11 jul 2015

El hijo del barro

- ¡Ven aquí!

El grito de una madre enfadada era de las peores cosas que un niño podía recibir, superado por pocas cosas como por ejemplo verla llorar. Cuando pegó tal vocerío, el resto de niños huyeron soltando sus "armas" en el suelo y cuando se quiso dar cuenta, su propio hermano también había desaparecido entre el colectivo, probablemente debido a que gracias al "casco" que usaba, madre no lo había identificado. Estaba solo en la bronca.

- ¿Cuántas veces te he dicho que no juguéis con palos? ¿¡Cuántas!? -. Gritaba su madre cuando le cogió del brazo y lo metió dentro de la pequeña casa que habitaban en pleno campo propiedad de los Fosteb.

- Pero mamá... Es a lo que queremos jugar...

- ¿¡Y luego cuando vienes con moratones y heridas, qué!? ¿A eso lo llamáis jugar?

No la culpaba por reprocharle tal actitud, sus juegos a veces se le escapaban de las manos y un ataque mal efectuado con los palos que usaban por espadas producían alguna que otra herida menor. Salvo cuando su hermano le impactó a Rodd en la cara, estuvo a dos centímetros de clavarle la estaca en el ojo, que probablemente habría perdido. Desde ese día ya no volvieron a ver a Rodd nunca más, su madre debió aislarlo en casa para mantenerlo a salvo o quizás decidieron que lo mejor era que gastase su tiempo sumergiéndose en el aprendizaje de libros para que saliera de aquella vida atrapada en el campo.


"Tonterias, un hijo del barro nace y muere en el barro. No hay posibilidad de que pise la piedra" decía su padre a veces cuando hablaba con sus amigos refiriéndose a la imposibilidad de abandonar la vida de agricultor o ganadero para tener algo mejor con lo que vivir en la ciudad. Y sin embargo, el sueño que siempre tenían todos era de irse lejos, intentar ser alguien de renombre lejos de sus tierras de nacimiento y no ser uno más con el campo. Por eso, su sueño era la de convertirse en un poderoso guerrero, que pudiese manejar la espada con casi tanta soltura como manejaba la hoz actualmente para ayudar a sus padres con la cosecha del año. De día jugaba con sus amigos a combatir en justas con espadas hechas de ramas de árboles y armaduras improvisadas de cazuelas o chapas metálicas. Algunos días, poco antes del amanecer, se escapaba de casa sin armar ruido para ir hasta el cuartel del poblado y ver a los soldados llevar a cabo el entrenamiento matutino. Se fijaba sobretodo en como sostenían sus armas y como las usaban para combatir el uno con el otro. Cuando ya se aburría, iba al río para darse un baño y que eso sirviera como excusa para que cuando llegara a casa no le castigaran.

Su hermano menor, Ted, se sumó a él cuando un día le sorprendió en los campos alrededor del cuartel. Por un momento estaba temeroso de que Ted le contara la verdad a sus padres pero luego le alivió saber que compartían el mismo gusto por las armas y el mismo sueño de abandonar las tierras Fosteb. Nunca llegó a conocer del todo a su hermana mayor, Lyad. Se pasaba gran parte del tiempo encerrada en su cuarto y sus padres no la obligaban a que ayudasen con la huerta. Cosa que a él le parecía una injusticia pero su madre se ponía muchísimo más irascible cuando se hablaba de Lyad que cuando era descubierto con varias magulladuras de haber jugado con palos.

- Siempre te digo lo mismo y siempre haces lo que te da la gana. Quiero que por una vez nos hagas caso...

- Pero mamá... ¿Qué hago si no? ¿Ver pasar la tarde aburrido? No entiendo como Lyad puede vivir bien sin salir de su cuarto, qué agobio...

Y su madre, sin previo aviso, le abofeteó, le gritó y le castigó. Le dijo que la próxima vez que le viera jugando con palos le ataba las manos una semana entera para que así escarmentara y se asegurara ella de que no iba a desobedecerla más. Pero él no le importaba, su futuro estaba lejos de allí y ninguna atadura le iba a poder detener. Así que la misma noche del castigo se escapó por la ventana de su cuarto y se fue al bosque para entrenar él mismo con su "espada".

