6 ago 2018

Vientos de invierno

(Dejar puesto de fondo durante toda la entrada)


El invierno no estaba siendo el más frío, desde luego. Por lo acontecido en los últimos días, parecía más como si el otoño hubiese extendido su dominio en forma de lluvias acompañadas con fuertes vendavales, que provocaban que uno se empapase entero a pesar de usar paraguas. Y, especialmente, la lluvia del último día y medio había encharcado los caminos, desbordado algunos arroyos e inundado la planta baja de algún que otro edificio. Y después de aquello, en aquel fin de semana de mediados de diciembre, el invierno decidió contraatacar. Con la reciente humedad, la ola de frío arreció más fuerte que nunca aquel año, extendiendo su gélida caricia en el viento, que a su vez hacía que las capas de agua aún presentes empezasen a congelarse.

Pero ni el agua, ni el viento, ni siquiera el frío, podían bajar la moral de la guardia. A pesar del temporal, de la fragilidad de su desempeño por bocas de algunos, la gran mayoría del personal seguía dispuesto a asegurar el entorno de la ciudad que protegían de todo acto sospechoso.

- Bueno, es cierto que los ánimos siguen ahí... pero no voy a negar que preferiría estar en un puesto de control, sentado y con calefacción, antes que tener que patrullar a estas horas.

- Calla, anda, que como alguien te escuche decir algo así.. ya lo es que faltaba, vaya.

- Bah, no te preocupes, es lo de siempre. La gente cree que podemos estar en todos lados, o que hacemos milagros. Obviamente, a la hora de crucificar a alguien, nosotros somos de los primeros.

- Al menos, ¿podemos hacer que sea rápido?

- ¿Ya estás tiritando? Ja, ja, ja, ja...

- De rápido nada, que son ordenes del mismísimo General Bradley.

- ¿¡Qué!? ¿¡Por qué no lo ha dicho antes!? ¡Eh, vosotros, rápido!

Tras esclarecer el origen de la orden de aquella patrulla, todos aceleraron el paso. Su misión era muy sencilla: asegurar los alrededores exteriores de la ciudad de Toril. Al fin y al cabo, el haber reforzado la seguridad en la ciudad y en el perímetro de seguridad para acceder a esta podría acarrear que poblados que están cerca de esta fuesen nidos de mala calaña. Así lo decretó el General Bradley, quien quería asegurar al máximo el bienestar de Toril y alrededores después de los incidentes que ocurrieron en la ciudad. Junto con un pequeño grupo de exploradores que llegaron desde Evereska, ciudad situada al este de Toril, casi en el límite con el inicio de la Gran Cordillera Central de la península, iría también un escuadrón de soldados que estaban a cargo de la capitana Desmond.

- Oye, ¿qué crees que será de nosotros después de lo que le ha ocurrido a nuestra capitán? -. Preguntó Tairen, el más joven y novicio de los cinco que eran. Además, el que más notaba el frío bajo su capa de piel y su armadura de cuero reforzado con placas metálicas. Tairen era algo bajo, de pelo greñoso oscuro y pómulos hundidos.

- Es una putada lo que le ha pasado... -. Respondió con pesar uno de sus compañeros, exhalando al mismo tiempo una bocanada de vaho resultado de la aprensión que sentía por lo que le ocurrió a su superior. Era Dagmoore; un tipo alto, de pelo largo recogido en una coleta y con un pendiente del que colgaba un colmillo de alguna bestia de pequeño tamaño. A Dagmore le gustaba llevar varias armas, sobre todo aquellas que estuviesen fuera de lo estándar en la guardia. De esa forma, llevaba en su espalda una espada doble, con su empuñadura central envuelta en vendajes rojo oscuro; además de una red, un martillo de lucerna y un kopesh -. Supongo que a nosotros no nos debería pasar nada. Tendremos otro capitán y ya está -. Opinó, pero no le agradó nada tener que decir algo así.

- Idiotas, no vamos a tener otro capitán. Estoy seguro de que se recuperará... ¡y punto! -. Soltó con un grave gruñido su superior y líder de aquella expedición. Se trataba de Harold, el segundo al mando en el escuadrón de Cleo Desmond. Algo entrado en años y de actitud áspera y tosca, se trataba un hombre de piel morena, rostro severo y nariz ancha a la que le faltaba un pequeño trozo en el surco de una cicatriz que le atravesaba -. ¡Eh, vosotros dos! Id a echar un vistazo a la rivera del río, no quiero dejar ni una zona sin investigar.

