14 mar 2016

La familia Oinotna: Reunión.. Inesperada (parte 1)

El azul pálido y desteñido del cielo se iba convirtiendo en un intenso negro a medida que ascendía por el Monte Déntora. El sendero serpenteaba entre rocas y algunos solitarios árboles y arbustos para continuar su ascensión hasta la cima; El caso era que habitualmente odiaba tanto ese tramo andando que a menudo llegaba de mal humor a lo más alto.

Las malditas medidas de protección de mi padre o cómo impedir que aparezca cualquiera en la puerta de su casa...

Pero en esa ocasión era distinto. Estaba de tan buen humor que iba distraído, repasando con esmero cada una de las noticias que iba a dar y preguntándose con qué palabras quedarían mejor representadas durante la cena. Sus pensamientos le tenían tan absorto que cuando escuchó un ruido desde su derecha volvió a la realidad casi de un sobresalto. El arbusto a su derecha se mecía lentamente, como si hubiese algo en su interior.

O alguien.

Con tan solo imaginarse ese arbusto comprimiéndose hasta tener el tamaño de una pelota, comenzó a suceder eso realmente. Cuando las ramas crujían y las hojas se plegaban, escuchó un chirrido agudo seguido de unas patas que intentaban salir de ahí, pero ya era demasiado tarde. Ante tal presión, el ser vivo que había en su interior estalló como un globo y lo que quedó de sí fue un reguero de entrañas y sangre.

- Tan solo era un zorro, psche...


No reparó ni en dejar el arbusto como estaba ni en la muerte del pobre anima. Total, hasta donde alcanzaba la vista, el aspecto del Monte Déntora era como el de un árbol a punto de morir: casi inerte, apenas sin presencia de vida, todo en su mayoría era tierra levemente rojiza y rocas amontonadas. A pesar de que originalmente el monte fuese un volcán, este se encontraba inactivo tanto tiempo que hasta llegó a albergar vida. Allí, en la región de Padökka, al sur de Gran Hiullal, el monte era un gran punto de interés tanto para los que ya eran nativos de la zona como para los viajeros de todas partes del mundo. En su inmensa área se podía hacer cualquier actividad, desde senderisimo hasta pescar en el lago a la mitad de la falda, en la parte sur. Pero eso fue hasta que llegó una persona, con dinero.

Esa persona había adquirido gran poder y renombre durante las últimas décadas, el lugar donde antes vivían se había quedado pequeño y ahora necesitaban más discrección para alejarse de la escoria media; un lugar alejado de las ciudades y de gran tamaño. Arthur Oinotna compró el monte al gobierno de Hiullal por un cantidad inimaginable de oro, las malas lenguas afirman que le costó unos cinco millones, pero tan solo fueron rumores. Desde entonces, el personal de la familia se encargó de que no visitasen su terreno más indeseables de baja calaña, destrozaron su ecosistema e incluso soltaron tremendas bestias por los alrededores, que no solo se encargarían de desequilibrar la cadena alimenticia del lugar, sino también como llegó a ocurrir, de aniquilar a varios curiosos que se acercaran. Todo era para evitar que nadie viera lo que el joven que ascendía el monte aquella noche estaba empezando a ver: una verja de hierro, más grande que cualquiera de las murallas que hubiesen sido vistas en cualquier ciudad, rodeaban un gran terreno de la cima. Además, para evitar que incluso alguien pudiese ver lo que había más allá de los alargados hierros de la verja, estas fueron "adornadas" con enormes enredaderas y demás plantas vivientes que siempre estarían encantadas de que alguien fuese lo sumamente estúpido como de acercarse y mirar hacia el interior. En el centro, ambos lados de la verja se unían en una estructura reforzada con piedra y metal que albergaba las dos enormes puertas, de más de diez metros de alto cada una. Estas se abrieron con un gran ruido que retumbó entre las rocas alrededor de aquel joven que se aproximaba hacia allí; y de ellas salió un hombre de mediana edad vestido con esmoquin gris con camisa negra.

