5 may 2017

La enésima y definitiva oportunidad, parte 2


El castillo de Rostov, capital de Gran Hiullal.


Un hermoso edificio de más de quinientos años de antigüedad, erigido sobre un rocoso monte en el centro de la ciudad y formado por dos grandes torreones a los lados de una estructura central ovalada donde se halla el salón del trono. Trono que se alza al fondo de una habitación rectangular muy amplia, normalmente vacía pero casi siempre usada para celebrar grandes banquetes en mesas alargadas, disfrutando del calor de las hogueras en contraste con las nevadas que se podían visualizar a través de los amplios ventanales. Pero la familia noble que rigió en su mayoría sobre las tierras heladas de Hiullal, la casa Armstrong, no solo se limitaba a invitar a señores de alto renombre para formar parte de sus cenas, sino que en ocasiones también abrían sus puertas a la población de la ciudad y viajeros de otros lugares, de manera que estrecharon lazos con todo tipo de escalones sociales.

Sin embargo, la por entonces generosidad y luminiscencia de su castillo fue sustituido por un entorno más sombrío y frío. Los Armstrong fueron despojados del trono y en su lugar se sentó un joven que no provenía de ninguna casa noble ni disponía de ningún ejército propio. Tan solo aprovechó la oportunidad de unos exiliados para convertirlos en rebeldes y usarlos como carne de cañón para poder asestar un gran golpe con su propio poder, el poder de Hextor, a la capital. Ahora, aquellos salones oscuros, despojados de los recuerdos de la casa Armstrong tras la quema de libros, cuadros y demás pertenencias menores, era un lugar que compaginaba muy bien con el subterráneo de la fortificación. Porque los Armstrong trataron de mostrar una faceta de cara al publico que difería parcialmente de lo que pretendían ocultar; Las plantas del subterráneo, dedicadas a mazmorras, salas de tortura y cámaras de practica de poderosos rituales, cubrían el largo y ancho del monte sobre el que estaba el castillo. Eran generosos con aquellos quienes le servían pero también eran totalmente despiadados con los que fuesen lo suficientemente idiotas como para tratar de confabular en contra de su gobierno, apresándolos y torturándolos sin miramientos con el fin de conseguir información; y así disipar toda posibilidad de que alguien pudiese poner en peligro la estabilidad del reino.

Irónicamente, su obsesión no fue suficiente para evitar que Kpim fuese ahora el actual gobernante.

El paladín de Hextor caminaba por las mazmorras del castillo de Rostov en plena noche de otoño. Algunos de sus pasillos estaban tan al borde del monte que estaban provistos de ventanas con gruesas rejas por las que pasaba, en ese momento, la tenue luz de la luna. Tenía aún un montón de preguntas y también cierta incertidumbre sobre cuál sería su siguiente paso; Al menos, algunas de ellas serían resueltas en cuanto llegase a su destino tras recorrer los calabozos.

- ¡Señor! -. Escuchó del fondo del pasillo, detrás suya. Aquello puntualizó un poco más el mal humor que tenía presente, pues no quería interrupciones -. ¡Mi señor! ¡Noticias de la guerra!

De pronto, su atención se centró de inmediato en el soldado que llevaba las nuevas noticias hasta él. Habían pasado apenas una semana desde que estuvieron en Tydoras y llevaron a cabo de manera involuntaria la resurrección de un Hijo de Hextor original, Albert Lerker. Kpim se detuvo, se giró y esperó hasta que el guardia, vestido con ropas clericales propias del dios de la tiranía, llegase.

- Informe, soldado -. Se limitó a decir.

- Mi señor... -. El soldado jadeaba, había recorrido con gran prisa todo el castillo buscando a Kpim -. Los Protectores han ganado, se han adueñado de Tydoras. Solo es... Solo es cuestión de tiempo que hagan lo mismo con todo el reino de Taneir... Y también con Aldmet. Los miembros de Evolution se han dispersado y huido, pero el núcleo principal... Akshael, Raenia, Alanne Barlis, Raeric... Han muerto presas de un fénix negro gigante.

Kpim ni siquiera fue a preguntar de qué se trataba exactamente lo de ese fénix. Su mente se había detenido en el momento en el que escuchó la palabra "muerto". Aquellos nombres pertenecían a personas que habían formado parte de su vida, para bien o para mal. Ahora su existencia había desaparecido, ya no quedaba nada de ellos, ni siquiera del reino que intentaron proteger, presa ahora de los Protectores. En su interior resonaba la palabra "cobarde" que le gritó a Akshael después de que este huyera. Allí fue la última vez que vio a alguien de Evolution y probablemente, tras esa noticia, sería la definitiva.

