintió Kelly, la verdad era que no tenía nada de dinero encima.

- Pues vayamos al parque -. Sugirió Marjorie.

- Tampoco me apetece -. La sola idea de poder encontrarse a Jessica y sus amigas allí le aterraba.

- ¿Queréis que vayamos a mi casa y juguemos a algún juego de mesa? -. Intentó proponer de nuevo Sylvie.

- Lo siento, chicas, id vosotras. Me acabo de acordar de que tengo que ayudar a mi padre -. Mintió nuevamente, despidiéndose de sus amigas sin siquiera mirar.

Los siguientes días ya no se dedicó a verlas ni nada parecido, entre rachas en las que lloraba en su cuarto y otras que ardía de histeria, se dijo que llevaría a cabo algo por fin para poder calmar su dolor. En el pasado había intentado hablar con sus padres, pero le dijeron que le plantase cara, ¿qué esperaban? ¿que se pusiese a luchar tres contra seis? También se lo comentó al tutor, pero este casi que hacia menos caso que lo que le decían sus padres. Todo movido seguramente porque expulsar a tres chicas por infracciones menores a una chica que estaba allí becada era peor que dejarlas allí siendo una fuente de ingresos para la escuela. De nuevo lo tenía claro, quería vengarse y lo haría por si misma.

Preparó con mucho esmero su plan que no era más que una broma pesada. Al fin y al cabo todo lo que le había dicho Jessica hasta ahora era broma según ella, ¿verdad? Pues se encargaría de devolvérsela. Con lo que disponía en casa intentó llevar a cabo una manualidad para imitar la forma de la mascota de Jessica, un perrito yorkshire llamado "Dirby". Con los tintes de la mercería de su madre podría preparar una solución para imitar la sangre y así darle el susto de muerte. Todo estaba saliendo muy bien, de hecho volvía a tener la mente ocupada en una tarea, efecto que se reflejó en su actitud. Incluso las burlas de los siguientes días le importaban menos, pues ya estaba preparando la represalia.


Pero eso fue hasta el último día de curso, allí todo cambió por uno de los comentarios de una de las amigas de Jessica. En dicho ataque de burlas, al ver que Kelly estaba más ausente, ignorando los constantes ataques, la amiga de la chica rubia tuvo que usar un arma de efecto mayor, citando al hermano fallecido de la chica. En ese momento, Kelly, en lágrima viva, se giró y arremetió contra todo el grupo en general. Se necesitaron de varias, en conjunto a Sylvie y Marjorie, para  poder separarlas. Al final, ambas implicadas fueron al recinto escolar: Kelly, por su conducta; y la amiga de Jessica, por las heridas de arañazos en la cara y contusiones.

Al ver como se alejaban ambas, Jessica se quedó mirándolas desde lejos.

- Mira como se ha puesto por su hermano, el drogata -. Dijo una de sus amigas, siguiendo con el hilo de crueldad.

- Tía, no digas más eso -. Se interpuso Jessica antes de que las demás rieran -. Joder, Madison se ha pasado esta vez.

- ¿Y qué? No la van a expulsar, ya sabes quién es su padre y lo que aporta a la escuela.

 - No me refiero a eso, sino lo de su hermano. Joder, que murió, no sé... bromar con eso...

- Anda, ya se le pasará, antes que la tos incluso -. Siguió con la broma.

Aquella tarde, Jessica volvió a reunirse con sus amigas y, como era costumbre, llevó a su perro, ya que sacaba a pasearlo aprovechando la quedada con ellas. También, como era habitual, le quitó la correa y dejó que corriera libremente detrás e las mariposas mientras Jessica conversaba con sus amigas, aunque Madison no había aparecido aquella tarde.

Pero ya con el atardecer, con varias de del grupo yéndose, la chica rubia empezó a llamarle de vuelta, pues le perdió de vista, y no aparecía.

- ¿Te ayudo a buscarlo? -. Le preguntó una de sus amigas.

- No te preocupes, habrá ido de nuevo a casa del viejo Tim, que le gusta darle galletas.


Pero cuando se separó de sus amigas y fue a casa del anciano, este respondió que no había visto a Dirby desde ayer, lo que preocupó a Jessica, que se dispuso de inmediato a buscarlo por las calles cercanas mientras gritaba su nombre a toda voz. El atardecer cada vez se acentuaba más y la chica, ignorando la recomendación de los guardas de que lo mejor era ir a casa y seguir buscándolo mañana, continuó. Ella quería mucho a su mascota y no podía imaginar que lo había perdido cuando siempre le soltaba en el parque y sabía volver, incluso desde casa de Tim al parque. De vez en cuando escuchaba ruidos cercanos, como si Dirby le siguiese y estuviese a punto de surgir de un callejón, pero cada vez que se giraba y acercaba preguntando por su nombre, solo la oscuridad le respondía de vuelta, en silencio. Y, sin darse cuenta, ya estaba en las afueras de la ciudad, con toda esperanza casi perdida.

Entonces, al darse media vuelta para volver, vio a Dirby en mitad del camino ¿Pero cómo no le había visto antes? Si justo había pasado por allí, ¿por qué no le había escuchado llegar con su ladrido alegre de siempre?

- Dirby... ¿Dirby? -. Algo iba mal, Dirby estaba muy quieto, aunque no podía ver bien por la oscuridad. Sacó de su pequeño bolso una caja de cerillas, encendió una y... -.¡AAAAAAAAHHH!

- Eso es, grita... grita, hija de... -. Jessica vio como cerca de Dirby surgía Kelly, cuchillo de cocina en mano, cubierto de la sangre del animal, que yacía muerto sobre el suelo pavimentado.