- ¿Buenas noticias, señor? -. Preguntó el hombre ajustándose las gafas con el dedo anular.

- Excelentes -. Respondió el joven.

El hombre asintió e hizo un ademán con la mano, señalando al espacio que había entre las dos puertas, suficiente para que pasasen los dos al mismo tiempo, pero parecía bastante estrecho para lo que era el gran tamaño de estas. Dentro se encontró con una gran llanura de cesped, arbustos bien cuidados y recortados, estanques artificiales y edificios. Argoth había llegado a la mansión Oinotna.


La iluminación eléctrica que proporcionaban los faroles salpicaban el oscuro y enorme manto que representaba el inmenso jardín de los Oinotna. Siguió caminando seguido de su mayordomo, justo detrás. Pasaban los minutos y fue dejando de lado un laberinto de setos a su derecha, un lago con cisnes a su izquierda, pasó por un puente, sobre un canal que unían los estanques, vio también el encantador bosque de sakuras, con sus hojas de vuelta en plena primavera. Después de casi una hora caminando, pudo observar mejor el gran edificio que comenzaba a tapar la vista del jardin. La mansión era la más grande del mundo sin lugar a dudas, con el tamaño de una ciudad pequeña, la enorme construcción, de una media de seis plantas de alto, estaba situado en el centro del Monte Déntora. El edificio no era cuadrangular y uniforme, sino que estaba dividido en numerosas secciones o edificios derivados del principal, todos unidos a este con corredores de hermoso mármol y sin paredes laterales, que daban libertad para acceder al jardín desde cualquier punto de este. 

- A partir de aquí voy yo solo, gracias Zebro -. Dijo Argoth cuando ya llegó a la puerta principal y los mayordomos, ya preparados en ella, la abrían para su señor. A pesar de que este no lo vio, el mayordomo Zebro hizo una reverencia y fue hacia su puesto de trabajo. 

Los encargados de la puerta también debieron escuchar las palabras de Argoth y ni siquiera le preguntaron si tenía alguna petición su señor, sabían que con ese "voy yo solo" era suficiente como para que no fuese interrumpido más. Argoth caminó por los anchos y bien iluminados pasillos, subió por las escaleras del recibidor y continuó recto, hacia el corazón del edificio principal. A su lado habían cuadros históricos de antiguos reyes y demás personajes importantes cuyo valor de alguno de ellos hubiese bastado para satisfacer las necesidades de un hombre por el resto de su vida.

- Las puertas abiertas, debéis estar impacientes... -. Se fijó él en las dos puertas dobles de madera blanca y pomos dorados que tenía frente a él. Estas daban a un salón con cristaleras en vez de paredes a su derecha, en el centro había una alargada mesa en la que se estaba sirviendo los entrantes de la cena; A su izquierda había una chimenea cuyo fuego crepitaba levemente, lo necesario para dar un toque de iluminación distinto a la que proporcionaba la eléctrica. Frente a la chimenea habían tres sillones de cuero marrón  que cercaban una alfombra de piel de oso con su cabeza disecada mostrando sus fauces. Y, obviamente, el reciento estaba ocupado por personas.

Aparte de los mayordomos, habían cuatro más. A su izquierda, la hermosa figura de Casandra Oinotna, la madre de Argoth, estaba sentada al borde del sofá aplaudiendo jovialmente para acompañar los gritos de felicidad de una niña adolescente que describía algún tipo de relato a su madre. La niña era Anabelle Oinotna, la hermana menor de Argoth.

Su madre seguía manteniendo el mismo aspecto de belleza perenne sin importar los años que pasasen, casi parecía tener la misma edad que Argoth en cuanto a facciones de su rostro. Sin saber cómo conseguía aquello (aunque tampoco le daba mucha importancia), se fijó en que aquella noche estaba demasiado bien arreglada para presenciar tan solo su llegada, con un radiante vestido de color turquesa con lentejuelas de platino salpicadas por su manga derecha. Anabelle vestía ropas Happakianas* que, junto con su pelo, de color oscuro con una leve tonalidad morada y recortado a la altura del cuello, le daba una imagen de tener más años de los que de verdad tenía, que eran trece.

