16 feb 2015

Mientras tanto, en algún lugar...

La tormenta llevaba ya varios días azotando los vastos campos que tenía ante sí. Le gustaba el olor de la tempestad pero detestaba que por su culpa, estuviese el entorno más oscuro y lúgubre.



Llevaba caminando por el camino fangoso durante todo el día, pero por fin empezaba a avistar unas borrosas luces al horizonte, estaba llegando... Apretó fuerte la bolsa que portaba en su mano izquierda y siguió caminando.

Llegaba al pueblo, o mejor dicho, al lugar donde cobraría su recompensa. Los pocos aldeanos que habían en la calle llevando a cabo sus labores o yendo hacía la taberna, le miraban extrañados e incluso algunos, con rostros de miedo en sus ojos. "Parece que algunos ya me han visto alguna que otra vez".
Entró en la taberna cuyo rótulo anunciaba "MEH". Dentro vio a mucha gente que se refugiaba de la lluvia y conversaban alegremente con sus amigos o familiares mientras bebían y comían. Pero él no tenía tiempo para descansar, debía cobrar lo establecido, la deuda...

Un camarero se le acercó mientras apuntaba un par de cosas en su pequeña libreta:

- Buenas, caballero -. Siguió acercándose sin mirarle, pero cuando por fin alzó la mirada... -. ¿Qué des...

Se quedó estupefacto por lo que se encontró ante sí, las pintas que llevaba no eran las más apropiadas para pasar desapercibido en un humilde pueblo en mitad de la nada, pero era lo que tenía y no pensaba aparecer en ningún sitio sin llevar sus armas. El camarero retrocedió unos pasos y luego miró la bolsa que portaba en su mano izquierda, se fijó que estaba manchada de sangre por la parte inferior y que incluso, había calado y goteaba en el suelo.

Algunas de las personas que antes reían, jugaban, comían o cantaban, ahora le miraban de la misma forma que le miraban fuera. Él empezaba a cansarse ya así que ando mientras se sacó una moneda de oro del bolsillo y se la arrojó al aire hacia el camarero. Cuando pasó por su lado dijo en voz baja:

- Eso por las manchas de sangre, lo siento...

Y se fue recto a las escaleras, pero no las que conducía hacia arriba, sino hacia abajo. El camarero, a pesar de intimidado como los demás, fue consciente de hacia donde se dirigía el sujeto y tuvo que llamarle la atención:

- Per... Perdone, señor... Esa zona es privada.
- Tranquilo, tengo invitación.

El camarero no se atrevió a decir nada más.

Bajó las escaleras y se encontró con un almacén. Pero allí no había solamente cajas, barriles y estanterías con botellas de vino, sino también una mesa en el centro y una lampara que la iluminaba y dejaba en penumbra el resto de la habitación. Sentados junto a ella, habían tres hombres que jugaban a las cartas, pero pararon de jugar en cuanto le vieron. Aún así, no se sentían intimidados o extrañados como los demás, sino al revés, sonrieron. El del centro, aunque más mayor, iba mejor vestido (con una gabardina elegante de color gris oscuro), habló:

- Llegaste, te esperábamos. Pareces cansado, siéntate.

Él se sentó y puso la bolsa encima de la mesa.

- Lo siento, señores. Pero este era un hueso duro de roer.

- Y tanto, llevaban buscándole hasta en la capital... Casi el Oeste del reino buscándole durante meses y... O no daban con él, o lo encontraban pero huía, siempre con varios muertos en su huida.

- Escuché que incluso Curt Maiger tuvo problemas y no logró capturarle.

- Cierto, mi sobrino no fue suficiente para matarle, a pesar de sus recientes éxitos en torneos y en la guardia. Por eso tuvimos que buscarte a ti, Kelebrus.

Kelebrus abrió la bolsa y dejó al descubierto la cabeza de un hombre de pelo largo y rostro azotado por numerosas cicatrices. Los tres señores sonrieron aún más.

- ¡Bien! ¡Bieen! Esto es motivo de celebración, sin duda. ¡Ya lo se! ¡Un brindis! Del mejor champán que tenga la taberna, sin duda. Espero que te apuntes, Kelebrus, te lo mereces.

- Tengo cosas que hacer, siento mucho no poder unirme a su celebración. Si no es mucha molestia, querría recibir la recompensa y marcharme ya.

