16 jul 2020

Cascarón


Mientras caminaba por la habitación, lo único que se escuchaba era el crujido de las losas rotas y astilladas, muchas de ellas completamente ennegrecidas por el fuego. Hacía una temperatura asfixiante ya que parte de la pared había cedido dejando expuestas las tuberías de la calefacción, que irradiaban un calor sofocante, amplificado en gran medida al estar la puerta de la habitación cerrada y sin ninguna ventilación. Su bastón resonaba por toda la habitación con cada paso, y levantaba nubes de cenizas si no tenía cuidado.

Ya había pasado un mes desde la explosión que se llevó por delante la habitación, pero nadie había entrado aún a limpiarla. Desde luego, desde hacía un mes la casa entera parecía haber sido sacudida: aunque el accidente sólo fue en la parte del sótano, toda la casa había sufrido del frenesí posterior con papeles y envoltorios de comida rápida desperdigados por todos lados, y la ropa amontonándose. Parecía la habitación de un estudiante en los últimos días antes de los exámenes finales, sin tiempo siquiera de limpiar o de pararse a comer en condiciones, y con apuntes por todos sitios.

Se le escapó una sonrisa triste al ver la pluma que le regaló su padre en su último cumpleaños, semi fundida y casi irreconocible, sobre los restos de una mesa. Cuándo la cogió se le escapó una exclamación de admiración, ya que asombrosamente aún parecía usable aunque incomoda por la forma extraña que había adquirido el metal al fundirse. La última vez que entro allí se acordaba de haber visto la pizarra llena de notas adhesivas pegadas sobre gráficas dibujadas a mano usando tiza con una perfección absoluta, casi mejor que muchos libros impresos.

- Es una pena que todo eso se perdiera, Profesor. Sé que aún habían muchas cosas que no había tenido tiempo de examinar -. Comentó con tristeza.

- Si los resultados eran correctos, serán reproducibles. Este... accidente... puede tener un lado positivo. El poder observar los resultados directamente en humanos -. La mirada del hombre que esperaba desde la puerta y observaba a contraluz se movió un poco, como ajustándose unas gafas -. Aún así, es una pena el tiempo perdido.

El silencio se impuso de nuevo en la sala, solo roto por las pisadas, mientras se acercaba al epicentro de la explosión. Se situó frente a los restos abombados de su mesa de metal y acarició la superficie, que pese a haber estado en el centro de todo, había resistido relativamente bien. Conforme sus dedos pasaban por encima de las cenizas, empezó a sentir un calor repentino y súbitamente se vio envuelto de nuevo en luz y fuego mientras respiraba ese aire ardiente que hacía que los pulmones le fueran a estallar de dolor, con gritos angustiados de fondo. La luz remitió tan rápido cómo apareció, y a su alrededor sólo quedaba fuego y una voz familiar, aunque había perdido ese tono frio y clínico habitual y ahora sonaba angustiada gritando su nombre. Intentó llevarse la mano a la cara y despejarse la visión, luchando contra el dolor brutal que envolvía todo su cuerpo, intentando salir de allí, pero para su horror el brazo no le respondía y no veía nada con los ojos cegados por el resplandor de antes y las cenizas. Abriendo los ojos, se dio cuenta de que no sólo era el resplandor y las cenizas lo que no le dejaba ver: al llevarse la mano a la cara ensangrentada, notó los huesos rotos y un hueco aún supurante donde debía de estar su ojo derecho, aunque por el pinchazo de dolor que sintió al menos ALGO quedaba. Ignorando lo que pasaba y haciendo un esfuerzo tremendo, giró su cabeza y, como en un sueño, vio que donde debía de estar el brazo derecho sólo quedaba un montón de carne quemada y con una forma apenas reconocible. Un sudor frío le envolvió mientras empezaba a hiperventilar y a gritar, y la poca visión que le quedaba se hacía más borrosa por las lágrimas. Los gritos sonaban más cerca, pero más apagados; los colores se desvanecían; y los pensamiento se veían todos reemplazados por el del dolor punzante por todo el cuerpo.

