7 ene 2020

Consecuencias



La lluvia que cayó al principio de la anterior noche volvió a reanudarse en las primeras horas de la mañana, acompañada de rachas de viento que parecían volver atrás en el clima cálido que se estaba asentando últimamente, siendo necesario de vuelta alguna que otra prenda de abrigo. Pero realmente, no se sabía si el frío que se sentía era sólo obra del clima o también por lo sucedido en las últimas horas. El ambiente que se reinaba en la ciudad era el del silencio, las miradas bajas y la dura resignación. Si bien el agua de las precipitaciones habían ayudado a las autoridades especializadas a sofocar las llamas que imperaban durante la noche, no hubo nadie que sinceramente pensase que aquella lluvia era el triste símbolo del llanto. Reposo de Taliyah siempre había sido considerada como un lugar de paz; una ciudad en la que no importase los peligros que habían más allá, en el exterior, allí dentro podías resguardarte y, eventualmente, recuperar la felicidad. Era irónico pensar que fuese considerado un sitio tan seguro cuando además se desveló que el alcalde Rurkro poseía una Carta Ancestral que, para más inri, era un símbolo de salvaguarda para los que de verdad importaban. Pero todo eso ahora se había perdido; tanto el artefacto como la sensación de seguridad. Existía la impresión de que otra pesadilla así podía volver a ocurrir. Y no era cuestión de buscar responsables, al menos no lo hizo la población. Pero sí los altos mandos.

En el cuartel de la ciudad, que ahora parecía que era un lugar mucho más grande del que antes era, debido a todas las bajas de guardias y forestales que ocurrieron, se reunieron los principales implicados de lo de anoche, incluido el propio alcalde. Así pues este fue el primero en llegar y el forestal que le dio paso a la pequeña sala de reuniones le había preparado un sillón acolchado para que estuviese más cómodo. Rurkro no dijo nada, pero sí que asintió como gesto de gratitud. Se quedó sólo en la sala y, mientras esperaba al resto, estiró su brazo para abrir levemente la ventana más próximas. Enseguida empezó a escucharse con mayor claridad el tintineo de la lluvia caer sobre la calle, el cristal de la ventana y el alfeizar. Rurkro sacó uno de sus puros, lo encendió y expulsó el humo a través del hueco que había abierto.

La siguiente persona que entró estuvo acompañada de un hombre que no era guardia, pero que aún así fue él quien tiró del picaporte y le permitió el paso. Beatrice ya se había cambiado la ropa, de manera que no quedaba mancha alguna de su sangre o la de su mano derecha, Dante, que la acompañaba como era de costumbre. Ahora llevaba un largo vestido verde oliva y en la parte superior una blusa blanca de mangas anchas. Dante vestía como casi siempre, pero llevaba en sus manos el abrigo de su señora. Entre tanto, el silencio tomó su lugar y, como en la ciudad, ninguno de los dos hablaron entre sí. No fue hasta que llegaron el resto de personas, todas a la vez, que por fin se inició una conversación con más de dos palabras seguidas.

La reunión estaba conformada por la capitana de los forestales, Veera Cavendish; la capitana del sexto escuadrón militar de Aldmet, Cleo Desmond; el profesor Jhin; y la líder del Gremio de Operaciones Especiales de Tilos, Anabelle Oinotna.

Durante casi dos horas hicieron balance de lo sucedido, poniendo en orden todos los acontecimientos y saliendo a la luz toda la información que conocían. Veera habló también sobre el golpe a los forestales y la necesaria reorganización de estos para poder afrontar el futuro. También salió a la luz el tema de la participación de tantísimos alumnos que hicieron su mayor esfuerzo para proteger a los civiles. Afortunadamente entre ellos no hubo ninguna víctima mortal, aunque la gran mayoría se encontraban heridos e, incluso, algunos con lesiones de larga duración. Cleo, no obstante, fue de las que más calladas estuvieron, aunque sí que habló para dar a conocer todo lo que sabía y lo que había estado haciendo. Pero los temas sucedieron y nadie le dijo lo que ella, de alguna forma, esperaba escuchar.

- ¿Cuándo... -. Empezó a formular la pregunta apretando el puño y sin atreverse a mirar a nadie a la cara, de manera que se enfocó en el vaso de agua que tenía ante sí.