Pero por encima de ver a su mascota asesinada, por encima de ver a Kelly con la mirada perdida junto a una sonrisa macabra, por encima de aquel acto... hubo algo que dominó a la chica por completo y que la sumió en el más terrible de los terrores por esos mismos aditivos: Jessica era hemofóbica. Su primera reacción, por el miedo que invadió por completo sus emociones y sentidos era el de caer de rodillas en un mar de gritos, pero en cuanto vio a Kelly con el rostro desencajado y con el cuchillo bañado en la sangre de Dirby, su grito se acrecentó y sus piernas sacaron fuerzas de algún lugar para llevarla lejos de allí, corriendo.

No pudo darse cuenta de cuántos minutos llevaba intentando huir, ni de donde se encontraba porque la única imagen que se repetía era la de su mascota inerte y del color rojo de la sangre al iluminarse por la luz de la cerilla. No fue hasta que un par de brazos la reprendió que pudo darse cuenta de que se encontraba muy lejos de casa.

- No grites, chica... ¡No grites! -. Exclamó en voz baja un hombre adulto que le rodeó con sus brazos y le intentó tapar la boca -. Vas a alertarlos...

¿Dónde estaba? De repente, el liso campo de las afueras de la ciudad se había convertido en una pendiente pedregosa y boscosa. Las fuerzas de las piernas se fueron en cuanto recuperó la conciencia del shock, de forma que aquel hombre la cargó y empezó a correr a trote. Entonces, una flecha surcó el aire y se clavó en el árbol cercano, a lo que el hombre cuyo rostro no pudo ver Jessica sacó un cuerno mientras maldecía en voz baja y lo resonó a toda fuerza. Por lo único que pudo comprobar, era un explorador.

- Vamos a sacarte de aquí, chica... ¡Agárrate!

El sonido de las flechas seguía resonando en el aire. Cuando Jessica ya fue lo suficientemente consciente del peligro que corría, se agarró fuerte al cuello del explorador, que la llevaba a caballito mientras bajaba la pendiente a toda velocidad.

- Orcos... -. Soltó con un hilo de voz, ¿cómo había pasado todo lo que le acababa de pasar? ¿Cómo había acabado allí, en peligro de muerte?

- ¡Eh, chiquilla! -. Exclamó el hombre. Por un momento, Jessica pensó que se refería a ella, pero entonces vio como había otra chica pendiente abajo -. ¡Corre!

Se trataba de Kelly, que mostraba una cara de preocupación entre un mar de lágrimas que eran sus ojos.

- ¡CORRE! -. Volvió a repetir el guardia, pero la chica no respondía -. Maldita sea, ¿¡Puedes correr!? -. Esta vez, sí se refirió a Jessica.

La chica fue a contestar que si, pero entonces ahogó un grito de terror. Una flecha alcanzó el hombro de Kelly, derribándola al suelo.

- ¡JODER! -. El hombre dejó a Jessica en el suelo y se dio media vuelta -. ¡Llévatela lejos, por favor!

Jessica intentó acercarse a Kelly gateando. En ese periodo de crisis, su mente le daba vueltas y no quería más que sacarla allí a pesar de todo, porque realmente ni siquiera pensaba en lo que le había hecho a su perro, tan solo quería que esa pesadilla acabase. Pero en cuanto se acercó y vio la sangre surgiendo del hombro donde se había clavado la flecha, se quedó paralizada. Kelly, aún consciente, clavó su mirada en Jessica, mientras aún lloraba.

- Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento... -. Repetía una y otra vez.

Pero a Jessica le daban igual las disculpas, eso no iba a hacer que de repente pudiese cargar con ella y huir. Entonces escuchó el grito de dolor del hombre. Cuando se giró, le vio acribillado y vencido por criaturas grotescas que se acercaban desde lo alto de la pendiente.

Y una salva de flechas que se clavaron en el cuerpo de Jessica y Kelly.

El dolor era insoportable.

Tanto físico como mental.

¿Qué había pasado?

¿Despertaría de la siesta que se había echado en el parque sin darse cuenta?

De hecho, despertó, pero no en el parque. Esas criaturas de piel oscura y caras grotescas conversaban entre sí alrededor de ellas. Alguna que otra incluso se relamía al mirarlas, seguido de que se acercasen para empezar a desnudarlas.

¿Podía acabarse ya?

¿Podía morir?

Prefería morir.

Pero no murió, no del todo, al menos.

De pronto, los orcos se encontraban muertos, y frente a ellos, un hombre alto y de anchos hombros que le daba la espalda, arrodillado frente a Kelly. Jessica le reconoció, era el hombre que fue atrapado por los guardias días atrás, en la ciudad, acusado de magia negra. Pero ni siquiera tuvo fuerzas para hablar.

- No quieres morir, ¿verdad? -. Le preguntó, pero sin esperar a la respuesta, se acercó al cuello de Jessica.

Por encima del dolor que sintió, tuvo una sensación que jamás había sentido: dejó de sentir calor o frío, dejó de respirar, dejó de notar como fluía la vida en sí misma, como si fuese un torrente que era absorbido en succión por su cuello.

Aunque de pronto, una luz la iluminó en mitad del suelo húmedo.

- ¡Alto, vampiro! -. Una hueste de guardias rodearon al hombre, que se separó del cuello de la chica.

- Es demasiado pronto, aún no he acabado la conversión... -. Le decía, con la mirada totalmente clavada en ella. Pero se levantó y encaró con naturalidad a los guardias.

Y los ojos azules de la chica volvieron a cerrarse, esta vez para siempre. Pues la próxima vez que los abrió, serían de un rojo intenso.

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- ¿¡En serio!?

- Sí, lo siento, Sophy.

- ¿Pero volverás en algún momento, no? ¿¡No!?

- No lo sé, Ricard.

- ¡No, no, no! ¡Pero si eramos La Orden del Castillo del Árbol! ¡No te puedes ir!

- Por favor, yo... yo no quiero irme... -. Intentó explicar, exculpándose.

- ¡Aleeeee, quédateeee!

- Calla, Ricard -. A pesar de la tristeza, sí que fue capaz de darle un pequeño golpe en la cabeza a Ricard, porque no le gustaba que le llamasen así. No obstante, sintió otra punzada de tristeza; aquella sería la última vez que escucharía ese apodo de él, hasta a saber cuándo.

