22 jul 2018

El arco de Toril continúa con caos


Se encontraba enfrente de un espejo rectangular y regulable desde su base. En él se veía reflejado su cuerpo recién vestido y con el que ultimaba los detalles para salir. Tras ajustarse bien el sombrero, recogió su vara y miró con aprensión el resto de la habitación. Llevaba pocos días allí y no se parecía para nada al cuarto donde compartía estancia en El Reposo de Taliyah, pero lo que realmente le afligía era el resto de sus pertenencias, repartidas y algo desordenadas, que quizás no volvería a ver más. De la misma forma, tampoco quería despedirse de nadie más, por eso había esperado a casi última hora de la noche para llevarlo a cabo. Sin embargo e inesperadamente, se encontró con alguien nada más salir de su habitación.

- ¡Eh, Lucía! -. Era evidente que Gabriel la vería a pesar de que intentó pasar desapercibida y caminar con cautela -. ¿Te apuntas a la partida de rol que voy a dirigir?

- ¿Eh? -. Se encogió en cuanto fue pillada, pero intentó mantener la calma y se giró hacia el chico -. ¿Partida de rol? ¿Qué es eso?

- Es un juego donde interpretas unos personajes y puedes enfrascarte en apasionantes aventuras -. Le explicó él -. He comprado el juego hoy e iba a empezar la partida ya mismo. Están esperándome Vashjirel, Raukar, Selene y Samuel para comenzar, ¿te apuntas?

- Ah... -. Realmente deseaba estar allí un poco más. No sabía cómo se jugaba a aquel juego pero seguramente se lo pasaría genial y se reiría mucho junto con sus compañeros, pero eso quizás volvería más difícil hacer lo que estaba a punto de hacer, incluso quizás se echaba hacía atrás en lo que debía hacer al sentirse tan bien durante la partida -. No, lo siento, debo... debo salir.

- ¿Salir? ¿Tan tarde? ¿Adónde vas?

- Eh... nada, tan solo... tengo una cita -. Mintió.

- Aaaah, buena suerte entonces -. Le sonrió Gabriel y se dio media vuelta para seguir hacia su habitación.

Realmente la mentira tenía algo de cierto, pues había quedado con alguien pronto, pero era obvio que no era el tipo de cita que se había imaginado Gabriel. Agradecida por habérselo quitado de encima, no por él sino porque temía que la cobardía invadiese su cuerpo y le rogase jugar a ese juego o estar con la clase como siempre había estado, siguió adelante. Esperaba no encontrarse con nadie más, ni siquiera uno de los profesores con los que su excusa se tambalearía más si este le decía que era demasiado tarde para salir. Entonces se acordó de Mythra y como ella había salido al encuentro en aquella ocasión ¿por qué no podía aparecer de nuevo? Durante un momento se imaginó, al estar saliendo por el recibidor del hotel, que de una esquina saldría ella para impedirlo y hacer que prosiguiese con su deseo, a pesar de que eso iría en contra de la voluntad de muchos otros que están por encima en su familia. Pero cuando atravesó las puertas, salió y el fresco aire le dio en la cara y meció su cabello, se dio cuenta de que no iba a aparecer esta vez ¿sería porque no había vuelto a hablar con ella de ese tema después de aquello? Era cierto que le contó sobre Raeric, pero lo hizo porque sentía que se lo debía, además de que no tenía nada que ver con ella misma ¿Quizás se había enfadado al esperar que se lo hubiese contado antes? No lo hizo por gusto, sino por miedo e inseguridad.


Tampoco estaba Ellie ni Eva, sus compañeras de habitación... no había nadie allí que saliese en su encuentro, que la cogiese del hombro y la guiase de nuevo hacia el interior del hotel. De nuevo, su deseo era ese, por eso se quedó congelada en la entrada esperando durante unos segundos a que algo así ocurriese, pero tras dejar escapar una solitaria lágrima, la cual se limpió de inmediato, suspiró y empezó a caminar por el frío cemento de aquella noche de ya casi invierno. A medida que se alejaba del hotel, sus pasos resonaban más por el suelo de la calle, indicativo de lo silenciosa que estaba la ciudad. La oscuridad que la envolvía cuando estaba entre dos farolas le despejaba la mente de aquellos recuerdos, que como si fuesen algo físico, dejaba cada vez más atrás, y con ello se adaptaba mejor a su nueva realidad que tenía por delante. Cuando caminó durante unos minutos entre las distintas calles, cruzándose con unas cuantas personas que iban y venían, seguramente de alguna fiesta, escuchó una fría voz que se dirigió a ella.

- ¿Estás lista?

Ante ella se alzaba una figura de una mujer alta, de piel pálida, caballo rubio platino y recogido, y facciones bien perfiladas y tez extremadamente impoluta.

- ¿Eso importa? -. Contestó Lucía con aparente frialdad, apretando con fuerza su bastón. Sentía que cuanto más fuerte lo agarrase, mejor reprimía las ganas de llorar -. ¿Acaso tengo elección?

- No, no la tienes. Pero créeme, es por tu bien -. Y entonces, aquella mujer estiró su brazo y tendió su mano para que Lucía se la agarrase, a pesar de que esta estaba a más de cinco metros.

La chica miró aquella mano con amargura y entonces cerró los ojos. Durante ese instante le llegó decenas... cientos de imágenes de aquellos tres meses. Entonces los abrió, ahora vidriosos por las lágrimas y miró hacia atrás. Aunque no podía verlo, miraba en dirección al hotel que estaba a cientos de metros de allí, a través de las casas a la que llegaba su visión.

- Vamos -. Apremió aquella mujer.

Le devolvió la mirada, con las lágrimas ya rebosantes y recorriendo sus dos mejillas, empezó a caminar para acercarse a ella. Estiró ella también la mano, dispuesta a cogérsela. Unos centímetros más y todo se acabaría. Unos centímetros más y su nueva vida, la que había tenido hasta ese momento, habría llegado a su fin. Hablando para sí misma, en silencio, se despidió de todos.