- ¿Ocurre algo, capitana Desmond? -. Se interesó Veera.

- ¿Cuándo... -. A Cleo le costaba hablar. Tenía en su mente el peso de su fracaso sobre sus malas elecciones, aunque intentaba pensar en lo que le dijo Lilith -. ¿¡Cuándo van a decirme lo mal que lo he hecho!?

Durante unos momentos, todos se quedaron mirándola. Fue Anabelle, que estaba a su lado, que alzó su brazo sano y lo apoyó en el hombro de la chica para darle consuelo.

- Aquí no estamos para echarnos en cara los errores que hemos cometido, Cleo. Cada uno sabe en qué ha fallado y qué hay que hacer para evitar de nuevo algo así.

Las palabras de Anabelle tuvieron el mismo efecto que las de Lilith; a pesar de que la ayudaban a sentirse mejor, no eran una panacea suprema que pudiese quitarse de en medio todo lo demás. Así que desvió su mirada hacia Beatrice.

- Lo que he dicho antes, ¿no dices nada? He estado operando con alumnos de la Academia de Héroes para llevar a cabo operativos ilegales. No me puedes imponer una sanción a mi, pero... ¿qué harás con ellos? ¿Les expulsarás?

- Soy muy consciente de la participación de ellos, como pude comprobar en persona -. Beatrice le empezó a responder, pero no giró la cabeza para mirarla a los ojos. Es más, incluso los cerró, como seña de que hablaba desde el dolor -. Por eso mismo soy consciente también de la ineptitud... de mi profesionalidad. Que esas chicas puedan operar más veces como lo hicieron será debatido en el futuro, pero no formaré parte de ello para entonces. En un momento de debilidad antepuse mi seguridad y la de mi ayudante antes que la de ellas, lo cual marca mi error. Y cómo ha dicho la señora Oinotna, cada uno sabe qué ha hecho mal y qué debe hacer para evitar de nuevo algo así. Por lo que no caerá castigo alguno de mi parte en los alumnos implicados en el desastre; más bien presentaré mi renuncia como alto cargo del Órgano Regulador de las Academias de Héroes.

Cleo no supo qué decir ante todo aquello, aunque una idea se había formado en su mente en base a lo dicho por Beatrice.

¿Debería renunciar ella también?

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Dicen que el dolor une a las personas, pero incluso en una mañana como aquella, el respeto que sentían los alumnos en el pasillo de la tercera planta del hospital cuando pasaba por ahí Arvin Walton, hacía que se echasen hacia un lado, o que las charlas para reponer el ánimo de sus compañeros recibiesen una pausa incómoda hasta que este pasase de lado. A él no le importaba. El respeto y el escalón de mando era una de las mejores cosas que podrían darse en una situación así. Indicaba que, a pesar de todo el descontrol y de lo horrible que fue la noche anterior, el caos no se había apoderado de nadie.

Siguió caminando hasta que llegó a la habitación que estaba buscando. Llamó a la puerta con un par de sutiles toques y esperó la confirmación para pasar, algo que ocurrió un par de segundos después. Al entrar, vio a una mujer que se estaba levantando del sillón al lado de la cama del paciente. Era una mujer alta, de piel negra y peinado en forma de gruesas rastas. Arvin le hizo el gesto de que no era necesario que se fuese.

- Os dejaré a solas. Tenéis de qué hablar.

- No es necesario. Lo que vamos a hablar no es nada confidencial, señora Ozonka.

- No, no, insisto. Así aprovecho y le traigo algo de desayunar. Por favor -. Indicó ella con una inclinación de suma educación, señalando el sillón que ella misma había abandonado. Le echó una mirada a su esposo y sonrió, justo antes de abrir la puerta e irse.

- El médico me ha dicho que no debería comer nada hasta dentro de una semana, por lo menos -. Empezó a decir él.

- ¿A quién se le ocurre hacer lo que hiciste, Jizure? -. Espetó él con rotundidad, lejos de alegrarse del estado favorable de su compañero.