Cuándo todo se hizo negro, escuchó de nuevo la voz en la lejanía, esta vez con su deje frio y clínico habitual, hasta que recuperó la compostura y se dio cuenta de que todo estaba en su cabeza. Un rememoración del doloroso pasado. Mientras todo volvía lentamente a la normalidad, escuchó algo que le llamó la atención en la esquina más alejada de la puerta. ¿Una especie de... chillido? Probablemente una rata, así que se dio la vuelta para salir de la habitación. Ya había cumplido su objetivo de enfrentarse a sus recuerdos, y era mejor irse. Sin embargo, tras el primer paso, lo escuchó de nuevo: Era muy bajo, irregular y agudo, y no parecía una rata. Intrigado, se acercó a la estantería llena de libros carbonizados cercana a la esquina.

- Profesor, ¿eso es una jaula?

- Ah, si. Es una pena. Uno de los cuidadores era novato y no supo distinguir que compró a una hembra y un macho en vez de dos machos como pedimos. Después de cada entrenamiento y tratamiento pasaban bastante tiempo juntos en la misma jaula, y parece que copularon -. El tono estéril y frío de la voz destilaba cierta irritación - Cuándo lo descubrieron, pedí que me la trajeran para examinarla y estudiar los efectos en las hembras.

Conforme se acercaba, el sonido se hacía más audible. Abrió los barrotes de la jaula con dificultad usando el brazo izquierdo, y pudo ver los restos quemados, aunque no carbonizados, de un ave. El estar más lejos y en la jaula parece que la salvó de ser carbonizada, aunque las quemaduras igualmente fueron letales. Escuchó de nuevo el... ¿chillido? ¿graznido?, esta vez de debajo del cuerpo del ave. Dejó el bastón apoyado y apartó con cuidado los restos, y quitó la mano rápidamente cuando algo le dio un pequeño picotazo. Parecía un pequeño polluelo, y a juzgar por los restos de huevo en el nido había eclosionado el día anterior cómo mucho. Pese a que el huevo estaba ennegrecido, el cuerpo del ave muerta lo había protegido de lo peor de la explosión y el polluelo había sobrevivido. El calor de la habitación parecía haber surtido una especie de efecto incubadora, aunque aún así, era sorprendente lo mucho que había aguantado ese pequeño.

- ¿Pasa algo? -. La voz fría del profesor lo sacó de sus pensamientos con un sobresalto -. Ya sabes que pienso que esto es una tontería: no debes dejar que las emociones se adueñen de ti. Y esto lo único que hace es traer de nuevo emociones y recuerdos que no estás preparado para afrontar.

- ¡Lo siento, Profesor! Es que he visto aquí un polluelo que ha sobrevivido. Pensaba que revisasteis bien esto después de...

Se despertó sobresaltado y medio adormecido. ¿Cuanto tiempo hacía que no dormía tan bien, cinco días ya? Aún medio soñando, fue a agarrar un bastón que solo existía en su sueños cuando el dolor familiar del brazo al moverlo lo despertó al momento. Llevaba cinco días sin tomar la medicación, ya que con el nerviosismo se le olvidó en casa de Michelle la última noche.

Aunque no era un dolor incapacitante, tantos días empezaban a hacer mella pero curiosamente no de la manera esperada. Mortimer comento que el dolor debería de ir decayendo con el tiempo, de manera que era posible que el poco dolor que aún sentía fuera por eso, que el cuerpo finalmente se estuviera habituando. Pensar en la otra posibilidad lo volvió a entristecer de nuevo: tal vez no le dolía tanto como esperaba porque su cuerpo estaba simplemente... fallando. Recordó por un momento ese desagradable incidente en el cumpleaños de Lucía, aquella sensación extraña que casi hace que se quedara en casa. Tal vez ese había sido el primer aviso, aunque Mortis no hubiera visto nada extraño. Era una posibilidad que le llevaba carcomiendo desde hace tiempo, y definitivamente era algo que tendría que tratar en breve. Esa bomba de relojería podía empezar a contar en cualquier momento, y aunque no pudieran hacer nada, los amigos que había hecho allí se merecían saber todo. Y por supuesto, sería injusto con Michelle no decírselo. Sí, definitivamente ella se lo merecía después de sincerarse cómo había hecho acerca de... cómo se llamara lo que lleva dentro. Le recorrió un escalofrío al pensar en esa ocasión en la que la liberó.

Desde que rompió con Émilie no tuvo nada parecido, y aunque las circunstancias habían sido... extrañas, y no terminaba de acostumbrarse, tenía que reconocer que la chica le gustaba mucho. Aunque aún le costaba un poco estar al cien por cien con ella por el "pequeño choque" inicial que tuvieron, le gustaba que fuera ambiciosa, con personalidad y que no se cortara de decir las cosas, y le hacía gracia esa especie de rivalidad que tenía con él por lo de delegado.