Y de pronto, un estruendoso estallido interrumpió aquello. No fue una explosión, a pesar de que el ruido arrastraba una onda de choque que levantó la poca suciedad que había por las calles. Lucía se encontraba aturdida en el suelo, con un pitido en los oídos que la mareaba excesivamente. Pero a pesar de todo, una voz se alzó por encima.

- ¡Llegó tu hora, reina Esmeralda!

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- Bien, entonces... ¿puedo acercarme al tabernero y decirle de mala gana que me ponga una cerveza?

- Puedes acercarte a él, pero para interpretar tu personaje lo mejor es que se lo pidas en primera persona.

- En primera persona... -. Repasó -. Vale, allá va: "Eh, tú" le digo con voz rugosa y con mala educación. "Ponme una buena jarra de cerveza ahora mismo si no quieres que te arranque la cabeza"

- El tabernero, mientras te da la espalda porque está colocando sus vasos detrás, te dice "Si quieres una cerveza me lo tendrás que pedir con un poco más de respeto" pero entonces se gira y se queda con los ojos entornados al verte.

- "¿Tienes algún problema con mi educación, humano?"

- Yo cojo y tiro del brazo a Varruk, haciéndole indicar que no conviene llamar la atención en el poblado.

- "¡Suéltame, maldita gnoma!" y entonces doy un golpe en la barra con fuerza, apremiando al tabernero con el tema de la cerveza.

- El tabenero da un enorme respingo y se va corriendo a por la jarra que justo acababa de limpiar y de colocar, dispuesto a servirte cuanto antes. Pero justo en ese momento, cuando la mitad de la taberna está asustada por vuestra presencia y la otra mitad se ha ido ante los signos de violencia que habéis demostrado en esa pelea con las cartas, entran un par de guardias del duque Karondis, que justo se os queda mirando extrañados. Y entonces dicen "Perdonad, tenemos que hacerles unas preguntas"

- Ala ¿y ahora qué hacemos?

- ¡Te lo dije, te dije que dejaras de llamar la atención!

- Oye, que es culpa también de Samuel con aquel puñetazo que empezó dando. Además, se supone que soy un semiorco, ¿qué quieres que haga?

- ¿Y si... los capturamos... y les quitamos la ropa?

- ¡Qué buena idea, Raukar!

Llevaban ya unos minutos jugando a la partida que dirigía Gabriel. Se habían reunido Vashjirel, Raukar, Selene y Samuel en torno al suelo de la habitación del propio Gabriel. Formaran un circulo y entre ellos habían unos cuantos papeles, lápices, gomas y dados. Vashjirel encarnaba una encantadora gnoma; Selene, un enorme y tosco semiorco; Samuel, un elfo que había sido criado por humanos y apenas tenía escrúpulos; y por último, Raukar, una tímida y encantadora hechicera que estafaba a los nobles y empresarios. Después de los primeros minutos donde todos se hicieron las fichas de sus personajes y Gabriel les explicó las normas, comenzaron la partida y resultó ser más divertido de lo que esperaban inicialmente. Era increíble descubrir cómo un juego que se seguía con la imaginación y era pautado por el valor de las tiradas al azar de aquellos dados podía dar tanto juego.

No fue hasta que el ruido se hizo más patente que Gabriel se dio cuenta de que llevaba un rato escuchando bastante ajetreo desde el exterior.

- Hoy debe haberse extendido más de la cuenta la fiesta en la Calle de los Comercios.

- ¡Oye, te he dicho que ataco al guardia! -. Apremió Selene y arrojó el dado de veinte caras, cuyo resultado fue el valor máximo -. ¡Toma!

- Espera, ¿cómo que "toma"? -. Se extrañó Samuel -. ¿No se suponía que el plan era distraerles hasta que Raukar los durmiese?

- Eeeh... -. Vaciló Selene -. Es que realmente mi personaje no sabe seguir ningún plan -. Se excusó. aunque por su expresión parecía que no se había dado cuenta ella desde el principio.

- Voy a la puerta apresuradamente y la cierro para evitar que alguien de fuera vea toda la sangre -. Indicó Vashjirel.

- Yo duermo a Varruk -. Dijo Raukar.

- ¿Quéeeeeee? -. Preguntaron varios a la vez.

- ¿A mi? -. Siguió Selene después del unísono.

- Es que... como sigas así... vas a matar a media ciudad... -. Respondió ella con timidez.

Cuando Gabriel fue a hablar, un ruido aún más fuerte distrajo a todos. Aquella "fiesta" debía de estar acercándose más de lo normal, e incluso maldijo a los alborotadores que habían tirado algún petardo o algo así, pues su estallido había sobresaltado a todos. Se levantó y fue hacia la ventana que estaba levemente entreabierta, para cerrarla y así acallar el ruido. Pero en cuanto se acercó a ella se quedó pálido. Aquello no era ninguna fiesta ¿qué estaba ocurriendo?


- Chicos...

- ¡No me puedes dormir a mi, que somos un equipo! -. Se quejó Selene.

- ¡Si no te paramos acabamos todos ejecutados por el duque! -. Exclamó Samuel.

- Chicos... -. Volvió a decir, blanco como la pared.

- Lo hecho, hecho está... ahora no podremos ponernos esas ropas llenas de sangre -. Indicó Vashjirel -. Tendremos que esconder los cuerpos y encontrar la forma de acallar a los testigos.

- Hostia, es verdad, que nos han visto -. Se dio cuenta Selene.

- ¡Chicos! -. Despertando de su shock, gritó y se dirigió a ellos, que se callaron rápidamente y se giraron hacia él -. Apagad la luz, rápido -. Exigió con urgencia y echó las cortinas de la ventana.

- ¿Qué ocurre? -. La expresión de Samuel ya había cambiado, había soltado los dados y el lápiz y se había levantado para acercarse a la ventana también.