Jizure resopló, consciente de que había sido una locura. Arvin y él se encontraban en la Academia, protegiendo un grupo de alumnos de primer curso que fueron forzados a luchar contra uno de los constructos. Estos habían sido heridos y no pudieron hacer nada, pero ahí llegaron ellos dos justo a tiempo para ayudar y poner orden. No derribaron a ese gólem tan sólo, sino que continuaron y también acabaron con algunas criaturas dracónicas y otros tantos robóticos. Pero todo se descontroló cuando se enteró de cierto suceso.

- Fue mi error. Lo siento -. Se lamentó Jizure, llevándose la yema de sus dedos a la frente.

- ¿Qué fue lo que escuchaste para que te intentases lanzar de cara hacia fuera? -. Preguntó Arvin, mirando el aparatoso vendaje a la altura del abdomen de Jizure, que fue la consecuencia de su impetuoso acto.

- Escuché su nombre, que había atacado a unos alumnos y que iba de vuelta a la ciudad.

- ¿Tousen? ¿Sois compañeros?

- Éramos más que compañeros. Casi como hermanos. Cuando me enteré de que había hecho lo que hizo, fue como... No sé. Tenía que ir y verlo con mis propios ojos. Perdí la noción de dónde estaba y de quiénes me rodeaban. Y bueno... -. Jizure vio su propia herida, con la que había sido duramente afectado en la mitad inferior de su torso. Afortunadamente se encontraba estable y en un par de meses volvería a la normalidad -. He sentido que he estado más ciego que él. Que podría haberlo evitado, ya que en teoría era yo quien mejor lo conocía.

- Si Tousen ha hecho esto y no lo has visto venir es porque incluso a ti te ha ocultado su verdadero ser. No podías haberlo previsto. Nos ha engañado a todos.

- Réquiem... ¿Quiénes son como para que haya dejado atrás todo lo que le hizo ser quien es y se haya unido a ellos?

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El hospital seguía teniendo mucho movimiento, incluso bien entrada la mañana. A pesar de que los heridos leves ya habían abandonado el centro, todavía habían muchos que debían ser atendidos con seriedad; cortes, quemaduras, contusiones... Incluso en psiquiatría habían multitud de personas que se habían venido abajo con todo lo sucedido, con crisis nerviosas y ataques de pánico.

Hina miró tantos a los heridos físicos como a los que estaban llorando, no por la perdida de seres queridos tan sólo, sino aquellos que también lo hacían porque habían perdido su hogar o negocio. Ella misma se encontraba en una situación parecida hace relativo poco tiempo. Y aún así ha respirado con fuerza desde entonces para seguir el sendero, gracias a la ayuda de sus amigos, para volver al sendero que debía recorrer.

Fue hasta el patio interior del hospital, en el que no debía haber nadie debido a la lluvia que seguía cayendo. Tan sólo iba para quedarse en la puerta y tomar un poco el aire y disfrutar del agradable olor a humedad. Pero entonces vio que sí que había alguien allí, en el cesped perfectamente cortado de uno de los sectores del jardín.

- ¡Pero oye! -. Fue corriendo hacia esa persona porque sabía quién era -. ¡Que te vas a poner mala, Raukar!

La chica estaba totalmente empapada, incluso su pelo se había convertido en greñas húmedas que tapaban su cara como una cortinilla, pero nada de eso le importaba. Se encontraba en cuclillas, practicando en el suelo con sus prismas rojos que le ayudaban a enfocar su poder chamánico.

- No te preocupes por mi -. Su habitual tono leve a la hora de hablar llevó a Hina a que se acercase aún más para escuchar -. Deberías entrar tú, que te vas a empapar.

- ¡Entramos las dos! -. Hina fue un poco brusca, pero lo hizo por su amiga. Recogió los prismas y tiró del brazo de ella. Raukar se dejó llevar y fueron hasta la salvaguarda del techo cerca de la puerta que daba al interior.

- ¿Pero qué hacías para que tuvieses que ponerte ahí en medio?

- Reponer mis tótems. Anoche usé demasiados.

- ¿Participaste en lo de anoche?

- Sí. Levanté tanto a los constructos como muchas partes de las estructuras para salvar a gente atrapada.

- Eso es genial. Tu poder es increíble -. Halagó Hina con una sonrisa tras darle un abrazo a Raukar quien, timidamente, también alzó los brazos para devolver el gesto -. Pero... ¿tenías que reponerlos ahí fuera?