Pero tal fue su sorpresa que cuando llegó a la linde del bosquecillo se dio cuenta de que no estaba solo, había un niño allí también entrenando con una vara que había afilado él mismo y lo blandía como si fuese una espada de verdad. Sus movimientos eran realmente buenos y para nada parecidos  a los que veía él en sus amigos ¿Robert? ¿Edd? ¿Gendrick? ¿Sería alguno de ellos? No, no era nadie de sus amigos. Se quedó observando para ver si podía distinguir mejor quien era. Cuando el niño, de tanto moverse mientras atacaba al aire, acabó en un claro donde le daba el reflejo de la luna, vio que se trataba realmente de una niña. Llevaba ropas de alta calidad pero estaban demasiado raídas y desgastadas. Su pelo era de color blanquecino, probablemente rubio pero al ser de noche y solo recibir la luz de la luna no podía distinguirlo demasiado bien. Pero lo que si veía es que tenía el pelo sucio y despeinado.

Alguien del pueblo que comparte nuestra forma de jugar pero que no se ha dado a conocer... ¿Quién es?

Decidió espiarla un poco más hasta que, con los primeros rayos del sol, empezó a ser difícil ocultarse y ella se dio cuenta de su presencia.

- ¿Quién anda ahí? -. Preguntó mientras apuntaba con su vara hacia donde él estaba. Ya no servía de nada esconderse así que decidió salir de detrás del tronco donde se encontraba, pero no dijo nada. Ella se quedó esperando una respuesta durante unos cuantos segundos y le miró de arriba a abajo antes de decir finalmente -, Lárgate.

Pero no se iba a ir, en cambio lo que hizo fue sonreír y cargar contra ella para atacarla. Su forma de defenderse era excepcional, ninguno de sus amigos habría sabido responder así. Pero sus contraataques tampoco fueron algo que él no pudiese bloquear. Seguramente para dos caballeros experimentados, su duelo sería motivo de risa y mofa pero para ellos era como un combate de verdaderos expertos espadachines. Al final se detuvo y bajó su arma, aunque ella seguía en guardia.

- Soy Joseph. Luchas muy bien.

- ¿Por qué me has atacado?-. Preguntó ella ignorando la presentación.

- Porque nos gusta lo mismo, lo noto en ti. Quieres salir de las tierras del barro como queremos todos. Por eso entrenas.

- No soy de las tierras del barro -. Dijo rápidamente para aclarar que era de allí y tras pensarlo dos segundos, bajó ella también el arma -. Pero tienes razón, quiero salir de aquí ¿Es lo que quieres tú?

- ¡Sí! Convertirme en un gran guerrero y poder visitar grandes ciudades y todo eso. Todavía no te has presentado.

- Soy Sofía...

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Las gotas de lluvia se colaban entre las hojas de los arboles y algunas caían en su cuerpo, que trataba de descansar en ese momento sobre la rama firme de uno de ellos. Pero no podía dormir así que se dedicaba a recordar. Y Joseph sonrió. Ese recuerdo que acababa de tener le mantenía con ganas de vivir en mitad del infierno que estaba viviendo.
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Un día se levantó como capitán de la guardia de oriente de Taneir y al otro se desató el caos. Tropas aliadas (o eso pensaba él) atacaron a sus hombres y a los de Sofía Óster. Todos caían bajo el inesperado ataque y Joseph, que no llevaba su armamento en ese momento, se vio obligado a defenderse con la espada de uno de los caídos, que no era su especialidad. A pesar de que podía aguantar las acometidas que se estaban librando en el cuartel, era superado en número y no tuvo más remedio que huir de allí. Se escapó por una de las ventanas del edificio y durante unos instantes se quedó en un callejón cercano pensando qué era lo mejor que podía hacer en ese instante ¿Ir hasta el muelle donde se encontraría Sofía? ¿Escapar campo a través donde sería un blanco fácil de avistar? ¿O quedarse en los callejones de un pueblo tan pequeño como aquel?