- Un ataque...

Vashjirel fue el que apagó la luz, pero al mismo tiempo que lo hacía, alguien abría la puerta de la habitación de una patada. En el marco de la puerta, con la iluminación del pasillo haciendo contraluz, había unos cuantos tipos que vestían con cueros ajustados y portaban largos machetes.

- Tranquilo, luciérnaga -. Se mofó el tipo que entró primero y debido a la oscuridad, se fijó en el brillante Vashjirel.

Pero nadie estuvo tranquilo y a pesar del pánico, se levantaron y se pusieron, cada uno a su forma, en guardia.

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- ¡Eh, vosotros dos! -. Con una voz áspera, dos tipos armados ordenaban a un matrimonio que saliesen de su habitación del hotel. La pareja, de avanzada edad, salió con el pijama aún puesto y se abrazaron mutuamente, muertos e miedo ante lo que estaba ocurriendo.

- ¿Tú crees que estos dos panolis van a saber algo?

- Quién sabe, podrían ser del profesorado... o quizás los padres de alguno.

- Nosotros... no... -. Soltó el marido con una voz temblorosa.

- "Nosotros no..." -. Le imitó su captor con tono de burla y mofa -. ¡Cállate puto viejo y ve con tu mujer al final del pasillo, junto con los demás!

- Por favor, déjenla ir... Capturenme solo a mi.

- ¡Qué te calles, cojones! -. De un golpe en la cara, tumbó al señor, que se dolía de la nariz. Su mujer sollozó con fuerza y se aferró más a él -. Vamos, que no tengo todo el puto día.

Pero ninguno de los dos se movían, quizás el hombre por el dolor, quizás la mujer por el miedo. Impacientados, chasquearon la lengua y, tras decidir que con ellos no sacarían nada, empuñó el más cercano su daga, a lo que los dos quedaron paralizados por el terror.

Sin embargo, aquella daga no se clavó en el cuello de aquel hombre, sino en un brazo de enormes y fuertes músculos.

- ¿Qué coj...

Pero no llegó a terminar la pregunta, pues un fiero puñetazo acababa de romperle la mandíbula.


- ¡Bueeeeen trabajo, Gabrielle! -. Anunció la potente voz de Andrei, que había aparecido de la nada entre los secuestradores y aquella pareja. Los otros dos, que ya se daban la vuelta cuando vieron que su compañero se iba a encargar del matrimonio, se quedaron estupefactos al ver que el tipo que media casi más que ellos a pesar de ser un adolescente había salido de la nada.

- ¡¡Extreme Rules: Lariatooo!! -. Aprovechando que los había pillado por sorpresa, Andrei cargó contra uno de ellos y le dio con su antebrazo en el cuello, con tanta fuerza que lo levantó unos centímetros por el aire antes de golpear la espalda contra el suelo. El otro agarró con firmeza su machete y fue a arremeter contra el grandullón, pero este gritó mientras se giraba -. ¡¡Blagun!! -. El machete se clavó en su brazo sano, pero apenas notó el dolor o así lo hizo ver al menos. Agarró por el cuello a su atacante y lo estampó contra la pared del pasillo en repetidas ocasiones hasta que no pudo más y cayó inconsciente.

- ¿Puedes dejar de añadir nombres de ataques a cada cosa que haces? -. Se quejó Gabrielle, que al contrario que Andrei, sí que mostraba síntomas de que la situación le superaba.

- ¡Lo siento, pero un ataque con nombre le añade mucha más importancia y contundencia al movimiento!

- Pero si ni siquiera es un nombre de un ataque, ¡es tu apellido!

- ¡Precisamente por eso debo decirlo! ¡Mi apellido es mi mayor fortaleza, Pelo-chicle-chan! -. Se giró para mostrarle una amplia sonrisa pero esta la miraba con una mezcla de tensión por el miedo que aun sentía, de desdén por la actitud de Andrei, y de envidia hacía él por la capacidad que tenía para mantener la calma aún cuando tenía ambos brazos heridos.

- Mu... muchas gracias por todo -. Agradecieron con un tono que aún reflejaba miedo.

- ¡No os preocupéis, el campeón del boxeo y futuro héroe de héroes está aquí para protegeros!

- Por favor, vayan a su habitación y escondanse debajo de la cama -. Indicó Gabrielle no solo a ellos, sino a todos los rehenes que había en el pasillo. De pronto escuchó más ruidos que indicaban un intercambio de golpes. Xavier subía por las escaleras con su espada de kendo partida por la mitad, algunas que otras heridas superficiales y doliendose de su pecho.

- ¿¡Estás bien, Xavier!? -. Más que una pregunta, parecía un ruego en voz alta al ver que su compañero estaba casi igual que él.

- S... sí, pero... creo que me he roto algunas costillas... Creo que van detrás... de Luna...

- ¿De Luna?

- Sí... no he podido alcanzarla porque...  un grupo de estos tipos me cerraban el paso, pero... luchaba junto con... Maryse y Rayah. Decían algo de que había... que cogerla rápidamente... y salir corriendo...

- ¿¡Dónde están los demás!?

- No se dónde está Marty... ni Nixie... Petyr y Cedric creo que están en la azotea... y Lyra aún debe de estar trabajando...

- ¿Y Alexandra?


- Alexandra... -. Pensó durante un segundo y luego soltó una débil sonrisa -. Bueno, si preguntáis por ella... en realidad, deberíais de preocuparos por sus rivales...

- Je, tienes razón -. De pronto, Andrei cogió mucho aire, lleno de orgullo y soltó -. ¡Es imposible que nuestra delegada pierda en cualquier tipo de situación!

- ¡Estate quieto o perderás más sangre! -. Le espetó Gabrielle que estaba tratando sus heridas.

Unos pisos más abajo, frente a una puerta cerrada, estaba apoyada de lado Alexandra, con los brazos cruzados y una mirada fría, serenada y calculadora.