- Si lo hacía dentro, mancharía el suelo del hospital -. Comentó ella con su habitual mirada hacia abajo debido a la timidez.

- Bueno pues ya lo harás. No corre tanta prisa, ¿no?

- Nunca se sabe cuándo pueden volver a atacar.

Esa frase hizo que todo el ánimo de Hina se esfumase. Se notó en su cara aunque nadie pudo darse cuenta porque Raukar no la miraba directamente a los ojos.

Era cierto lo que había dicho; no se sabía cuándo podría ser el siguiente ataque. Es más, no podrían saber tampoco quién sería el causante, como nadie sospechaba de que el forestal Tousen fuese a llevar a cabo un golpe así de contundente en toda la ciudad. Y de pensar un posible ataque futuro sólo se le ocurría ahora mismo alguien que pudiese ser el culpable: el mismo que la capturó y le obligó a vender a sus amigos. Al pensar en Sirus y Ammit, el rostro dulce de Hina se endureció. Apretó el puño y miró a la nada con un profundo resentimiento. La chica llorica había quedado atrás, había vuelto al sendero y se había hecho más fuerte, aunque siempre estuviese a la sombra de los demás. No se dejaría manejar de nuevo cómo pasó anteriormente.

Esta vez sería ella quien manejase la situación.

- ¿Estáis bien? -. Escucharon decir a una tercera voz que preguntaba desde el interior del hospital.

Tan pronto como vino, se fue el odio de Hina, que volvió a relajar su postura y miró hacia el interior. Se trataba de Maryse, que llevaba un vendaje en su brazo izquierdo y una gran gasa cerca de su cuello, pero que caminaba sin problema alguno. La chica se había interesado en ellas ya que estaban ambas empapadas.

- Deberíais secaros si no queréis coger un constipado, que con tanto cambio de temperatura es muy probable que os acabe pasando. Esperad aquí, voy a por unas toallas.

Al cabo de un par de minutos Hina se secaba ella misma, mientras que Maryse engullía en varias toallas a la pequeña Raukar, que simplemente se dejaba ayudar.

- ¿Qué te ha pasado? -. A pesar de la obviedad de la pregunta, Hina quería conocer más detalles.

- Estas heridas fueron hechas mientras venía hacía este mismo lugar. Quería asegurarme de que mi tía se encontraba bien así que en cuanto empezó todo, vine de inmediato. El corte del brazo fue producido por el aguijón de una avispa aulladora, mientras que el del cuello por la cuchilla de uno de esos dracónidos. Al final mi tía fue protegida por un soldado del escuadrón de Cleo y se encuentra bien -. Maryse suspiró de alivio, más porque se le pasó por la cabeza lo que podría haber ocurrido si no llega a estar protegida -. Ella es la única familia que tengo. Ojalá se recupere y no le pase nada más.

- Se recuperará, no te preocupes -. Le respondió Hina con otra sonrisa.

Sin embargo, en su interior volvió a surgir otra vez la misma llama de antes. La importancia de la palabra "familia" era igual de grande para cada uno que supiese amar, como ocurría con ella y su padre. Como un péndulo, el odio iba y venía según se acordaba de Sirus y Ammit, al mismo tiempo que también pensaba en sus amigos y si todos estaban bien.

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Cuando era pequeña, su madre le había enseñado los tres primeros logros que debía superar un espadachín para volverse un maestro en dicho ámbito marcial. El primer paso consistía en tener la capacidad para cortar la piedra; no importaba su tamaño o dureza, ya que un maestro de la espada podía rebanar la piedra como si fuese mantequilla. El siguiente paso era el acero; usando las mismas bases que la piedra, pero aumentando su dificultad exponecialmente. Un maestro que pudiese cortar el acero podría acabar con su rival de un solo tajo, ya que no importaría el arma que sostuviese o la armadura que vistiese. Por último, el más difícil de todos ellos era el de cortar la llama. Sonaba ridículo pero era todo un reto. Un espadachín que pudiese cortar el fuego podría poner su arma enfrente y cortar en dos el aliento de un dragón, con lo que conseguiría salir indemne del ataque enemigo, ya fuese natural o de carácter mágico.