- Va, chicos, se tiene que ir -. El que habló fue Decard, su mejor amigo -. Así que... -. Se subió al banco, cogió aire y estiró los brazos mientras exclamaba -. ¡Encarguémonos de que esta última tarde sea la más legendaria de todas! ¡Hagámoslo por Alexandra!

- ¡Sí!

Alexandra agradeció enormemente a su amigo por aquellas palabras, y a todos por lo que hicieron a continuación. Jugaron como nunca antes lo habían hecho, sin preocuparse por nada más, a pesar de que de vez en cuando se notaba tanto en su rostro como en el de los demás cierta sonrisa amarga, por lo que todo aquello significaba. Y es que por mucho que quisiese detener el tiempo allí por siempre, al final acabó sucediendo.

- Alexandra -. Le llamó su padre, un hombre adulto, de facciones rectas, pelo corto y rubio platino repeinado. Se plantó en la entrada del parque, mirando a los amigos de su hija como si fuesen desconocidos, pues al fin y al cabo así lo eran para él, a pesar de los años -. Ha llegado la hora.

Alexandra miró a todos sus amigos con los ojos enjugados en lágrimas, pero la despedida no fue tan mala como esperaba, todo gracias a que ya les había avisado al principio, antes de que pasara una gran tarde con ellos. No sabría cuánto tiempo pasaría hasta que les volviese a ver, pero juró en secreto que lo haría algún día.

Aunque pasaban los años, y no fue así.

Alexandra Asimov era una niña que muchas personas podrían considerar afortunada; tenía un gran talento de intelecto e ingenio, y tenía, gracias a su familia, una gran fortuna. No obstante y como suele suceder en casos concretos como este, Alexandra quería algo más, quería tener la cercanía de una familia y unos amigos con los que compartir su infancia y adolescencia. Pero debido a los negocios que manejaba su único padre estaba viajando constantemente. Incluso en algo tan básico como tener el recuerdo de juguetes con los que ha jugado cientos de hora se le negaba en añoranza.


Cada vez que viajaba a una nueva ubicación, su habitación era copiada enteramente Desde el color de las cortinas hasta el número y tipo de juguetes, incluso el tipo de azulejo del suelo. Pero aquella no era su habitación, ni sus juguetes, ni su cama... A su oso de peluche verdadero le faltaba un ojo, pues de tanto jugar con él de esas horas de diversión que pasó de pequeña, lo perdió por un descuido. La Alexandra de cinco años, en lugar de pedir otro o que se lo reparasen, pidió una tirita y se la puso en el ojo, "curándole" y siguiendo con él. Pero ya no estaba allí, había otro, un oso desconocido, al igual que otras tantas cosas de esa habitación que sentía que no le pertenecía. Llegó a escuchar incluso, de sus amigos, que sus padres marcaban el marco de la puerta de su habitación con señas donde mostraban cuánto habían crecido en un año, pero su puerta estaba tan nueva y tan limpia que parecía la de un hospital, totalmente esterilizada para el uso de pacientes. Así que Alexandra pasó de tener ilusión por jugar y divertirse, a sumergirse por completo en la enseñanza de múltiples campos de ciencia, ingeniería y magia. Cada vez que llegaban desconocidos a su casa la elogiaban cuando su padre o su mayordomo les contaba los increíbles avances de aprendizaje que empezaba a mostrar ella con tan poca edad. No obstante, jamás se sintió halagada por ninguno de ellos por tal hazaña; más bien al contrario, era una muestra de cómo había sido, de cierta forma, obligada a pasar los largos días en la mansión, mientras que su padre se ausentaba durante largas temporadas.

Y de sus amigos y sus juguetes pasamos a su familia. Su padre, Barlow Asimov, era un empresario tan ocupado que llegaba a pasarse meses fuera de casa, incluso dejando de lado su otra ocupación para dejársela a un hombre de confianza en la Academia de Héroes de Reposo de Taliyah. Asimismo, cada vez que se encontraba en casa, su actitud no es que fuese de desprecio alguno, ni mucho menos; pero sí que se mostraba distante y firme. Por supuesto, ni hablar de llevar a cabo actos joviales en familia, como ir a una atracción ferial juntos o incluso a un parque. Barlow no era así. En vez de eso, lo más que hacía era tener comidas o cenas con sus dos hijos cada vez que estaba en casa. En esos momentos, era cuando más conversaba con ella, pero siempre desde el ámbito personal dedicado al futuro, como el progreso en sus estudios, o cuánto quedaba para que se abriese la inscripción para gremios selectos, donde estaría muy orgulloso de que su hija estudiase allí.

Por otro lado, estaba su hermano. Gracias a él, Alexandra no tuvo una infancia de pesadilla, aunque hubiesen casos claramente peores. Su hermano Rojreed se convirtió, con el paso del tiempo, en su único y mejor amigo, lo cual sonaba ciertamente triste, pero al menos se encargaba de que Alexandra sonriese cada vez que este podía jugar con ella en el jardín.

Un día, mientras jugaba a la pelota con él, le dijo:

- Bueno, bueno, hermanita, ¿me vas a contar qué te ocurre? -. Preguntó en cuánto recibió el balón y notó la expresión de su hermana tan solo en el ligero cambio de la forma en el que lo lanzaba con respecto a otros días.

- ¿Eh, te has dado cuenta? -. Preguntó ella sorprendida.

- Por favor, te conozco mejor que nadie.

- Je, je... -. Sonrió tristemente por la afirmación de aquella frase -. Bueno, verás... he oído que te vas a estudiar.

- Desde luego a Dressad no se le puede contar nada -. Replicó sonriendo, refiriéndose al mayordomo jefe de la mansión.

- Ja, ja, ja, qué va, es un poco patoso. El caso es...