Así que todos muertos... 

- ¿Señor? -. Preguntó el soldado, algo asustado contemplando la mirada perdida de su señor. Tras esa pregunta, Kpim reaccionó y lo hizo esbozando una ancha sonrisa.

Bien, un problema menos. Aquella guerra fue la decadencia de Evolution.

- Excelente, soldado, buen trabajo -. De nuevo retomó su camino por aquellos pasadizos subterráneos.

Seguía buscando una respuesta a una pregunta muy enigmática para él, pero pronto sería respondida de inmediato. Llegó hasta el final de su recorrido, plantado frente a una puerta ancha de hierro que tenía sobre ella dos tiras de pergaminos que se cruzaban entre sí, con extrañas runas inscritas en ellos. Kpim colocó la mano en el punto donde se cruzaban y los pergaminos se evaporaron. Tras eso, abrió la puerta e iluminó con llamas violetas las antorchas apagadas que había en la pequeña sala del interior. Además de las antorchas, había algo más que "adornaba" aquel lugar: un joven de pelo verde que estaba apresado por un par de grilletes anclados en la pared. Mostraba un aspecto horrible, lleno de suciedad y de heridas cortantes y contundentes que no habían sanado del todo.

- Iré directo al grano -. Comenzó diciendo Kpim, aunque aquel tipo estaba cabizbajo y no presentaba síntomas de que estuviese consciente -. Tú eliges, decírmelo por las buenas o hacer que tenga que descubrirlo por las malas... Pero al final, vas a contarme qué es el Vitalis, ex-Protector Bartolomeo.

- Ugh... -. Reaccionó Bartolomeo con un sonido de asco y desprecio -. ¿Sabes? Nunca me ha gustado poner las cosas fáciles a gente como tú... -. A pesar de que hablaba con fluidez, lo hacía con un tono débil y ronco.

- Muy bien... -. A Kpim no pareció importarle aquella provocación, no tenía tiempo que perder.

Estaba totalmente centrado en descubrir todas las propiedades de aquel extraño recurso que mencionaron rivales a los que se había enfrentado en el pasado, que al mismo tiempo disponían de una extraña pero poderosa magia con la que había sido sorprendido en varias ocasiones. Hasta miembros de Evolution habían pronunciado aquella palabra, pero ahora se acabaría aquel misterio. Se acercó hasta Bartolomeo, colocó una mano sobre su cabeza y cerró los ojos. Kpim sintió como si sus pies se despegasen del suelo y se encontrase flotando en mitad de la más fría oscuridad. De pronto, aparecieron formas que ondulaban como si se encontrase en el fondo del océano pero cada vez iban estabilizándose más hasta formar estructuras, paisajes, colores... También aparecían personas y entre ellas, estaba el sujeto de la mente que estaba explorando, un Bartolomeo algo más joven.

Sin embargo aquel no era el recuerdo que estaba buscando así que fue al siguiente, pero aquel tampoco le servía para descubrir lo que quería y entonces se dio cuenta: buscar algo en concreto entre una marea de recuerdos y pensamientos era como buscar una aguja en un pajar, navegando sin un rumbo fijo de uno a otro. Lo peor de todo es que el cuerpo de Kpim parecía sufrir consecuencias con el paso de los minutos; llevar a cabo una conjuración donde su conciencia se internaba en una mente ajena le estaba debilitando gradualmente, hasta el punto de que sentía como el cuerpo de su proyección allí dentro se entumecía.

No supo cuánto tiempo había pasado, pero Kpim estaba de vuelta a la habitación del calabozo. Jadeando, se llevó la mano a la cabeza, sentía que estaba a punto de explotarle del dolor agudo. Sin embargo, volvió a recobrar la compostura y observó a Bartolomeo, que ahora sí que había quedado totalmente inconsciente.

- Así que de eso se trata... -. Terminó diciendo.

Había descubierto lo esencial sobre el Vitalis: La sangre de los Trenler, los experimentos fallidos, los sujetos repartidos por el mundo...  Todo.