Pero después de todo el entrenamiento que había llevado a cabo, que había ocasionado que apenas tuviese tiempo para estar con sus amigos, ya que se pasaba casi toda la semana en el patio de entrenamiento; después de todo el sacrificio físico que había hecho... no fue capaz de nada. Empuñó la katana y cargó contra el enemigo. Los de carne y hueso no eran problema, gracias a su agilidad y sus movimientos con los brazos, pudo superarles. Pero cuando llegó el momento de cortar la piedra, la hoja de su espada se rompió. El arma que le había regalado su madre, convertida en dos fragmentos inútiles. Y sabía muy bien que no era culpa del arma, sino de ella. Como bien le había dicho muchas veces: "No importa el arma que sostengas, sino cómo la empuñes. Hasta un maestro con las piedras puede vencer a un aficionado con una gran espada".

Alice no era una persona conformista. Cada vez que superaba un reto, más que mostrarse satisfecha por el resultado, miraba desafiante al siguiente más difícil. Nunca decía "basta" y a pesar de que le llegaron varias amigas en el pasado insistiendo en que no entrenase tanto y saliesen con ellas por la ciudad, al final se escabullía para seguir entrenando. Una tarde entera sudando y jadeando por el cansancio era una tarde más cerca de su objetivo, pero ¿cuánto de lejos estaba? No lo sabía, pero algo debía hacer. Mientras tanto, bajó la mirada con el fracaso en su rostro.

Tras dejar a sus amigas en la habitación de Liv con toda la alegría que habían recobrado gracias a que hablaban sobre lo de Gabriel, ella mantuvo el dolor en silencio, abrió el paraguas y se dispuso a caminar de vuelta a la academia. No sabía cuánto le faltaba para poder completar el primer paso pero en su inconformismo también yacía su impaciencia, así que se pondría de inmediato a entrenar.

- Es raro verte así de desanimada, hija -. Escuchó decir a una voz que no escuchaba desde el verano pasado.

Alice se quedó con los ojos como platos, mientras alzaba la mirada y veía a sus padres.

- Veníamos para celebrar tus notas, pero nos enteramos hace pocas horas de lo ocurrido.

- Padre, madre...

Otro rasgo característico de Alice era el de no mostrar sus verdaderos sentimientos a los demás, pero después de toda la impotencia por la noche anterior y de ver los rostros doloridos de sus amigos, no pudo más. Se derrumbó allí mismo, yendo a abrazarles con las lágrimas desbordándose por sus mejillas.

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Valruk se encontraba estable, podía caminar y todo. No obstante, las heridas que tenía en su brazo derecho eran de las peores que tenían los pacientes en sus extremidades. El chico de Arborea se enfrentó a un dracónido que parecía ser el general de todos ellos. El más fuerte según se autodenominaba él. El chico tuvo que dar todo de sí para poder vencerle, alterando el cristal que crea entre estados sólidos y líquidos. Tal y como denominaban los humanos aquí, él podría ser considerado un maestro elemental de dicho elemento, aunque no era más que un aprendiz de lo que era capaz su raza.

Y eso mismo pudo comprobar en su madre, que en aquellos momentos se encontraba allí con él en el hospital. Ella misma le dijo que no contase nada de lo que era capaz realmente, pero fue gracias a ella que él no estuviese muerto ahora mismo. Cuando a duras penas logró vencer al jefe dracónido se quedó practicamente sin fuerzas, arrastrándose por el suelo. En ese momento, llegaron varios de los de su raza para hacer justicia de lo que había pasado. Pensaba que aquello era el fin. Pero su madre, Yrel, la que para todos era simplemente la amable profesora de Protocolo, llegó a tiempo para desatar su poder de batalla y salvarle la vida.

Pero Valruk tenía una espinita clavada. Una espina que no era capaz de contarle a su madre.

En esos momentos se encontraban en los pasillos del centro sanitario para someterse a unas pruebas para ver el alcance de las heridas de su brazo, cuando vieron justo en ese instante pasar una camilla siendo empujada por varios enfermeros, mientras gritaban pidiendo paso. Justo detrás de ellos iba un médico de pelo canoso y arrugas marcadas, que caminaba a toda prisa. Una chica iba con él y le comentaba lo que estaba ocurriendo.