Casandra Oinotna


Anabelle Oinotna
*Happakianas = Asíaticas

- ¡Y entonces lo hice, mamá! ¡Lo hice! -. Vociferaba ella con alegría, haciendo gestos con los brazos representando lo que hizo -. ¡Maté a esos hombres, hice mi primera misión!

- ¡Estoy tan orgullosa de ti, Anabelle! Pronto serás la mejor asesina del mundo -. Halagó Casandra con los ojos llorosos de alegría.

En la mesa del centro habían dos individuos varones y los dos se habían percatado de la presencia de Argoth atravesando aquellas puertas. Sentado de espaldas a la cristalera, se encontraba su hermano menor, Gregor Oinotna, que en cuanto le vio volvió a situar su mirada sobre el plato de comida frente a él. Sin embargo, su padre, al otro lado de la mesa del que se encontraba Argoth, tenía la barbilla apoyada sobre sus manos entrelazadas y no dio síntomas de afecto al presenciar el regreso de su hijo.

Gregor Oinotna vestía una túnica de gala de color esmeralda y se había dejado el pelo largo, como Argoth, pero Gregor lo tenía recogido en una pequeña coleta. Su habitual rostro de suficiencia estaba empañado con un atisbo de seriedad, incluso de decepción. Argoth se extrañó, siempre le había caído bien a su hermano ¿Qué le ocurría? 

Gregor Oinotna

- Llegas tarde, espero que con buenas noticias -. Replicó su padre con un tono de voz que intimidaría a cualquiera. 

- Yo también me alegro de verte, Arthur -. Contestó Argoth.

Poco había que decir del aspecto de su padre, da igual como fuese vestido que siempre imponía un gran respeto y el aire de su alrededor parecía impregnarse del poder que este podía representar con su mirada. Con tan solo echarle un vistazo era suficiente como para entender por qué era considerado la persona más importante del mundo, exceptuando a Lord Moebius, líder de los Protectores. Vestía un traje de chaqueta oscuro, una corbata impecable, que junto con su mirada y su barba perfectamente recortada, le daban un aspecto sumamente señorial. Su habitual sombrero se encontraba en las manos de uno de los mayordomos cuyo cometido no era otro que encargarse de sostenerlo hasta que su señor considerase oportuno ponérselo de nuevo.

Arthur Oinotna

Con las palabras que salieron de su boca, su madre y su hermana pequeña por fin advirtieron de la llegada de Argoth. 

- ¡Argoth! -. Exclamó Casandra mientras se levantaba y se acercaba para abrazarle -. ¡Por fin has vuelto, hijo mío! 

- ¡Hermanooo! -. Gritó Anabelle quien también se acercó -. ¡Hoy he hecho mi primer encargo como asesina!

- Enhorabuena, Anabelle, estoy orgulloso de ti -. Argoth acarició el pelo de su hermana como gesto de cariño hacia ella y le devolvió el abrazo a su madre pero sin mirarla. 

- Siéntate -. Le invitó su padre, aunque por su tono poco tenía de invitación, parecía más bien una orden. Argoth se sentó despreocupadamente en el lado opuesto de la mesa de donde estaba su padre, pero seguía extrañado por una cosa.

- ¿A qué viene este recibimiento? -. Preguntó él mirando las vestimentas de su hermana pequeña, de su madre y de Gregor -. Me siento halagado.

- Pues no te sientas tan halagado -. Cortó su padre de lleno mientras Casandra y Anabelle se sentaban en el lado vacío de la mesa -. Este recibimiento no es para ti, sino para nuestro invitado.