- Eres fuerte, hermana -. Rojreed cambió por completo el tono con el que hablaba, pasando a uno que entonaba con decisión. Sabía que lo que significaba para ella que se fuese, de manera que se lo contó con el fin de ayudarla -. Quizás hayan pasado muchas cosas, aquí y allá, y quizás... bueno, eches de menos que te gane con la pelota o al escondite -. Su hermana rió en cuanto comentó eso último con un leve deje jovial antes de proseguir -. Pero eres fuerte. Eres muy inteligente, ya lo sabes, ya te lo han dicho... sé que te da igual que lo aprecien y que no lo consideras para tanto. Pero en este mundo, esa inteligencia, es como un arma. No dejes que se te sea arrebatada tu felicidad por quedar intimidada. Usa tu intelecto para sobreponerte.

- ¿De qué hablas, hermano?

- De padre -. Respondió con rotundidad.

- ¿Qué...

- Padre te intimida, me he dado cuenta de ello. No es que sea la mejor figura paterna de todas, pero en el fondo nos quiere y quiere lo mejor para nosotros, solo que tú no lo ves así. Prefieres protegerte de él, y lo entiendo, eres más joven que yo y has pasado por toda una época de soledad, cuando tan solo necesitabas a gente a tu lado con la que reír y disfrutar.

En cuanto mencionó la palabra "soledad", pasaron dos cosas: A Alexandra se le escaparon un par de lágrimas; y Rojreed empezó a acercarse hasta ella para inclinarse hasta quedar a su altura y agarrarla de los hombros.

- Enfréntate a padre, ¡pero eh, no me refiero a que te enfades con él ni nada! -. Sugirió, de nuevo con un tono pedante que hizo que su hermana soltase unas carcajadas en mitad de los sollozos que estaba a punto de efectuar. De nuevo, Rojreed se puso serio -. Eres más lista que él, o al menos tienes el potencial de serlo. No dejes que te convierta en lo que él quiera que seas, dile tú lo que quieres hacer con tu vida. Pues es tuya y él aceptará  la decisión que tomes, siempre que sea lo mejor para ti.

Esas palabras marcaron mucho a Alexandra. Tanto, que en los próximos días, mientras que Rojreed preparaba su equipaje para partir, ella se armaba de valor para tener una conversación con su padre como nunca antes la había tenido. Pero incluso esperó a que su hermano se fuese, para hacerlo cara a cara y así no necesitar a su hermano como escudero durante la charla. Aunque, antes de que se fuese, insistió como en los últimos días en formular la misma pregunta:

- ¿Adónde irás a estudiar, hermano? -. Le preguntó mientras bajaba la escalera hasta el amplio recibidor. El equipaje de Rojreed ya se encontraba allí, aunque al final resultó ser una sola maleta, a pesar de la insistencia de los mayordomos en querer llevarle más cosas.

- Eso no te lo puedo decir, no porque sea secreto sino porque no quiero influir en tu decisión -. Rojreed se acercó hasta Alexandra, apartándose de los mayordomos totalmente consternados con la decisión de que el mayor de los hijos Asimov se llevase una sola maleta, donde la mayor parte del equipaje era ropa informal y un par de comics -. ¡Además, sé que eres muy astuta y has intentado indagar sobre ello! -. Exclamó exageradamente, como si estuviese actuando -. Pero recuerda que soy tu hermano mayor, aún te queda para que puedas pillarme...

Con aquellas palabras de un sonriente Rojreed, Alexandra se despidió de su hermano y se fue a esperar a su padre. No esperó incluso a que fuese la hora de la cena, sino que impropiamente de ella, fue a  buscarle al salón de la planta superior, donde solía jugar al golf desde la terraza hasta enviar las pelotas a los hoyos situados en el jardín.


- Padre -. Saludó en cuanto entró a la habitación. Barlow acababa de dejar el puro en el cenicero y se disponía a efectuar otro tiro, cuando se dio cuenta de que su hija había ido a verla.

- Hija mía, ¿qué sucede? -. Por el tono con el que preguntó, hasta él sabía de lo inusual que había detrás de un acto que debía ser tan común, como que una hija vaya a ver y hablar con su padre.

- Quería comentarte un par de cosas.

- El momento ha llegado entonces, siéntate.

Alexandra hizo caso, aunque es verdad que su nerviosismo aumentó moderadamente, ¿su padre esperaba que hiciese aquel movimiento? ¿Qué le iba a decir entonces?

- Adelante -. Propuso en cuanto se sentó él en el sillón individual, frente a ella -. Dime.

Lo que hizo ahí fue cerrar los ojos y tomar aire, mientras recordaba las palabras de su hermano.

- ¿Dónde está... bueno, mi otro padre?

- Hija mía... no sé cómo responder a eso porque ni yo mismo sabría cómo explicártelo -. A pesar de lo distante que seguía siendo, Alexandra notó cierto pesar en las palabras de su padre -. Tu padre está luchando por el mundo, aunque lo cierto es que lucha por él desde un sitio ajeno a este lugar. No sé cuándo volverá, no sé dónde está, ni siquiera sé si todavía sigue... bueno, seguro que se encuentra bien -. Barlow se acercó a la mesa de café para tomar el puro y echar una calada, más por necesidad que por vicio -. Pero sé por qué lo preguntas... Es obvio que has tenido muchas dudas sobre mi y sobre lo que he hecho, ¿verdad?

Alexandra bajó la mirada y se quedó callada. No quería decirlo directamente porque quizás sería muy hiriente, porque realmente lo que sentía era mayor a unas simples dudas.

- Eres mi hija -. Atajó Barlow -. Quizás no lleves mi sangre ni te he criado como debería haberlo hecho, pero biológicamente eres su descendiente y yo quiero a tu padre con todo mi corazón. Me arrepiento de no haber hecho muchas cosas con Rojreed y contigo, pero debes saber que todo lo que he hecho hasta este momento ha sido por vuestro bien. También me arrepiento de todo lo que has pasado debido a los continuos traslados provocados por mi ámbito profesional, pero de la misma forma, también me enorgullezco de lo increíble que eres. Sin duda alguna, con tus dotes llegarás a crear algo que te haga realmente feliz. Y sin duda lo harás mejor que yo, sabiendo tratar a tus seres queridos mejor de lo que yo pude hacerlo y, desgraciadamente, no hice.

