14 sept 2015

Nacida de la Roca

- ¿Qué es este lugar? -. Preguntó la joven aprendiz de hechicería, maravillada al observar el enorme pabellón interior al que habían entrado. Una gigantesca sala circular que tenía siete secciones diferenciadas por sus adornos de distintos colores, minerales y joyas.


- Esta sala representa parte de nuestra realidad, Jill. Antes de explicarte nada, que sepas que muy pocas personas han visto lo que tu estás viendo ahora y que menos aún saben de la existencia de lo que representan -. Explicó su mentor que no dejaba de atusar su barba -. Verás, en el pasado muchas personas adoraban a muchas deidades de distinta índole y características únicas. Estoy hablando de un pasado antiguo, perdido, lejano... Un pasado en el que no se sabe con exactitud lo que ocurrió, pero ocurrió... El mundo recibió un castigo por nuestros pecados, toda la civilización quedó borrada y por algún extraño motivo empezamos de cero la historia.

Jill se paseaba de sección en sección observando las figuras de las cristaleras, los adornos, las capillas... Todo. Se fijó entonces también en la parte central de la sala circular donde había una estatua de una mujer parecida a un ángel, con siete esferas alrededor suya. En el pedestal de la estatua habían numerosas placas con distintos nombres inscritos en ella, pero también había muchos huecos por llenar aún. Su mentor prosiguió.

- Nuestra historia empezó de cero pero no fue así con nuestras ideas y pensamientos. Gracias a ello, pudimos evolucionar rápidamente para retomar nuestra máxima evolución, pero hubo una diferencia: Los dioses ya no nos escuchaban como antes. Los sacerdotes seguían abasteciéndose de su poder divino pero su presencia se disminuía con el paso de los siglos. Desaparecían. Quisimos saber el por qué nos abandonaban, pero no podíamos, surgieron las guerras. Épocas oscuras, siglos enteros marcados por rebeliones, conflictos civiles, guerras mundiales, masacres, hambruna... El mundo parecía un infierno... Ya sabes como terminó todo aquello.

- Los Protectores del Ojo ¿Verdad? -. Comentó ella desviando la atención de las placas con los nombres para contestar a su profesor.

- Exacto. El mundo, ante el descontrol y el caos, necesitaba un juez que se encargase de mediar en los conflictos para frenar nuestra propia auto-destrucción. Y lo conseguimos, quitando el tema de las alianzas de los reinos que trataron de proteger a los Protectores y los que trataron de destruirla... El caso fue que muchos de los creyentes, muchos de nosotros por fin nos dimos cuenta de que si habían dioses que guiasen nuestro sendero, estos habían desaparecido. Empezamos a estudiar nuestro entorno, nuestro universo. Hallamos la respuesta, Jill...

- Los dioses elementales... -. Completó ella la frase fijándose por fin en los ventanales principales de cada una de las secciones.

- Este lugar es secreto, prohibido incluso por muchos... Pero la verdad no puede ser negada. Los antiguos dioses no escucharon la llamada, lo escucharon los nuevos... Los elementos... Algunos aceptados por los reinos del presente, otros sin embargo ocultos en el más profundo silencio -. Su menor señaló a cada una de las secciones mientras continuaba hablando -. Luz... Oscuridad... Agua... Aire... Electricidad... Fuego... Y por último... El sitio adonde has de llegar tú, Jill. Naciste bendecida por la roca, por la tierra, un elemento noble, del que nace gran parte de nuestra vida pero también devastador si está enfurecido, en forma de implacables seismos... Jill, este es tu sendero.

Jill se giró y observó la sección que mencionaba su mentor. Sus cristaleras eran color ocre y moradas y al fondo estaba representada una figura femenina hecha de piedra con muchas gemas violetas emergiendo de sus hombros y brazos; Tenía el pelo largo y del mismo color que dichos minerales. Por último se fijó en su pecho, donde había un colgante circular

- Por eso... ¿Estoy aquí?

- Te presento, Jill, a la señora de la tierra y la roca. La misma tierra y roca de la que fuiste imbuida... Ella es Therazane y será tu nueva guía.

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Jill despertó en plena noche. Había perdido la cuenta de todas las veces que había soñado con su pasado, con toda esa explicación y adiestración que recibió a manos del Trono de los Elementos, en la jungla del Este, más allá de Taneir.

- ¿Otra vez ese sueño? -. Preguntó su señor.

- Si, señor... No para de atormentarme como si quisiera avisarme de algo que hubiese olvidado...

- Pues más te vale que te acuerdes y descanses bien... No estamos muy lejos de Tydoras.

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