Harold se refirió a los gemelos Bonnstack, que asintieron y se separaron del grupo. En poco tiempo ya no vislumbraron sus figuras, tan solo los dos conos de luces brillantes que surgían de sus linternas. El mayor de ellos era Yaern, el menor se llamaba Adaim. Ambos eran muy corpulentos, aunque muy rígidos, estáticos y callados. Yaern tenía el pelo rapado casi al cero, pero Adaim había preferido raparse tan solo ambos lados de su cabellera castaña, que tenía forma de cresta en la zona central. Sus ojos azules contrastaban con su tez morena.

- Son cuatro aldeas, además del paso del río, a unos dos kilómetros de aquí -. Repasó Tairen, que había sacado un pequeño pergamino con el que comprobaba las instrucciones de su patrulla -. Bueno, no parece tanto.

- Pasaremos el puente e iremos a la cara norte -. Añadió Harold para el pesar de los demás -. Nos aseguraremos también de que echar un vistazo en la linde del Sudden Forest.

- ¿En serio? -. Preguntó Tairen, apesadumbrado.

- ¿De verdad espera encontrar algo extraño, señor? -. Se interesó Dagmoore. A este no le había afectado la noticia de que fuesen a hacer trabajo extra del señalado. Al contrario, lucía emocionado.

- Nunca se sabe... -. Harold se detuvo, pues ya habían avanzado lo suficiente sin los gemelos Bonnstack y quería esperarlos -. Uno ya no sabe qué pensar después de lo sucedido. Me atrevería a decir que incluso dentro de la guardia hay alguna que otra rata, pero me gustaría creer que el escuadrón Desmond es uno de los pocos que se salva de tener una plaga.

- ¡Por... por supuesto que no tenemos ninguna plaga entre nuestras filas, señor! -. Exclamó Dagmoore, avergonzado por la idea -. Si algo nos caracteriza es nuestra irrompible lealtad y gran compromiso por y para el reino.

- Bien, bien... -. Harold no pareció reaccionar demasiado a aquellas palabras, sino que suspiró cansinamente y se giró en dirección a la rivera -. Ahí llegan los gemelos ¡Eh! ¿¡Alguna novedad!?

- ¡Nada, señor! -. Respondió Yaern, que se acercó junto con su hermano, subiendo el terraplén hacia el camino. Esperó a estar a una distancia cercana para seguir hablando -. Habían un par de cabañas de pescadores, pero todas parecían abandonadas. En cualquier caso, las hemos revisado bien.

- Bien, por el mismo hecho de que no sea época de pesca de agua dulce podrían ser el refugio perfecto para un grupo de ratas. Si las habéis revisado bien, no hay problema. Sigamos, tenemos que reunirnos con los exploradores.


Durante el resto del camino apenas hablaron más, tan solo de cómo el General Bradley había cogido las riendas de la seguridad de la ciudad después de aquellos incidentes. Muchos sintieron la inyección de moral al sentir, de manera directa o indirecta, como daba las ordenes pertinentes y concisas para reordenar los escuadrones y ponerlos en movimiento en tareas más estrictas con el fin de evitar una catástrofe mayor. En ese sentido, muchos soldados y parte de la población tenían el pensamiento en común de que no iba a ocurrir algo así de grave de nuevo; los villanos no iban a querer repetir  algo tan arriesgado para ellos, mucho menos después de que Bradley asumiese el mando. Pero otros, en los que se incluían Harold, pensaban que aquello no era más que un aviso. El ataque no fue una enfermedad, tan solo un síntoma de algo mayor. La desconfianza de Harold era de lo que más gustaba entre los hombres que estaban a su cargo, pues demostraba que hay que permanecer alerta ante todo, sin bajar la guardia un segundo.