- ¿Ya te vas? ¿En serio? Jooder. No todos los días uno ve a hombres como usted y menos llevar a cabo tareas tan complicadas de manera tan eficaz. Ni tres días has tardado... ¿Cómo lo haces?

- Es mi profesión al fin y al cabo -. Se levantó lentamente -. Y ahora, si no os importa, la recompensa...

- ¡Por supuesto! Jajajaja -. Cogió algo del suelo y puso en la mesa lo que parecía un maletín de cuero, el cual abrió y mostró su contenido: Monedas de platino acumuladas ordenadamente entre una funda de gomaespuma-. Aquí tiene, diez mil monedas de oro más un plus por la rapidez y eficacia.

Kelebrus cerró y cogió el maletín. Mientras se disponía a irse dijo:

- Ha sido un placer haber trabajado para usted, señor Fertl. Hasta la próxima.

- El placer ha sido todo mio, es un placer hacer negocios con personas que entienden de negocios -. Dijo Fertl mientras alzaba la copa.

Kelebrus no sonrió en ningún momento, para él no había emociones que mostrar con los clientes,
ya fuese antes, durante o después del encargo. Simplemente hacía lo que sabía y se llevaba la recompensa. Subio las escaleras y a pesar de que no habían pasado ni diez minutos desde que bajó, el ambiente estaba mucho más tranquilo y despejado, tan solo se encontraban el camarero limpiando el reguero de sangre de antes y un sujeto encapuchado en la mesa del fondo.

A pesar del cansancio y del dolor, aún tenía varias cosas por delante que realizar antes de por fin tumbarse ne una cama. Así que caminó, pero no hacia la salida, sino en dirección hacia donde estaba el encapuchado. No obstante, no tuvo ni tiempo para acercarse.

Entraron a la taberna un par de soldados. Kelebrus se bajó un poco su sombrero de paja y desenfundó levemente su katana, pero todo era una falsa alarma. Los guardias llevaban consigo una pila de pergaminos, pusieron casi una decena en el tablón de anuncios y se fueron con la pila casi del mismo tamaño que antes. La curiosidad le podía así que se acercó al tablón de anuncios para ver que pasaba.

"Para que la guardia traiga mensajes de esa forma, debe de ser algo importante. Y más después de lo que pasó en la capital ayer"

Comenzó a leer pero una voz le distrajo.

- ¿Sabes que es de mala educación tener a una invitada en la mesa esperando y desviarte hacia otra cosa delante suya?

Kelebrus no se giró, siguió mirando la noticia. No obstante, entonó las palabras con el mismo rostro de seriedad que con sus clientes en el sótano:

- Me alegro de verte.

- Se nota, se nota...-. Dijo sarcásticamente-. En fin ¿Cuál será nuestro próximo paso?

- ¿Nuestro próximo paso? Toma -. Dijo mientras le ofrecía el maletín -. Quédate tu con la mitad o más, lo que necesites. Tan solo déjame un poco para abastecerme de recursos.

- ¿¡Qué!? O sea, no es que me moleste recibir oro gratis, al fin y al cabo somos socios... ¿Pero... tantooo? -. Dijo la encapuchada con tono sorprendido mientras abrió levemente el maletín-. Por las dagas de Olidammara... Aquí debe de haber...

- Más de diez mil de oro... -. Dijo Kelebrus mientras seguía leyendo.

- Jamás había visto tanto platino junto... ¿Por qué me lo das casi todo? ¿Por qué no disfrutas de un descanso como es debido?

Kelebrus cogió uno de los carteles de la noticia...

- Porque hay otro encargo del que debo ocuparme, lo he decidido ahora mismo... Traición, secuestro y fuga, suena perfecto.

- ¿De qué se trata? -. Dijo mientras cerraba el maletín y le prestaba por fin atención al cartel-. Vaya... Y encima según lo que pone no deben de estar muy lejos de aquí ¿Quieres que...

- Sí... Ya sabes que tienes que hacer.

- Entendido, nos veremos allí, chaooo -. Dijo alegremente mientras salía con el maletín.

Kalebrus tendría una noche para descansar, pero al siguiente día tenía una nueva misión por delante. Observó el cartel que había cogido antes. En él aparecía un joven de pelo negro y con mirada segura y firme, era el que tenía la recompensa más alta de todos, e incluso, la recompensa más alta que había visto jamás.

- Con que Akshael Oinotna...¿Eh?

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