Alexandra se quedó de nuevo callada, aunque ahora sí que le miraba a los ojos. Por primera vez, quizás desde siempre, vio a aquel hombre como un verdadero padre. Es verdad que la mitad de su ser aclamaba por querer gritarle y reclamarle todo lo frío que había sido, pero aquellas palabras... esa forma de hablar sobre su padre Rezjorvaiyan... Él también lo había pasado mal y quería, a su manera, hacer que Rojreed y ella tuviesen de todo para que ellos mismos decidiesen la forma en la que vivir, la forma en la que formarían una familia.

- Entonces... yo... ya sé lo que quiero hacer -. Comentó decidida, aunque con tono dubitativo. Aún esa mezcla de sentimientos le afectaba y tenía la voz tomada porque estaba a punto de llorar, pero se contuvo al máximo por no hacerlo.

- Claro, lo que sea... La Orden Blanca, el Gremio Nublado, los Protectores, los Inefables... Gracias a tu capacidad puedes ir donde quieras.

- Yo... quiero ayudar al mundo de la mejor forma posible, tal y como lo hizo él, tal y como lo haces tú mediante tu empresa... pero a mi manera. Creo que... la mejor forma de hacerlo... es... a través de La Academia de Héroes.

Alexandra esperaba que su padre torciese su gesto en seña de decepción, incluso a pesar de que el dominio de la academia le perteneciese a él. Al fin y al cabo la solicitud de entrada al cursado no era muy exigente y quizás esperaba que su hija, con todas las puertas que se le abrían a su disposición, escogiese una más privilegiada. Pero para su sorpresa, esbozó una larga sonrisa, quizás la primera que le vio Alexandra hacer jamás.

- Veo que tu hermano y tú sois en el fondo iguales.

- Espera... ¿él también...

- Por supuesto, ¿qué esperabas de Rojreed? ¿Acaso le veías estudiando en el Gremio Nublado? Seguramente si fuese a un lugar así acabaría antes transformando a sus compañeros en fiesteros que al revés -. Tras decir aquello, Alexandra se rió por primera vez junto a su padre.

- ¿Entonces, puedo?

- Puedes hacer lo que quieras, y siempre y cuando sea bueno para tu futuro, yo no me interpondré.

- Gracias, muchas gracias. Además, cuando entre a la academia, mi hermano seguirá allí. Intentaré hacer que sea más formal.

- Hay más posibilidades de que Dressad aprenda a bailar que de eso -. Y de nuevo, rieron.

No obstante, todavía quería saber algo más, así que tras un momento, volvió a serenarse y proseguir.

- ¿Puedo hacer una última pregunta, padre?

- Por supuesto.

- Verás... he indagado y... -. Alexandra se detuvo, indecisa. Quizás hablar de ese tema arruinase el buen ambiente que había tenido con su padre, encima por primera vez, ¿debería continuar?

- ¿Y bien? -. Insistió él.

- Bueno... -. Carraspeó un poco y prosiguió -. Sé que no fui concebida in vitro...

- ¿Cómo has descubierto eso?

- Lo he descubierto, sin más -. Soltó, desviando la pregunta -. Solo quería saber que, al no ser concebida in vitro por una donante de óvulo anónima, tuvo que haber una mujer que conocisteis ambos y que recibió la inseminación artificial... Entonces, quería saber... ¿quién es mi madre?

Ciertamente, Alexandra tenía razón, Barlow volvió a su semblante serio antes de responder.

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Qué sensación tan básica pero tan necesaria el querer ver el sol. Qué increíble crueldad el ser sumido en la oscuridad eterna, hasta el punto de que mirar a la "nada" pudiese llegar a doler. Qué atrocidad el no poder sentir el aire fresco en la cara y, en su lugar, acostumbrarse al ambiente enrarecido que inundaba en su confinamiento.

¿Cuántos días habían pasado?

¿Cuántos más tendrían que pasar?

¿Habría alguien buscándola?

¿Habría alguien que la echase de menos?

Sea cual fuese la respuesta, la aterradora verdad era que sí que había alguien que la estaba buscando en ese momento, pues la puerta de hierro se abrió. La luz, que en realidad era tenue, se filtró en primera estancia como un deflagrante estallido cegador para sus ojos.

- ¡Venga, que nos vamos! -. Le profirió en su idioma con un sonoro grito, sin la necesidad de hacerlo.

Se dispuso a levantarse, aunque la oleada de triste calamidad que sintió provocó que lo hiciese sin ganas. Todo hasta que escuchó el ruido del aire rajado a toda velocidad de lo que sintió posteriormente: un látigo de hierro dentado que dañó su cuerpo y casi hizo que rugiese como protesta, pero se contuvo porque sería peor.

- ¡VENGA! -. Apremió la voz del hombre.

Se levantó con las fuerzas que le quedaban, que eran escasas; primero por el hambre que tenía desde hacía semanas, luego por la oleada de dolor reciente. Pero incluso aún así, se escuchó el sonido de arrastre metálico de las pesadas cadenas que llevaba en torno a su cuello y cada una de sus patas. El hombre empezó a abrir la puerta del todo, haciéndose lo suficientemente grande el espacio como para que pudiese caber. A continuación, fue hasta el anclaje de las cadenas y empezó a liberar los candados, para que pudiese salir de allí.

- ¡Bieeen, bieeen, la dragonaaa! -. Se escuchó decir a un par de niños que llegaron hasta allí a toda prisa.

- Karl, Horu, ¿cuántas veces os tengo que decir que no bajéis hasta el sótano? -. Preguntó el padre cansinamente.

- ¡Pero papiii, que nos vamos de paseooo!

