19 may 2017

Lealtad sin límites

Después de tanto tiempo deseaba volver a tocar aquella canción. 


El lento ritmo de las primeras notas empezaron a llenar el salón que se encontraba a oscuras, únicamente iluminado por la luz de la luna, que lo bañaba con un manto blanquecino a través del gran ventanal que ocupaba casi toda la pared del muro exterior del castillo. Un salón tan amplio que el espacio que ocupaban sus muebles tales como sofás o sillones no llegaba a más de un tercio, el resto consistía en un suelo cubierto de una elegante alfombra roja y dos filas de estanterías en las paredes, una a cada lado. Estas eran tan grandes como la altura de la habitación, siendo de más de siete metros y, necesitando pues, la presencia de varias escaleras para alcanzar los libros más altos; Estaban también repletas de preciados volúmenes de distintos campos de cultura, ciencia e historia, salvo que había un hueco entre dos de esos libros.

La música que resonaba era la compañía perfecta para la lectura.

Había alguien que tenía el libro que pertenecía a aquella estantería, echado en uno de los sillones del salón, leyéndolo tranquilamente mientras escuchaba la lenta canción que tocaba uno de sus compañeros en el piano que había junto al ventanal. Este tocaba sus teclas para ambientar el éxito que habían tenido recientemente y aquella canción era su forma de celebrarlo. Aunque ambos descansaban a su manera, ninguno de ellos dejaba lejos su arma; El hombre del piano tenía su estoque en su funda apoyado junto a su asiento, mientras que el que leía en el sofá había colocado su espada curva sobre la mesa baja de cristal que tenía enfrente.

- Pues sí que parece estar contento el capitán Toulosse -. Dijo una mujer que había entrado al salón y se había acercado a los sillones donde descansaba el hombre que leía plácidamente. La joven vestía un largo vestido de seda blanca que llegaba hasta el suelo junto a un juego de lujosa bisutería que llevaba en sus muñecas y cuello. Por la forma de su cara, de facciones puras y levemente redondeadas, la chica no debía de tener más de veinte años; y su pelo negro con destellos caoba en sus mechones estaban acompañados de unos ojos perla que se habían clavado primero en el hombre que tocaba el piano y luego en el que estaba echado en el sofá -. ¿Qué ocurre, capitán Tyronne?

- Aaaaaaah... -. Se desperezó al que le había dirigido la palabra, que dejó el libro en el reposabrazos y acompañó su gesto con un largo bostezo -. Es lo que has dicho, teniente, el capitán está muy contento... No es para menos, la verdad -. El capitán Louis Tyornne, tras el bostezo, se reincorporó para hacer espacio en el sofá y ofrecerle asiento a su teniente.

Los capitanes Louis Tyronne y Brad Toulosse eran bastante parecidos entre sí, de hecho mucha gente los consideraba hermanos por las semejanzas de su físico, pero tan solo era una mera casualidad. Lo cierto era que Louis y Brad eran completamente diferentes en cuanto a personalidad: uno era despreocupado, conformista y perezoso; y el otro exigente, completamente entregado a la causa, y esclavo de su admiración y lealtad. Aunque la vestimenta de ambos era muy parecida, con ropas finas blancas y medias capas acompañando su túnica de gala real, Brad prefería estar en todo momento con un aspecto impecable, aplicando una revisión continua tanto a sus ropajes como a su propio cabello, que estaba repeinado hacia un lado. Louis, en cambio, prefería dejar el estilo de su pelo a la suerte del viento que hiciese aquel día, y también trataba de tapar las arrugas de su ropa con su chaqueta o su capa.

- Al fin y al cabo, el capitán Toulosse está completamente aliviado, ahora que nuestra reina no tiene peticiones de matrimonio en la mesa -. Soltó jocosamente Louis en cuanto su teniente se sentó a su lado. Aquel comentario provocó que Brad fallase en las notas que estaba tocando después de que le echase una mirada fulminante a su compañero de capitanía.

- ¿Entonces han habido buenas noticias, capitán? -. Le preguntó la teniente a Louis.

- Completamente, teniente Dagasombría...

- No tiene por qué llamarme así si no estamos en una misión -. Le interrumpió ella fríamente.