- Apenas me había sentado y de repente empezó a respirar mal -. Sollozó y se le tomó la voz -. Por favor, salvadle.

- No te preocupes, mmm... ¿cuál era tu nombre?

- Tea.

- No te preocupes Tea -. Comentó el medico cuando llegó el médico a la puerta de la sala donde Roman estaba siendo tratado -. Le salvaremos, te lo prometo.

Valruk se levantó de inmediato y se acercó a Tea. La chica se encontraba sola y consideró que necesitaba mucho apoyo para afrontar lo sucedido, aunque a Valruk no se le daba demasiado bien la cercanía humana, aunque no por ello dejaría de intentarlo.

- No te preocupes, Roman es fuerte. Lo pude comprobar en el Festival Deportivo.

Tea, mientras seguía sollozando, asintió y trató de coger aire.

- Estaba en la unidad de cuidados intensivos y tras horas y horas, por fin me dejaron entrar. Al parecer Roman estaba luchando en el distrito comercial y de repente una explosión de un local cercano le derribó.

Valruk se quedó en silencio, sin saber qué decir, mientras que Tea se derrumbaba de nuevo, mirando con aprensión a la puerta de la sala donde se estaban encargando de salvar la vida a Roman. Valruk amagó con darle un abrazo, e incluso simplemente con apoyar su mano en el hombro. Al final llegó Yrel le dio un fuerte abrazo con el que la chica apoyó su cabeza en el hombro y se quedó ahí, esperando con el corazón encogido en un puño.

 Finalmente, salió el mismo médico de pelo canoso y con una radiante sonrisa le dijo a Tea que Roman se encontraba sano y salvo.

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Tras mucho pensarlo aunque tan sólo habían pasado horas, se dirigió a la estación con una carta escrita. Sabía que era cuestión de tiempo que un tren militar se detuviese en la estación y se bajase quien se tenía que bajar. Se sentó, solitaria ya que no quería compartir aquel hecho con nadie más ni quería despedirse de nadie y simplemente, con un tic en la pierna, esperó impaciente.

Cuando llegó el tren tal y como había previsto, se levantó, pero los primeros en bajarse, junto con mucho personal de la guardia de Aldmet para reforzar Reposo de Taliyah, no era quienes esperaban. Cleo maldijo por lo bajo y apretó los dientes. Los primeros en salir, que eran los mismo que no se esperaban, eran sus ayudantes. El primero de todos era un novato, ya que había sido asignado a ese puesto recientemente; Chris Bradfort, un soldado joven, de cabello corto y revuelto de color rubio y ojos verdes esmeralda. Era alto y fuerte y portaba su reluciente armadura plateada; el otro se llamaba Logan Gibbs, quien al contrario de Chris no portaba armadura alguna sino que iba ataviado con una gabardina negra junto a una bufanda lila. Su cabello era negro, largo y greñado, que acompañaba sus ojos rojos relucientes.

- Vaya, vaya -. Comenzó hablando Logan tras encontrarse con Cleo -. ¿Vienes con la cabeza gacha a pedir perdón, Desmond?

- Logan... -. Incluso con lo mal que le caía, no tenía motivos para contestar en aquellos momentos.

- A quién se le ocurre... De todas las formas que podías llevar a cabo un operativo has escogido la peor de todas. Ni piso franco aislado, ni personal de espionaje adecuado, no... Mejor una habitación en un edificio como una posada, donde hay muchos ojos y oídos; y mejor asignarle esa tarea a gente no cualificada.

- No seas tan duro, Logan. Ella ha tenido sus motivos.

- ¿Motivos? El único motivo que veo para que no reportases en la capital y pidieses permiso era el que creyeses que también hay una rata en el gobierno, no... -. Rectificó -. Una rata entre nosotros, los militares. ¿Crees eso, Desmond?

- Ya es suficiente -. Escucharon decir a una voz potente, grave y autoritaria desde atrás. Vistiendo su uniforme rojo condecorado y apoyado en su elegante bastón, bajó del tren el General Mayor de Aldmet, Bradley Desmond -. Gibbs, Bradfort, vayan al cuartel de inmediato.