- ¿Invitado? ¿Alguien de las familias derivadas? -. Preguntó él con un deje de asquedad en la voz. Los Oinotna querían mantener la pureza de su sangre milenaria intacta, sin mezclarla con la sodoma del pueblo. Para ello tuvieron que expandir su familia durante siglos, para que fuese lo sumamente numerosa como para que no tuviesen problema a la hora de crear descendencia. En la actualidad, la familia principal, liderada por Arthur, convivía con decenas de familias de segunda clase en el territorio de la mansión. Y aunque todas fuesen Oinotna, a Argoth le daba asco tenerlos tan cerca para una utilidad tan escasa. 

- No, pero eso no importa ahora -. Respondió Arthur manteniendo aún su dura mirada sobre su hijo mayor -. He oído a través del mayordomo Zebro que traes buenas noticias, sin embargo no fueron buenas noticias lo que me pareció escuchar que sucedió en Taneir -. Como siempre, Arthur parecía estar informado de absolutamente todo, incluso de lo que le había dicho Argoth al mayordomo nada más llegar. 

- Y son buenas noticias. Tengo mucho que contar, aunque también mucho que... preguntar -. Soltó como quien no quiere la cosa, mirando de reojo a su madre.

- Soy todo oídos. 

- En efecto, Arthur, lo que escuchaste proveniente de Taneir no es más que la realidad de lo sucedido. La alianza con Viejo Oso se ha roto por completo debido a la debilidad que este ha sentido por establecer un trato con unos indeseables. Hemos perdido parte de nuestro potencial a la hora de llevar a cabo nuestro cometido -. Le costó seguir explicando cuando escuchó a su padre replicar en voz baja "todo ese Vitalis perdido..." -. Pero... debido a los efectos colaterales de la ruptura con ellos, he podido tener a buen recaudo a Aleindra Karzkart, quien ya se ha encargado del Templo de los Elementos, en la selva de Bargskan...

- ¿Qué? -. Por primera vez habló su hermano, interrumpiendo la conversación -. ¿Y la Vigilante? 

- No se sabe qué ha pasado con ella -. Contestó Argoth -. Según Aleindra, tanto el sendero de camino hacia el templo como toda la Villa del Viento están vacíos, pero con claros indicios de que ha hubo una cruenta batalla en aquella zona. Sea lo que fuere lo que pasase, eso nos benefició. Cuando Aleindra llegó, tenía al alcance de su mano a los sacerdotes de los elementos. Ahora ella es la señora del Templo y ha podido hacerse con el poder de todos ellos. Contamos, por tanto...

- No me importa esa asquerosa de sangre sucia... solo me importa el Vitalis -. Le cortó su padre alzando la voz.

- Si me dejas acabar, Arthur, podré explicarte por qué son buenas noticias lo que ha sucedido -. Argoth, a pesar de sufrir la intimidación de su padre, no se achantó e intentó imponerse. Carraspeando, prosiguió -. Bien, como iba diciendo, no solo nos hemos adueñado de Aleindra, sino que también he conseguido matar a Riddle. Viejo Oso ahora dispone tan solo de Valerian y de un acabado Bryan Tackle. Incluso con la alianza que han formado, no conseguirán nunca adueñarse del Vitalis disperso por el mundo. Porque además... Dardo Rojo ha caído hacia nuestro bando, padre. Así que también ha perdido ese apoyo él. Pero lo más importante es... la información que conseguí antes de mi vuelta a casa -. Argoth continuó explicando durante unos minutos. Entonces fue cuando su padre se mostró satisfecho.

- Bien, evaluando la situación desde ese punto de vista si se podría considerar una victoria incluso. Buen trabajo, Argoth.

- Eso no es todo. Como he dicho, también tengo algunas preguntas -. Argoth empezó a ponerse nervioso, le dolía formular aquello dentro de su querida familia, pero la verdad no debía ocultarse -. ¿Sabéis quién es una de las personas títere del gobierno de Taneir? -. Como nadie contestó, lo hizo él mismo, mirando inquisitivamente a su madre -. Akshael... Akshael Oinotna. 