- Aaaayyyy, lo siento, lo siento. No estoy acostumbrado a este tipo de reuniones fuera del ámbito profesional -. Se disculpó Louis con una media sonrisa mientras se arrascaba la parte trasera de su cabellera -. El caso es que parece que sí, han habido muy buenas noticias.

- Entonces... ¿El capitán general lo ha conseguido?

- Sep, era de esperar de Verithyor -. Louis se levantó cogiendo el libro y caminando hacía la estantería para volver a colocarlo en su sitio -. La reina se cansó tanto de los fracasos de los peones menores que mandó a su gran as para que la captura fuese tan solo un mero trámite.

- Verithyor no era la única opción -. Dijo alguien con una voz fría y profunda que acababa de abrir las puertas del salón y estaba entrando en la sala -. Yo podría haber capturado a Alleria Karzkart con la misma eficacia.

- ¿Tú crees, teniente Fayid? -. Preguntó Louis después de colocar el libro en su sitio.

El teniente Fayid era el único de la habitación que llevaba encima su armadura de combate cubriendo totalmente su cuerpo. Una peculiaridad de este era que irradiaba un aura de color azulado tan brillante que no se podía discernir bien si el brillo lo producía la armadura o el propio cuerpo del teniente.

- Veo que de moral no andamos escasos, sin duda -. Sonrió Louis, que ya estaba mirando de nuevo las estanterías para decidir que libro sería el siguiente que escogiese -. Pero al fin y al cabo no se debía subestimar el poder de la primogénita de nuestra reina y de Raeric Maeger, que fue objetivo de los Protectores hace seis años.

- Todavía me sorprende su repentina aparición... -. Mencionó la mujer de apodo Dagasombría con desasosiego.

- Exacto -. Dijo Louis que se sentó de nuevo a su lado y empezó a hojear un libro titulado Monstruos aterradores y dónde encontrarlos -. De repente aparecen los dos seis años después de su supuesta muerte. Quien sabe si los demás también están por ahí, buscando ahora a su amiga recién capturada. -. Se detuvo en el índice y alzó la mirada por encima del sofá, hacía el teniente Fayid -. Está claro que si es así, un teniente no es suficiente para enfrentarse al Evolution que luchó contra los Protectores hace seis años.

- Se de sobra que con mi poder podría rivalizar hasta con un Almirante de los Protectores -. Se escudó el teniente Fayid.

- ¿Ah, sí? ¿Entonces por qué sigues siendo un teniente? -. Se burló Louis.

- Pues... por el tiempo que llevo aquí, por supuesto.

- ¿Ah, sí? -. Volvió a preguntar el capitán -. ¿Entonces por qué Verithyor es capitán general si es el que menos tiempo lleva de todos nosotros?

- Eh... -. No tuvo nada que responder.

- Además ¿Vienes aquí sin estar de servicio y vienes con la armadura? -. Se interesó el capitán.

- Un soldado como yo debe estar siempre preparado para el combate, en cualquier momento...

- ¿En serio, siempre? ¿Incluso cuando cagas? -. Tras esa pregunta, la teniente que seguía sentada al lado del capitán Louis se llevó la mano a la cara, avergonzada -. ¿O cuando duermes?

- Mmm.... ¿Podemos volver al tema de Evolution, por favor? -. Desvió el tema el teniente Fayid -. ¿Qué pasará si es cierto que aquellos que se dieron por muertos como a Alleria vienen a por ella?

- Pues que tendremos que detenerles, obvio -. Respondió Louis, devolviendo la vista al libro que había cogido -. Se de sobra que con tu capacidad, teniente Fayid, no deberías buscar nunca una situación de desventaja numérica, sería demasiado problemático contra tipos como ellos.

- Pero aún no se sabe si todos ellos siguen...

- Es más... -. Interrumpió Louis -.  Dudo que cualquiera de nosotros, los capitanes, pudiese contra todos ellos yendo en solitario como lo ha hecho Verithyor.

De pronto, la canción se detuvo y resonó en la sala un ruido estruendoso provocado por la pulsación de varias teclas del piano al mismo tiempo. Brad se encontraba absorto mirando el suelo entre el teclado del piano y sus piernas. Pero un instante después clavó su mirada en Louis y en los demás, con unos rostro que reflejaba de cierta forma un aura tétrica y oscura.