Un par de horas después, llegaron a un cruce en el camino donde había un hostal y unos pocos edificios en lo que no llegaba a ser ni siquiera una pequeña aldea. Se trataba del puesto de paso "El mirador de Toril", porque servía como conexión para un pequeño monte del que se podía ver toda la ciudad. Allí les esperaban también los exploradores de Evereska, con su habitual capa gruesa, con la parte superior siendo de pelaje de yeti. Sin más dilación, Harold puso a todos en marcha.

- Tyre y Jundry están haciendo un buen trabajo, señor -. Habló el dueño del hostal, que de manera extraoficial era el encargado de aquel puesto. El señor, algo anciano y de espalda inclinada, daba su testimonio ante las preguntas que le acababa de hacer Harold, sobre si habían visto algo sospechoso en los últimos días.

- Esos dos guardias apostados aquí, ¿desde cuándo están? -. Preguntó Harold, con mirada severa.

- Desde una semana antes de la Convención Real, señor.

- Bien, ¿y dónde se encuentran ahora mismo?

- Creo que Jundry hizo una patrulla hace una hora o dos. Ahora deben de estar en el área de descanso de mi hostal ¿quiere que les llame?

- No, no se preocupe, señor Hyufrend. Por favor, vuelva a su hostal y tenga mucho cuidado con lo que sea que pueda pasar -. Advirtió Harold, pero el anciano no entendió el doble significado de aquel consejo tal y como sí lo hicieron los guardias a su cargo.

Cuando ya se alejaron de allí, dispuestos a subir al monte antes de aproximarse al segundo lugar de la lista, Harold fue a decir algo, pero fue Dagmoore el que habló primero.

- ¿Quiere que los espíe, señor?

- Me has leído el pensamiento -. Susurró Harold, que tampoco quería que se enterasen los exploradores -. Pero no ahora. En caso de que sean de verdad parte del enemigo, estarán alerta hasta que nos hayamos ido del todo.

- Pero Dagmoore puede ocultarse muy bien -. Elogió Tairen con una media sonrisa que tenía parte de envidia por lo lejos que se sentía él de su compañero.

- Pero tampoco sabemos hasta dónde llegan los recursos de nuestros enemigos -. Reiteró Harold -. No, no... no irás todavía. Cuando bajen la guardia del todo, ¿de acuerdo?

- De acuerdo, señor.

- Y vosotros... tú, Yaern, harás lo mismo en la siguiente que visitemos. Adaim, tú en la siguiente. Lo dicho, cuando ya hayamos acabado.

- ¿Y yo? -. Tairen estaba emocionado. Al fin y al cabo quedaba una y esperaba tener un papel igual de importante que sus compañeros.

- Dejaremos una sin vigilancia, quiero probar a tender una trampa yo mismo -. Meditó Harold, pero eso decepcionó mucho a Tairen, quien se sintió una vez más infravalorado.

- ¿Cómo vas a cubrir el hecho de que no volvamos al puesto de guardia de Toril? -. Se interesó Dagmoore.

- Lo tengo todo pensado. Después de una fría noche, querréis ir a calentaros un poco. Ya lo he acordado con el dueño del local...

- Espere, señor... ¿no se referirá a... -. Fue a preguntar Yaern.

- Pasaréis una buena noche en el burdel, sí, o eso será lo que pensarán de vosotros.

- ¡Señor, que yo tengo novia! -. Se quejó Dragmoore.

- No estarás haciendo nada malo realmente, además dudo que se entere de algo que se transmita en la guardia.

- ¡Mi mujer trabaja en la guardia! -. Se lamentó Adaim, y eso causó las risas de Dragmoore y, sobre todo, de Tairen, que había recuperado algo el ánimo con esto -. ¿De qué te ríes?

- Tan solo me preguntaba... -. Empezó a explicarse el chaval cuando por fin pudo articular palabra -. ¿Qué diría nuestra capitana de un plan así?

- ¿Bromeas? A ella le encantaría -. Sonrió Dragmoore con cierta nostalgia -. Todavía recuerdo cuando propuso lo de los disfraces ¿te acuerdas, Yaern?

- Joder, que sí me acuerdo... No he sentido tanta vergüenza en mi vida.

- ¿Disfraces? -. Tairen no sabía nada al respecto.

- Claro, tú no estabas todavía en el escuadrón. Hace un par de años, en una misión de infiltración que tuvimos que hacer a la fuerza porque no iban a poder llegar a tiempo los especializados en ese tema... Yaern y yo tuvimos que disfrazarnos de... bueno, ya te lo contaré algún día.