- Eramos seis contra ella... ¿Cómo es que ninguno?

Entre ella y el grupo de atacantes habían unos cuantos cuerpos tendidos en el suelo con ángulos bastantes raros a la par que desagradables en sus extremidades y cuellos. Como si, por ejemplo, el codo permitiese que el brazo pudiese girar hacia la dirección contraria a la que en verdad dejaría. De los seis que eran inicialmente ahora quedaban tan solo dos, y ambos se echaban miradas dubitativas entre ellos, entre el desconcierto y el avergonzamiento que les producía ser humillados de aquella forma.

- Nadie entrará en esta habitación, creo que os lo he dicho ya tres veces.

- ¡Calla, maldita zorra! -. Exlamó uno de ellos, más llevado por la desesperación que por otra cosa, y arrojó su puñal a la cara de Alexandra.

 Esta no movió ni un solo músculo y el arma se paró frente a ella, rodeada de una capa de ondas de aire caliente, parecido al que se produce al dejar una placa metálica en una calurosa tarde de verano. Alexandra recogió la daga e hizo con ella un movimiento horizontal. Entonces, metros más allá, donde se encontraban ambos, uno de los tipos se llevó su mano a su cuello, acababa de surgirle un corte con el que se desplomó al suelo.

- La herida es superficial pero se desangrará sin ayuda. Si valoras la vida de tu amigo, cógele y sal de aquí ya.

El otro, aún ileso, se debatía entre las opciones que le quedaban. Parecía que en un último momento iba a hacer caso a la chica e iba a socorrer a su compañero, pero entonces algo lo dejó completamente paralizado y cayó al suelo con la misma pose con la que iba a salvarle.

- Eres muy graciosa -. Le dijo alguien que se acercaba desde detrás de aquellos dos -. Me pregunto por qué proteges esa puerta con tanto entusiasmo...

- Tú... -. Se quedó estupefacta Alexandra.

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- ¿Pero qué te crees que estás haciendo? -. Preguntó asqueado y con superioridad un hombre con una indumentaria de cuero sin mangas, provista de algún que otro refuerzo metálico, con una bufanda de pieles y una extraña marca roja en su frente.

La pregunta no iba dirigida a él pero igualmente temblaba de miedo hasta el punto de no poder moverse. Más allá, en otras calles, veía como el altercado, a pesar de que estaba empezando a ser aplacado por la guardia y las distintas entidades que iban para calmar la situación, había provocado un caos equiparable a la cantidad de heridos y afectados. Hasta llegar al punto donde se encontraba, vio a Miracle, la capitana del equipo de volleyball, con una brecha en la frente que sangraba tanto que le obligaba a cerrar el ojo derecho; también a una de las jugadoras, que fue embestida con tanta fuerza que ya no se pudo levantar, y era socorrida por el tipo con katana que estuvo en el hotel en varias ocasiones; y allí estaba también, el propio príncipe, o al menos juraría haberlo visto mientras recorría las calles. Intentó acercarse al hotel todo lo que pudo, pero en el último momento fueron emboscados por unos cuantos. Al igual que en el primer día en Toril, no pudo hacer nada salvo quedarse callado y dejar que los demás actuasen precavida o heroicamente.

- No te preocupes, todo saldrá bien. Quédate aquí y no te muevas -. A pesar de la situación que les rodeaba, lo dijo con su habitual tono alegre, al mismo tiempo que lo cogía con su robusta mano y lo escondía entre los tiestos del alfeizar de una ventana.

- Garley... -. Fue lo único de decir, con un débil susurro.

- No salgas, quédate a salvo -. A pesar de que no tenía rostro para gesticular, se notaba en sus ojos que sonreía como símbolo de confianza a su amigo.

Lo que hizo después fue digno de mención, incluso disipó parte del miedo a Giovanni. Garley se enfrentó él solo a casi una decena de aquellos tipos armados, y lo hizo sin que recibiese daño alguno, pues ninguno podía atravesar su pétreo cuerpo. El normalmente juguetón y despreocupado gólem cambió su actitud a partir de ese instante y llevó a cabo una demostración de lo que era capaz. Cuando terminó, Giovanni se sintió entre aliviado y avergonzado, especialmente lo último debido al sentimiento de impotencia causado por el miedo. Pero de nuevo se quedó petrificado entre aquellas macetas ¿Garley podía sentir dolor? Sí, debía de sentirlo porque de pronto fue alzado como por parte de magia, y su cuerpo se ensanchó de forma desagradable hasta provocar que este gritase sin cesar.

Aquel hombre apuntaba y extendía su mano en dirección a Garley y este no podía hacer absolutamente nada, lo manejaba como un muñeco. Al parecer, aquel tipo disfrutaba en exceso de la macabra tortura que estaba ejecutando. Incluso se aventuró a alzar su otra mano, provocando que Garley gritase aún más.

- Ayuda... -. Decía Giovanni para sí mismo en voz baja -. Que alguien le ayude... -. Pero el grito de dolor de Garley era opacado por el ruido generado en los alrededores. Seguramente tan solo ese hombre y él podían escucharle con claridad.

De repente, el grito cesó y el suelo tembló durante un instante. Giovanni, que estaba mirando a ambos lados de la calle, devolvió la mirada a lo que estaba ocurriendo. Aquel hombre sostenía una piedra en su mano, muy cerca de su cara. Garley, en cambio, había caído al suelo y se incorporaba lentamente, aunque dio una extraña sacudida y su cabeza golpeó y quebró las losas del suelo.

- ¿Pero qué te crees que estás haciendo? ¿EH? -. De repente, aquel tipo parecía realmente enfadado. Cuando apartó la mano que sostenía la piedra dejó ver su rostro, en el que se había producido una fea brecha cerca de la marca tatuada roja, por la cual la sangre se escurría por su nariz -.Y yo que pensaba entretenerme un poco más contigo.