- Yo hubiese cumplido la voluntad de su majestad, fuese solamente contra Alleria Karzart y Raeric Maeger, contra todo Evolution o contra cualquiera que osase obstaculizar el prometedor futuro de Bargskan.

Todos quedaron en silencio. No había mentira en las palabras de Brad Toulosse, o mejor dicho, no cabía duda alguna en sus intenciones. Brad había declarado abiertamente que estaría dispuesto a lo que sea por tal de contentar a su reina, pudiese o no contra el enemigo que tuviese enfrente, haría lo que fuese por tal de cumplir su voluntad. Y también, aquel comentario era un reto hacía Louis para que volviese a repetir lo que dijo hace un instante, pero este tan solo se limitó a sonreír impávido tras lo segundos de silencio sepulcral.

- Ey, ey, ey... Recuerda que somos tus aliados -. Se encogió de hombros y resopló -. No hace falta que nos dirijas esa mirada asesina y congeles con tu aura a los tenientes aquí presente ¿Verdad, chicos?

- Siento si os he asustado, teniente Dagasombría, teniente Fayid... -. Brad se levantó y se acercó al ventanal para contemplar la ciudad. La teniente fue a decir algo sobre el uso de su nombre en clave pero Louis la detuvo, pues no era conveniente molestar a Brad en este momento -. Pero estoy nervioso... Se acercan tiempos difíciles y para colmo, llevo demasiado tiempo sin empuñar mi estoque...

- Pues tendrá la oportunidad para demostrar que no ha perdido facultades, capitán -. Se escuchó decir a una mujer que había llegado al salón. Inmediatamente Louis y la teniente se pusieron en pie para a continuación, arrodillarse de la misma forma que hicieron Brad y Fayid.


- ¡Majestad! -. Exclamaron todos al unísono.

Aleindra Karzkart caminó lentamente por el salón dando inmediatamente la orden a sus hombres de que descansasen. En cuanto vieron la señal, Louis y la teniente se volvieron a sentar, Fayid se quedó de pie al lado de la entrada, pero Brad seguía en la misma posición, cabizbajo, arrodillado y con su puño derecho clavado en el suelo. La reina vestía un vestido escarlata lleno de adornos de oro y plata junto al collar y guantes que llevaba a juego; la falda del vestido acababa en un mar de bordados dorados que tenían forma de dragones serpenteantes surgiendo de un manto de vegetación. Con su mano de tez pálida tocó el rostro del capitán Brad y lo alzó para que este la mirase directamente a los ojos.

- Lo siento, majestad, por las palabras que he soltado antes. Yo no soy quien para cuestionar su autoridad.

- No te preocupes, capitán -. Aleindra siguió alzando el rostro de Brad como seña de que se levantase, cosa que hizo -. Se de sobra que estás completamente entregado a mi causa y agradezco enormemente todo tu esfuerzo y entusiasmo -. La reina se alejó de Brad una vez se incorporó del todo, acercándose a la parte derecha del ventanal, enfocando su mirada en la zona sur de la ciudad -. Entonces ¿está hecho?

- Sí, mi reina -. Afirmó Louis -. No quisimos darle la noticia porque pensábamos que estaba descansando. El capitán general Verithyor tiene a su hija y está a la espera de sus órdenes.

- Fantástico, sabía que con su poder todo iba a salir bien -. Comentó satisfecha Aleindra y Brad apretó el puño disimuladamente como gesto de impotencia.

- Majestad, ha dicho que pronto podré demostrar que no he perdido facultades... ¿Qué debo hacer? Soy una espada que puede usar según su voluntad -. Dijo con una leve inclinación.

- Es cierto, lo he dicho... -. Se acordó Aleindra, que estaba absorta en su mirada a la ciudad, probablemente pensando en el poder de Verithyor o en su propia hija -. Mis capitanes, mis tenientes... Necesitaré de vuestras habilidades y poderes mañana mismo.

- ¡Estamos a sus órdenes, mi reina! -. Dijeron todos al unísono.

- Mañana tengo una reunión con el portavoz de uno de los bandos opositores a mi trono. Vendrá para debatir distintos puntos económicos del reino con la indirecta de celebrar elecciones anticipadas pero he visto más allá de esas intenciones superficiales -. Aleindra se giró, para mirar a todos sus hombres presentes en ese momento en el salón -. Con mi Luz, he visto lo que traman, planean llevar a cabo un golpe de estado y por eso me adelantaré a sus movimientos. Les atacaremos antes de que lleguen a la ciudad, sus muertes ni siquiera serán mencionadas en los medios de comunicación... Es más de lo que se merecen aquellos que osan poner en peligro el futuro de Bargskan.