Al final optó por forzar la puerta trasera de la taberna y resguardarse en el almacén que se encontraba en el sótano. Esconderse de un ejército que ibas detrás suya era díficil pero esconderse de un tabernero gordo y vago sería pan comido. Aunque a medida que pasaron los días Joseph deseó estar lejos de allí en ese momento. El sótano del almacén tenía sus pequeñas ventanas en la parte superior de la pared. Joseph usó una de ellas para ver qué pasaba en el exterior y entonces, lo vio.


Piratas...

Los piratas pasaban por las calles del poblado en dirección al cuartel, pero no iban corriendo como si de una invasión se tratase. Es más, los guardias de los Óster se encontraban allí para recibirles en su visita a tierras de Taneir.

Traidores...

Los piratas se detuvieron y Joseph escuchó como varias decenas de metros allá de donde se encontraba él, dos personas conversaban. Pero no podía escuchar demasiado bien así que optó por salir de allí por la ventana que daba al callejón y escalar las casas para ir de techo en techo, evitando ser visto, hasta el lugar donde se encontraban hablando esos dos. Y por fin pudo escuchar la conversación pero ni se atrevía a asomarse a la calle para ver quienes estaban allí por el temor a ser descubierto.

- ...Es perfecto. Muchas gracias, Lord Óster.

Maldito Raphael... Asqueroso cabrón.

- No podría haber salido todo mejor, señor Ennel. Pero ahora, las costas son vuestras. Que desembarquen sus piratas y podamos por fin continuar con todo esto jajajaja.

- ¿Y esa perra de la Guardia Real?

Joseph sintió una punzada de ira al escuchar como ese asqueroso pirata hablaba con ese sucio traidor y oír como mencionaban a Sofía de esa forma...

- Casi descubre lo que teníamos preparado pero no lo hizo demasiado a tiempo. Afortunadamente Lady Usk se encargó de ella como se merece. Ya no te tienes que preocupar más por su presencia... ¡Está muerta! ¡JAJAJAJA!

La respiración de Joseph se detuvo por unos instantes y durante ese laspo de tiempo, fue incapaz de pensar en nada coherente. Tan solo apretó la mano que tenía en la empuñadura de la espada mientras se levantaba lentamente. Lo que iba a hacer era un suicidio pero ¿Qué mas daba? ¿Acaso importaban ya sus propios problemas? Y cuando puso una mano en el borde del pequeño tabique tras el cual estaba escondido, se detuvo. Ya no había tiempo para dar un ataque sorpresa al escuchar lo que escuchó a continuación.

- Pero veo que no habéis acabado con todos los perros, Lord Óster. En concreto, hay uno que parece andar olisqueando desde los tejados...

Joseph se maldijo por perder la oportunidad de matar a Raphael sin que este se lo esperase. En lugar de eso lo que hizo fue levantarse y correr hacia el otro lado de la casa, para escapar. Rápidamente, tanto piratas como soldados llegaron hasta la calle a la que había saltado él e intentaron rodearle pero no podían detener la furia en la que se había convertido ahora. Mató a dos de los soldados que se interpusieron en su camino y cogió la lanza que llevaba uno de los dos. Aunque no era su lanza, ya era algo mejor que combatir con espada, ya podía combatir con todas sus fuerzas. Fue hasta el callejón más allá de todo el revuelo y se dio media vuelta. Allí no podrían rodearle hasta que diesen un rodeo a la manzana y llegaran desde el otro lado. Mientras hacían eso, Joseph tenía tiempo suficiente para acabar con los que llegaban tras él los cuales estaban obligados a pelear de dos en dos debido a la anchura del callejón. Fue entonces cuando el guerrero se deshizo luchando con todas su ganas y acabando con dos, cuatro, seis, ocho... Perdió la cuenta. Entonces escuchó ruidos detrás suya, ya llegaban...