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¿Cuándo fue la última vez que pudo caminar por una ciudad tranquilamente? Ni se acordaba, aunque la respuesta seguramente sería la de su antigua aldea, Bahaus. Un atardecer otoñal en una localización norteña, con vientos fuertes azotando las casas y recorriendo las calles de aquella ciudad llamada Rostov. Los aldeanos iban y venían, la mayoría empezando a refugiarse en sus casas debido a que se acercaba una noche de posible ventisca y tormenta.

- ¡Niños, a casa! -. Gritaba una madre asomada por la ventana de la segunda planta de una casa, hacía una pequeña plaza en la que habían unos chavales jugando con la nieve que ya lograba cuajar en los meses que estaban.

- ¡Pero mamá... -. Fue a replicarle.

- ¡Pero nada, vamos, que para esta noche da ventisca! ¿Dónde está vuestro padre?

- Ha ido a la taberna...

- ¡Voy a tener que traerlo de vuelta a rastras! -. Resopló la mujer -. ¡Vengad, entr...

Pero la mujer calló, pues ella fue consciente de lo que había pasado a su reino en los últimos meses. Era consciente de que su antiguo rey cayó ante un grupo que representaban a un dios de la oscuridad. Pues ella no sabía lo suficiente de religión pero de lo que estaba segura era de que los nuevos líderes de Gran Hiullal vestía de la misma forma que el tipo que estaba pasando en ese momento enfrente de la pequeña plaza con los niños. La mujer palideció, bajó a por sus hijos como un relámpago y los metió en casa sin pronunciar palabra alguna.

Albert Lerker por fin se quitó los harapos con los que había regresado al plano material y ahora vestía una túnica propia de Hextor, con sus colores típicos tales como el negro y el rojo. No tenía más remedio, pues era lo único que había disponible en el templo de Hextor situado en la península del reino. Se suponía que Kpim le llevaría hasta aquella ciudad, pero finalmente solo le dio las indicaciones para llegar y se fue sin previo aviso. Con la información que tenía podría haberse teletransportado hasta el castillo de manera directa, pero prefirió volver a evocar la sensación de caminar entre personas normales y corrientes que estaban viviendo sus vidas prácticamente en tranquilidad. Para él, que ya se había acostumbrado a los gritos de desolación, al fuego y al sonido del acero... Volver a sentir aquel ambiente era reconfortante.

Pero también, aquellas miradas como la de la mujer que recogía a sus hijos le producían cierta incomodidad. Una mirada de prejuicio que le hizo recordar a los elfos helados, los mercenarios y la magia... A su pasado. Así que se detuvo frente a la casa, se quedó mirándola con furia con los ojos entrecerrados y con una extraña oleada de calor que empezaba a invadir el interior de su cuerpo; parecía casi como lo que sintió en el templo de Hextor, estaba completamente ido. Alzó la mano y apuntó con ella al edificio al mismo tiempo que empezaba a esbozar lentamente una sonrisa sádica en su rostro. No tendría que hacer ningún movimiento más, ni siquiera formular palabra alguna... Pensarlo era suficiente; Con tan solo imaginarlo se haría real. El fuego, los gritos... Gente como esa sí que merecían vivir aquel tipo de atmósfera, eso era lo único presente en el pensamiento de Lerker en ese momento.

Pero como si hubiese despertado de una extraña pesadilla, parpadeó varias veces hasta volver en sí. O mejor dicho, algo le hizo hacerlo. Había sentido un extraño golpe en sus piernas seguido del sonido de la nieve cuando cayó algo sobre ella. Se giró y vio a una niña que no llegaría ni a la decena de años dolerse tras haberse tropezado con Lerker y haberse caído a la nieve. Albert observó como la niña estaba abrigada con ropa que le quedaba bastante grande, como la chaqueta que le llegaba hasta las rodillas o la gorra de lana que se le caía constantemente, tapándole parte de su cara.

- ¡Perdone, señor! -. Se levantó e hizo una inclinación como gesto de disculpa, provocando que se le cayese la gorra, que recogió rápidamente y se la volvió a colocar lo mejor que pudo para que la diferencia de tamaño no fuese un problema.

Albert seguía observando atónito a la niña y esta, al ver que el hombre contra el que había chocado no generaba reacción alguna, alzó su mirada para mirarle directamente a los ojos. Este se encontró con unos ojos castaños que contrastaban con la ropa oscura o en el entorno grisáceo de la nieve pisada de la calle, aquello le hizo despertar nuevamente. Se dio cuenta de que aún seguía con la mano apuntando a la casa, gesto que deshizo de inmediato.