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La capital de día era agobiante. Su extenso tamaño, sus calles mal organizadas debido a la antigüedad de la ciudad y los apretados que estaban algunos de sus barrios envolvían en un caos a la ciudad en las horas puntas del día. Pero por muy abarrotadas que estén sus calles, la alegría y el jolgorio que se respiraba normalmente era más que notable. La ciudad era gigantesca y estaba provista de todo lo que necesitaban sus habitantes, atendiendo incluso las necesidades de los barrios más desfavorecidos, con comedores gratuitos en los que incluso la gente iba a trabajar de manera voluntaria. Sin duda, todos estaban más que satisfechos con lo que la reina Karzkart había hecho por ellos durante los pocos años de regencia que llevaba. Pero incluso, los guardias reales no sabían que la población podía estar aún más contenta que de costumbre y pronto se darían cuenta del por qué.

- ¿Esto es en serio? Jajajaja... -. Disfrutaba Louis con los confetis que se estaba quitando del pelo.

Los aldeanos, que se apartaban a ambos lados del camino para dejar paso a la guardia real del reino, eran bombardeados con confetis y regalos que estos les hacían. También con comentarios de toda índole, incluso alguna que otra doncella de buen ver se acercaban a los varones para pedirles que las llevasen de acompañante al evento.

- Aaaaah, ya veo, es por la boda jajajaja.

- ¿En serio no te habías dado cuenta? -. Le preguntó Brad que pasaba impasible entre todo el bullicio, sin detenerse ni entretenerse con nada de lo que hacían los aldeanos.

- No sabía que iba a ser tan exagerado, sobre todo faltando más de un mes para la celebración -. Contestó en su lugar Dagasombría, esta vez portando su uniforme de combate de cuero blanco con piezas metálicas recubriéndolo, mientras se comía una manzana que le había dado un niño pidiendo que fuese su acompañante en la boda.

- Es que es eso jajajajaja -. Louis parecía disfrutar más que cualquiera de los capitanes, tenientes y soldados rasos que iban por las calles hacía el sur de la ciudad. El capitán se entretenía y paraba para atender a cualquiera que se le acercase.

- Deja de entretenerte, capitán Tyronne... Tenemos una misión ¿Recuerdas? -. Le dijo Brad con frialdad.

- Que sí, que sí... ¡Aaaaah, pastelitos de limón, mis preferidos! Vaaale, ya voy -. Dijo inmediatamente en cuanto vio la mirada inquisitiva de Brad.

En cuanto llegaron a la periferia de la ciudad, el bullicio se dispersó. Pasaron por la muralla de la ciudad y se alejaron hacía el sur más de una hora a pie, atravesando los campos de agricultura y ganadería que se extendían entre enormes rocas de filo puntiagudo que cubrían todo el terreno.

- ¿Por qué hay tantas tocas así? -. Preguntó uno de los guardias a su compañero al lado.

- ¿Es nuevo en la capital, soldado? -. El capitán Brad se había enterado de la pregunta y se dirigió al guardia.

- S... ¡Sí, señor! -. Respondió él, intimidado.

- Cuentan que el primer rey de Ciudad Pétrea hizo surgir estas rocas del subsuelo y con un poderoso encantamiento les dio vida para que protegiesen la ciudad del avance de los gigantes en la guerra que disputó la humanidad siglos atrás.

- Esa es la leyenda más grande que se tiene de estas rocas en la capital, soldado -. Continuó Louis -. Otros más escépticos con el poder del primer rey, dicen que es tan solo casualidad geológica y que por eso se llamó a la ciudad "Pétrea".

- Demasiada casualidad de ser así -. Puntualizó el teniente Fayid -. Todas ellas apuntan al lado contrario de donde está la ciudad, como estacas gigantes.

- En cualquier caso, ya no son más que un mero adorno. Ah, allí están nuestros "invitados" -. El capitán Brad se detuvo y así lo hicieron también los demás.