¿Tal vez un par de días fuera con ella sería buena idea? Algo cómo un spa o algo así; a su madre le encantan, y cuándo era más pequeño siempre lo llevaba a uno los fines de semana. Sí, esa iba a ser la idea: Invitaría a Michelle a un fin de semana para relajarse, tal vez hasta tendría la moto allí e iba a ser muy fácil ir donde fuese. Bueno, a Michelle, y a Summer y Ellie (con sus parejas, claro) e incluso a Arrow, al fin y al cabo todos ellos también se merecían un descanso... y también se merecían saberlo todo.

Y hablando de su madre y del pasado... increíblemente, la echaba de menos. Siempre habían sido muy cercanos, pero de repente se produjo esa brecha entre ellos (más por su parte, Anais en eso no había cambiado) y el estar tanto tiempo fuera y lejos hacía que echara de menos verla dando vueltas por la casa, tarareando alguna canción que hubiera escuchado y que estuviera de moda mientras repasaba informes y le preguntaba a Mortimer básicamente de todo. Eso era algo que lo fascinaba: ¿Cómo podía mostrarse tan segura ahí fuera, pero ser tan insegura y con tantas dudas en la intimidad? Y lo más curioso era que Mortimer, el famoso profesor por el que la gente se peleaba, uno de los mayores genios vivos y que había desechado puestos y proyectos importantes en el gobierno de Bellafonte por no considerarlos interesantes, se limitaba a escuchar atentamente y a dar su típica respuesta fría y calculada, cómo si la pregunta fuera trivial, pero sin embargo allí estaba, siempre pendiente. Y aunque nunca parecía dejarse llevar por los sentimientos y tenerlo todo controlado, todavía recordaba la angustia de sus gritos cuándo fue a sacarlo del laboratorio, cómo lo escucho llorar en su habitación cuándo se enteraron de lo que paso con su padre. Tal vez debería de pensar en invitar a su madre a comer, ¿puede que incluso presentarle a Michelle? Aunque bueno, conociéndola sabía que tal vez no era la mejor de las opciones, ya que era igual de probable que el carácter de las dos chocara a que terminara haciéndole una oferta a Michelle para entrar a Blackoinotna o que Sarif y Blackoinotna colaboraran.

Se preparó con cuidado para ir a dormir, y acurrucó bien a Lexy en la cama. La halcón siempre se quedaba en una silla o similar mirando el mundo como si fuera mejor que todos, pero en cuanto se quedaba dormido, ella se acurrucaba con el y se quedaba dormida también. Como dormía tan poco y tenía el sueño tan ligero, siempre lograba despertarse antes que David y posarse sigilosamente de nuevo donde hubiera elegido al principio de la noche, para darle los buenos días con su actitud orgullosa de siempre, sin que pareciera haberse movido de ahí, pero hace ya años que descubrió ese pequeño secreto cuándo se despertó por la noche y la vio.

Mientras caía de nuevo dormido, rememoró cómo la encontró siendo un polluelo que acababa de salir del huevo en el laboratorio donde perdió el brazo, y cómo la cuidó con cariño desde entonces. La pequeña creció sin problemas y desde muy temprana edad tenía una inteligencia increíble, siendo perfectamente capaz de entender cuando le hablaban. Según Mortimer, el suero experimental de FOX-DEV que la madre tenía cuando puso el huevo había influido de gran manera en cómo Lexy había logrado sobrevivir pese al accidente, y a su desarrollo posterior. Pero el vínculo entre ellos dos era difícil de explicar, y la capacidad de comunicarse o incluso sentir de forma limitada lo que le ocurría al otro era imposible que no se debiera a algún vínculo sobrenatural, aunque definitivamente no había habido ningún tipo de ritual o similar para formarlo.

- ¿Sabes, pequeña? Saber que te tengo defendiéndome me hace sentirme seguro. Y aunque a veces me pongas de los nervios con tu manía de hablar con acertijos, no podía haber pedido mejor compañera y amiga que tú.

La pequeña halcón se removió un poco, como en sueños, y el chico se acurrucó con ella y cayó dormido. Al fin y al cabo, ¡se merecían el descanso luego de superar la primera prueba de la licencia!

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