Con otra sacudida que dio Garley, Giovanni dejó escapar un grito ahogado y se le heló el corazón; el brazo se le había separado del cuerpo y se desmoronaba rápidamente.

- ¡La última vez que nos vimos no pensaba que podía controlarte de esta forma, pero ahora... este es tu fin!

- ¡NOOOOOOO!

Gritó con todas sus fuerzas, a pesar de su tamaño, tanto como sus pulmones le permitieron... tanto, que cuando acabó jadeaba por el esfuerzo. Tenía su ballesta en la mano y acababa de disparar imprimiendo tanta fuerza en el gatillo que creyó que lo había roto.

- ¿Qué es esto, una aguja? ¡JA!

- ¡Giovanni, noooooo!

Pero por mucho que rogara Garley, no pudo evitar que aquel hombre separase la losa de piedra del alfeizar de la ventana donde estaba el pequeño Giovanni. Este intentó escurrirse saltando hacia abajo, pero lo que consiguió fue que cuando aquel tipo agitó su mano, le golpeará con violencia con la losa que controlaba telequinéticamente. Giovanni salió despedido unos cuantos metros y cayó malamente, golpeandose con la cabeza en el suelo. El gólem observó con aprensión como el brazo derecho del pequeño lo tenía colgando de su hombro, suelto.

- Espera... ¿"Eso" es amigo tuyo? ¡Ja,ja,ja,ja,ja,ja... -. Había recuperado su buen humor, jactándose de la desgracia que sufrían aquellos dos -. Quieto, gólem -. De nuevo, con su poder, había controlado por completo el cuerpo pétreo de aquel ser, que intentaba levantarse.

- No... toques... a Garley...

- ¡Vaya! ¿Aún sigues vivo?

Giovanni intentó incorporarse, pero se dio cuenta del estado de su brazo derecho al intentar apoyarlo y, por tanto, caer a peso muerto al suelo. Solo mantenía abierto su ojo izquierdo y, una vez más, intentó levantarse.


- Algún día...

- Ya, claro... "algún día", ¿cuándo?

- Pronto, de verdad.

- ¿Es una promesa?

Pero aquella espera no era más que una farsa, una excusa para mantenerle ocupado mientras pasaba el tiempo y buscaba una solución que solo le beneficiase a él. Pero los meses acabarían delatando sus verdaderas intenciones, hasta él se daría cuenta.

- ¿Por qué... -. Preguntó después de que pudiese articular las palabras -. ¿Por qué me haces esto?

- No lo veas de esa forma, les he insistido en que tú también recibas un salario justo. Giovanni, necesito el dinero para poder salir de esta situación.

- ¿¡VENDERME COMO UNA MERA ATRACCIÓN!? ¡PENSÉ QUE ERAMOS AMIGOS!

- Lo siento, es mi última palabra.

- ¡Solo me ves como lo que soy... no como lo que yo quiero convertirme!

- ¡Piensa también en mi situación, no tengo apenas dinero para comer! ¡No es mi culpa que nos pase todo esto! Al menos... al menos piensa que ambos podremos tener una vida decente.

- ¿¡Decente!? Me vendes como si fuese un espectáculo de un circo...

- ¿¡Y qué quieres que haga!? ¿Qué te haga caso y te apunte a esa Academia de Héroes?

Y ahí, producto de la rabia por aquellas confesiones, soltó la más profunda verdad, que mantenía oculta en lo más profundo de su ser.

- Lo siento, Giovanni, pero nunca lograrás nada en esa Academia al ser lo que eres... es un sueño estúpido.

- Bien... -. Mientras podía, antes de asimilar el significado de aquello, lo mejor que podía hacer era levantarse y... -. Me voy... paso de que me vendas. Pensé que eramos amigos.

- No, no te vas.

- ¡Déjame, pienso irme antes de que hagas con MI vida lo que a ti te plazca!

Quizás algún día se encontraría con alguien que no lo viese como un pequeño entretenimiento sino como un igual, pero aquel no sería el día.



- No te atrevas a... hacerle... daño... ¡a mi amigo! -. Gritó el Giovanni del presente.


¿Acaso quería darle la razón a aquel estúpido de su pasado y quedarse escondido en vez de afrontar los riesgos como lo que quería ser en un futuro? Qué estúpido había sido, siempre tratando de mostrarse como algo que no era. Quizás fallaría en el curso de héroes, pero lo que no iba a permitir era que le hiciesen daño a la primera "persona" que jamás había bromeado sobre su tamaño, que jamás le había tratado de "lindo" por su voz o por su forma de moverse. Garley le había tratado como un igual, tan solo le había protegido porque le demostró que tenía miedo, no porque creyese que era inútil en combate.

- Recuerda... dislocamiento... -. Cerró los ojos y trató de recordar la teoría que le dieron en la aldea. Sujetando el brazo con fuerza y mordiéndose la lengua, apretó hasta que se escuchó un pequeño crujido. Notó una sacudida eléctrica y como no podía moverlo al cien por cien debido al entumecimiento, pero por ahora bastaría.

- ¿Y qué va a hacer una asquerosa rata? -. Se burló el hombre con las manos en apoyadas en su cintura.

No respondió, no hacía falta entrar en su juego. Empezó a recorrer la calle a cuatro patas a una velocidad vertiginosa que le borró la sonrisa de la cara. Alzando su mano, separó varias losas del suelo y las lanzó contra él. Pero debía dejarse llevar por la situación, no suprimir el miedo sino controlarlo. Aquellas piedras iban con la intención de matarle pero no pensó en eso, trató de pensar en que no eran más que obstáculos en un circuito hecho por la profesora Sarayu durante una practica de Supervivencia. Tan solo debía esquivarlos como entonces y sacar la máxima nota en esa asignatura, como solía hacer.