- ¿¡De qué!? ¡Cuenta, cuenta!

- Silencio -. Ordenó Harold, que se había mantenido al margen de la conversación aunque lo escuchaba todo -. Nos acercamos a la cima del monte.

Pero en el monte no había nada sospechoso. Tampoco en la siguiente aldea. Ni en la siguiente. Así fueron sucediendo, las poblaciones con lugares de relativo interés para lo que Harold consideraba un escondite adecuado para las "ratas" como él decía. Los exploradores, que se mantenían distantes y absortos en sus propios temas, fueron muy amables en las pocas veces que intercambiaron palabras con la guardia. Gracias a su ayuda, pudieron incluso rastrear huellas donde nadie más las veía, o usar a sus compañeros animales para rastrear algún tipo de olor. Pero al igual que con las inspecciones, todo resultó en vano. Para cualquiera que hubiese hecho aquella patrulla, aquel punto hubiese sido el fin, sin ningún indicio que reportar, pero Harold seguía sospechando de todo. Como había indicado, pasaron el puente del río y fueron a la parte norte, ya más carente de poblaciones, pues se estaban adentrando en zona salvaje. Caminaron por el angosto suelo embarrado por las lluvias, y sufrieron los fuertes vendavales que estaban levántandose en el ambiente. El frío, más intenso aún por aquellos lares, mantenía al grupo más callado. Incluso cuando se encontraron rodeados de presencia vegetal, notaban el viento filtrarse por las ramas y matorrales, como si fuese un enemigo que deseaba llegar hasta ellos.

- Si seguimos más, entraríamos directamente en el Sudden Forest, capitán -. Informó uno de los exploradores -. No sería conveniente por el frío que hace. No puedo usar tampoco a mi águila por el viento y no le recomiendo la posibilidad de que pasemos la noche a la intemperie.

- Por favor, va siendo hora de volver, señor -. Dijo esta vez Dragmoore, quien a pesar de mostrar siempre una gran fortaleza y dedicación, no podía más.

- Antes quiero subir al monte Tacerton -. Con esa decisión, sus hombres se exasperaron, pues la idea de tener que subir de nuevo otro monte no les agradaba nada. Los exploradores insistieron en que no era adecuado, pero Harold volvió a insistir -. Aquello será lo último, de verdad.

Aceptando a regañadientes, todos empezaron a caminar. Aquel monte quedaba al oeste de su posición, de manera que de nuevo estaban acercándose a Toril. A diferencia de los pequeños montes del sur del río, este era lo suficientemente grande y estaba lo suficientemente aislado. Era un punto perfecto del que operar, pues incluso se podía llegar a ver partes de la ciudad con el uso de herramientas adecuadas, como un antiguo catalejo o unos precisos prismáticos.

Y fue en la linde del sendero de tierra embarrada, cuando sin que se lo esperasen sus hombres, Harold tendió su trampa final.

- No hay rastro de huellas por el camino ni por los alrededores, capitán -. Dijeron casi a la vez los exploradores.


En ese momento, sin que nadie se lo esperase (de hecho, casi nadie le estaba mirando), Harold sacó su gladius y cargó contra uno de los exploradores, que arrastró hasta estamparlo contra un árbol. Tras eso, colocó la punta de su arma en su cuello.

- ¡Dragmoore, Yaern, Adaim, Tairen, detened a esos exploradores!

 Tairen se quedó estupefacto, sin saber qué estaba ocurriendo. En cambio, los otros tres, aun con la misma pregunta en mente, obedecieron de inmediato. El grupo de exploradores se replegó pero no podían con la superioridad marcial en combate cuerpo a cuerpo.

- ¡No podéis hacer nada contra el escuadrón Desmond! -. Gritó Dragmoore que fue el primero en vencer a su rival, derribándolo justo después de que le arrebatase el arma. Los gemelos siguieron sus pasos.

- ¿Cómo.. cómo lo has sabido? -. El explorador apresado sonrió levemente y formuló aquella pregunta.

- Idiotas... debisteis pensar una mejor excusa para hacerme regresar que el frío ¿Exploradores de Evereska que no pueden usar sus mascotas en esta situación? Esto debería de ser una brisa en comparación a vuestras expediciones a La Gran Cordillera.