Los niños se acercaron hasta ella y empezaron a querer subir a ella sin cuidado alguno. Soltó algún gemido de dolor, porque lo hacían con tanta energía, que se apoyaban incluso en lugares donde tenía sus ataduras, sus grilletes apretados en las extremidades; o peor aún, en alguna que otra herida debido a su confinamiento y castigos. Pero eso no parecieron importarles en absoluto, llegaron hasta el lomo y rieron felizmente ambos mientras daban palmadas en el cuello y cabeza de la criatura, apremiando que fuese más rápida.

- Venga, ve rápida -. Le dijo el hombre adulto en su idioma para que le entendiese.

Sin poder rebatirse, caminó por el pasillo, con todas esas luces que dañaban sus retinas aún no desarrolladas para poder vencer la oscuridad.

- ¿Adónde vamos hoy, papi? -. Preguntó ansioso el que estaba sentado en primer lugar, a su padre que caminaba sosteniendo la cadena que iba hasta el cuello de la criatura dracónica.

- Hoy nos vamos de viaje, hasta la playa. Todo por las increíbles notas que habéis sacado.

- ¡Bieeeeeen! -. De la alegría, los niños patearon enérgicamente y sin ánimo de agredir a su montura, pero lo hicieron igualmente. Algunas de esas patadas iban a parar a las partes heridas donde sus escamas aún no se habían regenerado. De nuevo, tuvo que reprimir el dolor, porque si había queja alguna, lo que pasaría sería peor.


Tras los preparativos de la familia, el padre salió junto a su mujer, sus dos hijos, y toda una corte de guardias privados, fuera del caserío. Iban en carros tirados por caballos, mientras que ella, obviamente, iría todo el viaje caminando, a pesar de lo débil que estaba.

- Vuela para mis hijos -. Le pidió el hombre, una vez más en su idioma. Pero si estaba débil para caminar durante horas, ni siquiera podía plantearse el extender sus alas, que llevaba sin usar tantísimo tiempo.

Pero no le quedó más remedio que hacerlo, llevándola hasta la extenuación, todo para el disfrute de aquellos niños que no deberían pesar nada para ella, pero que se convirtieron en una excesiva carga. Sin poder aguantar más, dejó de batir las alas para bajar al suelo a descansar. Los niños empezaron a quejarse de que querían disfrutar más de aquel juego, lo que provocó que llamasen la atención del padre.

Este iba preparando el látigo para castigarla por su desobedencia, a lo que ella empezó a encogerse y querer carminar lejos, queriendo huir. Pero un tirón de la cadena impidió ese deseo y solo cuando la mano del látigo se encontraba alzada y ella había cerrado los ojos, uno de sus guardias llegó hasta él.

- Señor, el paso de Rodrin se encuentra intransitable.

- ¿Cómo ha dicho?

- No podremos pasar por allí para dirigirnos a la costa. Al parecer, alguien ha conseguido unir a los clanes de la montaña y ahora atacan los puestos del duque.

- ¿Qué alguien ha conseguir unir... -. Fue a preguntar incrédulo en un arrebato de malhumor.

- Podemos desviarnos al norte y seguir el paso del río Yular, señor.

- Eso nos obligaría a pasar por La Fonte... -. Comentó como si no le gustase nada pasar por aquel lugar, al mismo tiempo que examinaba a la dragón y a sus hijos alternativamente. Después, se giró hasta el guardia y le comentó -. Está bien, desvía la marcha.

- A sus órdenes, señor -. Y el guardia se fue, aunque él se quedó allí y tras hacer que se bajaran sus hijos y mandárselos con la madre, le dijo a ella.

- Usa tu forma humana...Y más te vale que no llames la atención allá donde vamos. Si no, la habitación en la que estás te parecerá una mansión al lado del lugar al que te llevaré.

Obedeció, y recibió a cambio indumentaria para taparse. Las cadenas ahora le pesaban más, pero al menos podía descansar en la parte trasera del último carro, lejos incluso del alcance de los niños. Se quedó allí, abrazando sus piernas encogidas, mirando al horizonte que dejaba atrás, deseando poder volar lejos.

En la ciudad en la que se detuvieron habían muchos humanos, y lo más sorprendente es que ninguno de ellos parecía tan aterrador como su captor. Deseaba que algunos de ellos se fijase en ella y descubriese todo lo que había detrás, pero en esa forma que había adoptado, tan solo era una más. Nadie en qué fijarse, por tanto.


Pero lo peor llegó cuando el convoy de carros se detuvo en la plaza central de la ciudad, donde habían múltiples puestos de lo que era una zona de mercado. Allí, su olfato fue asediado con decenas de olores sabrosos, que mezclados al hambre y al cansancio, hicieron tanta mella que llegó incluso a hacer que babease en exceso.

Miró a ambos lados con cautela. La familia parecía entretenida: mientras que la madre estaba ocupada de que los niños no fuesen a por los puestos donde vendían juguetes, o incluso armas; el padre conversaba con un vendedor importante sobre diversos temas. Además, los guardias reabastecian las reservas de los carros. Comprobó la longitud de su cadena desde el carro y miró al puesto más cercano. Sin duda, podría llegar y coger algo de carne de las cajas, o incluso de la parrilla donde se estaba cocinando. Si lo hacía con rapidez, no llamaría la atención de nadie y podría saciar parte de su apetito.

Pero cuando llegó y fue a coger la carne, alguien se tropezó detrás con su cadena, haciendo que por el tirón que le dio en el cuello, errara su movimiento y saliese mal, de forma que advirtió al mercader que andaba distraído por entonces.

- ¿¡Eh!? ¿¡Qué se supone que haces!? ¡Si quieres carne, págala!

Se encogió de nuevo, pues era el fin. Efectivamente, el grito del mercader había llamado la atención de los guardias y, para su completo terror, el del hombre, que se arremangaba.

- ¿¡QUÉ ESTÁS HACIENDO!? -. Le gritó en cuanto se acercó, sin importarle que todos a su alrededor le estuviesen viendo -. ¡VUELVE AL CARRO AHORA MISMO! -. Acto seguido, le dio un fuerte golpe en el hombro y la empujó, haciendo que cayese al suelo de lo débil que se encontraba.