Pasó más o menos lo que él esperaba: a su madre le temblaron las manos y los cubiertos se le resbalaron hasta caer en su plato con un sonoro ruido metálico; su hermano miraba hacia su padre y hacia él continuamente, como si buscase respuesta en sus rostros; Anabelle no sabía lo que estaba ocurriendo, se quedó pasmada e incluso llegó a preguntar inocentemente "¿Oinotna? ¡Anda, como nosotrooos!". Pero lo que Argoth no esperaba conseguir fue que su padre enrojeciera el rostro que permanentemente se mostraba impasible, frío y decidido.

- Veo que he dado en el clavo ¿Se puede saber qué está pasando aquí? 

- Dejemos ese tema... -. Acalló su padre intentando recobrar la compostura, pero este también miraba a su esposa, la cual parecía estar a punto de llorar.

- No, padre -. Cortó esta vez Argoth, mencionando la palabra "padre" con un elocuente tono -. Quiero saber por qué hay un Oinotna de la familia principal tan lejos de casa (Sí, no me mires así, no me costó mucho descubrir que es de la familia principal) y quiero saber por qué está en el bando enemigo.

- ¡Nunca debimos abandonarlo, Arthur! -. Estalló Casandra, llorando -. ¡Ay, mi Akshael! ¿¡Estaba bien!? -. Preguntó volviéndose hacia Argoth.

- No, madre ¿Cómo esperas que estuviera? Se ha mezclado con la asquerosa plebe, incluso tiene una hija con una descendiente del linaje Barlis.

- Bueno... -. Comentó su madre reprimiendo los sollozos -. Al menos del linaje Barlis... 

- ¡Hace tiempo que el linaje Barlis perdió su renombre! -. Gritó Argoth perdiendo la paciencia, le daba igual que fuese a su madre a la que estaba gritando. Si Akshael hubiese pertenecido a alguna de las familias derivadas no estaría discutiendo ahora mismo, pues le habría dado igual. Pero alguien de la familia principal mancillando su apellido con perros inmundos... -. ¡La sangre pura de los Barlis ha sido mezclada demasiadas veces con despojos! 

- Cállate, Argoth -. Ordenó su padre, que había recobrado la compostura. Argoth ni siquiera se había dado cuenta de que se había levantado levemente de la silla, se volvió a sentar -. Cuando sucedió eso, hace tantos años atrás, cometimos un error... 

- ¡Pues claro, nuestro hijo, abandonado! -. Sin poder aguantar más, Casandra sacó su pañuelo y enterró sus ojos lacrimosos en él.

- No, no es por eso -. Siguió él -. Me trae sin cuidado lo que sea de él ahora. De lo único que me arrepiento es no darme cuenta de que aquellos signos anormales que presentaba cuando era un bebé eran producto de lo que actualmente estamos buscando. Si supiese cuán valioso era por entonces... -. Soltó con arrepentimiento.

- ¡No es una herramienta, es nuestro hijo y nunca debimos abandonarlo! -. Bramó Casandra y se levantó de sopetón, yéndose de la habitación sin reprimir más su pena.

- Da igual lo que pasase por entonces, sigue siendo un Oinotna -. Replicó Argoth.

- No lo entiendes, por entonces sucedían cosas demasiado extrañas. Todo a su alrededor se... Al principio pensamos que fue un don mágico sumamente extraño y peculiar; pero cuando sucedió aquello... Akshael, con apenas un año de edad, mató al mayordomo que quería acostarle a pesar de que este lloraba porque quería seguir jugando. Cuando llegaron el resto de mayordomos vieron la habitación llena de sangre, todos los miembros del cadaver cercenados. Akshael jugaba alegremente con una de sus manos, haciendola chapotear en los charcos. Ahora se que eso era debido a los síntomas del Vitalis... Pero por entonces, pensamos que estaba maldito o algo así, por eso decidimos... 

Durante unos minutos, todos callaron. El ambiente de tranquilidad que había regresado al salón tan solo se vio perturbado cuando Anabelle, que se había acercado a Argoth, le cogía de la manga a este y preguntaba con ingenuidad. 

- ¿Pero dónde está Akshael? Yo quiero conocer a mi hermano.