Tairen, que se encontraba aún en shock, tardó en sacar su arma. Estaba tan atacado por los nervios que, torpemente, no pudo sacar su espada correctamente debido al cinto de seguridad. Uno de los exploradores, que debía de ser el que él había derrotado, cargó contra él con la intención de apresarle, pensando que era su única carta para salir de ahí.

- ¡Aaaaaaaaaaah! -. Gritó él, justo antes de tropezar por el miedo.

Pero el explorador recibió una fuerte embestida de Adaim. Tanta fuerza imprimió, que su contrincante se golpeó con la cabeza en el tronco de un árbol cercano, quedando incosnciente inmediatamente.

- ¿Estás bien? -. Aquella pregunta era sincera, pero Tairen la consideró una forma de denotar la vergüenza que acababa de dar.

- Así que más ratas entre la guardia... -. Siguió Harold, que no había prestado atención a lo sucedido con Tairen -. No, me atrevería a decir que los verdaderos exploradores que debían haber llegado están muertos, ¿cierto?

- Je... una acusación arriesgada, al igual que el hecho de atacarnos, ¿qué hubiese pasado si no hubiese sido una trampa?

- Idiota, fui entrenado como rastreador por los elfos salvajes de las montañas Mambrand. Esos cabrones racistas me enseñaron muy bien cómo distinguir las huellas correctamente. En este camino las hay.

- Ya veo... Pero por tu bien, será mejor que no intentes subir. No te interesa ver lo que hay arriba -. Le aconsejó, pero tras soltar esas palabras, los ojos se le pusieron blancos y cayó inconsciente. Tras asegurarse de que era seguro soltarle, Harold lo hizo y comprobó el resto de los exploradores.

- Tairen... ¡Tairen! -. Repitió al ver que este apenas reaccionaba. Necesito que vayas inmediatamente al puesto de guardia e informes de esto. Necesitaremos refuerzos para apresarlos a todos e intentar confirmar su identidad.

- Va... vale.

- ¿Atamos también a los animales? -. Preguntó Dragmoore cuando ya había atado al primero de los falsos exploradores.

- Sí, a todos, tú te quedarás vigilándoles, Adaim... -. Tras observarlos a todos, Harold escupió en señal de frustración -. Maldita sea, ahora no puedo estar seguro de que hayan escuchado todo lo que he propuesto de camino hacía aquí, ¿y si ya han informado a los demás?

- Señor, eso ahora no importa. Quiero averiguar qué es lo que intentaban ocultar allí arriba.

- Sí... vamos.

Reanudaron la marcha, esta vez sin Tairen ni Adaim. Por orden de Harold, irían con las linternas apagadas y las armas desenfundadas. Pero a medio camino de la cima, con una tregua horizontal en el frecuente terreno inclinado, había un lago a su derecha. Dragmoore y Yaern no lo habían visto, pero Harold vislumbró algo incluso en aquella oscuridad, con tan solo la luz de la luna que se filtraba a través de las nubes. Dio las ordenes pertinentes a sus hombres a base de señas y se agazaparon para acercarse más.

- Es un problema... Es un verdadero problema... Si de verdad se llegan a enterar...

Escucharon esa voz que provenía del lago y que hablaba con total claridad con un tono grave, ligeramente gutural y con un extraño eco que arrastraba sus palabras.


- No queda más remedio... Tendré que ir detrás de ese joven que corre hacia los guardias... Tengo que detenerle... NO QUIERO MATARLE... Por favor, María, perdóname lo que voy a hacer...

- Tairen... -. Harold sintió un arrebato de pánico al ver como aquel sujeto que no podía ver bien se refería al joven Tairen. Intentó acallarlo, pero cuando notó que la voz se alejaba, sentía que debía actuar. No solo por la misión, sino por el propio chaval.

Encendió la linterna y sus hombres hicieron lo mismo, siguiéndole hasta la orilla del lago.

- ¡Alto!