- No, no ganarás... -. Susurró para si mismo mirando su mano, como si no recordase haber hecho ese movimiento. Tras eso cerró el puño.

- ¿Señor? -. Preguntó la niña al no entender nada de lo que dijo aquel hombre. Como vio que seguía sin hacerle mucho caso, prefirió pasar de largo y seguir corriendo hasta su casa, esperando tener mejor suerte con que esta vez la gorra no le obstaculizase la visión de nuevo y así no volviese a chocar.

- ¡No, espera! -. Reaccionó por fin Albert. La niña se detuvo y se dio media vuelta -. Lo siento, debí haber mirado por donde caminaba.

- ¿Eh? -. Soltó ella sin entender -. ¡Oh! No, no, no... La culpa es mía, señor. Uso la ropa de abrigo de mi hermano mayor porque no tengo una propia y por culpa de eso no pude ver por donde iba corriendo... Lo siento de nuevo.

- ¿Ropa de tu hermano mayor? -. Lerker de nuevo volvió a mirar de arriba a abajo a la niña -. Ya veo... ¿Cómo te llamas?

- Eyra... Eyra Astrid.

Esa mirada, me recuerda a... Gracias, Eyra. Has evitado que estuviese a punto de perder

- Eyra ¿Tu familia no tiene mucho dinero, verdad?

- S... Sí -. Admitió con tristeza Eyra, llevando su mirada hasta el suelo.

- Y si puedes pedir un deseo en este preciso instante ¿Cuál sería?

- ¿Eh? -. Extrañada por aquella pregunta, alzó el rostro y volvió a mirarle -. Mmmm, pues... Tener suficiente dinero para que mi familia y yo podamos vivir bien, y también curar la pierna de mi padre ¡Y viajar, lejos!

Albert no dijo nada más, cerró los ojos y se concentró unos instantes. Hacía tiempo que no llevaba a cabo uno de los conjuros más poderosos que disponía en su arsenal, pero a pesar de todo sentía que estaba en deuda, de manera que recompensaría a aquella niña y a su familia.

- Bien... -. Dijo cuando ya finalizó, abriendo de nuevo los ojos -. El viento cada vez sopla más fuerte, ve a casa a resguardarte, Eyra.

- Eh... -. Balbuceó ella -. Sí, lo mejor será que me vaya ¡Hasta otra!

La niña se terminó yendo sin entender muy bien lo que estaba ocurriendo, pero Albert sabía muy bien que en cuanto llegara a su casa se encontraría con su vida totalmente cambiada y con tanto oro para su ella y su familia que no solo podrían vivir cómodamente sino cambiar por completo su estilo de vida y la de las generaciones venideras. Por supuesto, con la pierna de su padre también sanada. Antes de retomar el camino hacía el castillo de Rostov, volvió a mirar la casa que estuvo a punto de destruir, satisfecho por no haber sucumbido al final.


La caminata no era demasiado larga pero igualmente se la tomó con tanta calma, disfrutando del paseo, que para cuando llegó a lo alto del monte del castillo el sol ya se estaba poniendo, el viento resoplaba con fuerza y empezaban a aparecer cada vez más nubes en el cielo, que presagiaban la llegada de una fuerte tormenta. Atravesó la entrada amurallada que carecía de vigilancia, pero cuando se acercó a la entrada principal del castillo, escuchó a alguien a su espalda.

- He visto lo que has hecho con esa niña. qué perdida de tiempo... -. La voz le resultaba bastante familiar, fue la primera voz que escuchó cuando volvió a tener cuerpo después de miles de años. Lerker se giró hacia Andriel Salastra y la miró con tanta frialdad como lo hizo la primera vez, cuando ella estaba adorándole como si fuese la personificación de Hextor.

- ¿Celosa? -. Preguntó Lerker esbozando una sarcástica sonrisa que puso de los nervios a Andriel.

- Tan solo decepcionada, como todos lo estamos -. Respondió con rotundidad -. Además, no merece la pena perder el tiempo con la escoria llana.

- Entiendo... -. Lerker volvió a retomar la marcha, atravesó la puerta del castillo y ya se encontraba atravesando el vestíbulo, camino al salón del trono. Andriel le seguía de cerca.