Se arrastró como pudo, encogiéndose de nuevo, incluso empezó a llorar de la rabia.

- ¡QUE VUELVAS AL CARRO TE HE DI...


De pronto, el grito de rabia se transformó en un grito de dolor. El hombre había recibido una patada tan fuerte que se le había roto la nariz, que se agarraba con ambas manos, aunque incapaz de detener la abundante hemorragia. Ella,. de entre sus brazos donde había enterrado su cabeza para protegerse, alzó la mirada, con las lágrimas aún en el rostro, aunque sorprendida a la par de confusa. Podía ver entonces la espalda de un humano con una ligera barba y pelo greñoso oscuro, vistiendo unos ropajes polvorientos. Mientras que su brazo derecho estaba extendido en seña de protección hacia ella, la otra sostenía un violín que apoyaba en su hombro.

- ¿¡Pero qué padre golpea así a su hija!? -. Gritó él con total indignación.

- ¡Idiota... -. Se quejó el hombre, doliéndose por la nariz -. ¡No es mi hija!

- ¿Ah, no? -. Preguntó con ingenua sorpresa -. ¡Entonces con más razón! ¿¡Qué hombre adulto golpea así a una niña!?

- ¡Que no es humana, idiota! ¡Soy un consulado del duque, vas a pagar por esto! ¡A por él!

Los guardias, que ya estaban preparados para proteger a su señor, recibieron la orden decisiva para el ataque. No obstante, aquel tipo se giró y preparó su violín con sus manos mientras que usaba sus piernas para golpear y maniobrar en pos de esquivar los golpes. Aunque se llevó unos cuantos espadazos, lo sorprendente de todo fue que recibía esas heridas cuando se interponía entre las manos de algún guardia que se acercaba a ella para sacarla de allí y devolverla a los carros. Y entonces, a cada nota que empezó a tocar del violín, algunos guardias recibían estallidos con la que eran desarmados o aturdidos; y con cada patada que propinaba en la cara a sus contrincantes, estos caían, pero no derrotados o por el dolor, sino en un profundo sueño. Así lo hizo hasta que venció a los suficientes como para que los que quedaban aún dudasen sobre si atacar o recular.

- Bueno, no sé de qué me estás hablando entonces. Pero me da igual si no es tu hija y que seas no sé qué pollas de que no se quién duque, ¡me la llevo para que esté lejos de ti!

A continuación, se acercó a ella, que dudó por un segundo, pues no estaba entendiendo ni una sola palabra de lo que hablaban, pero su duda se disipó al instante en cuanto le hizo librarse de la cadena. De nuevo soltó lágrimas, pero esta vez de felicidad, pues iba a ser libre. Se agarró a la camisa de aquel desconocido mientras era sostenida en brazos por él. Aunque antes de irse, ante la atónita e impotente mirada de su dueño, dirigió una mirada de soslayo al lugar de la carne.

Minutos más tarde, salían de la ciudad, caminando por el páramo al norte del río, que era casi un yermo desértico. Mientras era sostenida en brazos y miraba con preocupación las heridas que había recibido su salvador, daba un par de bocados a uno de los tantos filetes que este había comprado para ella.

- Entonces, ¿está bien? -. Preguntó este, pero la chica se quedó mirándola, confusa -. ¿No me entiendes? Anda, si iba a ser verdad que no eras humana. Entonces, ¿eres una elfa? Ay, el pelo te tapa las orejas y no puedo vértelas... A ver, a ver... "¿Me entiendes?" -. Preguntó en élfico, y la chica se quedó con la misma mirada atortolada -. ¿Tampoco? Ostias... ¿y ahora qué?

Se quedó un rato así, mientras seguía caminando, hasta que la chica se señaló a si misma y dijo:

- Eldraise... -. A continuación, le señaló a él.

- ¿Eldraise? ¿Eso qué idioma es? Ah, ostia... ¡que ese es tu nombre! -. Se dio cuenta en cuanto vio el dedo que le señalaba -. Raeric.

- Ra...e... ric... -. Vocalizó ella.

- Sí, Raeric.

- Raeric -. Repitió de nuevo, esta vez de seguido. Acto seguido, le dijo la única palabra que sabía en humano y que conocía su significado -. Gracias.

- Anda, si sí que sabes hablar común. No es nada, hija, no es nada -. Comentó modestamente, aunque sin darse cuenta de que, de nuevo, no entendía ni papa.

De nuevo, minutos más tarde, en una zona rocosa donde había una hoguera, un par de mantas y la entrada a una caverna...


- ¿¡Pero cómo va a ser una elfa!? ¿¡Solo sabes distinguirlas por las orejas!? ¿¡Y la complexión física qué!? ¡Además de que no hay elfos que tengan los ojos rojos! -. Gritaba una niña de cabello rubio, recogido en dos coletas, y que vestía un largo vestido rosa fucsia.


- ¡Ay, yo que sé, maestra! Pero mira, sabe una palabra, sabe decir "gracias".

- Oh, qué gran detective eres, Raeric, ¿no habrás recibido tú el premio mundial a la inteligencia, verdad? Anda, veamos quién es esta niña.

Eldraise comprobó como la niña le hablaba en varios idiomas distintos, aunque no entendía ninguno, mientras que ella observaba sobre todo a su salvador. Cuanto más sonreía el hombre, más le empezaba a admirar.

- ¿Me entiendes? -. Le preguntó por fin en dracónico. Eldraise incluso se sobresaltó, sorprendida de que hubiese otro humano aparte de su dueño que entendiese el idioma que hablaba. Si lo hubiese sabido, ella misma habría empezado hablando y se hubiesen ahorrado el tiempo, pero estaba demasiado ocupada, embobada mirando a Raeric.

- Sí... ¡Sí!