- ¡Alto! -. Dijo la voz que Joseph reconoció como la de Raphael y tanto soldados como piratas retrocedieron un par de pasos, alejándose de él. Y allí estaba, saliendo entre la multitud, el traidor Óster -. Bravo, Joseph. Una demostración sobresaliente de cómo luchar -. Dijo con una media sonrisa mientras aplaudía sarcásticamente -. Pero tu acometida acaba aquí, guerrero del Comando Tormenta. Ríndete y ayúdanos con los puntos débiles de Ridores y te perdonaré la vida ¿Qué me dices?

Pero Joseph casí no escuchaba las palabras de esa rata que le estaba hablando. Estaba tan furioso que casi oía más los latidos de su corazón resonar en su cabeza que todo lo que había alrededor suya. Dejó de sostener la lanza con una mano, esperando que su ataque final diese resultado. De su mano libre surgieron cinco puntos brillantes, casi parecidos a la electricidad, en la punta de cada uno de sus dedos. Tras eso, cargó contra Raphael pero rápidamente sus hombres se interpusieron para detener la acometida. Joseph se quitó de en medio a uno, a dos, a tres...

Si tan solo pudiera alcanzarle con la Marca del Maldito... Se acabaría todo... 

Pero era imposible llegar hasta él. Sus hombres, aunque morían fácilmente ante los ataques de Joseph, rodearon al guerrero y este no podía defenderse de los ataques que venían de cuatro direcciones diferentes. Acabó recibiendo alguna que otra estocada... En el brazo, en la pierna, en el pulmón. Joseph tosió sangre.

- Es una pena -. Se escuchaba decir a Raphael entre sus hombres aunque Joseph no podía verle la cara -. Pero supongo que estarás deseando reunirte con tu amada, al otro lado. Bien, soy un hombre misericordioso, te daré lo que pides sin más sufrimiento, guerrero... Matadlo.

Pero Joseph no estaba dispuesto a morir sin presentar más batalla. Soltó la lanza y fue a juntar sus manos para liberar su ataque más poderoso antes de su muerte. Y entonces sucedió algo que nadie pudo explicar. Justo antes de que sus palmas se juntaran, todo se volvió blanco. Desapareció.

Lo siguiente que recordó fue estar despertando en un bosque, con la lluvia azotándole la cara. No se explicó qué había pasado en ese momento pero tras unos días en los que comprobó que salir de ese bosque era peligroso, pues el poblado al que se dirigía contaba con presencia de tropas de los Óster, de los Usk y de piratas; Tras esos días de supervivencia en el bosque, dedujo que la vida, los dioses, algo, de alguna forma, le había dado una segunda oportunidad para llevar a cabo su venganza.

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Y tras esos dos recuerdos, uno feliz y lejano y otro, doloroso y reciente; Joseph decidió incorporarse de la rama donde intentaba descansar. Durante días y días solo había pensado en como planear su venganza. Sería difícil ir contra Raphael y Rehlla cuando había miles y miles de hombres por las tierras que defendían la causa de esos traidores y que al mismo tiempo le tenían en busca y captura. Seguramente el dominio del Traidor abarcase todas las tierras desde Espada Forestal hasta el Río de la Fuerza y más allá. Si Raphael le hizo aquella proposición fue porque Ridoras es un lugar difícil de conquistar y lo más seguro es que Les Roses aún aguantara contra las acometidas enemigas, al menos por ahora. Sin embargo sería imposible ir hasta su ciudad, hasta allí. Joseph estaba seguro de que cuanto más se acercase a Ridoras, más presencia enemiga encontraría.

No... Si quiero cobrar mi venganza primero necesito recuperar mi lanza. La que le quité al guardia estaba bien pero no puedo luchar al 100% con esto... Necesito recuperar mi equipo.

Y para ello necesitaría viajar de nuevo hasta la costa. No esperaba que su equipamiento estuviese en aquel poblado pero desde allí tendría algo desde donde podría empezar. Aunque finalmente no hizo falta viajar.