- Y aquella casa que estuviste a punto de destruir... -. Reanudó la elfa la conversación y tras tocar el tema de la casa de aquella mujer con la que estuvo a punto de perder el control, Lerker se detuvo -. No voy a mentir diciendo que no hubieses creado problemas pero al menos hubiese sido más divertido que lo que hiciste por esa niña... ¿Cómo era que se llamaba... -. Fue a preguntar pero ella también se paró, intimidada por la mirada que Lerker. Parecía como si sus ojos rojos brillasen más que antes.

- Dime una cosa... Si has dicho que no tengo que perder el tiempo con la escoria llana ¿Por qué tengo que seguir escuchándote?

Andriel no respondió, mejor dicho, no tuvo fuerzas en su cuerpo para responder. Sintió como si su existencia fuese una nimiedad comparada con la invisible aura de poder que había generado la mirada de Lerker. Se suponía que tenía ordenes de Kpim de acompañar a Albert Lerker hasta la sala del trono, pero no pudo moverse y escuchó como este se alejaba caminando lentamente.


- Teníamos una conversación pendiente ¿Cierto? -. Dijo Lerker cuando apenas un par de minutos después llegó a la espaciosa sala del trono del castillo. Al fondo de esta se encontraba un trono tallado de lapislazuli que se asemejaba a un hielo de color oscuro. En él, se encontraba sentado Kpim y a su lado varios de sus fieles hombres, como el sacerdote Reckael o el liche Malthius.

- No tenemos el tiempo a nuestro favor -. Comentó Kpim con tono áspero. Tanto el paladín como sus hombres seguían mirando a Lerker con bastante desconfianza, pero eso no pareció importarle a él en absoluto -. Di lo que tengas que decir.

- Bien, iré directo al grano -. Lerker sabía que lo dijese como lo dijese, su idea no sentaría bien, así que consideró que lo mejor era soltarlo directamente -. Abandonad la ideología de Hextor.

Como si acabasen de recibir un duro golpe, todos se quedaron en silencio y completamente atónitos, aún procesando lo que acababan de oír. Desconfiaban de Albert Lerker pero lo último que se podrían imaginar era que un Hijo de Hextor original soltase tal comentario, incluso aunque lo hubiese hecho como parte de una broma.

- ¿Qué acabas de decir? -. Preguntó Kpim lentamente, haciendo un esfuerzo por mantener la calma.

- Lo que acabas de oír. Los dioses no son más que una excusa de las personas para intentar darle un significado más profundo a su vida. Todos buscan lo mismo, tener adoradores y fieles a su causa, pero Hextor es de esos que van un paso más allá. Solo busca tener herramientas a su cargo, que hagan su voluntad sin que tengan decisión propia...

- Sacrilegio... Sacrilegio... -. Soltó Reckael con mirada desorbitada mientras temblaba.

- Siento que tengáis que descubrirlo de esta forma, pero mejor así que como tuve que descubrirlo yo -. Albert Lerker aún albergaba esperanzas en que recapacitasen y no cayesen en una trampa parecida que la que le tendieron a él.

- Al contrario -. Se notaba en la voz de Kpim que imperaba el malestar, casi como si le hubiesen insultado en la cara, pero aún así intentaba dialogar -. Hextor le dio significado a mi vida. Antes de esto, tan solo era un don...

- Un don nadie que no destacaba -. Terminó la frase Lerker -. Ya, suele ser su punto de partida para adoctrinar nuevos miembros. Generalmente aquellos que han sufrido en su juventud y buscan cosas como venganza o afán de superación.

- ¿Cómo es posible... -. Seguía diciendo Reckael a voces sin que Kpim le detuviese pues este mismo estaba a punto de estallar también -. ¿Cómo es posible que un Hijo de Hextor esté diciendo esto?

- Este "Hijo de Hextor" -. Dijo haciendo el gesto de las comillas con las manos -. Fue tan lejos que logró ver más allá de las mentiras del propio Hextor... Incluso perdí mi identidad, me convertí en un monstruo... ¿Recuerdas algo parecido, Kpim? Cuando luchaste contra el paladín Christian ya me llevabas en tu cuello. Por entonces empezaste a considerarte alguien que no tenía nombre, simplemente una espada en nombre de Hextor ¿Te acuerdas de quien fue el que te recordó que tú seguías siendo Kpim?

- Por aquel entonces pensé que me estaba hablando él... -. Kpim apretó los puños, frustrado.