Por el horizonte aparecía un grupo de jinetes de caballos que escoltaban un par de carruajes en el centro. Todos ellos portaban estandartes con el blasón de los Vonstein: Un reloj de arena dorado sobre un campo de rocas negras. Al llegar donde se encontraban Brad y los demás, se detuvieron y del primero de los dos carruajes bajó un hombre bastante entrado en años, que vestía un esmoquin azulado con finas rallas blancas, portando gafas de sol y un grueso puro junto a su pelo corto grisáceo por la presencia de las primeras canas.

- Vaya, vaya, no esperaba que la guardia nos fuese a acompañar desde tan lejos de la capital... Y más cuando no recuerdo haber dicho cuándo iba a ser mi hora de llegada hoy.

- ¡Lord Jeras Vonstein. qué gran honor! -. Gritó Louis Tyronne con una falsa elocuencia -. No esperábamos que usted mismo se presentase en persona en la reunión con su majestad, la reina.

- No quisiera perderme la oportunidad de hablar con la reina Karzkart en pers...


- Basta de falsas formalidades -. Atajó Brad, dando un paso hacía delante y desenvainando su estoque plateado -. Acabemos con esto.

- Así que así son las cosas ¿Eh? -. Jeras Vonstein no estaba sorprendido por aquella reacción aunque los guardias de Aleindra ya estaban prevenidos de las posibles acciones de los, ahora, rebeldes -.¡Exactamente, muchacho, acabemos con esto! ¡Guardias! -. Los jinetes se pusieron en formación, listos para cargar. También hicieron lo mismo los soldados de Aleindra, preparados para recibir la carga de los jinetes con sus escudos y lanzas en formación estacionaria -. Hagamos que esas caras de impasibilidad se asusten un poco -. Terminó diciendo Jeras con una sádica sonrisa.

Antes de que los jinetes cargasen había surgido entre ellos una espesa bruma plateada que tomó forma rápidamente enfrente de sus tropas, hasta solidificarse con la silueta de unos extraños seres plateados que conformaron a cientos la nueva vanguardia de los Vonstein.

- Son demasiados -. Fue lo que más se escuchó decir entre los soldados de Aleindra mientras observaban como aquellos seres brumosos y plateados cargaban hacía ellos. El temor se había esparcido por las tropas, que no llegaban ni a cien mientras que su enemigo les quintuplicaba en número.

- Así que de esa forma planeaban generar el golpe de estado, sacando esos seres en el interior del castillo -. Analizó Louis con preocupación -. Qué jodido jaja.

- Atrás -. Dijo el teniente Fayid, tanto a sus compañeros tenientes y capitanes como a los propios soldados que habían formado enfrente. Su armadura parecía brillar de un azul pálido más intenso de lo normal y en sus manos se había formado un largo cetro con aristas torcidas en torno a una gema puntiaguda y azulada. El teniente agitó el cetro, realizando un movimiento en forma de arco frente a él y acto seguido un manto cristalino cubrió el suelo por donde estaban pasando esos cientos de seres plateados. De aquella capa surgieron incontables estacas heladas que atravesaron uno a uno a todos los enemigos de la guardia de Aleindra, reduciendo el número a una cuarta parte en tan solo un par de segundos.

- ¿¡Qué cojoooones!? -. Gritó incrédulo Jeras Vonstein.

- ¡Wooooooow! ¡No sabía que podías hacer eso, teniente Fayid! -. Elogió Louis con los ojos brillantes de la emoción.

- No ha sido suficiente -. Dijeron al unísono tanto Brad como el propio teniente, este último lamentándose de que su poder no acabase con todos al instante.

Entre las estacas seguían a la carga aquellos seres que sin inmutarse por la muerte de sus compañeros de combate, habían seguido la carga hasta la guardia de Aleindra, chocando contra su vanguardia. Los soldados lucharon con firmeza, con su moral restablecida tras la reducción de efectivos enemigos, pero igualmente eran superados por la fuerza sobrenatural de los seres plateados. Parecía que la formación iba a quebrarse e iban a perder el control de la situación cuando entraron a escena Louis y Dagasombría, protegiendo junto al teniente Fayid al grueso de sus hombres.

- ¿¡Y qué haréis ahora contra esto!? -. Se escuchó gritar a Jeras Vonstein al otro lado del campo de púas heladas, desesperado.