Argoth no respondió. Había pensado en eso desde que Viejo Oso le revelara la identidad de su hermano como el enemigo que impedía que Xcutor y Bryan Tackle se hiciesen con la carta. Desde que habló con Akshael en tierras de Les Roses, ya sabía lo que este pensaba en todo momento. Presentaba síntomas de verdadero Oinotna, como un gran orgullo por proteger el prestigio de su apellido y una valentía que rozaba la temeridad. Pero sin embargo, ese orgullo acaparaba también sus seres queridos, la plebe. Argoth sabía que jamás abandonaría a Alanne Barlis y a su hija recién nacida. Entonces apretó el puño con rabia, miró a su padre y entonces volvieron a surgirle aquellas ideas que a veces surgían cuando le miraba.

Cálmate Argoth, padre puede ver a través de tu mirada... -. Pensó para si mismo.

- Tengo otras preguntas, Arthur ¿Qué están haciendo ahora los Protectores? Muchos están dimitiendo.

- Tan solo los del escuadrón militar. Pero sabemos que su potencial sigue intacto y de hecho, ya se encuentra en movimiento de caza y captura de muchas personas que poseen el Vitalis. Eso ha debilitado enormemente las defensas de su base en las Islas Verdes, sería un momento ideal para coger a unos cuantos de la familia e intentar infiltrarse, de nos ser por los condenados Almirantes -. Apresuró a decir ante la mirada brillante de Argoth cuando Arthur comentó que estaban en un momento de debilidad -. Son la mayor potencia ofensiva y defensiva de los Protectores pero nunca sabemos dónde están... 

- ¿Es posible que también estén inmersos en la captura?

- Es posible, pero no sabemos si los tres al mismo tiempo o si alguno se ha quedado defendiendo la base...

- Si es solo uno, puedo ir y encargarme de él -. Cortó Argoth con decisión. Confiaba en su poder y de poder mantener una pelea en un uno contra uno contra cualquiera de los Almirantes.

- Pero el problema es que desconocemos tal información, así que debemos ser cautos.

Cautos... Ese es tu problema, padre.
Por ser cautos, los Oinotna están donde están y a pesar de su gran poder, no son conocidos en el mundo.
Por ser cautos, hay escoria mundana que no teme tu nombre cuando en realidad deberían de recordarte como el líder de los Protectores que siempre tendrías que haber sido.
Tu exceso de seguridad será solventada cuando yo esté al mando...

Argoth había echado a volar su mente de nuevo, quitó de nuevo aquellos pensamientos de su cabeza cuando su padre desvió ligeramente el tema.

- Lo que realmente me preocupa es el exceso de personal que le están dedicando los Protectores a su sector de arqueólogos.

- ¿Arqueólogos? -. Preguntaron Argoth y Gregor a la vez, extrañados. Pero su padre ya había sido advertido por uno de los mayordomos de que su invitado había llegado y le hacía señas de que le condujeran hasta aquel salón.

- Dejemos el tema de inmediato. Viene nuestro invitado. 

- Antes, querría hacerte la última pregunta ¿Qué tiene que ver el Vitalis con los poderes del Eterno? Se que tienen relación pero... -. Argoth tuvo que callar cuando su padre alzó la mano para pedirle silencio al mismo tiempo que le soltaba una mirada que casi podría matar a cualquiera. A Arthur Oinotna no le gustaba la idea de que había ordenado silencio y alguien de su familia desobedeciera. Argoth calló y se quedó esperando hasta que llamaron a la puerta.

Uno de los mayordomos fue a abrir y entonces la voz de Arthur resonó con un semblante de educación y cordialidad impropio de él.

- Bienvenido a la mansión Oinotna, Lord Moebius.

 Argoth, impresionado, se giró de inmediato, como si le acabasen de comunicar una terrible noticia. Por la misma puerta por la que él había entrado se hallaba el líder de los Protectores del Ojo, Lord Moebius Garret, acompañado por uno de sus Almirantes.

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