- Sí, señor -. Respondieron al unísono y obedecieron, acercándose a las escaleras de la estación para salir del edificio. Al pasar al lado de Cleo, Logan le echó una dura mirada a la chica, que se cruzó con la de la capitana, no tan firme como le habría gustado debido a los acontecimientos.

Cuando se quedaron solos, Cleo no se acercó a su padre para llevar a cabo ningún gesto afectivo. Se quedó allí, de pie, tal y como estaba.

- Ya me han puesto al día -. Habló entonces Bradley -. Y tu propuesta de dimisión queda denegada, capitana del sexto escuadrón.

Cleo alzó la mirada y entonces por fin miró a los ojos a su padre.

- Para eso era la carta, ¿verdad?

De nuevo, no dijo nada. Tan sólo volvió a bajar la mirada y frunció el ceño, con frustración. Sin querer, arrugó la carta por apretar el puño.

- Tus actos han sido irresponsables y de suma gravedad, y eso conllevará una medida disciplinaria acorde. Lo más seguro es que estés unos quince meses inhabilitada. Pero has dirigido a aprendices de héroes, de manera que no has involucrado civiles. Además, por lo que tengo entendido, su rendimiento ha sido crucial para lo sucedido en la casa del alcalde y en la ciudad en general. Por eso no aceptaré tu propuesta de dimisión y quedarás a la espera de la sanción del ministro de interior.

Como Cleo seguía sin decir nada, Bradley suspiró y se dispuso a salir de la estación también, pero cuando pasó a su lado esta terminó de destrozar la carta porque cerró el puño del todo. Con su gesto de rabia más que notable en su rostro, le habló sin mirarse el uno al otro.

- Me estoy pensando lo de operarme, padre.

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La grisácea luz del nublado día se filtraba por las rendijas de las persianas, entonando el rojo mayoritario en la habitación, debido a la cantidad de sangre. Gasas, vendajes desechados y material quirúrgico. Todo estaba desperdigado entre un amasijo de sangre tanto en el suelo como en mesas, sillas, incluso en el baño. Por fin pudo echarse, tras asegurarse bien de que los muñones de la pierna y del brazo se encontraban bien sellados para evitar perder más sangre. Aún así, también debía fijarse en el profundo corte a la altura de su hombro, que fue la primera de las heridas que recibió, debido al loco movimiento de RJ que permitió que Veera le alcanzase. 

Intentó no dormir, ya que podría ser una mala señal de que la debilidad de la perdida de sangre, y debía evitar cualquier posibilidad fatal. 

Su teléfono móvil sonó desde la mesita de la noche. Lo cogió aunque el movimiento le costó una oleada de dolor. 

- ¿Y bien? -. Sonó una voz distorsionada.

- Lo tengo. Tanto la tablilla como la Carta Ancestral.

- Así que sí que tenía una carta Ancestral, ¿cuál es?

- La Torre.

- Maldita sea. No es lo que buscábamos, pero no importa. Buen trabajo. ¿Cuándo podrás venir?

- He sufrido numerosas heridas. Hacía tiempo que no combatía, así que estaba un poco oxidado. Tardaré un tiempo.

- ¿Has sido herido? Sí que has tenido que estar oxidado.

- El poder de la carta, la líder del GOET y los mismos alumnos problemáticos.

- ¿Los de la Convención Real que fueron a por Magrid?

- Los mismos. Parecen que han heredado las brasas casi extintas de Evolution, pero igualmente no han podido hacer mucho más. Su voluntad se acabará apagando. Por cierto, he de contarte todo, incluido lo de Magrid...

Pasaron unos minutos más hablando, donde Tousen le daba a aquel sujeto los detalles de lo ocurrido durante la noche. Cuando acabó la llamada, se levantó de la cama y fue al baño. Se quitó el accesorio a modo de vendaje de sus ojos y se echó agua en la cara. Entonces, abrió sus ojos ciegos y aunque no pudiese verse a sí mismo, miró al espejo. 

Desde que vio el indescriptible horror no volvería a ver nada más en el mundo. Sus ojos fueron sellados, así como su destino. Tan sólo quedaba una vía ante la inminente muerte. Cantarle un Réquiem de despedida.

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