- La voz de tu "salvador" -. Volvió a repetir el mismo gesto con las manos -. No era otra que la mía. Mi voluntad, reducida al mínimo exponente después de siglos encerrado en un colgante, aún recordaba el rencor que le debía hacía esta ideología.

- Pero su voluntad es más fuerte... ¡Más fuerte que la tuya! -. Siguió soltando Reckael dentro de su pánico.

- ¿Ah, sí? ¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha dicho? -. Preguntó Lerker al sacerdote de Hextor, el cual se quedó mirándole sin respuesta -. ¿Te lo ha dicho a ti, Kpim? ¿Te ha dicho algo? A pesar de que en general todos sean iguales, al menos otros dioses se comunican con sus fieles más devotos mediante señales en el entorno, sueños, visiones... ¿Hextor se ha comunicado con vosotros? ¿Os ha dicho algo alguna vez? ¿Una señal al menos? -. Alzó las manos y encogió los hombros, esperando una respuesta afirmativa que sabía que no iba a llegar. Malthius permanecía inmóvil, como si fuese una estatua, Reckael no paraba de retorcerse como si hubiese llegado al extremo de que cada palabra que mencionaba Lerker le estuviese haciendo daño. En cambio, Kpim ya no le miraba con rabia sino que sus ojos se habían clavado en su espada, la Noche Eterna -. Se que os sentís decepcionados conmigo tras lo que pasó en Tydoras, no era lo que esperabais. Se que ahora estaréis aún más decepcionados después de escuchar todo lo que os he dicho, pero podéis enfocar vuestros objetivos, sean cuales sean, como parte de lo que vosotros mismos podáis conseguir y no como parte de la cruzada de una entidad que ni siquiera se preocupa lo más mínimo por vosotros.

Dicho aquello la sala se inundó en el silencio, solo roto por las murmuraciones de Reckael, que se quedó hablando en susurros hacía su dios Hextor, totalmente convencido de que aquella conversación era una prueba que se le había impuesto para demostrar su fe. Lerker no le hizo caso, tan solo seguía mirando a Kpim. De alguna forma, sentía que le debía una y eso era lo mejor que podía hacer en ese momento por él.

- Entonces... Todo fue una perdida de tiempo -. Acabó diciendo finalmente Kpim. Reckael le miró aterrorizado, como si no se pudiese creer que su señor acabara de pronunciar aquellas palabras.

- ¡Mi señor! -. Gritó como imploración.

- Silencio... -. Kpim se levantó y observó su Noche Eterna, aún enfundada -. Akshael Oinotna, que tuvo en su poder la predecesora de esta espada me dijo algo parecido cuando me encontré con él en Tydoras: me dijo que actuaba sin voluntad propia...

- Ninguno que actúe bajo la influencia de un dios tiene su voluntad totalmente libre. Al menos no es tarde para ti todavía, Kpim.

- Sí... Todo ha sido una perdida de tiempo brutal... -. Soltó en voz baja, con una mirada apagada. Pero de repente, desenfundó su Noche Eterna y apuntó con esta a Lerker -. ¡Tantos meses yendo hacia Tydoras, tantas heridas que tuve que soportar, todo un reino que tuve que conquistar, para al final nada! ¡Una perdida de tiempo lo de ese colgante! -. Acusó Kpim. Lerker, resentido, resopló y se quedó mirándole fijamente -. Ya veo... Ni el que iba a ser el futuro de los Hijos de Hextor, Akshael Oinotna... Ni el que formó parte de su pasado glorioso, Albert Lerker... ¡Ninguno de ellos ha valido realmente para cumplir sus deseos, pero yo lo haré!


De pronto se escuchó una explosión de fondo. Por un segundo, Lerker creyó que había sido obra de Kpim al liberar parte de su poder, pero se trataba de otra cosa. Reckael llevó la mirada a los ventanales y luego a la puerta principal, Malthius sí que reaccionó esta vez, de la misma forma que el resto de guardias se preguntaban qué estaba pasando. Sin embargo, Lerker y Kpim seguían mirándose uno al otro, mientras que el paladín seguía con su espada en alto. Un soldado llegó a la sala del trono por la puerta principal; lo hizo con urgencia, y jadeaba por el pánico y la carrera que había dado.

- ¡Señor, intrusos!