Uno tras otros, las losas se estampaban donde unos segundos antes se encontraba él. Intentó hacerle creer que tenía la situación controlada y dejó de acercarse en línea recta, pero lo hizo con una intención oculta.

- Espera... ¡Deja de moverte tan rápido, maldita rata! ¿¡Dónde te has metido!?

Moviéndose zigzagueadamente había conseguido ocultarse entre los restos de piedra que salían volando por los aires al chocarse contra el suelo, entre la nube de polvo que generaban esos impactos.

- ¡Tan solo eres una molestia, jamás me podrías hacer nada! -. Exclamó él, pero Giovanni notó la inseguridad entre aquellas palabras.

Cuando lo creyó oportuno, fue de nuevo en línea recta, antes de que se formarse alrededor de aquel tipo la capa de piedra que estaba alzando para ponerla en torno a su cuerpo. Dio un saltito sobre los restos de una losa aún en el aire, luego otro, y finalmente uno más fuerte y amplio. Cuando le pudo ver ya era demasiado tarde tenía su ballesta apuntándole directo a la cara.

Pero cuando apretó el gatillo, no ocurrió nada. Era verdad que lo había roto antes, al fin y al cabo el instrumento era muy pequeño y, por tanto, muy frágil y poco sofisticado. Debido a la inercia del salto, caía hacía delante de cara al enemigo.

- ¡No sirvió, muere!

- ¡Todavía no! -. Gritó él.

Terminó de destrozar la ballesta para recuperar el dardo. Haciendo una cabriola en el aire, pasó cerca de sus dedos y de algunos guijarros que se interponían entre él y su nuevo objetivo. Sostuvo el dardo como si fuese una jabalina, pero no la arrojó. Apretando fuerte su mano, embistió hacia delante.

- ¡Aaaaaaaaah, mi ojooooo!

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- ¿Así que pensabas que podías salirte con la tuya e irte por las buenas, verdad?

- Os lo acabo de decir, vuestro plan no servirá. Retenerle no hará que me detenga.

- Pero... ¿No es uno de tus compañeros? -. Intentaba parecer duro, pero hubo un deje de duda en su tono.

- Lo es, pero ¿de verdad pensabáis que eso me iba a detener?

- Maldito chico, te crees más listo de lo que en verdad eres.

Aunque se escuchaba el ruido de fondo, estaban en una solitaria y casi silenciosa plaza. Salazar Keiros se encontraba rodeado de varios tipos que distaban mucho de lo que había escuchado anteriormente del grupo que asaltó al de la clase el primer día. La ropa de aquellos era evidentemente más cara, incluso algunos iban con trajes de chaqueta y gabardinas de cuero negro. Era cierto que la situación se había generado por su culpa y meterse más allá de lo que debía, pero también era cierto que todo lo  tenía a favor, a pesar de estar solo y rodeado de aquellos tipos armados con pistolas.

- Por favor... Salazar... -. Gimió la voz de Tadeus, que se encontraba como rehén entre ellos.

- Esto es muy conveniente. Al fin y al cabo parece que hay revuelo por allí, así que ni la guardia ni tus queridos profesores van a poder ayudarte...

- Os lo he advertido, cuanto menos tardéis en dejar las cosas estar, menos dolor para vosotros -. Dijo él con tranquilidad y con su habitual costumbre de tener sus ojos cerrados.

- ¡Qué te calles! Entonces... ¿Te da igual la vida de tu compañero, eh? ¿Qué tal si lo matamos?

- Como ya os he dicho, eso no os ayudará en nada. Si queréis recuperar aquel dosier vais a necesitar otros métodos. Su vida me da igual.

- ¿Dosier? ¿De qué cojones estás hablando? -. Muchos de los que apuntaban a Salazar tensaron su postura -. ¡Queremos el puto nombre de tu contacto y de lo que has escuchado!

- ¿Así que has robado algo que no es tuyo, eh mocoso? -. Preguntó otro -. No has podido con la presión y lo has soltado antes de esperar a confirmar por qué te estábamos buscando otra vez.

- Muy bien, nos vas a dar ese dosier y nos vas a soltar la información que buscamos. Si no, no solo tu amigo morirá aquí y ahora, también tú.

- Sois muy previsibles... -. Fue lo que dijo Salazar tras unos segundos callado.


Entonces, se escuchó el grito de dolor de uno de aquellos hombres, que cayó al suelo con el cuello desgarrado en dos, con una silueta envuelta en una capa negra que tenía su cabeza justo encima. Varios de ellos dispararon directamente, pero de los agujeros de bala en la capa no surgió sangre alguna. Cuando se incorporó, la silueta resultó ser la de una chica con piel grisácea, que se relamía con la sangre obtenida a través del cuello de aquel hombre. El que mantuvo de rehén a Tadeus se preparó para ejecutarlo, pero una embestida de alguien por la espalda le derribó y, con un increíble movimiento marcial, quedó inmovilizado y desarmado.

- Os dije que no necesitaba vuestra ayuda -. Increpó Salazar con amargura.

Tras ver que los dispararon en la chica eran inútiles (de hecho esta ya se había lanzado a por la segunda de sus víctimas), se dispersaron y se prepararon para disparar al chico que había derribado al captor de Tadeus. Sin embargo, las balas se detuvieron en el aire, congeladas en el espacio.

- ¿Qué... es eso?

Salazar torció ligeramente el labio, como intentando mantener en vano una ligera sonrisa. Obviamente ninguno de aquellos tres de la clase podía ver lo que veían sus enemigos, pero ya era demasiado tarde. Sus cuerpos crujieron tintineantes como si no estuviesen hechos de carne y hueso, hasta quedarse inmóviles en espeluznantes figuras cristalinas.

- Te lo advertí, Keiros, ¿en qué andas metido? -. Espetó Zeryen después de asegurarse de que todos habían sido reducidos y la situación era estable.

- Como te dije, eso no es asunto tuyo -. Soltó él aún con los ojos cerrados, pero Zeryen le agarró de la camisa y le alzó levemente.