Joseph ideó una trampa. Incendió parte del bosque en la linde para que los guardias de la villa se acercaran a ver qué pasaba. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, fue cuando él atacó. Le rebanó la cabeza al primero que atacó y mató rápidamente a los que intentaban desenfundar sus armas. Con el resto combatió chocando su lanza con sus espadas pero estos no eran rivales para el ansía de venganza de Joseph. En el momento en que uno de los guardias empezó a huir para buscar más ayuda, fue cuando el guerrero le arrojó la lanza, que le atravesó el pecho desde la espalda y al mismo tiempo le robaba la espada corta de su funda a un enemigo que tenía cerca para seguir combatiendo contra ellos. Finalmente todos cayeron, muertos. Pero Joseph necesitaba a uno vivo, así que procuró no atravesar una parte vital cuando le derribó. El soldado vio la silueta de Joseph a contraluz por el fuego que este había provocado, así que básicamente lo único que veía era una sombra que se acercaba hacía él.

- Te he dejado vivo porque necesito algo de información, así que responderás a mis preguntas y según lo satisfecho que acabe, te dejaré así o te remataré ¿Entendido?

El soldado, que sabía en qué  situación se encontraba, asintió levemente mientras apretaba con fuerza su herida en la pierna para impedir que se desangrase más.

- Bien ¿Sabes quien soy?

- Sí... Joseph del Comando Tormenta... Te buscamos por orden de Raphael Óster.

- ¿Dónde estamos? -. Joseph había pasado varios días en el bosque en el que apareció pero no sabía exactamente donde se encontraba actualmente. La pregunta sorprendió también al soldado pero respondió.

- Cerca de Costa Festiva...

Costa Festiva... Eso no está muy lejos de Feroz Savaj, el lugar donde sucedió todo.

- ¿Y dónde se encuentra ahora mismo tu querido Lord Óster?

- Lo último que supe... fue que estaba reuniendo a las tropas para...para... asaltar la Puerta Rouge...

Así que ni siquiera ha entrado aún en territorio Les Roses... Algo que ganamos entonces.

- ¿Qué tierras ha conquistado? ¿Qué huestes se le han unido?

- A los Bale... Contamos con todo el territorio noreste de la zona occidental de Taneir... Menos parte de los...Azal... El bosque de los Malael y Les Roses nos cortan el paso...

Pero si Raphael cuenta con los piratas de su lado, solo es cuestión de tiempo que estos asalten a los Fosteb y rodeen a Les Roses. Tengo que darme prisa e ir al grano.

- ¿Qué acabó sucediendo en Feroz Savaj? ¿Sabes que han hecho con los prisioneros de allí? ¿Con mi equipo? ¿Con... los restos de Sofía Óster?

- Ra...Raphael no ha tenido tiempo para encargarse de nada... Tienen que seguir allí, sus hombres... Sus cosas... Y a ella... No lo se... De verdad que no lo se...

Tal y como pensaba. Ese bastardo tiene prisas en conseguir su propósito antes de que el Rey mande refuerzos... Así que habrá dejado las cosas en el poblado tal y como se quedaron. Al final mi plan no ha variado, todo pasa por ir allí.

El soldado continuó hablando, al parecer valoraba tanto su vida que se esforzaba por contentar a Joseph dándole información a cambio de que este le dejara vivo.

- Allí... En Feroz Savaj... Está ese... ese capitán pirata... No es normal... No parece... Pirata...

¿Será el que me detectó el día que estaba espiando en el techo? Si era él... Sin duda tenía un poder extrasensorial muy superior al de cualquier hechicero.

Bien. Has sido de mucha utilidad, soldado. Se nota que la palabra lealtad no está en tu vocabulario...

Y tras decir esas palabras, Joseph le hundió la hoja de la espada en su boca, atravesándola hasta que la punta salía por la zona trasera del cráneo. La sangre emanó a borbotones y al guardia se le quedó la mirada clavada en Joseph incluso después de morir.

- Por Sofía...

Ni asesinar a todas estas ratas compensaría el tormento por el que pasaba, pero se aseguraría de los responsables de su muerte pagaran por lo que le habían hecho a ella.

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