- Reckael, Malthius, todos... Encargaos de los intrusos -. Ordenó sin torcer su gesto con la espada ni desviar su mirada. Todos abandonaron la sala del trono, Reckael en especial con gran alivio y gozo después de la decisión previa de Kpim -. Yo me encargaré de este intruso -. Comentó para si mismo, haciendo gran énfasis en la palabra "este".

- Así que, finalmente... -. Lerker, desesperanzado, dio un par de pasos hacía atrás -. ¿Me ves como un enemigo, Kpim?

- Todo aquel que no esté de mi lado será mi enemigo. 

- ¿De tu lado o del lado de Hextor? 

- Esos dos lados son el mismo. 

- Ains... No se puede hacer nada ante alguien tan cegado. Pero a pesar de toda mi condescendencia por tratar de salvarte, Kpim, quiero que sepas una cosa -. De pronto, Lerker esbozó una sonrisa macabra, viendo que el que tenía frente a sí era alguien que irremediablemente sería su enemigo -. No existe persona que haya amenazado con su arma a Albert Lerker y haya salido impune.

A pesar de que el alma de un Hijo de Hextor no se encontraba al cien por cien de su poder después de que esta volviese a disponer de un cuerpo propio, Lerker sentía que con lo que tenía actualmente podría enfrentarse a Kpim. Fue a liberar su aura de poder pero algo le interrumpió, tanto a él como al paladín. Una explosión, esta vez mucho más cerca, derribó los muros de la entrada a la sala del trono. De entre el polvo surgieron primero los cuerpos de Reckael y Malthius, que cayeron al suelo de la sala del trono tras haber salido disparados por la explosión. El liche estaba completamente destruido, sus huesos se habían desperdigado por todos lados después de que su cuerpo cayese. Por último, entre los escombros apareció Andriel, arrastrándose con heridas muy graves, dejando un reguero de sangre a medida que intentaba avanzar, implorando la ayuda de su señor.

- Andriel... -. Fue lo único que pudo decir Kpim, totalmente en shock por haber perdido tan fácilmente a dos de sus hombres.

- Se... Señor... A... Ayu... -. Y Andriel Salastra calló para siempre, después de que una espada surgiese entre el polvo y se le clavase en su cabeza, atravesándola con tanta fuerza que la mitad de la hoja se hundió en el suelo.

- Vaya, vaya... -. Del polvo ya casi disipado en el aire surgió una última figura, que caminaba despacio. Se trataba de un hombre de pelo violeta con una bandana en su frente y que vestía una larga y elegante túnica blanca con todo tipo de detalles, bordados e incluso gemas en sus ropajes -. Qué horrible es el precio de tener que ser un caballero y cumplir un trato, mandándome a pasar tanto frío.

- Me apena bastante que no disfrutaras del banquete de mi reunión, Trenler -. Dijo con sarcasmo Lerker.

- Lo siento, no me interesan las reuniones en las que me pones al mismo nivel que al resto de invitados -. Trenler dio un par de pasos más y cogió la espada que había clavado en Andriel -. Bueno, ya que estamos supongo que debo ser lo suficientemente responsable como para no solo cumplir mi trato sino también acabar con la amenaza que ha asolado a Gran Hiullal... ¿Cuál era tu nombre, joven? -. Preguntó con tono de burla.

Kpim, que ya había sucumbido a la ira tras ver como habían caído sus hombres, sujetó la Noche Eterna con fuerzas y fue a cargar contra Trenler. Pero Lerker, que estaba frente a él, alzó la mano para detenerle.

- Si caes en provocaciones serás derrotado fácilmente -. Le aconsejó este.

Lerker sabía que Kpim ya no era su aliado pero ante el problema que había surgido para ambos, no tendrían más remedio que cooperar por la fuerza, otra cosa sería que el paladín estuviese de acuerdo con aquella idea. Quizás tendría el poder para luchar contra Kpim, pero tendría que pasar mucho tiempo para que el alma de Lerker recuperase tanto poder como para poder enfrentarse a alguien del apellido Trenler en solitario.

 - ¿Y bien? ¿Me divertirán durante el tiempo que sean capaces de presentar batalla ante mi o... -. Trenler sonrió y miró hacía el techo. Decenas de pequeños portales surgieron tanto a su izquierda como a su derecha, como ondas circulares como las que se crean en el agua tras tirarles una piedra -. Morirán tan rápido que ni sabréis qué ha pasado?

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