- ¿No es asunto mio? -. Preguntó con tono amenazador -. Han raptado a Tadeus, claro que es asunto mío y de la escuela.

- Lo dices como si fueses el protector de la clase. Que yo recuerde no eres el profesor Jhin -. Respondió Salazar, que abrió sus ojos y le echó aquella mirada azul pálida que reflejaban sus iris.

- Parad, parad, por favor... -. Rogaba Jessica -. ¿Estás bien, Tadeus? -. Al ver que el chico asentía, prosiguió -. No hay tiempo para que peleemos. Estaba... dando una vuelta durante la noche hasta que he visto lo que está ocurriendo cerca del hotel.

- ¿Puedes soltarme entonces, Zeryen? Como protector de la clase lo mejor será que vayas hacía allí cuanto antes.

- Te lo vuelvo a decir, no me gusta en lo que andas metido -. Pero igualmente, le soltó y salió corriendo en dirección al hotel al enterarse de aquella noticia.

- No es que no me importase tu vida... pero si les mostraba la verdad, tendrían la situación controlada -. Explicó Salazar, pero sin mirar a Tadeus -. Tampoco existió ningún dosier, tan solo hacía tiempo porque sentí a Jessica cerca, por eso les dije que cuanto más tiempo pasase, más sufrirían.

- Gra... gracias...

- No hace falta que me las des -. Le dijo dándole la espalda, mientras empezaba a marcharse.

Pero sí, claro que sí hacía falta. Era irónico que el que mantenía sus ojos cerrados la mayoría del tiempo le hubiese ayudado a él justo entonces a abrir los suyos hacia lo que debía hacer.

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Encontrar una abertura era bastante complicado, pero no paró de intentarlo. Esquivó el golpe descendente hacia un lugar que su enemigo no esperaba. En lugar de coger distancia hacía atrás, fue hacia delante, encogiéndose y efectuando una pequeña voltereta. Ahí estaba... la posibilidad para clavar su espada en el hueco de la armadura bajo su axila. Pero tampoco pudo aprovechar la oportunidad, de nuevo tuvo que esquivar otro golpe; un puño llameante que iba hacia su cuello desde su lado derecho amenazaba con dejarla K.O. en caso de que decidiese volcarse al ataque. De nuevo, tuvo que centrarse en defenderse, dando un salto para pasar entre el tipo pelirrojo envuelto en llamas y el hacha del grandullón, que le rozó justo por encima. Reculó y tomó algo de distancia entre profundos jadeos que más que ser producidos por el cansancio físico eran consecuencia de las graves heridas que había sufrido hace unos minutos: su brazo derecho apenas le respondía porque detuvo sin su armadura el ataque hendiente de una enorme hacha, encima tan solo con su antebrazo, todo por tal de salvar a las chicas aunque su extremidad quedase casi cercenada; la zona izquierda de su campo de visión se tornaba cada vez más borrosa, quizás porque su ojo había sido seriamente dañado por la quemadura que había sufrido en en la mitad de su cara; además, por los golpes que había recibido debía tener unas cuantas costillas rotas. Lo notaba especialmente por la dificultad y el dolor para respirar.

Haber destapado el secreto de que ella, Cleo Desmond, era miembro de la orden de los Caballeros de la Rosa Dorada, había merecido la pena. Gracias a ello pudo encargarse de mantener ocupado a aquel hombre pelirrojo del que su cuerpo emanaba fuego y al enorme tipo enfrascado en una gruesa armadura de placas y que portaba un hacha que por longitud del mango casi parecía una lanza. Pudo ayudar a escapar de allí a Dafne, Liv, Mythra y Summer, así que el hecho de que aquellos dos enemigos descubriesen que ella es Fulgor no era nada en comparación. Sin embargo, a pesar del control inicial, los dos se compenetraban muy bien en ataque y ese detalle junto al hecho de que su movimiento era cada vez más torpe debido a las heridas, hacía que de nuevo volviese a estar en desventaja.

- ¿Qué ocurre? Pensé que ser Caballero de la Rosa Dorada significaba algo más -. Comentó el pelirrojo con sarcasmo.

Pero su compañero no se paró para charlar. Cargó al frente, dejando al otro detrás, totalmente estático. Cleo pensó que aquella era su oportunidad, desvió el ataque del hacha de su enemigo con soltura y aprovechó la inercia y poca agilidad del grandullón para atacar en ese momento. Pero el pelirrojo no necesitaba avanzar para llevar a cabo un movimiento ofensivo. Aunque Cleo lo supuso, no sabía que podría realizar con tanta rapidez aquella columna de fuego que avanzó horizontalmente hacía ella, como un torpedo.

- ¡Quieta ahí! -. Exclamó seguido de una carcajada, disfrutando de como la mitad de su brazo se transformaba en ese fuego que se arremolinaba y avanzaba hasta la caballero -. ¿¡Qué!?

En la situación en la que se encontraba, ya se había cuenta de lo que debía hacer si quería atraparlos. Con un amplio movimiento de su espada, sostenida con una sola mano, efectuó un preciso movimiento ascendente que rebanó como la mantequilla la carne del torso del que portaba el hacha. Como eligió atacar en vez de esquivar el fuego, se preparó para ello alzando su brazo izquierdo que se encontraba libre de la espada en ese momento. Notó el ígneo abrasamiento filtrarse por las placas metálicas y azotarla con una increíble fuerza al mismo tiempo. Cayó hacía atrás pero no se lamentó del dolor y de que casi se haya quedado sin movilidad en él. Entonces, vio entre horrorizada y decepcionada que la herida que le había efectuado al grandullón no había sido como esperaba.

- Quería cortarle en dos, como mínimo un brazo... Maldita sea -. Susurró para si misma mientras se levantaba. Había atacado con su brazo derecho, el que fue herido inicialmente con el hacha. Sabía que la fuerza del impacto sería más débil de lo normal, pero lamentó que lo fuese tanto -. Aún así, está gravemente herido -. Soltó en voz alta y sonrió con cierta satisfacción.