En el centro del lago, volando pero cada vez descendiendo más, se hallaba la silueta de lo que debía de ser un hombre por su complexión y altura, porque lo cierto era que tenía cada centímetro de piel cubierto de una indumentaria de cuero negro. Su cara, tapada con una máscara blanca con sombreado negro, tan solo contrastado por el color verde brillante de sus ojos, que estaban bajo un extravagante sombrero. Se le veían bastantes armas, como un par de dagas a la altura del cinto, una extraña cuchilla en su antebrazo izquierdo, o una ballesta en su espalda.

- No debisteis haber venido aquí... Esto es todo un estropicio... Oh, ¿qué voy a hacer?

- ¡Ríndete inmediatamente! -. Gritó Harold, que había sacado su pistola de mecha y apuntaba directamente.

- Rendirme... ¿Rendirme? ¡Claro, de eso se trata! -. Aquel extraño tipo parecía hablar consigo mismo. Dragmoore y Yaern miraron extrañados alternativamente a aquel sujeto y a su capitán, buscando señales de qué hacer -. Entonces... Rendíos y así no tendré que mancharme las manos.

Lo dijo al mismo tiempo que apoyaba su pie en lago, que aparentemente estaba congelado. Harold, sin pensárselo dos veces, disparó. Con una increíble reacción, aquel tipo esquivó la bala, pero lo que no pudo esquivar fue la hoja de la gladius del capitán, que se acercaba amenazante hasta él. Tan preciso y rápido fue que, inexorablemente, la espada atravesaría la máscara y se clavaría en su rostro. Sin embargo, esta se detuvo a escasos centímetros. De la espalda de aquel sujeto surgieron decenas de cintas negras de un material que parecía entre cuero y plástico flexible. Esas cintas envolvieron la hoja y la detuvo fácilmente.

- Es una pena... Debido a esto, tendremos que retrasarnos un poco más -. De pronto, aquel tipo hablaba de manera más fluida, como si hubiese despertado de un trance y fuese más consciente de lo que le rodeaba -. Lo siento, Maria... Perdóname por lo que tengo que hacer.

Sin previo aviso, el lago helado se quebró con un enorme estruendo y algo surgió de él.

Lo siguiente que vio Harold fue como Dragmoore y Yaern sufrían decenas sino cientos de heridas que salpicó de sangre los alrededores. Harold sintió como esa fuerza sobrenatural que había dañado a sus hombres también se cernía sobre él. En el último momento, cerró los ojos, pero no aceptando su destino. Allí no sería el sitio donde caería.


- Si tuviese que morir quiero hacerlo salvando la vida de alguien. La de miles de inocentes, la de la reina, la de los príncipes... o la suya también, capitana.

- ¿Qué estás diciendo, Harold? -. Le espetó Cleo que estaba al mismo tiempo avergonzada y atemorizada por lo que había dicho.

- El mundo gira con la misma rueda, capitana Cleo, si no es hoy será mañana. La paz parece tan efímera solo porque la guerra compensa su relativa escasa duración con lo cruenta que es.

- ¡Haré que no mueras en cumplimiento de tus labores! ¿¡Te enteras!? 

"Ahí aparecía", pensó Harold mientras Cleo le seguía gritando, "la explosiva personalidad optimista de Cleo Desmond". 

- ¡... y todo gracias a lo que me han enseñado mis padres! ¡Haré lo que sea necesario! ¿¡Te enteras!? ¡NO MORIRÁS! ¡ES UNA ORDEN! Lo harás de viejo, junto a tu mujer, en un lugar de retiro donde puedas disfrutar de tus últimos días en paz.... ¡PERO NADA DE SER TAN NEGATIVO! ¿¡¡TE ENTERAS!!? ¿¿¿¡¡¡¡HE DICHO QUE SI TE ESTÁS ENTERANDO!!!!???

- Sí, capitana...

Una luz se encendió los alrededores de la orilla del lago. Lo que fuese aquella fuerza se detuvo de lleno... No, no pudo ni replegarse, tan solo fue destruido por lo que Harold había hecho. Un brillo bañaba la cúpula que le rodeaba, de un azul tan intenso como lo era el puño de este, con el que había acumulado ese extraño poder.

- No puede ser... -. El sujeto enmascarado estaba sorprendido -. Vitalis... Tú... ¿Quién...

- ¡Un soldado cumple hasta el final las órdenes! -. Gritó Harold, más fuerte que nunca.

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