- ¡Es una dragona! -. Exclamó de nuevo en humano, cosa que hizo que Raeric escupiese agua de su odre.

- ¿¡Tan pequeña!? ¿¡Qué dices!?

- ¡IDIOTA! ¡CLARAMENTE ESTÁ EN SU FORMA HUMANA! -. Le gritó después de darle un cosqui en la cabeza.

- ¡AY! ¿¡Pero si tan claro era por qué le has hablado en todos los idiomas antes del dracónico!?

- ¡Calla! -. Atajó ella, ruborizándose un poco. Eldraise no entendía nada, pero por el tono de la disputa verbal, se rió -. Entonces, una dragona. Interesante -. Dijo ella, de nuevo en dracónico.

- Sí. Me llamo Eldraise.

- Encantada, Eldraise. Yo soy Candy, y él es Raeric.

- Raeric -. Volvió a repetir, sonriente, le encantaba la pronunciación de ese nombre.

- ¿Te tenían captada, Eldraise? -. Quiso saber Candy.

- Sí... me separé de mi familia y unos humanos me atraparon y me dieron a ese hombre al que él le partió la nariz -. Explicó con tristeza al recordar esos momentos.

- Pues no te preocupes, ¿vale? que ya estás a salvo -. La tranquilizó Candy, y posteriormente se puso a hablar con Raeric en humano, seguramente para traducirle la conversación. Este asentía mientras se curaba sus heridas -. Es duro que haya humanos que desprestigien la pureza de los dragones, Eldraise. Sois una raza muy noble y nos ayudasteis muchísimo en el pasado. Es injusto y cruel que hayas sufrido durante el tiempo que hayas permanecido presa, pero quiero que sepas una cosa.... Por favor, vivirás mucho más que Raeric o que yo, no prejuzgues a los humanos por lo que te hizo ese hombre, hazlo por lo que hacen personas como él -. Explicó, refiriéndose a Raeric. Este, con la boca llena, dejó de masticar, mirando confuso al dedo con el que le señalaba Candy, al no entender nada de lo que se refería.

Aquellas palabras marcarían a Eldraise para siempre, que junto con la esperanza perdida de que su familia la rescatase, provocó que tuviese un nuevo sueño. Todo debido a que Raeric se tuvo que ir, aunque estuvo unos días en aquel campamento. Ella quería saber más quiénes eran Candy y él.

Gracias a aquellos días, descubrió más cosas de Raeric; de lo que hacía y de la forma que tenía de cambiar el mundo. También de quién era Candy, que aunque era ajena al grupo de compañeros de Raeric, porque le había conocido recientemente, esta tutelaba al hombre en algunos campos de la magia y el arte marcial. Eldraise tenía que recuperarse, pero tenía claras dos cosas: la primera, que quería saber de los humanos; descubrir que, ciertamente, hay más personas maravillosas parecidas a Raeric de las que hay parecidas a su dueño; y que quería encontrarse en un futuro con él de nuevo, y también con Candy.

- Cuídate, Eldraise, nos volveremos a ver -. Le dijo Raeric en su despedida, con un dracónico torpe, pues le había pedido expresamente a Candy que le tradujese esa frase en concreto.

- ¡Lo haré, gracias por salvarme! -. Eldraise también hizo lo propio para esas palabras de las que necesitaba traducción. Con los ojos brillantes, se despidió con él de un abrazo. En ese momento, Raeric le puso un sombrero en su cabeza, a modo de regalo.

- Lo he cosido yo, pero soy un poco malo, ja, ja, ja... Se supone que la cara debía de ser sonriente.

- Señorita Candy... -. Comentó en dracónico Eldraise, emocionada -. ¿Cómo se dice que "es perfecto" en común?

Los siguientes días, la niña le dio muchos consejos. Incluso le enseñó algo del idioma humano para que se defendiese a la hora de hablar. También le enseñó sobre la escritura común, haciendo que Eldraise tuviese un cuaderno de apuntes en común y dracónico, para facilitarle las costumbres humanas y así no estar tan perdida. También la aprovisionó con algunos pequeños utensilios mágicos para cuando la dragona estuviese totalmente recuperada.


- Este anillo te hará invisible, no te lo quites hasta que no salgas de la región. Con esta cantimplora tendrás varias decenas de litros de agua en ella para saciarte, y en esta bolsa, algunos cientos de kilos de carne que he comprado para que no pases hambre -. Comentaba Candy con alegría mientras explicaba -. Y no uses tu forma de dragón a no ser que sea necesario, por si acaso alguien del duque te identifica incluso fuera del reino, ¿vale? -. La chica asintió, aturdida de tanta información aunque igualmente enormemente agradecida -. Y por último, un gran consejo que me ha servido a mi. Necesitas otro nombre para ocultar el tuyo, por si acaso te rastrean a través de ese.

- Un... ¿nombre? ¿Pero cuál?

- A ver... Mmm... ¡Te llamarás Lucia! ¡Lucia Arkansxinova!

- ¿Arkan... qué?

- Exacto. Un apellido difícil confundirá a los humanos tontos que intenten rastrearte, y créeme que hay muchos... muchísimos tontos por ahí. No te preocupes, te lo escribiré en la primera página de tu cuaderno, con una runa para que solo tú puedas leerlo.

Y tras escribirlo, oficialmente Eldraise pasaría a llamarse Lucia Arkansxinova. Recogió el cuaderno, se puso la ropa que le habían regalado, junto con la mochila, provisiones, objetos mágicos y el sombrero.


- Ve hacia el norte y no pares .Pregunta por la ciudad de Hana. Allí te podrán ayudar con el tema del bastón que quieres hacer, ¿vale?

- Vale, ¡muchas gracias por lo que habéis hecho por mi! -. Respondió ella en común, a lo que Candy sonrió.

- Buena suerte, Lucia, nos volveremos a ver los tres, ¿vale?

- ¡Claro!

Y la dragona partió e inició su nueva vida, mientras tarareaba una canción que improvisaba con las palabras "Raeric" y "Candy".

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