- ¿Gravemente herido? -. Preguntó pomposamente el pelirrojo -. ¡Eh, Hanenja! ¿Qué tal con esa herida?

- Ha... nenja... puede proseguir -. Pero esa afirmación era incorrecta. Sostuvo el hacha con una sola mano y se llevó al otra a la herida en el torso, del que emanaba sangre como si fuese una pequeña fuente. Así lo hizo hasta que hincó una rodilla en el suelo.

- Está media muerta ya, no te quejes tanto -. Caminó hacia delante y se puso al lado de Hanenja -. No te mueras antes de que la eliminemos. Piensa que podemos ayudar a derrocar a otro Caballero de la Rosa Dorada.


- ¿De qué estáis hablando...

- Ah, ¿es que tu querida reina no te ha dicho nunca por qué Ébano se retiró? -. La habitual media sonrisa que tenía se ensanchó por completo al ver la reacción de Cleo, a pesar de que el casco de esta cubría por completo su rostro.

- No te atrevas a hablar así de mi reina... ni de Ébano... ¡ni de ninguno de los Caballeros!

- ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! -. Su risa se alzaba como un gran estruendo, más fuerte que cualquiera de los ruidos que hubiesen generado durante la batalla anteriormente -. Se nota entonces que no sabes nada ¿Ébano se retiró así como así? ¡JE! ¡Nosotros provocamos su retirada, Fulgor!

Hanenja ya no podía más, soltó su hacha y apoyó dicha mano en el suelo. Por su parte, Cleo había ya no distinguía figura alguna con su ojo izquierdo, todo era una mancha borrosa casi homogénea, pero no le prestó atención. Aquellas palabras le hacían más daño que cualquiera de sus heridas actuales.

- Por supuesto, nuestra intención era hacer que se pasase a nuestro bando, pero eso ya fue mucho pedir. Al menos, nuestro líder jugó las cartas adecuadas para provocar que se retirase. Seguramente, en este instante y gracias a su plan, provoque que esta noche otros de tus compañeros también se "retire" -. Esa última palabra la dijo con un burlesco tono lastimero. Hanenja terminó por desplomarse al suelo y Cleo sostuvo con fuerza la espada, aunque no podía apretar el puño por completo -. Lo que no esperábamos es que nos pudiésemos llevar dos pájaros de un tiro. Estoy deseando dar la noticia a los demás -. Con mucha parsimonia, sacó una jeringuilla de su chaqueta que estaba repleta de una sustancia azulada -. Ahora veamos si esto funciona  -. La clavó en la carne viva de la herida que tenía Hanenja en su armadura.

Cleo no iba a permitir que se saliese con la suya, fuese lo que fuese aquello. Se lanzó de lleno al ataque, valiéndose únicamente de la visión de su ojo derecho. El pelirrojo, al ver que lo hacía, respondió con un muro de llamas lanzado con su mano libre. El muro la obstaculizaba y no iba a poder llegar a tiempo antes de que se cerrase del todo, así que no le quedó más remedio que lanzar su espada. Su enemigo no esperó eso y la hoja, que recorrió el espacio entre ambos como un proyectil de un arma de fuego, se clavó en el abdomen con tanta facilidad que incluso la punta surgió por su espalda. Su expresión de asombro se quedó clavada mientras caía al suelo.

- Im... posi... ble...

Cleo no iba a detenerse allí, no iba a darle la oportunidad a que se recuperasen de ningún modo. Dada la situación, una ejecución era más factible que arriesgarse a mantenerlo vivo y que hubiese la posibilidad de que alguien más acudiese a su rescate. Alzó su mano y la espada desgarró la piel de nuevo para salir volando hasta la mano de su dueña. Rodeó el fuego y saltó para efectuar un ataque en picado, pero lo haría sobre la cabeza de Hanenja. Lo hizo así para asegurarse de que este no hacía nada raro después de recibir la dosis de aquella jeringa.

- Ha... nenja... el... Fitch...

Pero su amigo el grandullón no pudo hacer nada. Ante la fuerza del ataque descendente, la espada se clavó en la parte trasera del cuello sin problema alguno. Cleo sonrió con satisfacción, ya había acabado todo. Con suerte, podría capturar vivo al pelirrojo, aunque no le temblaría la mano tampoco a la hora de ejecutarlo en caso de que fuese necesario.

¿Qué era aquello que dijo de Ébano? Debía de ser una mentira, desde luego. Había usado la información que se dijo por los medios, todo para desestabilizarla y casi lo consigue. Pero recordó la rectitud y templanza que siempre le había enseñado su madre, Adelaida, y se desenvolvió como había aprendido a hacerlo en una situación tan complicada.

De repente notó como algo provocaba que su pie se alzase y ella quedase bocabajo. Su cuerpo fue zarandeado con una facilidad pasmosa y esa fuerza de la que Cleo no lograba encontrar el origen la hizo estamparse contra la pared de piedra de una de las casas. Sin saber qué había ocurrido, la zacudida de dolor que se había extendido como un calambrazo por todo su cuerpo la dejó sin poder moverse en absoluto. Cuando cayó al suelo, tan solo pudo alzar el rostro para ver lo que ocurría frente a ella.

Si aquel tipo se había desangrado y había recibido una estocada letal en el cuello ¿por qué la había agarrado de la pierna y la había estampado como un muñeco en la fachada de aquella casa? ¿por qué se estaba levantando sin problema alguno? Cleo vio como de la herida del torso ya no salía sangre, sino unas pequeñas gotas de color azul que caían ininterrumpidamente al suelo.

Sonrió aunque no sabía muy bien por qué lo hacía. Quizás alguna respuesta instintiva resultado del estado en el que se encontraba, que auguraba que aquel era su final.

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