A la esperada carga de los jinetes, que se unieron al combate, se les había sumado unas enormes fieras que rompieron del todo la formación de los soldados de Aleindra. Eran depredadores como tigres, panteras y jaguares, pero mucho más grandes y con anatomía humanoide, pudiendo así sostenerse de pie, portar armaduras y blandir armas. Aunque muchos de ellos preferían destrozar los cuerpos de los soldados con sus propias y afiladas garras.

- ¡Capitán Louis! -. Gritaron desesperados varios soldados en cuanto vieron a su capitán salir volando por los aires, al mismo tiempo que dejaba un reguero de sangre de la profunda herida que le acababan de ocasionar.

Una de esas fieras, la más grande de todas, había pillado desprevenido a Louis y le acababa de destrozar el torso con un ataque vertical ascendente de su garra, mandándolo al mismo tiempo a volar una decena de metros por encima del suelo. Debía medir más de tres metros y su fisonomía se le asemejaba mucho a un león, con una larga melena rojiza rodeando su cabeza.

- ¡Argh! -. Louis tosió una gran flema de sangre mientras se retorcía débilmente en el suelo, al lado de la retaguardia de sus hombres, que era justamente donde había aterrizado.

Las fuerzas de Aleindra estaban en desventaja. Con los seres plateados y las fieras atacando al frente y los jinetes destrozando los flancos, estaban completamente rodeados y cediendo terreno. Las fuerzas de los Vonstein tenían tanta ventaja que una veintena de los jinetes iban a asegurarse de rematar a Louis y se acercaban a la zona donde se encontraba él a toda marcha.

- Qué lamentable que tengas que hacer siempre el mismo numerito... -. Comentó avergonzado Brad.

- Déjame ¿Vale? -. Respondió Louis, limpiándose la sangre de la boca al mismo tiempo que se levantaba, sin ninguna herida en su cuerpo. Los guardias de Aleindra que habían ido a socorrerle y protegerle de los jinetes no daban crédito a lo que veían, pues ya ni siquiera sangraba por la boca. En su lugar, la veintena de jinetes se habían caído de las sillas de sus caballos y estaban en el suelo, desangrándose por una herida que tenían el abdomen, idéntica a la que tenía el capitán Louis hace unos instantes.


- ¿Có... ¡Cómo es posible!? -. Jeras estaba sin palabras ante lo que acababa de ver. Uno tras uno, los altos cargos de la guardia de Aleindra Karzkart mostraban poderes increíbles. Afortunadamente para él, el frente de batalla seguía a su favor, con sus fieras continuando con el destrozo.

- ¿"Cómo es posible" dices? -. Escuchó Jeras a Brad, que había caminado hasta ponerse en vanguardia -. Somos las armas de su majestad, Aleindra Karzkart ¿De verdad esperabas menos?

- ¡Acabad con él antes de que haga algo! -. Ordenó Jeras.

- Demasiado tarde -. La mirada más fría de Brad estaba clavada directamente en Jeras Vonstein, ignorando todas las garras y fauces de las fieras que se le echaban encima en ese instante -. Ya está hecho.

De pronto, todos los animales se detuvieron de lleno. Pasmados, llevaron sus garras hasta enfrente de sus ojos y las miraron confusos al mismo tiempo que sus rostros se iban tornando, poco a poco, en un gesto de terror indescriptible.

- ¿Qué... qué es esto? -. Preguntó uno de los animales, con una voz que no le pegaba para nada, como si fuese una persona normal.

- ¿¡Qué hago aquí!?

- ¿¡Por... Por qué!?

- ¡Qué alguien me ayude! ¡Por favor!

Una a una, todas las fieras se sumieron en la desesperación: muchas de ellas cayeron al suelo torpemente, como si se les hubiese olvidado andar; otras temblaban como si se estuviesen muriendo de frío; y unas cuantas habían salido huyendo con zancadas torpes.

- Espera... espera... ¿Por qué están hablando? -. Ni siquiera el propio Jeras podía encontrar una explicación. Las fieras bípedas eran una de sus armas secretas, él mismo había supervisado toda su adiestración y de lo que estaba seguro era de que aquellas criaturas no hablaban. No poseían ningún tipo de lenguaje como lo que estaba presenciando ahora -. También estaban protegidas contra ilusiones o hechizos mentales... ¿¡¡Qué está pasando!!?

- Je, siempre es flipante ver el poder del capitán Brad desde tan cerca -. Admiró Louis.

- Deberías saber, Jeras Vonstein, que por mucho que hayas entrenado a estas criaturas, no sirven de nada si tan solo se han convertido en juguetes inútiles -. Aleccionó Brad, que ejecutó un movimiento horizontal con su estoque y todas las fieras que habían a su alrededor fueron cortadas con profundos tajos, cayendo instantáneamente muertas -. Pero no te preocupes, yo sabré sacar mayor partido de ellas -. Dijo cuando estuvo enfrente del más grande de todos, de aquel león que ahora estaba indefenso y que decidió dejar vivo para los intereses de la reina Aleindra.

Con el combate terminado desde ese momento, los soldados de Aleindra se centraron en capturar a los jinetes vivos, disipar a los seres plateados restantes y apresar con grilletes a Jeras Vonstein. Una vez la situación estuvo bajo control, Brad y los demás se situaron enfrente del noble que pretendía arrebatarle el trono a su reina.

- Supongo que me toca pasar una larga temporada como valioso prisionero para vuestra reina...

- Preguntaste antes que cómo era posible... -. Le recordó Brad, sin prestar atención en lo que decía Jeras - Te daré ahora otra respuesta: Muchos creen que la pureza y la perfección reside en la bondad absoluta pero se equivocan, yo se dónde se encuentra la perfección. Somos la luz que adorna con sonrisas las caras de los aldeanos de Ciudad Pétrea y de toda Bargskan... Y al mismo tiempo, somos la oscuridad capaces de asesinar a sangre fría a tus hombres y a ti por tal de preservar el bienestar de los demás.

- ¿Qu... -. Fue a preguntar Jeras, pero fue apuñalado por el estoque de Brad en el corazón.

- El verdadero equilibrio reside en las sombras, no en los extremos, Jeras Vonstein -. Sentenció él.

- Vuestra... reina.... ya está... muerta... -. Dijo en sus últimos instantes antes de fallecer.

- Sí, claro, muertísima oiga usted -. Se burló Louis. Sin embargo, Brad se giró para mirar a la ciudad, asustado.

- La reina está desprotegida...


Pero cuando Brad y los demás llegaron a toda prisa hasta el castillo de Ciudad Pétrea, se encontraron con un escenario que cualquier otro describiría como una pesadilla, pero para la guardia real era poseía para sus ojos. En uno de los tantos vestíbulos de las plantas superiores del castillo, las paredes estaban salpicadas de sangre, el suelo lleno de cuerpos descuartizados entre más charcos de sangre y en el centro, Aleindra Karzkart, sin siquiera una mancha en su cuerpo o indumentaria; Frente a ella tenía a uno de los hombres que intentó acabar con su vida, con el emblema de los Vonstein en el pecho de su armadura de cuero negro. Su cuerpo flotaba casi dos metros por encima del suelo, siendo sostenido por unas rocas que le mantenían, al mismo tiempo, apresado. 

- Incluso con nuestros campos antimagia... -. Aquel tipo seguía consciente, aunque con la voz débil, casi grogui -, ¿Cómo has pod...

- ¿Magia? Respóndeme a una pregunta, intruso ¿Acaso el río que arrastra el agua es mágico? ¿O el viento que mece los árboles? No... Se trata del cauce natural del mundo.

- Alteza... -. Los capitanes y tenientes estaban sin habla, para ellos aquella era la primera vez que veían a su reina efectuar algún tipo de poder. Brad estaba totalmente encandilado.

- ¿Habéis acabado con todos? -. Preguntó ella sin desviar su mirada de aquel que tenía preso.

- Por... ¡Por supuesto, alteza! -. Pronunciaron al mismo tiempo, recobrando la compostura.

- Bien... -. Con un leve gesto de sus manos, Aleindra provocó en aquel hombre que sus ojos, boca y demás orificios emitiesen una brillante luz hasta que todo su cuerpo estalló en pedazos que desaparecieron evaporándose en el aire -. Preparaos, mis hombres. Con este matrimonio quedará formada la última carta de nuestra baraja contra los Protectores.

- Será un placer, mi reina -. Susurró Brad, con una emoción indescriptible en su interior.

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